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“Cuaderno de Nueva York” de José Hierro

Músicos y literatos como intermediarios de un deseo de hacer balance vital y establecer un antes, un legado para quienes vengan. La convicción de que lo que hoy es todo mañana no será nada. Las coordenadas únicas, abstractas y superlativas de la ciudad de los rascacielos como espacio de serenidad y sosiego. Versos otoñales, expresión liviana que describe y transmite, analiza y comparte, dialoga y ofrece.

Es imposible escapar a la honda impresión que produce la visión de las anchas y prolongadas avenidas y calles de la gran manzana, el espectáculo de acero y cristal de sus edificios y la evolución de su ritmo con el paso de las horas y las variaciones de la actividad humana a lo largo del día. A partir de todo ello José Hierro hilvana impresiones y reflexiones en las que aúna lo intelectual y lo emocional, lo existencial y lo espiritual. Concreta la capacidad transformadora del hombre en la tridimensionalidad de la arquitectura, la capacidad de síntesis de la literatura y la evocación sensorial de la música.

Menciona a autores anteriores como Machado, Lope de Vega o Quevedo y dedica poemas a contemporáneos como Ezra Pound o Gloria Fuertes. A su vez, manifiesta admiración por compositores como Alma Mahler, Beethoven o Schubert. Siente y traslada Nueva York sumergiéndose en las atmósferas que provocan la interpretación de sus partituras.

En su primera parte, Engaño es grande, Cuaderno de Nueva York está apegado a la ciudad que le da título. Se puede concretar en el relieve de su callejero y su orografía de tierra y mar las escenas que su creador propone, a la par que sus palabras nos trasladan a su muy particular mundo interior, a un lugar en el que reina la paz y el equilibrio, la comunión con el lugar en el que está, tanto en su dimensión física y visible como energética e invisible. Pecios de sombra es introversión y costumbrismo, existencialismo y mitología, el capítulo más universal de los tres. Por no acordarme vuelve a transmitir el contraste entre lo que es Nueva York y lo que provoca, entre lo que alberga y le da identidad y la imagen y experiencia que se crea de ella quien llega tras haber sorteado un océano y acumula vivencias igual o más impactantes que esa travesía.

Un exterior a partir del cual busca, encuentra y se muestra. Sus coordenadas están marcadas por el recuerdo infantil de la aspereza de su padre, la fijación por el agua en todas su formas -en la naturaleza, en su convivencia con lo urbano y en su domesticación en tuberías- y la asimilación de títulos como Alicia en el país de las maravillas (Lewis Carroll) o El Rey Lear (William Shakespeare). Bagaje de la persona que en estos treinta y tres poemas se deleita con la voz de Mahalia Jackson, pasea por Broadway y Times Square y visita la Frick Collection y el medievo español que contiene Los Claustros del Metropolitan Museum.     

En el Nueva York de Hierro el pasado se esconde, refugia y convive con el presente. Dos dimensiones del tiempo que el poeta busca unir para hacer vigente lo que fue y dar origen y raíces a lo que es, aunque comprueba que no siempre es posible, como sucede con las víctimas del holocausto. Aúna recuerdos e imágenes que no se sabe si fueron, son recreadas o inventadas, pero que le sirven para hacer balance vital desde una posición de relativización y toma de conciencia de que le queda poco futuro por recorrer. Porvenir que asume como un ejercicio de aceptación de lo transitado, así como de cesión y transmisión.

Cuaderno de Nueva York, José Hierro, 1998, Ediciones Hiperión.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

«La España vacía» de Sergio del Molino

No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura. Un ensayo bien fundamentado y redactado con una prosa lírica y narrativa a la par.

Todos tenemos un pasado y la mayoría de nosotros en las coordenadas vacías que en sus primeras páginas Sergio deja perfectamente definidas con cifras, delimitaciones geográficas y marcos temporales. En mi caso, padres, abuelos y generaciones previas que nacieron en pueblos -de Salamanca y Zamora- y en los que pasé los veranos y navidades de mi niñez. He escuchado en muchas ocasiones el relato de cómo en los años 60 los míos emigraron -primero a Madrid y luego a Bilbao- para evitar la dureza de dedicarse a la manualidad de la agricultura y la ganadería en lugares con infraestructuras mínimas y viviendas rústicas alejadas de los estándares de bienestar.

Ahora, cuando vuelvo esporádicamente a aquellos lugares -a entierros y a visitar al último familiar que aún reside allí- siento que Dios Le Guarde y Figueruela de Arriba no resistieron, que aunque aún mantienen algunas casas en pie y han visto levantar contadas segundas residencias, son coordenadas lánguidas prestas a desaparecer.

Ha sido algo más que el desarrollo industrial de las últimas décadas lo que ha acabado con muchas localidades y dejado a los que allí nacieron y se criaron sin los cimientos de su identidad. Un pasado al que los que aún perviven y sus descendientes miran con una subjetividad excesivamente simplificadora. Ya sea mitificando, ya ahondando en la senda de maledicencia que muchos trazaron con anterioridad. La España vacia nos cuenta en su muy bien hilvanado y ordenado discurso que esto no es algo nuevo, sino que se remonta a mucho tiempo atrás, a siglos incluso.

Un territorio, un país dentro del país, formado por todo lo que no sea la cordillera cantábrica y el litoral mediterráneo y atlántico. Una basta extensión heterogénea, siempre escasa de medios y a la merced de los extremos de su clima continental, considerada únicamente como fuente de recursos por la oligarquía gubernamental y económica, por aquellos que se concentraban en sus pocas urbes (principalmente, Madrid). De ahí que sus habitantes se hayan visto forzados a subsistir, a no poder permitirse el ejercicio visionario de cómo progresar, sido etiquetados desde la lejanía con crueldad y superioridad por unos y viendo su realidad manipulada por otros con intereses ni siquiera complementarios a los suyos.

Tanto que ya no se sabe lo que es historia, leyendo, mito o farsa sin más. He ahí Cervantes y su retrato caricaturesco de La Mancha en las andanzas del Quijote, el romanticismo de las leyendas de Bécquer ambientadas en la comarca del Moncayo, el tremendismo de la mirada buñuelesca de Las Hurdes, la fanfarronería del discurso nacionalcatólico a propósito de las esencias de lo español o el cruel tratamiento mediático de sucesos, aun en nuestra memoria, como los asesinatos de Puerto Hurraco.

Cierto es que ha habido movimientos políticos -como el carlismo, aunque en su caso por descarte-, grandes pensadores -como Azorín, Machado o Unamuno, por convicción- y literatos más recientes -Delibes, Cela Julio Llamazares, con su habilidad para hacer crítica sin incomodar- que han ensalzado los modos y maneras de las gentes que vivían rodeadas de los paisajes que hoy reivindicamos desde el capitalismo turístico, el oportunismo partidista y la utopía digital. Pero no dejan de ser una gota de valorización en un océano de descuido, materialismo y abandono de todo aquello que no otorgue beneficio directo y cortoplacista, tal y como manda el gobierno, la organización y la concepción de este país nuestro.

La España vacía, Sergio del Molino, 2016, Editorial Turner.

“Diarios, 1956-1985” de Jaime Gil de Biedma

Pensamientos íntimos, impresiones y vivencias de toda clase. La narrativa de un poeta en continua búsqueda, tanto formal como temática. La prosa de un alto ejecutivo. Gran lector y ensayista inconformista. Un hombre que exprimió todo el contenido –amargo, dulce, agrio, intenso- posible a cada segundo de su vida. Ese es el Gil de Biedma que desvelan sus diarios.

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En 1956 Jaime es un joven de 26 años que viaja por trabajo a Filipinas y recorre tanto las plantaciones de tabaco que le exige su deber laboral, como la noche y los clubs de Manila llevado por sus pulsiones internas. Un estar de varias semanas fuera de las coordenadas burguesas de su Barcelona natal que nos revelan a un hombre sin pudor ni vergüenza, espontáneo e impulsivo, orgulloso de ser quien y como es, con capacidad para expresarse tanto creativa como formalmente en las rigideces del lenguaje empresarial. Un hedonista que con el paso de los años se convierte en un obsesivo perseguidor de la belleza en el uso del lenguaje para convertir en estrofas y poemas las sensaciones, visiones y recuerdos que nacen de lo más profundo de su persona. Una exploración emocional e intelectual que le lleva a una trayectoria –que también utiliza para distraerse de dicha búsqueda- de camas, hombres y alcohol que compagina con viajes, tertulias literarias y vínculos amistosos y amorosos. Más libres los primeros, más dramáticos los segundos. Una ruta de mil caminos abiertos que vuelven a juntarse al final de su biografía con la noticia en 1985 de que un virus escasamente conocido entonces,  llamado VIH, ha invadido su sangre y comenzado a hacer estragos por su cuerpo.

Pero esto no es lo importante de estos Diarios. Su valor está en los muchos nombres sobre los que Jaime posa su mirada (Jorge Guillén, Antonio Machado, Espronceda, T.S. Eliot,…), los lugares en los que vive y visita (París, Roma, Madrid y muchas ciudades más de la geografía española), así como las personas (hombres, mujeres, matrimonios, solteros, amigos, amantes, conocidos,…) con las que comparte tiempo, experiencias y afectos. Estas son las coordenadas en las que su mente, su corazón y sus vísceras cocinan de continuo los versos que han hecho de Gil de Biedma uno de los autores más brillantes y desnudos de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. No hay palabra, línea o signo de puntuación que no analice desde varios puntos de vista y desgrane en sus múltiples significados hasta dar con el resultado que está buscando, ese que se sabe alcanzado cuando lo elaborado deja de ser algo propio de su escritor para pasar a serlo de sus lectores.

Ácido, cínico y sarcástico en ocasiones, Don Jaime –a alguien tan grande sale de manera involuntaria colocarle el Don por delante- contaba con una agudeza y capacidad tan incisiva como innata con la que plasmaba en sus escritos y ensayos el encorsetamiento humano e intelectual que suponía para él el país inmovilista en el que vivía y la sociedad conservadora que lo habitaba. Una evolución a lo largo de treinta años en los que unas veces utilizaba una prosa profunda y descriptiva, y otras tan telegráfica que quedaba reducida a meros apuntes.

Si un pero tienen estos Diarios -que abarcan de 1956 a 1965 para después dar un salto hasta 1978 y 1985- es que quizás están tan bien comentados y apuntados –como si se tratara de un ensayo de teoría literaria- que uno debe acercarse a ellos tras haber leído algo o buena parte de su obra para así saber entender y apreciar todo el valor de lo recogido en ellos. Si no es así, su lectura puede tener un punto denso y hasta tedioso, una dificultad en el camino que, sin embargo, quedará ampliamente superada por el poder seductor y cautivador de la palabra, la expresión y la evocación de la capacidad comunicativa y creativa de su autor.

“JAPONISMO. La fascinación por el arte japonés”: el país nipón como referente artístico

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Un viaje histórico –y expositivo hasta el próximo 16 de febrero en CaixaForum Madrid– que avanza viendo  cómo los elementos propios del arte japonés (el uso de la línea y el color, la composición o sus temas) fueron asimilados como inspiración para su evolución por los artistas españoles desde mediados del siglo XIX.

Entonces el arte europeo buscaba lenguajes y referencias con las que escapar al academicismo imperante, y encontraron en la reapertura de Japón a las relaciones internacionales un lenguaje visual novedoso, a la par que con larga tradición e historia, que les resultó altamente evocador.

De manera didáctica y como si fuera un paseo espontáneo, el montaje de CaixaForum muestra cómo lo que fue una inicial toma de contacto pasó a ser objeto de estudio y coleccionismo, posterior diálogo y asimilación hasta llegar a la simbiosis que se consolida en cotidianeidad.

El montaje comienza remontándose al origen de las relaciones entre España y Japón y a las primeras impresiones que sobre la cultura local nos escribieron los jesuitas que llegaron al país en 1549: “… Es la escritura imperfecta porque le faltan letras para algunas palabras nuestras, de manera que no las pueden pronunciar como ellas piden…”. Por su parte, los japoneses enviaron a España delegaciones diplomáticas que llegaron a ser recibidas por el monarca Felipe II.

Sin embargo, estos intercambios no llegaron a apenas un siglo, el Imperio del Sol Naciente cerró sus puertas iniciado el s. XVII y habría que esperar hasta mediado el siglo XIX para que se estableciera la continuidad que llega hasta nuestros días.

Una vez contextualizados históricamente, el “Japonismo” de CaixaForum comienza como recorrido histórico-artístico que entretiene, gusta e (in)forma a su visitante de su discurrir desde mediados del siglo XIX hasta su plena integración en nuestra lenguaje artístico-visual en apenas 80 años.

En el París del inicio de la exposición, Giuseppe de Nittis o Claude Monet pintan en lienzos en forma de abanico, y Toulouse Lautrec y George Auriol hacen de la línea y la reproducción múltiple de sus litografías la marca de inicio del arte del cartelismo. La línea como elemento que dinamiza y articula el espacio quizás tuvo su inspiración en las reproducciones del icónico ukiyo-e (grabado por xilografía) “Olas de Kanagawa” de Katsushika Hokusai. Alfred Stevens pintaba a una parisina japonesa jugando con la asimetría de una modelo de espaldas y sus partes no vistas mostradas como reflejo en el espejo. Por su parte, las artes decorativas alcanzaban una nueva dimensión incluyendo delicadas reproducciones de elementos de la naturaleza o efectos de policromía en sus porcelanas, cobres dorados, greses esmaltados o vidrios soplados.

El potencial innovador del arte que llegaba desde Japón llamó la atención de los pintores españoles que se habían trasladado a París. Mariano Fortuny, además de un gran coleccionista de arte japonés, fue quizás el más destacado de todos ellos y el que con mayor soltura técnica y temática integró la novedad en su creatividad. Personajes con kimonos, biombos que distribuyen espacios, escenografías teatrales, elementos florales que llenan de color la escena. Sus contemporáneos y también amigos Martín Rico y José Villegas son otros dos claros exponentes del japonismo. Así lo reflejan los dos lienzos con que están en la muestra, sus “Vista de París desde el Tocadero” y “Juegos orientales”, ambos de 1880. Y otro coleccionista y pintor más, Santiago Rusiñol, presente en la primera faceta con un biombo del siglo XVIII y en la segunda con la obra “Interior del Cau Ferrat” en la que representa dicha pieza como parte del mobiliario de su residencia de verano.

El japonismo se fue extendiendo allí a donde los artistas aplicaban su creatividad: mobiliario, diseños para decoraciones textiles de interiores o proyectos de vidrieras, portadas de libros, tapices en seda e hilos de oro… Junto a ellos, los ukiyo-e de Utagawa Hiroshige o Toyokuni Hokusai, nombres quizás difíciles de recordar, pero autores de imágenes llenas de lirismo o de expresiva teatralidad.

Desde el principio, la ciudad de Barcelona fue la cuna en España del japonismo. Un ambiente receptivo que aumentaría con la celebración en la ciudad de la Exposición Universal en 1888 (y la presencia de un pabellón del país oriental) y con el desarrollo del modernismo integrándolo plenamente en su lenguaje.

El modernismo supuso la plena eclosión del japonismo, haciéndolo llegar al mundo del espectáculo (carteles, decorados y escenografías de óperas, circo, o cine –geniales las pequeñas piezas de Segundo de Chomón-) y al de la cotidianeidad de la mano de la publicidad. Ramón Casas o Pablo Picasso se dejaron llevar por su uso de la línea, el color y la composición en los menús que diseñaron para el mítico restaurante Quatre Gats. Isidro Nonell, Darío de Regoyos, Anglada Camarasa o Joaquim Mir también fueron otros de los artistas que podemos ver en la muestra como modernistas con elementos japoneses.

Apenas 70-80 años y el japonismo ya se había integrado plenamente en la creatividad artística, ayudando a que la cultura japonesa se normalizara como uno más de sus referentes. He ahí los tejidos estampados de producción industrial o la moda de Balenciaga, o la poesía de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado inspirada por los haikus. Tan cotidiano se hace como el diseño para un biombo de Dalí o el ukiyo-e que Joan Miró encola en 1917 en su retrato de Enric Cristofol con el que se cierra el montaje de la exposición.

Parece que el deseo del señor feudal Date Masamume expresado en una carta (26/Octubre/1613) al embajador Hasekura Tsunenaga ante su visita a la ciudad de Sevilla se ha cumplido: “… mande averiguar si es posible navegarse derechamente desde el Japón a esta ciudad, por qué derrotas y en que puertos se puede llegar…, para q siendo posible, nuestros navíos naveguen esa carrera todos los anos, y nuestro deseo más bien se cumpla y nuestra amistad este más firme y comunicable…”

crisantemos

(Alexandre de Riquer. Crisantemos, 1899. Colección particular.)

Site de “JAPONISMO. La fascinación por el arte japonés” en la web de Fundación La Caixa

(imágenes tomadas de la web de Fundación La Caixa)