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A Instagram no le gusta el “Archivo Postcapital” de Daniel G. Andújar

No es nada novedoso contar que una red social nos ha censurado una imagen subida a nuestra cuenta. Pero no por ello debemos dejar de denunciar la incoherencia de empresas que censuran el arte, el debate y la crítica razonada al tiempo que se mantienen voluntariamente silentes y cómplices ante la manipulación que mentirosos y malintencionados ejercen de sus funcionalidades.

Miércoles por la tarde. Como en tantas otras ocasiones entro en el Museo Reina Sofía a dar una vuelta. A mirar y ver, a inspirarme y dejarme llevar. A descubrirme en lo que observo y ser sorprendido por lo que me apela. Preso de la novedad acudo a Éxodo y vida en común, la última de las secciones que conforman la nueva reorganización de sus fondos que exhibe la institución. De vez en cuando echo mano del móvil, me gusta fotografiar las piezas que me llaman la atención. Sueño con hacer algún día algo con ellas. Un registro de registros, un collage de instantes, un algo por concretar. Y en esas llego a la sala 103 y quedo prendado por lo que podría ser todo ello a la vez, la instalación Archivo Postcapital de Daniel García Andújar (Almoradí, 1966).

Una pieza catalogada como instalación de un conjunto de archivos multimedia, datada entre 1989 y 2001. Compuesta por un cubo de grandes dimensiones, con dos paredes rojas y otras dos en las que se proyectan secuencias que parecen obtenidas de archivos informativos, y un conjunto de imágenes fotográficas desde dos paredes cercanas con un tono visual entre el fotoperiodismo y la intención publicitaria. Pero todas ellas con una propuesta crítica y mordaz, sin edulcorante ni medias tintas, obvias y claras en su mensaje. Sexo, terrorismo y neoliberalismo. Democracia, capitalismo y belicismo. Conceptos unidos y enfrentados de manera diferente en cada instantánea y entre todas ellas, conformando un caleidoscopio que sacude la lógica a la que estamos acostumbrados, la comodidad de las convenciones en que basamos nuestra interpretación del mundo en el que vivimos, los límites de lo que estamos dispuestos a concebir y observar.  

Lo que García Andújar muestra resulta abrupto y nada displicente. Pero no por lo que plasma en sí, sino por la verdad que hay en ello. Por la objetividad de su asertividad. De ahí que me quedara pasmado, epatado por la figura de la mujer de rodillas, personaje propio de una producción X, entregada a la sexualidad de una pistola que agarra de manera que no es poseedora de ella, pero sí responsable de apretar el gatillo si llegara el caso. Prorrogando el arma, una desnudez masculina erecta. De fondo, una escenografía blanca y pulcra, amplia e iluminada, que con su evocación monetaria hace aún más sórdido lo que ahí está ocurriendo. 

Provocadora sin duda alguna. Mas, ¿acaso miente? ¿No es real que muchas mujeres –32 millones en todo el mundo, según el Parlamento Europeo- se ven obligadas a realizar lo que ahí se deduce porque si no, les ocurriría lo que ahí se ve? ¿No es cierto que la prostitución supone todo un negocio -en nuestro país, nada más y nada menos, que el 0,35% del PIB según el Instituto Nacional de Estadística? Y visualmente, ¿no es verdad que es una composición estética, correctamente encuadrada y eficazmente interpretada? Motivos que ahora razono con más detalle, pero que de manera más sucinta me hicieron tomar la instantánea que aquí se ve y que acto seguido me propuse compartir como story en Instagram.

No negaré que pensé lo que podía ocurrir, pero aún así lo hice, la subí marcando el lugar en el que estaba. Tardaba en cargar, di por hecho que debía ser por un tema de cobertura provocado por la solidez de los muros diseñados por Sabatini en el s. XVIII. Acerté y me equivocaba. Minutos después me saltaba un mensaje que me acusaba de infringir las normas de Instagram y de no expresarme de manera respetuosa, de poner en peligro el “lugar auténtico y seguro en el que las personas puedan encontrar la inspiración y expresarse” que dice ser.

Aparentemente la censura o filtro no fue debido a la sexualidad de la imagen, “se aceptan desnudos en fotos de cuadros y esculturas”, aunque quizás quede excluida de esta afirmación por ser una fotografía. Como de la de “cumplir la ley”, no me imagino a la dirección del Museo Nacional Reina Sofía yendo en contra de esta. ¿Por qué no optó Instagram por, como he visto en otras ocasiones, en pixelarla y colocar sobre ella el mensaje “esta imagen puede herir tu sensibilidad”? Algo similar es lo que hace el museo cuando se entra en esta sección de su exposición. De esta manera demuestra ser consciente de que lo que te vas a encontrar puede no ser lo que esperas, pero sin dejar de tratarte como un adulto que no sabe relacionarse con la realidad.

Nada nuevo, meses atrás la Academia de Bellas Artes francesa ya señaló el freno a la divulgación de la historia del Arte que supone la actitud de los algoritmos frente a obras maestras como El origen del mundo de Gustave Courbet y La libertad guiando al pueblo de Eugène Declaroix. El universo Zuckerberg no entiende de igualdad, justicia y conocimiento como dice querer promover. Si así fuera, no permitiría el atentando continuo contra la propiedad intelectual de los creadores -tal y como denunciaba recientemente William Deresiewicz en La muerte del artista– y, por tanto, de su sostenibilidad, que son sus plataformas. Una muestra más del universo de la paradoja y la incongruencia sistematizadas que expone Daniel García Andújar en su Archivo Postcapital.  

“Tiempo de silencio” de Luis Martín-Santos y Eberhard Petschinka

La gran novela, retrato social de la España que luchaba por sobrevivir a principios de los 60, convertida en un potente texto teatral con ecos de las tragedias griegas. Un libreto que además de dar forma dramática a lo narrativo, es capaz de darle un toque de autenticidad para no ser únicamente una adaptación sino un trabajo dotado con su propia dosis de originalidad.

Los personajes ideados por Martín Santos en 1962 son también los protagonistas de esta función estrenada en el Teatro de la Abadía en 2018. Pero más allá del saber hacer de su adaptador, el elemento que hace que Tiempo de silencio siga siendo igual de brillante sobre un escenario que en formato impreso, está en el hecho de haber convertido a su narrador omnisciente en un coro griego formado por los mismos intérpretes que dan vida a los personajes.

Surgiendo del fondo del escenario y de entre las líneas de su texto, nos dan las coordenadas geográficas y temporales de la ficción en la que nos encontramos. Contándonos qué clase de sitio es cada uno de los que conoceremos, qué ha provocado la atmósfera que se respira en ellos, cuáles son los tonos objetivos y los matices subjetivos de esos ambientes. Haciéndonos sentir como seres privilegiados por tener las claves que les faltan a los que habitan ese Madrid de finales de los 50, principios de los 60, para saber situarse en un mundo tan poco benévolo, tan cruel, duro y sórdido (hambre y frío, malos tratos, pobreza y miseria…) con sus habitantes.

Unas sombras que dan sustento a lo verdaderamente importante, a la propuesta de cuatro actores y tres actrices encarnando a los personajes en los que toma cuerpo cuanto le sucede al joven Pedro. Un investigador con más ganas que medios para conseguir avanzar en la lucha contra el cáncer que repentinamente se ve asistiendo a un aborto no solo ilegal, sino en condiciones tan denigrantes y clandestinas como insalubres.

Las escaseces del laboratorio -las propias de un país gobernado por un dictador que niega toda libertad y derecho a su pueblo- le llevan a la chabola del Muecas, donde conoce de primera mano la indigencia, la vergüenza y la indignidad de los lugares donde no hay, no se tiene y no se respeta la moral, ni los vínculos ni la integridad física y psicológica de las personas. Situación pareja a la de la pensión en la que vive, negocio regentado por una abuela, una hija y una nieta guiadas por la avaricia, el interés y la falta de escrúpulos. Y ante la que se presenta como un espejismo de acogida, escucha y calor humano la casa de citas regentada por Doña Luisa.

Además de lo ya señalado sobre su estructura formal, este texto destaca también por su potente redacción. A medio camino entre la parquedad castellana propia del centro peninsular y la crudeza de esa poesía que resulta estremecedora, no por la belleza que crea manejando el lenguaje, sino por la desnudez con que muestra lo que se vive, se piensa y se siente. En este sentido, los monólogos con que se inicia y cierra este Tiempo de silencio son dos pequeñas piezas sobresalientes por sí mismas.

Una excelencia literaria con la que Petschinka, más que mostrarnos o presentarnos, nos hace acompañarle en su viaje por los recovecos internos de las conciencias en las que se adentra, los conflictos que viven y las bulas morales que se otorgan los que buscan sobrevivir. Y en segundo, pero constante plano, la negación de todos a reconocer y respetar la verdad y la justicia por miedo a llamar la atención del régimen político, social y económico imperante.

Tiempo de silencio, Luis Martín-Santos y Eberhard Petschinka, 2018, Ediciones Irrevente.

10 montajes teatrales de 2020

El teatro es como ese navegante que, cueste lo que cueste, siempre se mantiene a flote. Te hace reír, llorar y pensar. Te abstrae, te incomoda y te sacude. Te saca de tus coordenadas y te arroja a las vicisitudes de mundos que ignoras, esquivas o desconoces. Te aporta y te da vida, te engrandece.  

«Prostitución». De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces.

«Carmiña». Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio puso el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite. Un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único y dándole una solvente entidad dramática.

«Los días felices». Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

«Curva España». El muy peculiar humor gallego de Chévere. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

«Traición». Israel Elejalde convierte la construcción literaria y psicológica entre el silencio, los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas de Harold Pinter en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.

«Con lo bien que estábamos». Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando.

«El chico de la última fila». Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

«Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero». La muerte es una etapa más, la última de la materialidad, sí, pero también la del paso a la definitiva espiritualidad, que en el caso del que se va no se sabe en qué consiste, pero para el que se queda adquiere denominaciones como legado, recuerdo, homenaje y honramiento.

«Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra». Activismo feminista y ecologista, dramaturgia, plasticidad, danza, crítica social y notas de humor en un montaje que va del costumbrismo al existencialismo en una historia que recorre nuestras tres últimas décadas.

«Macbeth». La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia.

A propósito de las “Invitadas” del Museo del Prado

Después de dos horas de visita disfrutando con esta exposición sobre cómo el mundo de la pintura fue de 1833 a 1931 un espejo de las maneras del heteropatriarcado de la sociedad de entonces, y el escaso hueco que las mujeres pudieron hacerse en él, seguí reflexionando sobre cuánto de lo que había visto y leído sigue vigente en nuestra actualidad.

Falenas, Carlos Verger, 1920 (fragmento).

El mundo de las bellas artes no es la única parcela creativa en la que los hombres han hecho de todo por anular a las mujeres. Desde negarles la formación o la participación en exposiciones, no considerar su valía ni la excelencia de sus trabajos, o cuando la autoría de las obras no estaba clara, dar por hecho que esta correspondía a uno de ellos. Algo así, y aunque sea aplicado a la literatura, a coordenadas anglosajonas y a un marco temporal más amplio, es lo que contaba Joana Russ en 1984 en su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

Como personajes se las ha caricaturizado (valga como ejemplo Juana I de Castilla en lo político) y si nos fijamos en universos como el de la mitología, hemos justificado con nuestro lenguaje épico y heroico el comportamiento y la actitud del hombre. He ahí el mito de Dafne, a quien no le quedó otra que convertirse en un árbol de laurel para evitar que Apolo ¿se apropiara? de su cuerpo. Frente a la visión condescendiente que hemos leído y escuchado una y mil veces, considérese cómo cambia este episodio al ser narrado desde un punto de vista como el de Irene Vallejo.

La reina doña Juana la Loca recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina, Francisco Pradilla y Ortiz, 1906

Cuando se trata la prostitución se pone el foco en ellas, culpándolas y castigándolas con el desprecio social mientras que ellos, incluso en estas situaciones, suelen aparecer como caballeros galantes. Muchos años después seguimos con prejuicios similares. Incluir la sexualidad en los currículos educativos es casi un tabú, por no habla de poner el foco en el papel proxeneta que los denominados clientes y empresarios del gremio tienen en la oscuridad, violencia y alegalidad de esta actividad. Sin olvidar que quienes más conocen de este asunto, ellas, no son escuchadas como debieran (tal y como denunciaba Prostitución, reciente montaje teatral).

La bestia humana, Antonio Fillol, 1897.

Rostros de niñas, pero cuerpos desnudos con actitud insinuante. Esclavas con un pecho al aire. Tentadoras con curvas sinuosas. ¿A qué nos suena? A cantidad de imágenes fijas y audiovisuales, publicidad y cine, donde el canon impone que ellas tienen que ser belleza, sexo y sugerencia interpretando roles, desplegando actitudes y adoptando poses ficticias. ¿Sucede lo mismo en el caso masculino? ¿Hay consolidado, en ese caso, un referente literario como la Lolita de Nabokov, un estilo fotográfico tan marcado como el de las marcas de lujo o grupos de personajes como las impuras demoníacas que ofrecían a San Antonio lujuria, poder y riqueza?

Inocencia, Pedro Sáenz, 1899.

Otro tanto sucede con los arquetipos de la apariencia. Por un lado, la mujer castiza, encarnación de la identidad, la tradición, los principios y las buenas costumbres de la nación, con asuntos propios al margen de los económicos y políticos que eran «cosas de hombres». Por otro, las maniquíes de lujo, las abanderadas de las nuevas estéticas y los comportamientos lúdicos asociados a estas. Unas y otras con sus correspondientes vestuarios, complementos y miradas al espectador. ¿No es así como siguen catalogando hoy muchos medios de comunicación a las que ejercen cargos políticos, empresariales o de cualquier otra clase?

Una manola, Ignacio Zuloaga, 1913 y María Hahn, Raimundo de Madrazo, 1901

En cuanto a la censura que sufrieron algunas obras por considerarse moralmente irrespetuosas o explícitamente groseras. ¿Guarda esto similitud con el bloqueo de las redes sociales a las publicaciones que incluyen reproducciones de desnudos artísticos? ¿O con los tapados momentáneos a que son sometidos determinadas representaciones en su lugar de origen para no herir la sensibilidad de visitantes adinerados y poderosos de otras culturas?

La jaula, José María López Mezquita, 1912-14

Como anecdotario, el fondo negro de La Mona Lisa copiada por Emilia Mena en 1847 (Patrimonio Nacional) nos retrotrae al tiempo anterior a que esta supuesta hermana menor de La Gioconda recuperara su paisaje en la restauración que se le realizó entre 2011 y 2012. La composición de las figuras de Adán y Eva con el fondo arbolado en El primer beso de Salvador Viniegra (1891) me recordó a la novia lorquiana cual Pietà, con Leonardo en sus brazos, de la película de Paula Ortiz (2015).

El primer beso, Salvador Viniegra, 1891.

Para finalizar, y ahora que el Museo del Prado ha contado cómo durante el período 1833-1931 las mujeres no tuvieron la oportunidad de participar en la definición y ejemplificación del canon artístico, ¿corregirá su propia versión de este? Sería difícil de comprender que este discurso no fuera integrado en el más amplio de su permanente. No se trata de enmendarlo, sino de ampliarlo. ¿Debiera implicar también una revisión de los textos de su enciclopedia y de las cartelas explicativas que podemos leer actualmente en sus salas tal y como han hecho otras instituciones como el Rijksmuseum? ¿O sucederá como con las alusivas al testimonio LGTB que lucieron en 2017 la treintena de pinturas, dibujos y esculturas que formaron el recorrido La mirada del otro y que desaparecieron tras el fin del WorldPride Madrid? Curiosa coincidencia que Rosa Bonheur sirva de enlace entre aquella y esta muestra.

El cid, Rosa Bonheur, 1879.

La exposición (131 obras distribuidas en 17 secciones), comisariada por Carlos G. Navarro, queda cerrada con estas palabras de Emilia Pardo Bazán (Memorias de un solterón, 1896) que me parecen de lo más acertadas: “Solo aspiro a gozar de la libertad… no para abusar de ella en cuestiones de amorucos…, sino para interpretarme, para ver de lo que soy capaz, para completar, en lo posible, mi educación, para atesorar experiencia, para…, en fin, para ser algún tiempo y ¡quién sabe hasta cuando!… alguien, una persona, un ser humano en el pleno goce de sí mismo”. El derecho a la libertad como paso previo a la igualdad de oportunidades.

Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), Museo del Prado, hasta el 14 de marzo de 2021.

«Prostitución»

De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces. Sin embargo, Andrés Lima consigue centrarnos, sorprendernos e incomodarnos situándonos en los prismas externos no mediáticos y en la complejidad de los internos de una realidad con la que no solo convivimos, sino que fomentamos y sustentamos.

El sexo sobre un escenario suele ser erotismo y pasión, materialización de una atracción, o excusa para la comedia y la hilaridad valiéndose de nuestros pudores y vergüenzas. Cuando quien nos causa la sonrisa es el sarcasmo de una prostituta deslenguada, la carcajada llega enseguida. Pero nos quedamos en la fachada de su discurso, en los eufemismos de su retórica, solo así le permitimos acercarse y dirigirse a nosotros. Así comienza Prostitución, y cuando nos tiene relajados, felices y contentos sintiéndonos lejos, por encima, ajenos a esos y esas que no somos nosotros, entonces es cuando este montaje nos sacude y nos introduce en lo que no queremos escuchar.

Los espejos expuestos hasta entonces, la hipocresía social y la mafiosa criminalidad en que se sustenta esta actividad, estallan en mil pedazos para dar voz a sus protagonistas. Las mujeres -y aunque en menor proporción, también los hombres- que se ven obligadas a dejarse usar para sobrevivir porque nuestro modelo de sociedad no les da un sitio digno en sus coordenadas clasistas, por haber sido condenadas mediante el abuso y la violación con el que fueron dañadas físicamente y heridas psicológicamente, porque el endémico patriarcado dice desde tiempos inmemoriales que el hombre gobierna y la mujer obedece, que él es la razón y ella el cuerpo que ser usado.  

En Prostitución son ellas las que nos cuentan la verdad que no queremos ver ni escuchar, que no nos relatan los medios de comunicación ni nos transmiten la asertividad de las cifras (en España nos gastamos 5 millones de € diarios en servicios de prostitución, actividad ejercida por 100.000 personas) y los discursos oficiales de las instituciones públicas. Meretrices, prostitutas, putas, con dignidad, con orgullo, con derechos, con personalidad, a pesar de los caprichos de sus clientes, de las imposiciones de sus proxenetas, de las barreras del sistema y del rechazo de la sociedad. La dramaturgia de Albert Boronat y Andrés Lima hace visible lo invisible, nos obliga a enfrentar lo que hemos decidido ignorar y evita hábilmente las trampas de la demagogia tertuliana sobre el tema.

Sobre esa base, una puesta en escena dirigida por Andrés Lima de manera inteligente, ágil y con ritmo que lo mismo nos sitúa trabajando al aire libre en un polígono industrial, en mitad de un bosque, en una casa de citas, en un prostíbulo o nos abstrae para trasladarnos las palabras de referentes en la materia como Virginie Despentes o Amelia Tiganus.

Todo lo técnico confluye, subraya y ensalza tanto la propuesta dramatúrgica como lo que Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste demuestran ser, por si no lo sabíamos ya, tres monstruos interpretativos. No solo por la multitud de personajes que encarnan cada una de ellas, la fastuosa manera en que mutan de unos a otros y la profundidad que les dan, también por la versatilidad de registros que les exige su participación en un recorrido tan extenso.

Prostitución es comedia, drama, acción, monólogo, diálogo, coordinación, música en directo, destrucción de la cuarta pared, movimiento, presencia y entrega corporal, cambios de vestuario y peluquería, acentos extranjeros, inmigrantes irregulares y debate sobre los derechos humanos. Es la intensidad de la tragedia clásica y la versatilidad y experimentación más actual. Igual que Jauría hace un año, esta obra no es solo teatro, es también pedagogía y sensibilización sobre un tema ante el que no hay medias tintas, tanto si pagas como si callas estás colaborando con lo que tiene de ilegal y criminal.  

Prostitución, en el Teatro Español (Madrid).

«Vestidas de azul» de Valeria Vegas

A partir del documental con el mismo título que sobre seis mujeres transexuales Antonio Giménez-Rico dirigiera en 1983, Valeria nos cuenta cómo era percibida la transexualidad en España en los años de la transición. También, y valiéndose de sus protagonistas, relata las escasas posibilidades que este colectivo tenía de ganarse la vida y cómo esto afectaba tanto a su bienestar presente como a sus posibilidades de futuro.

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El término diversidad ha existido desde siempre en nuestro diccionario. Acompañado del adjetivo sexual solo recientemente en nuestra sociedad. Un concepto inimaginable hace cuarenta años cuando solo se consideraba la heterosexualidad normativa en la que el hombre era el sujeto activo y dominante y la mujer alguien sumisa y sin voz ni voto.

Una herencia de la imposición ultracatólica de la dictadura franquista que había tomado forma en leyes como la de peligrosidad social y rehabilitación social aprobada en 1970 (que sustituía a la anterior de vagos y maleantes vigente desde 1933) y que no se derogaría completamente hasta 1989. Cualquier expresión de la identidad y la orientación sexual considerada desordenada y anómala no solo no era respetada, sino que se perseguía, se penaba y condenaba legal y socialmente.

Pero a medida que se materializó la apertura que trajeron consigo la transición y la consolidación democrática en España, se fueron haciendo visibles otras maneras de vivir y manifestar la sexualidad. Aunque durante mucho tiempo solo se permitió en las coordenadas sórdidas de la prostitución y en las lúdicas de la diversión nocturna unida al morbo del desnudo integral de las mujeres transexuales no operadas. Una cosificación de su cuerpo y simplificación de su realidad que se convertía en caricatura con sorna y burla -ignorante unas veces, malintencionada otras- en la mayoría de los títulos que tanto en el cine como en la televisión comenzaron a dar cabida a personajes transexuales.

En todo momento, y con un relato bien estructurado y conciso en su redacción, Vegas expone de manera clara la compleja red de consecuencias que este tratamiento casi universal provocaba en estas personas. Eran ignoradas legal y judicialmente (hasta 2007 no fue posible que su DNI reflejara el género sexual que sienten como propio), lo que hacía imposible su acceso al mercado laboral y las convertía en un colectivo marginado y altamente vulnerable (proxenetismo, drogas,…). Los prejuicios en forma de rechazo familiar y social, hostigamiento policial y desinformación periodística (ligando la transexualidad a la homosexualidad y simplificándola bajo el término de travestismo, tal y como deja claro el buceo en la hemeroteca que ha realizado Valeria) fueron la tónica durante muchos años.

Pero en septiembre de 1983 se proyectó en el Festival de Cine de San Sebastián Vestidas de azul, un documental que por primera vez mostraba a diferentes mujeres transexuales tal y como eran, sin enjuiciarlas ni ridiculizarlas. Un logro resultado del planteamiento respetuoso de Antonio Giménez-Rico y su acierto a la hora de realizar el casting, de dirigir a las mujeres seleccionadas para que se manifestaran libre y espontáneamente, y de contar a través de cada una de ellas algunas de los muchos retos que se encontraban en su día a día.

Un punto de inflexión en unas vidas difíciles, que tal y como muestran las bien planteadas entrevistas con que se cierra este análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española siguieron siéndolo después, pero que iniciaron un camino hacia la normalización y la visibilidad en el que se ha avanzado mucho aunque aún quede otro tanto por conseguir.

Vestidas de azul, Valeria Vegas, 2019, Editorial Dos Bigotes.

«El balcón» de Jean Genet

La balaustrada de esta representación es el lugar desde el que los elegidos miran con aires de superioridad a sus súbditos. Es también la ventana que cierran para, de vuelta en el interior, dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Un burdel donde muestran su parte animal y las personas que son consigo mismos dialogan esquizofrénicamente con los personajes que son para los demás. Jean Genet vomita con inteligencia la absurdez del ser humano, haciendo de ella el arma, el escenario y la consecuencia de su megalomanía.

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Un coronel que gobierna soldados, un obispo que conduce almas, un juez que condena a los culpables. Formados para vencer, para desterrar al mal, para hacer justicia. Líderes que se quedan al otro lado del espejo, reflejos muy lejanos de ese hombre que exige rendición a la mujer que se encierra con él, a la que le viste, ante la que se arrastra suplicando que le permita ejercer su papel. Una casa de latrocinio que es un oasis de relax, una isla amurallada a salvo de la rebelión extramuros, en la que lo que ocurre quizás no sea real, aunque sí verdad, ni las personas que transitan por ella sean auténticas, aunque sí los personajes que encarnan.

El sexo y el desnudo físico es el marketing eficaz, la medusa que atrae con su promesa de placer y sensualidad, una puerta de entrada a algo más oscuro y recóndito, sin lógica ni razón, resbaladizo y camaleónico, salvaje y escurridizo, que se asoma altivo y solemne al balcón que da a la calle para después arrastrarse sinuosamente por el suelo cuando nadie es testigo de él. En este lugar las personas, las mentes y los cuerpos juegan a ser quienes desean ser, pero sin estar dispuestos a renunciar a lo que son fuera de allí. Dos papeles muy alejados, dos caras que nunca se ven, pero unidas en una sucia simbiosis de dependencia, incongruencia e hipocresía.

Ese es el género humano que Jean Genet había conocido y experimentado en los 46 años de vida que tenía cuando estrenó El balcón.  Tiempo en que vio cómo dos guerras mundiales habían matado millones de personas, las familias se traicionaban, los vecinos se vendían y jóvenes como él habían comido lo conseguido en la calle, yendo de cama en cama, de abuso en abuso y de delito en delito. Una experiencia que está tras la supervivencia, la inteligencia, la habilidad y la ausencia de una norma o moral establecida que puede sentirse en todas y cada una de las escenas de esta obra.

Un texto provocador no solo por mostrar mujeres con los pechos descubiertos u hombres vestidos de cuero manejando un látigo para humillar, sino transgresor por hacer de estos elementos recursos necesarios en su propuesta teatral. Muestras de lo profundamente deseado, pero nunca reconocido ni expresado verbalmente y que Genet utiliza de esa manera, integrándolos en lo visual del escenario, en lo gestual de sus actores, pero sin llegar a darles palabras. De esa manera carga su texto y su representación de una tensión tan inteligente como inevitable, que no hace sino aumentar, reforzar y verse apoyada por unos diálogos sagazmente mordaces que revelan a un ser humano hambriento de poder, egoísta, manipulador y banal.

El balcón, Jean Genet, 1957, Alianza Editorial.

“Hombres desnudos” de Alicia Giménez Bartlett

La prostitución masculina vista desde una doble vertiente, la visión de quien la practica como medio de ganarse la vida y las impresiones de quien acude a ella pagando por sus servicios. De uno y otro lado el trasfondo de la crisis económica y la, aún más importante, falta de valores de nuestra sociedad que esta desveló. Tras este propósito, una novela que al margen de lo poco habitual de su temática, no aporta mucho más por lo plano de su narrativa y sus personajes sin trasfondo.  

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Si no fuera por el marchamo de haber recibido el Premio Planeta en su edición de 2015, probablemente este título no sería conocido. Sin semejante carta de presentación –la del galardón mejor dotado de las letras españolas- estos Hombres desnudos hubieran pasado muy desapercibidos ya que resultan poco sugerentes. Podrían serlo por los dos elementos que Giménez Bartlett maneja correctamente. En primer lugar la estructura de lo que quiere contarnos y el devenir por donde quiere llevarlo en una correcta combinación de presentación de personajes y progresión y cruce de tramas. El segundo punto a señalar positivamente es que no recurre en ningún momento a los aspectos que podrían resultar más morbosos y aparentemente sugestivos de la profesión de sus protagonistas.

Su atención está correctamente fijada en los pasajes importantes de sus biografías. Un profesor de literatura sin mayores aspiraciones que la de tener alumnos a los que transmitir lo que se puede sentir leyendo La Celestina o a Dostoievski, y una mujer que un día se ve repentinamente abandonada por su marido y al frente de una empresa familiar. En ambos casos la crisis hace tambalear los cimientos de sus vidas, él se queda en paro por culpa de los recortes y ella ve como el legado de su padre y su vida emocional y social hacen aguas. Como enlace entre ambos un joven que, a pesar de sus muchos límites, ha sabido hacerse a sí mismo superando una infancia de abandono por parte de unos padres drogadictos

Pero más allá de esto, estos personajes resultan curiosos, pero no atractivos. Se les lee en modo pasatiempo, pero no se siente nada con ellos. Resultan planos, no trascienden el papel, no se convierten en compañeros de viaje o guías de un mundo o unas realidades que apetezca descubrir. La narración es siempre un primer plano subjetivo, un recurso con intención inteligente, como esas situaciones que se nos transmiten desde el punto de vista de todos los que están implicados en ella. Con potencial de ser interesantes, pero no lo logran.

Sus diferentes discursos resultan casi superficiales, describen mucho pero no enganchan, parece que lo que están relatando ni siquiera es importante para ellos. Les falta la pasión de quien de verdad siente lo que está viviendo, pero como no la tienen se quedan en el papel de espectadores casi ajenos de sí mismos. Y si ellos no le ponen ganas a sus propias vivencias, difícil es que consigan una especial atención de sus lectores.

10 películas de 2016

Periodismo de investigación; mujeres que tienen que encontrar la manera de estar juntas, de escapar, de encontrar a quienes les falta o de sobrevivir sin más; el deseo de vengarse, la necesidad de huir y el impulso irrefrenable de manipular la realidad; ser capaces de dialogar y de entendernos, de comprender por qué nos amamos,…

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Spotlight. Tom McCarthy realizó una gran película en la que lo cinematográfico se mantiene en la sombra para dejar todo el protagonismo a lo que verdaderamente le corresponde, al proceso de construcción de una noticia a partir de un pequeño dato, demostrando cuál es la función social del periodismo y por qué se le considera el cuarto poder.

Carol. Bella adaptación de la novela de Patricia Highsmith con la que Todd Haynes vuelve a ahondar en los prejuicios y la crueldad de la sociedad americana de los años 50 en una visión complementaria a la que ya ofreció en Lejos del cielo. Sin excesos ni remilgos en el relato de esta combinación de drama y road movie en la que la unión entre Cate Blanchett y Rooney Mara echa chispas desde el momento cero.

La habitación. No hay actores, hay personajes. No hay guión, hay diálogos y acción. No hay dirección, hay una historia real que sucede ante nuestros ojos. Todo en esta película respira honestidad, compromiso y verdad. Una gran película sobre lo difícil y lo enriquecedora que es la vida en cualquier circunstancia.

Julieta. Entra en el corazón y bajo la piel poco a poco, de manera suave, sin prisa, pero sin pausa. Cuando te quieres dar cuenta te tiene atrapado, inmerso en un personalísimo periplo hacia lo profundo en el que solo eres capaz de mirar hacia adelante para trasladarte hasta donde tenga pensado llevarte Almodóvar.

La puerta abierta. Una historia sin trampa ni cartón. Un guión desnudo, sin excesos, censuras ni adornos. Una dirección honesta y transparente, fiel a sus personajes y sus vivencias. Carmen Machi espectacular, Terele Pávez soberbia y Asier Etxeandía fantástico. Una película que dejará huella tanto en sus espectadores como, probablemente, en los balances de lo mejor visto en nuestras pantallas a lo largo de este año.

Tarde para la ira. Rabia y sangre fría como motivación de una historia que se plasma en la pantalla de la misma manera. Contada desde dentro, desde el dolor visceral y el pensamiento calculador que hace que todo esté perfectamente estudiado y medido, pero con los nervios y la tensión de saber que no hay oportunidad de reescritura, que todo ha de salir perfectamente a la primera. Así, además de con un impresionante Antonio de la Torre encarnando a su protagonista, es como le ha salido su estreno tras la cámara a Raúl Arévalo.

Un monstruo viene a verme. Un cuento sencillo que en pantalla resulta ser una gran historia. La puesta en escena es asombrosa, los personajes son pura emoción y están interpretados con tanta fuerza que es imposible no dejarse llevar por ellos a ese mundo de realidad y fantasía paralela que nos muestran. Detrás de las cámaras Bayona resulta ser, una vez más, un director que domina el relato audiovisual como aquellos que han hecho del cine el séptimo arte.

Elle. Paul Verhoeven en estado de gracia, utilizando el sexo como medio con el que darnos a conocer a su protagonista en una serie de tramas tan bien compenetradas en su conjunto como finamente desarrolladas de manera individual. Por su parte, Isabelle Huppert lo es todo, madre, esposa, hija, víctima, mantis religiosa, manipuladora, seductora, fría, entregada,… Director y actriz dan forma a un relato que tiene mucho de retorcido y de siniestro, pero que de su mano da como resultado una historia tan hipnótica y delirante como posible y verosímil.

La llegada. Ciencia-ficción en estado puro, enfocada en el encuentro y el intento de diálogo entre la especie humana y otra llegada de no se sabe dónde ni con qué intención. Libre de artificios, de ruido y efectos especiales centrados en el truco del montaje y el impacto visual. Una historia que articula brillantemente su recorrido en torno a aquello que nos hace seres inteligentes, en la capacidad del diálogo y en el uso del lenguaje como medio para comunicarnos y hacernos entender.

Animales nocturnos. Tom Ford ha escrito y dirigido una película redonda. Yendo mucho más allá de lo que admiradores y detractores señalaron del esteticismo que tenía cada plano de “Un hombre soltero”. En esta ocasión la historia nos agarra por la boca del estómago y no nos deja casi ni respirar. Impactante por lo que cuenta, memorable por las interpretaciones de Jake Gyllenhall y Amy Adams, y asombrosa por la manera en que están relacionadas y encadenadas sus distintas líneas narrativas.

Impactante realismo el de «La puerta abierta»

Una historia sin trampa ni cartón. Un guión desnudo, sin excesos, censuras ni adornos. Una dirección honesta y transparente, fiel a sus personajes y sus vivencias. Carmen Machi espectacular, Terele Pávez soberbia y Asier Etxeandía fantástico. Una película que dejará huella tanto en sus espectadores como, probablemente, en los balances de lo mejor visto en nuestras pantallas a lo largo de este año.

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Para muchos, cada mañana no es la alegría de un nuevo amanecer, es la aburrida y claustrofóbica monotonía de noches pasadas en la calle pasando frío o calor y días en interiores de escasa luz, paredes sucias y fregaderos llenos de platos por lavar, vecinos irrespetuosos y monederos con los euros justos para conseguir comer y poco más. Carmen Machi es esa mujer que con los mil matices de su mirada, ella no necesita palabras, nos hace saber que la vida no le ha dado otro medio más que su cuerpo para conseguir el dinero  con que mantenerse tanto a sí misma como a su progenitora, una vieja en silla de ruedas que Terele Pávez encarna entre alegre y demente, cínica y amable a su manera, tan buena y mala madre como gran actriz es ella. Ambas putas, una en el pasado, otra en el presente, una retirada, la otra doblemente, además de puta, hija de puta.

Pero en esta familia escrita y dirigida por Marina Seresesky la dignidad es impermeable a la amargura y en su manera de llevarlas a la gran pantalla hay tanto realismo como respeto, tanta verdad como equilibrio. El patio de la corrala en la que viven es una muestra de los bajos fondos de nuestra sociedad, aquellos a los que les negamos identidad y existencia por ayudarnos a materializar aquellas dimensiones de nosotros de las que nos avergonzamos, del sexo por el que pagamos, de las drogas que consumimos para soportar sabe Dios qué. Cada plano, cada encuadre –fotografía y escenografía sobresalientes- nos da un detalle de dónde estamos y con quién; los diálogos de cada secuencia son el quiero y no puedo que estas mujeres sienten hondamente en sus corazones, procesan con gran trabajo en sus cabezas y digieren como si fueran piedras en sus estómagos.

Su pequeña vivienda y el pasillo que las conduce hasta sus vecinas, amigas y compañeras de profesión conforman las fronteras en las que se sienten cómodas y protegidas. Allí no llega el estado del bienestar, la protección de la policía ni el soporte de los servicios sociales. Por eso cuando muere una de ellas, una rusa, una inmigrante, una prostituta, su hija, su niña, su huérfana, se convierte en esa persona de la que no quieren hacerse cargo, pero a la que no pueden decirle que no cuando les pide que la ayuden. Comienza entonces el conflicto, el de tener que hacer frente a una situación para lo que no tienen espacio, ni lugar ni recursos en sus vidas; así como sumar un elemento más a la presión que sobre ellas ejerce el mundo convencional, el burocrático y el supuestamente legal.

En el edificio que plasman los fotogramas de esta película, pesan las críticas que se reciben sin piedad alguna a la espalda y a la cara, se sufre la violencia de los clientes y hay que aguantar la dureza y la frialdad el hambre, el sueño y la miseria. Pero también hay amistad y una fuerza de voluntad por no dejarse vencer tras la que está el más puro y simple de los instintos, el de supervivencia. Todos esos matices, facetas, momentos, decisiones, reflexiones, luchas y conflictos son los que nos transmite y hace sentir Carmen Machi en carne propia, poniéndonos el vello como escarpias, los ojos húmedos y el latir del pecho en la garganta. Su trabajo se resume en una palabra, magistral.

Un papel y una interpretación que se complementan a la perfección con el cinismo hecho humor de Terele Pávez y la ligereza amable con la que Asier Etxeandía transmite tanto su propio drama como despierta sonrisas con un personaje con el que demuestra que para él no hay límites. Junto con los demás secundarios, ellos tres hacen que la sensibilidad y sosiego que su directora y guionista ha puesto en La puerta abierta logre su objetivo y emocione, dejándonos la sensación de haber sido testigos de un relato valiente, de aquellos que hacen del cine un arte y un medio con el que conocer mundos y realidades que obligamos a permanecer al margen de nuestra cotidianidad.