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“Blue Jean”, el coste de la honestidad

El deseo de vivir la intimidad con sinceridad y tranquilidad, pero sin plantarle cara a los prejuicios y las amenazas del exterior. Un equilibrio imposible que exige tomar parte y optar por la visibilidad o la mentira. Retrato de la Inglaterra de los 80 y del poder influenciador del entorno y los profesionales educativos. Una cinta más descriptiva y analítica que narrativa, pero acertada en su acercamiento social y psicológico.

Los supuestos amantes, promotores y defensores acérrimos de la libertad son muy dados a ignorar, señalar y ocultar cuanto no forma parte del canon que, a su juicio, determina, define e identifica a una persona de bien. Margaret Thatcher, venerada por el espectro conservador por su puesta en marcha del neoliberalismo que tan buenos réditos le ha generado a unos pocos, impulsó en 1988 la aprobación de una enmienda a una ley ya existente por la que determinaba que los profesionales de la enseñanza británica no podían promocionar la homosexualidad, ni publicar material alusivo, ni fomentar su consideración como una supuesta relación familiar. Censura y estigmatización.

Ese es el entorno y el contexto en el que se mueve Blue Jean, tanto la película como el personaje que le da título. Una mujer de treinta años cuyo día a día transcurre en las coordenadas que le marcan su sentir, pero con una calculada discreción para que su soltería y unifamiliaridad no llame la atención de sus vecinos, familia, compañeros de trabajo -profesora de gimnasia en un colegio femenino- y alumnas. Sin embargo, la manipulación mediática, el ruido político y la presión social la rodean, generando una tensión en la que el riesgo, la amenaza y el miedo son susceptibles de concretarse. Un drama que, aparentemente controla hasta que esa doble vida se hace patente y ya no es posible mantenerse al margen.

Un puzle de muchas piezas y capas varias cada una de ellas que Georgia Oakley, directora y guionista, muestra de una manera calmada y detallista, introduciéndonos de un modo natural en la complejidad que los aúna y la reciprocidad causa y consecuencia entre todos sus planos y puntos de vista. Aúna lo sociológico y lo psicológico, los valores comunitarios y las emociones personales, lo establecido colectivamente y la determinación individual sirviéndose únicamente de miradas y actitudes auto explicativas, diálogos y respuestas cotidianas. Los hechos hablan por sí mismo, el activismo y la reivindicación están en cómo late en ellos la necesidad de la verdad y el equilibrio de la coherencia.

Blue Jean no es una película amplia o profunda en un sentido estrictamente narrativo. Su historia es concisa y lo que determina lo que vemos en la pantalla son los silencios y los diálogos de sus personajes, como se unen y se evitan. En definitiva, las características, retos y condicionantes de los lazos y coordenadas que los ligan. Esto condiciona el ritmo, haciendo que parezca contemplativo, mas lo acertado de su fotografía y montaje y, sobre todo, las muy buenas interpretaciones de todas sus actrices -a destacar la protagonista de Rosy McEwen- la convierten en una cinta que expone y transmite, comunica y conciencia.

“El liberalismo y sus desencantados” de Francis Fukuyama

Cómo hemos llegado hasta el actual momento político, social y económico en lo global y en lo local. Análisis, hipótesis y propuestas expuestas con sencillez, argumentadas con claridad y advirtiendo del reto que suponen y los riesgos que conllevaría no actuar. Una propuesta que considerar para hacer frente a la amalgama de falta de autocrítica y de límites, de egoísmo, vanidad e insensibilidad de buena parte del mundo actual.

Cayó el muro de Berlín y se desintegró la URSS. La democracia liberal llegó al este europeo y la globalización se extendió por todo el mundo. Parecía que habíamos llegado a lo que Francis Fukuyama denominó en 1992 El fin de la historia. Habíamos conseguido un sistema y unas reglas básicas con las que gobernarnos, relacionarnos y administrarnos a través de estados que funcionaban con principios similares y que, tal y como habían demostrado en el mundo occidental las décadas anteriores, aportaban grandes beneficios a sus ciudadanos. Sin embargo, la realidad nos ha demostrado no solo que las tres décadas transcurridas desde entonces no solo no han cumplido aquellas expectativas -los regímenes de partido único y las democracias iliberales siguen siendo tan o más fuertes que entonces-, sino que ya llevaban imbuidas dentro de sí la semilla de la desigualdad y, por tanto, de la injusticia, la manipulación y el desgobierno.

Fukuyama señala los factores que, según él, nos han llevado hasta este hoy desde el que la mirada al pasado más reciente arroja un resultado tan claro. Al igual que otros historiadores como Hobsbawm o Judt, sitúa el punto de inflexión en el neoliberalismo que pusieron en marcha Reagan y Thatcher, en su denostación del papel regulatorio y administrativo del estado y su convicción de que el libre hacer de las empresas sería suficiente para impulsar el desarrollo de un país. Principios que complementaron con la desatención de lo social porque, según ellos, esto generaba una relación parasitaria entre lo público y determinadas capas de la población que no se responsabilizan de su situación y pretendían vivir de los impuestos que pagaban otros.

Súmese los avances tecnológicos y la globalización que trajeron la desregulación y la multiplicación de los movimientos de capitales, servicios y productos. Muchos trabajadores vieron cómo eran sustituidos por máquinas y personas que vivían a cientos o miles de kilómetros y que, por sus bajos salarios y menores derechos laborales, resultaban mucho más baratos para quienes recurrían a ellos. De manera paralela, la facilitación de los desplazamientos llevó a los países del primer mundo habitantes de otros menos afortunados buscando oportunidades que allí no tenían. Personas dispuestas a vivir en los márgenes, aceptando condiciones ilegales y no quedándoles otras que dejarse explotar. Carne de cañón para los populismos xenófobos y nacionalistas que les acusan a ellos, y no a quienes les maltratan, de la degradación de nuestra supuesta identidad, historia y valores nacionales. Asunto que este politólogo ya había analizado expresamente en un ensayo anterior, Identidad (2019).

Profundizando en lo tecnológico, Francis señala cómo esta dimensión ha revolucionado la manera en que nos informamos y comunicamos. Apunta varias claves: la instantaneidad que impide la reflexión y acentúa las respuestas viscerales, la saturación de fuentes y portavoces que dificulta la fijación de referentes creíbles, la conversión y surgimiento de muchos medios de comunicación deudores de quienes sostienen sus cuentas, y la búsqueda neurótica de la constatación y la autoafirmación que niega el contraste y el debate. Compleméntese ello -coincidiendo con lo expuesto por Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia (2012)- con la negación a la evolución del pensamiento y a los espacios y tiempos reservados para la libre formulación de ideas y planteamientos que suponen el uso absolutista y censor que se hace de los registros que generan las grabaciones y conversaciones mantenidas vía aplicaciones de mensajería instantánea, o de lo que publicamos en redes sociales. Así es como hemos dado vía libre a las fake news, al enraizamiento de la polarización y a la vulgarización de la cultura de la cancelación.

Por último, y no menos importante, la evolución que, a su juicio, ha tomado el análisis de la desigualdad. De constatar cómo esta afectaba más a un sexo que a otro, a personas de unas razas, orígenes, creencias religiosas u orientaciones sexuales que otras, a hacer de estas características no solo un elemento que define y agrupa a quienes son señalados y castigados por su diferencia, sino una categoría empoderadora que observa y analiza la realidad -presente y pasada- a través de ese filtro yendo más allá, por tanto, de políticas específicas y prácticas de necesaria discriminación positiva en determinadas circunstancias y contextos.

Fukuyama propone volver a la esencia del liberalismo para corregir esta situación y evitar desmanes como los de Trump y otros sobre los que piensa de manera similar a Anne Applebaum. Libertad sí, pero entendiendo que la de uno acaba donde comienza la del otro. Que solo es posible si convivimos formando parte de una sociedad, y que esta ha de estar regulada y supervisada por una estructura administrativa, judicial, legislativa y judicial que ha de tener como máxima la evitación de cualquier forma de desigualdad. Asunto capital que exige tener acceso a las mismas oportunidades y no verse condenado a sobrevivir sin posibilidad alguna de progresar y desarrollarse como sí lo hacen otros.

El liberalismo y sus desencantados, Francis Fukuyama, 2022, Editorial Deusto.

10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

«Algo va mal» de Tony Judt

Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

La crisis económica y financiera de 2008 se llevó por delante a una parte de la clase media del mundo occidental. Curiosamente, los que disfrutaban de situaciones más sólidas apenas se vieron perjudicados. Es más, se enriquecieron, tal y como ha vuelto a ocurrir en los últimos meses. En una configuración del mundo en la que todo se mide única y exclusivamente por lo económico, esto les situó en la posición de ganadores. Doblemente, porque las cifras de sus cuentas de ahorro les permiten acceder a unos servicios a los que otros no tienen acceso, como son una sanidad o una educación de calidad prestada por operadores privados. Mientras tanto, la sanidad y educación facilitada por las administraciones públicas se han visto depauperadas y si la tendencia sigue así, llegará el día en que no serán ni la sombra de lo que fueron ni de lo que pudieron llegar a ser.

Ahora que parece que estamos dejando atrás la pandemia del covid, no está de más recordar lo que el también autor de Pensar el siglo XX nos contaba sobre los estragos que generó el egoísmo individualista y el arrinconamiento de la colectividad que supone la figura del Estado. Una situación cuyo inicio se remonta a los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y su apuesta por las privatizaciones, que se consolida con la caída del muro de Berlín y la reducción de las ayudas públicas y toma velocidad de crucero con la globalización. Algunos creían que esta progresión se iba a corregir con la caída de Lehman Brothers, pero visto lo visto, no hay duda alguna de que se ha prolongado hasta nuestros días. Las medidas que la mayor parte de los gobiernos nacionales e instituciones supranacionales implementaron hace una década solo sirvieron para hacer aún más débil y dependiente a quien no tuviera más recursos que a sí mismo.  

Cierto es que el mundo es ahora mucho más rico que décadas atrás, pero desde finales de los años 70 las desigualdades entre acaudalados y necesitados han aumentado, los salarios de los primeros multiplican obscenamente los de los segundos. Resultado de un neoliberalismo que de liberalismo ha tenido bien poco. Su máxima ha sido la ley del más fuerte y servirse de los elementos de la democracia, de todo aquello que nos une. Más para controlarnos (invirtiendo en defensa, seguridad…) que para hacernos progresar (cultura, pensiones, transporte…).

Una apisonadora frente a la que la socialdemocracia, que gobernó buena parte de Europa durante décadas tras la II Guerra Mundial y que inspiró el New Deal que consolidó a EE.UU. como primera potencia del mundo, no ha sabido articular un discurso sólido y con visión de futuro. Arrastrada por sus errores, por la concreción de sus debates -más sobre cuestiones acotadas a determinados grupos sociales que sobre su conjunto-, su desorientación ideológica tras la caída del comunismo y por el aburguesamiento de sus líderes, no solo no se ha identificado como alternativa, sino que tampoco ha actuado como muro de contención.

De esta manera se dejaba completamente atrás el acuerdo, la entente y la convicción que surgió tras 1945 de que la creación de riqueza económica tiene que ir acompañada obligatoriamente de búsqueda de la igualdad social y de que el papel del Estado es hacer que así ocurra (redistribuyendo adecuadamente lo recaudado vía impuestos). Curioso que los que más han apostado por la globalización -señalando que son los mercados los que nos han de gobernar y no las administraciones públicas- ejemplificaban al tiempo un estilo de vida representativo del más absoluto individualismo; o que hayan seguido predicando la eficiencia y productividad del sector privado mientras clamaban el rescate público de sus bancarrotas (he ahí los miles de millones entregados para salvar de la ruina a constructoras de autopistas y entidades financieras).

Pero más allá de su aguda mirada al pasado, el valor extra que tiene Algo va mal leído hoy es su previsión de hacia dónde consideraba Tony Judt que íbamos en 2010. Un panorama en el que buena parte de la clase media se entregaría al discurso populista y nacionalista de la ultraderecha en la creencia de que ahí encontraría el apoyo y la solución al abandono sufrido por las instituciones y la clase política. Un vaciamiento de buena parte de la geografía rural como consecuencia de la descuidada e ineficaz gestión de las redes de comunicación. O la insatisfacción de una juventud educada bajo la creencia de que iba a vivir mejor que sus padres, pudiéndose dedicar a aquello para lo que se estaban formando y encontrándose años después, si acaso, con salarios mínimos a la sombra de aquellos que habían contado con fondos para pagarse una prestigiosa escuela de negocios y oportunidades gracias a su restringida red de contactos.

¿Hemos aprendido de los errores? ¿Están dispuestos a ceder los que se han beneficiado de la injusticia? ¿Se harán escuchar los perjudicados? ¿Tendrá nuestra clase política la honestidad, arrojo y valor suficiente para ponerle fin a esta situación?

Algo va mal, Tony Judt, 2010, Editorial Taurus.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

«El naufragio de las civilizaciones» de Amin Maalouf

Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor. Un texto que destaca todo lo bueno que hemos conseguido a nivel global, pero advierte de las tendencias nacionalistas y totalitarias que nos lastran desde finales del pasado siglo.

El naufragio de las civilizaciones es un relato cronológico en el que Amin Maalouf relaciona fechas, lugares y personajes públicos, expone cómo sus intuiciones se transforman en hipótesis y estas en ideas que contrasta, confronta y complementa. Sin establecer causas fijas ni sentenciar consecuencias, pero dando forma a un argumentario sólido con el que explica cómo hemos pasado de un panorama geopolítico a principios de los 50 en el que parecíamos ir, sino hacia la cohesión colectiva, sí al menos hacia la convivencia tras la II Guerra Mundial, a un cúmulo de naciones y colectivos de toda índole -religiosa, social, política- enfrentados en una feroz y salvaje carrera por el control individual, el dominio ideológico y el poder económico.  

Su punto de partida es el origen egipcio de su familia materna y cómo lo perdieron todo con el cambio de monarquía a república en Egipto, como sistema de gobierno, en 1952. Un acontecimiento al que se sumaron las tensiones, luchas y presiones internas entre unos grupos y otros, tanto en cada uno de los nuevos estados árabes -antiguas colonias inglesas y francesas, hasta con un pasado otomano previo- como entre sí, y entre ellos con Israel (especialmente tras la Guerra de los Seis Días en 1967) que derivó en una exaltación identitaria ligada a la religión. Lo que habían sido territorios de creatividad, diálogo y convivencia entre distintas creencias y orígenes étnicos, mutaron en casos como su Líbano natal, en escenarios de combate que acabaron con toda posibilidad de desarrollar una vida plena.  

Un proceso al que se sumaron otros como la guerra fría entre EE.UU. y la URSS por la hegemonía mundial, ejecutado por ambos más a golpe de intervencionismo que de alianzas, pero en el caso de los soviéticos transformando los ideales del comunismo en una senda de decadencia moral, económica y social para los países en que ejercían su influencia. Pero si hay un año que Maalouf destaca especialmente en su análisis es el de 1979, denominándolo el de las revoluciones conservadoras, en el que las casualidades y las causalidades convergieron para hacer llegar al poder al Ayatolá Jomeini en Irán y a Margaret Thatcher en el Reino Unido, a quien seguiría meses después Ronald Reagan en EE.UU. La confrontación total con el mundo occidental y la exaltación radical del primero, y el desprestigio que hicieron los segundos del papel del Estado como garante de la igualdad de todos los ciudadanos en pro del individualismo y la competitividad económica, supuso el definitivo punto de inflexión que nos ha llevado hasta donde estamos hoy.

A partir de ahí, la historia de nuestras últimas décadas no va pasando de un capítulo a otro, sino que parece ir cuesta abajo, cogiendo velocidad y sin pulsar el pedal del freno, sirviéndose incluso de los espectaculares desarrollos tecnológicos, científicos y técnicos que hemos alcanzado. La caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS, el surgimiento del terrorismo islamista, los movimientos independentistas y populistas, el Brexit, el control de las redes de telecomunicaciones, el cambio climático, las aspiraciones de las nuevas grandes potencias (Rusia, China)… Amin no es pesimista, pero ve riesgos y advierte de que debemos hacer algo si no queremos que, aunque nuestro estilo de vida siga bajo coordenadas de modernidad y tecnificación, esté más ligado a sistemas en los que tengamos que protegernos de la represión institucional que en los que poder desarrollarnos libre y plenamente.

Amin Maalouf, El naufragio de las civilizaciones, 2019, Alianza Editorial.

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

“Shock (El Cóndor y el Puma)”

El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

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¿Cómo se llega a ese momento en que el ejército de tu país bombardea la residencia del Presidente del Gobierno y miles de ciudadanos son hechos presos y después desaparecen sin dejar rastro? ¿Qué permite que sean sentenciados sin saber de qué se les acusa y que muchos niños sean arrebatados sin más de los brazos de sus padres? Antes de responder, Andrés Lima nos retrotrae dos décadas atrás, a un previo difuso en el que se comienzan a definir los valores y los principios que supuestamente debíamos seguir para desarrollarnos. Una propuesta formulada con una calculada ambigüedad que aún hoy parecer como positivo aquello que solo lo es en su superficie, ya que en su fondo propone unos mecanismos de acción y control para beneficio único y exclusivo de aquellos que ostentan el poder (ese ente mitad político, mitad económico).

Shock se inicia en esa nebulosa etérea e incierta que a unos les seduce y anestesia con su discurso de buenas palabras y que a otros les pone en alerta. Los primeros se verán sacudidos y los segundos se sentirán agredidos tanto cuando estalle la realidad a que dio pie aquel caldo de cultivo como el espectáculo teatral en que se convierte El cóndor y el puma. Un todo que apela a las sensaciones y las emociones a partes iguales, no dejando que haya un segundo de descanso. El drama, la tragedia, la comedia y el esperpento se entremezclan con el relato de los acontecimientos que ya conocemos. Pero contados a través de las personas que estuvieron ahí, de las que tomaron las decisiones, de las que las ejecutaron y las que las sufrieron.

Son sus propias palabras las que nos trasladan a los despachos de la Casa Blanca en los que se respiraba ambición y soberbia y a esa sociedad hipnotizada por el rock’n’roll de Elvis Presley mientras a miles de kilómetros se imponía el neoliberalismo y se silenciaba a una nación dando 44 balazos a Victor Jara.

Sobre el escenario girante del Valle-Inclán se cuenta cómo, a la sombra del sueño americano, se organizó, instruyó y capacitó a los militares del sur del continente para cambiar gobiernos mediante golpes de estado y eliminar a los disidentes recurriendo a la tortura y al asesinato con total impunidad. Hechos que se relatan en una superposición de imágenes, personajes e intervenciones tan abrumadora como eficaz. La frialdad de los datos tomados de los documentos desclasificados, las preguntas que hacen los informadores cuando el periodismo se dedica a buscar la verdad, y los relatos de aquellos que se vieron convertidos en algo que nos hace preguntar hasta dónde puede llegar el hombre cuando en lugar de actuar como un ser humano lo hace como un animal.

Un teatro documental en el que sus seis intérpretes encarnan a un total de 38 personajes en lo que solo se puede definir como un caudaloso torrente de entrega total y eficaz saber hacer. La procacidad con que Ernesto Alterio alterna a Videla y Maradona durante la evocación del mundial de fútbol de 1978, convirtiendo la sala en un campo de juego es poco menos que sublime. La camaleónica capacidad con que Ramón Barea pasa de ser Allende a Pinochet o Nixon. O la rotundidad de María Morales, haciéndose dueña de la sala en todos sus registros, ya sea en la asertividad periodística o en el delirio del episodio de Margaret Thatcher haciendo que lo que hasta un momento antes era un páramo de dolor se convierta en un lugar lleno de risas. Sin olvidar a Natalia Hernández, Paco Ochoa y Juan Vinuesa, tan versátiles, prolíficos, capaces y exitosos como sus compañeros.

Súmese a ellos la finura de los textos de Albert Boronat, Andrés Lima, Juan Cavestany y Juan Mayorga, lo acertado de las videocreaciones y la expresiva iluminación para lograr un resultado es redondo. Shock (El Cóndor y el Puma) resulta ser un montaje teatral tan impresionante como la Historia (que no historia) que nos cuenta.

Shock (El Cóndor y el Puma), Teatro Valle-Inclán (Madrid).

«Pride», una gran película

Un título que va más allá de ser un magnífico entretenimiento y una historia contada de manera espléndida, tiene alma, transmite vida, ilusión y ganas de un mundo mejor, despierta el corazón y agita la mente.

pride

Han pasado ya treinta años de los acontecimientos que cuenta esta producción, las huelgas de mineros británicos frente a la administración Thatcher y su plan por acabar con la producción de carbón patrio. El gigante del liberalismo económico aplastando al pequeño David, comunidades locales dedicadas desde muchas generaciones atrás a explotar los recursos naturales más cercanos. Un diminuto agente económico, social y humano acusado por los que gobernaban de conservador e inmovilista por negarse a evolucionar y adaptarse a los nuevos principios que según ellos habían de regirnos como sociedad. Por otros, en cambio, considerados adelantados a su tiempo como precursores de la sostenibilidad. Frente a los planteamientos macroeconómicos de unos, la dura realidad microeconómica de los segundos, parece que hay cuestiones que siguen repitiéndose.

Los 80 fueron años convulsos, las coordenadas de bienestar social en las que se había asentado Occidente tras la II Guerra Mundial comenzaban a resultar insuficientes, ya no bastaba con vivir en un mundo sin guerras. Era el momento de dar un paso adelante y reconocer la diversidad, de pasar de una sociedad homogénea a una en que las diferencias se vieran como lo que son, como características enriquecedoras que forman parte de la naturalidad de la vida. Tras la revolución sexual de los 70 tocaba conseguir que lo que se practica en la intimidad tuviera también una faceta cotidiana, pública y visible, que el canon heterosexual dejara de ser una tabula rasa y se reconociera que la realidad está también formada por parejas de dos hombres o dos mujeres.

Así es como salieron a la luz dos realidades sociales y el binomio argumental que recoge esta película, el orgullo de una manera de ganarse la vida y el orgullo de una forma de ser ante la vida y como ambos pueden unirse para conseguir que lo que podría ser algo épico se convierta en lo que debe ser, en reconocimiento completo y transparente, sin ambigüedades ni condescendencias bajo términos condescendientes como aceptación o tolerancia.

“Pride” es un relato que recoge aquellos acontecimientos alejándose de los lugares comunes que tienen muchos “basado en hechos reales” y crea una estructura en la que da cabida a una serie de personajes que bien podrían ser una muestra sociológica de aquel momento. A su vez, dentro de ese espectro colectivo, cada uno de ellos tiene también su propio espacio individual, con sus sueños y esperanzas, miedos y deseos, manías y costumbres. Un completo universo humano entre Londres y una pequeña población de Gales en una historia escrita con una tremenda sensibilidad. El guión de Stephen Beresford es de una profunda e íntima autenticidad, construido tanto a través de instantes como de historias que se prolongan en el tiempo, de diálogos que son tan frescos y emotivos como sinceros y espontáneos. Piezas que encajan a la perfección mostrando cómo funcionan las relaciones en ambientes colectivos, festivos o familiares,  cómo surgen o se consolidan los vínculos entre personalidades similares o cómo de la unión de diferentes maneras de entender y vivir la vida puede surgir un gran enriquecimiento.

Sumado a este extraordinario punto de partida está la dirección de Matthew Warchus haciendo que la cámara plasme esas identidades y momentos de nuestra historia reciente como testigo natural, sin efectismo alguno, encuadrando de manera cercana un repertorio de situaciones y momentos cotidianos que se convierten en extraordinarios cuando las personas dejan a un lado los convencionalismos y muestran su lado más humano. Sin perder la sonrisa, con el buen humor como bandera y dejándonos sorprender por lo que la vida tiene por enseñarnos demuestra que de la unión surge la fuerza y si nos sumamos, nos  enriquecemos y mejoramos.

El tercer brillante pilar que conforma “Pride”, los actores de su extenso reparto coral, entre los que destacan el brillante Bill Nighy amante de la poesía, la enérgica Imelda Staunton convencida de sus valores, un vibrante Dominic West liberado de pudores y prejuicios, o jóvenes caras como las de Ben Schnetzer como el impulsor de que el movimiento gay apoye al de los mineros, George MacKay pugnando por no dejarse hundir por las imposiciones familiares o Faye Marsai demostrando que si se lucha se consigue ser libre.

Súmese a todo esto otro motivo más para disfrutar con esta película, su banda sonora. Más de 30 canciones utilizadas en el momento correcto según su ritmo y letra y que podría considerarse no solo la de la Inglaterra de aquellos primeros años 80, sino también la de toda Europa con grupos como Queen (I want to break free), Frankie goes to Hollywood (Relax), Pet shop boys (West end girls), Bananarama (Robert de Niro’s waiting) o The Communards (For a friend).

De vez en cuando llegan a la cartelera estrenos que sin trailers efectistas ni campañas de marketing basadas en el bombardeo mediático brillan con luz propia y se quedan de manera perenne en el recuerdo de sus espectadores, convertidos además en hacedores de su notoriedad a partir del boca a boca que ellos mismos generan. “Pride” es un claro y merecedor ejemplo de su éxito, el de hoy ya lo ha conseguido, ahora solo queda ver si este merecido reconocimiento conseguirá el logro de permanecer con el paso del tiempo.