Enredos sobre el amor a primera vista en el que “los que mucho se pelean, se desean”. Comedia ligera, con su buena dosis de drama, pero en la que no se toman en serio ni la política ni la justicia, pero sí los asuntos morales ligados a los roles de género y a las diferencias de clase. Divertida y recurrente por el uso de la retórica para definir a sus personajes.
No hay guerras al uso en esta obra. El belicismo está antes de su primera página. Tras su fin, el victorioso Don Pedro de Aragón llega a Mesina, a los dominios de Leonato, quien le recibe con alegría y festividad. Parecían conocerse ya de antes, pero no así el adjunto del primero y la hija del segundo, Claudio y Hero, jóvenes y excelsos, con ímpetu, pero aún faltos de experiencia en lo que se refiere a los asuntos de la intimidad. Aunque no todo será fácil. Shakespeare tenía que entretener a su público durante, al menos, un par de horas. Y lo estructura con dos tramas.
Complica el destino de los que parecen hechos el uno para el otro con una intercesión malintencionada y con aires de tragedia. Y complementa esa intensidad con el sarcasmo y la acidez del humor con que se enfrentan verbalmente Benedicto y Beatriz. Guerrero y compañero de Claudio él, ella prima y amiga de Hero. Todo esto hace que la puesta en escena, sea real en un escenario o imaginada con su lectura, de Mucho ruido y pocas nueces conlleve grandes dosis de gestualidad y movimiento con tintes de histrionismo e hipérbole.
Cuanto se plantea está sucintamente afinado para provocar la sonrisa de los que disfrutan con el intento de los malvados, se apiadan de quienes sufren la maledicencia y gozan con los enredos de quienes dicen repeler a aquellos que buscan. En la trampa que sufren Claudio y Hero -y por extensión, Don Pedro y Leonato- se juega con el honor y los celos, y las alianzas y conflictos políticos y sociales (entre padres e hijos, así como también entre hermanos) en torno a estos dos conceptos.
Aprietos sustentados en la diferencia entre el ser y el parecer y en los que se involucra a su espectador, al solo saber él la verdad de la injusticia que supone la acusación contra Hero y la situación imposible en que eso la sitúa frente a su familia y entorno. Shakespeare vuelve a circunstancias que ya había utilizado en Romeo y Julieta (1595) y avanza otras que utilizará de manera más intensa en Hamlet (1601) u Otelo (1603-04). Dicho esto, lo atractivo y sugerente de Mucho ruido y pocas nueces es el divertimento que propone en torno a la iniciación, la manifestación y el reconocimiento de la llamada del amor.
El mismo enredo que en una parte de la función da pie a la confusión y a la confrontación con riesgo de cisma, en la otra es un divertimento con la inteligencia añadida, de que están involucrados, casi los mismos personajes. Los diálogos son incisivos en los retratos con que sus protagonistas se plantean a sí mismos y describen a sus contrarios, y agudos en la formalidad de la retórica con que se despliegan. Su autor despliega recursos como cadenas de símiles que derivan en lógicas de absurdos, o conjunción de significados que se entrelazan para señalar la distancia y cercanía, a la par, que hay entre sus dialogantes. Y como entre ellos, entre el descaro de la indiferencia y la aceptación del amor como un sentimiento basado más en la convicción de compartir una sintonía que en vivir el fuego repentino de la pasión.
Mucho ruido y pocas nueces, William Shakespeare, 1598, Alianza Editorial.