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“El hombre que no deberíamos ser” de Octavio Salazar

Los convencidos dirán que lo que su autor cuenta es justo y necesario. Los reaccionarios que su redacción está plagada de generalidades y va en contra de lo que ha sido norma y tradición. Así es como entre unos y otros le dan la razón a su intención pedagógica y a su visión sobre lo desigual que es nuestra sociedad mientras siga definiéndose en términos de masculino y femenino.

Es curioso como la Constitución Española habla de españoles, personas e individuos sin hacer distinción de género. Eran otros tiempos y probablemente sus redactores no tuvieron más intención que seguir la norma de la RAE que dice que el plural se forma utilizando el masculino del sustantivo a utilizar, el tan manido masculino genérico. Pero hay algo que, quizás, también estuvo en su inconsciente y es que tanto antes, como más allá de las imágenes que creamos, transmitimos e interpretamos de nosotros mismos, somos personas. El género es algo que nos describe a posteriori, pero previo a esta construcción somos conciudadanos, seres humanos iguales y diferentes a los otros miles de millones que habitamos este planeta.

Punto de partida de lo que es la humanidad. Sin embargo, negado desde su mismo principio, situándolo no ahí -y ni siquiera en otras peculiaridades como la raza, la cultura o la religión- sino en el resultado del filtro que nos divide en hombres por un lado y mujeres por otro, y asignándonos unos roles con deberes y derechos inamovibles. Encorsetándonos en una injusticia y desigualdad donde ellas son más víctimas que ellos, pero donde lo masculino también resulta herido y mancillado por la falta de libertad a la que se ve condenado. La diferencia está en que en ambos casos quien genera daño y dolor es el hombre, por el sometimiento físico y psicológico que ejerce sobre las mujeres y por el estrechamiento conductual que se impone a sí mismo.

Como bien señala Octavio, los concienciados estamos de acuerdo en que transitamos desde hace tiempo por el largo, lento y tortuoso camino que algún día nos llevará a la igualdad real y del que en algunos momentos vemos destellos que nos hacen sentir que lo tenemos al alcance de la mano. Pero hay algo que evidencia que aún queda mucho por recorrer, y es que prácticamente todo lo logrado ha sido gracias a la insistente reclamación y lucha de las mujeres. Y que parte de lo que creemos conseguido es resultado de las estrategias de marketing del voraz consumismo impulsado por el neoliberalismo. La supuesta sensibilidad del metrosexual y la feminización de algunos puestos directivos esconden en la mayor parte de los casos una nueva visión de la exigencia de transmitir poderío físico y la exaltación de comportamientos fríos y agresivos.

La antropología y la cultura dan fe de cómo ha sido así desde hace siglos, y la sociología atestigua cómo sigue ocurriendo, pero como bien afirma el también autor de Autorretrato de un macho disidente, contamos con un instrumento muy útil con el que transformar el sexismo de nuestra sociedad, la política. Dimensión múltiple en la que se actúa no solo delegando vía voto, sino con el ejemplo personal. Pidiendo que se actúe en campos como el de la educación afectiva y sexual de los más jóvenes y que se ponga el foco no solo en ayudar a las mujeres maltratadas y explotadas sino en prevenir que haya hombres violentos y proxenetas.

Algo en lo que todos y cada uno de nosotros podemos y debemos actuar en nuestro día a día y sea cual sea el ámbito en el que nos movamos y actuemos a nivel laboral, familiar y social. Informándonos para tomar conciencia de cómo seguimos teniendo comportamientos machistas que nos impiden mostrarnos atentos, cercanos y empáticos con quienes nos relacionamos. Denunciando los relatos y prácticas excluyentes en los que se fundamenta el heteropatriarcado -basta acudir a una juguetería para comprobarlo-, y rehuyendo cualquier coordenada en la que se cosifique, mancille o violente a las mujeres -como es la pornografía- por el mero hecho de ser tales.

El hombre que no deberíamos ser, Octavio Salazar, 2018, Editorial Planeta.

“Casa de muñecas” de Henrik Ibsen

Disección de los artificios, convenciones, exigencias y formalidades sobre las que se construye el modelo de pareja patriarcal, amparado en las presiones sociales y religiosas, y el papel instrumental e inferior en el que coloca a la mujer. Biografías, tramas y comportamientos estructurados en círculos, vasos comunicantes y espejos con los que su autor confronta a la sociedad de su tiempo -y a la de hoy- con sus hipocresías y contradicciones.  

No hay mayor riesgo de que las cosas se tuerzan que en el momento previo a que comiencen a ir bien. Después de tanto tiempo esperando, anhelando y deseando que los astros, los esfuerzos y las ilusiones se alineen para que, entonces, la realidad se muestre cruda, sincera y honesta y no te quede otra que reconocer la mentira de ayer y hoy para entregarte a la verdad de siempre. Eso es lo que le sucede a Nora. Tras perder hace años a su padre, y casi a su esposo por una terrible enfermedad, y no haber disfrutado la vida como le hubiera gustado, se prepara para llegar a final de mes sin problemas una vez que su marido asuma en breve la dirección del banco en el que ya trabaja como abogado.

Para mayor simbolismo, el cielo diáfano y despejado de sus coordenadas se nubla en una fecha tan señalada como es la de Nochebuena. Jornada cargada de simbolismo familiar, de amor puro y honesto, de humanidad empática, respetuosa y dadivosa. Algo que, a pesar de las sonrisas, las formas y la buena disposición, queda patente que es más artificio y fachada que la experiencia del día a día. Del pasado surgen una amiga a la que no ayudó como se merecía y un hombre del que se fio sin pensar los riesgos que para su matrimonio y su familia suponía comprometerse contractualmente con él. Los límites de lo moral y lo legal, con lo afectivo de por medio, quedan así expuestos y siendo cruzados a su vez, con la honra y los supuestos jerárquicos e intelectuales por los que un hombre es más que una mujer.

Al igual que había hecho en su obra anterior, Los pilares de la sociedad (1877), Ibsen realiza nuevamente un retrato objetivo de la sociedad de su tiempo. Inicia Casa de muñecas mostrando los roles masculinos y femeninos que se presuponen en el tiempo de su escritura, de manera que sus lectores/espectadores se sientan cómodos con su propuesta. La sacudida llega después cuando expone con total asertividad las fisuras de una construcción que a ellas las coarta, infantiliza y anula y a ellos les ensalza y obliga. Si hasta entonces sus diálogos, situaciones e interacciones habían sido certeros para mostrar lo que pretendía, en el tercer acto su validez y solidez resultan ser maestros por su atemporalidad y las múltiples lecturas que permiten, no solo dramatúrgica, sino también política y filosófica.

Se puede ver en ello una intención humanista, en contra de la cosificación de la mujer, que entroncaría con un enfoque feminista adelantado a su época. Aunque en este sentido hay que destacar que, más que igualdad, lo que Ibsen reclama es el derecho a ser uno mismo, a no ser manipulado, para de esa manera ser más auténtico y tener una vida mucho más serena y profunda en lo individual, y comprensiva e íntima en lo relacional. En cualquier caso, una visión en la que entran en juego valores como la honestidad, la lealtad y la fidelidad en los que seguiría ahondando en textos posteriores como Un enemigo del pueblo (1882).

Casa de muñecas, Henrik Ibsen, 1879, Editorial Losada.

“Molly Bloom”, una mujer de ayer y de hoy

Femenina y feminista, costumbrista y reivindicativa, singular y símbolo de tantas otras, sexual y reflexiva, consciente de sí misma y harta de la incoherencia, la hipocresía y la desigualdad. Salida de las páginas del “Ulises” de Joyce, esta mujer se expresa tal y como piensa y siente y se da voz a sí misma con una universalidad atemporal. Un personaje que Magüi Mira hizo suyo hace cuarenta años y con el que sigue demostrando su capacidad absoluta como intérprete.

La Historia cuenta que en 1980 Mira revolucionó el panorama teatral en nuestro país con un monólogo en el que su personaje explicitaba su vida sexual. Tanto la real como la deseada, entrando en detalles, verbalizando aspectos que, incluso en intimidad, muchos y muchas eludían afrontar con naturalidad. Los cien años de la publicación de la obra cumbre de James Joyce son la excusa perfecta para volver a extraer de sus páginas a Molly Bloom y llevarla nuevamente a los escenarios. Un ejercicio que deja patente la expresividad del texto, la vigencia de su mensaje y la suerte que tenemos de contemplar a la misma actriz resolviendo sus retos de manera sobresaliente.

El paso de la narrativa a la dramaturgia que José Sanchis Sinisterra realizó hace cuatro décadas está concebido como teatro puro: voz, gesto y presencia. La puesta en escena de 2022 va más allá de lo minimalista o lo diáfano. La sobriedad de la iluminación y la escasez escenográfica -la estructura de una cama compuesta por su somier y su colchón-, además de ayudar a unos reducidos costes de producción, nos centran en lo verdaderamente importante y valioso. En el testimonio con el que su enunciante profundiza en sí misma. En las posibilidades en que está basada su vida marital, en los elementos físicos, sexuales y afectivos que la rodean y transgreden, así como en las convenciones que la limitan.

Molly Bloom es consciente de que lo que verbaliza no son solo impulsos y necesidades corporales, sino también anhelos afectivos y morales, la exigencia de sentirse reconocida y valorada, escuchada, permitida y atendida sin tener que pedir permiso para ello. Por eso va de lo frívolo y lo divertido, como manera de atraer la atención, a lo triste y lo frustrante, aunque lo adorne con ironía, asertividad y realismo, cuando ya ha establecido la empatía que le permite compartirse abiertamente y a su espectador verse reflejado en ella.

Joyce camufló la crudeza de la exposición de Molly presentándola como transcripción de su pensamiento, recurso con el que trasladaba su escándalo a su lector por inmiscuirse en coordenadas imposibles de alcanzar en la vida real. Sanchis Sinisterra y Magüi Mira debieron exaltar a muchos en plena transición, ahí ya era ella quien se manifestaba abiertamente, quien verbalizaba su interior. A unos por pretender seguir en la pacatería que se habían autoimpuesto desde hacía décadas, y a otros por comprobar que era posible alzarse con sinceridad.

Hoy las coordenadas son diferentes. Hemos evolucionado. Supuestamente tenemos inquietudes más específicas y demandas más precisas, pero en el fondo sigue habiendo un contexto que dificulta la expresión, el debate y el diálogo que propone Molly Bloom. Una propuesta en la que es fácil introducirse por la estructura del texto, así como por la manera en que la dicción, las pausas y los cambios de entonación de Mira nos guían en la progresión, fases e intenciones de su confesión. Una mujer que reclama ser considerada por sí misma, tener voz y voto tanto en lo nimio como en lo importante y, en consecuencia, ser siempre tratada de igual a igual.

Molly Bloom, en el Teatro Quique San Francisco (Madrid).

«La masa enfurecida» de Douglas Murray

“Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura” analiza la manera en que el discurso público de los activismos homosexual, feminista, racial y transexual se ha ido supuestamente de madre, hasta el punto de que los colectivos que dicen defenderlos actúan con la misma intolerancia que aquellos a los que critican. ¿Es así? Un correcto punto de partida, pero un desarrollo el que su autor cae en las mismas simplificaciones que aquellos a los que acusa.

Habrá quien esté de acuerdo y quién no y ambas respuestas encontrarán mil y un ejemplos con los que argumentar su punto de vista. La cuestión doble, como en todo debate, es cuán representativo es el ruido que escuchamos de uno y otro lado, y dónde está el punto medio en el que reconocer lo que hemos progresado y al tiempo asumir lo que nos queda por recorrer para ser una sociedad verdaderamente igualitaria y respetuosa con su diversidad. Interrogantes a las que se podrían añadir otras como en qué medida este debate supone una evolución o una exacerbación del comportamiento de nuestra sociedad; cuáles son las coordenadas, el tono y los puntos de vista en torno a los cuales se ha de desarrollar y cómo se puede reconducir lo que se esté alejando peligrosamente de los lugares de encuentro.

A los que no seguimos la actualidad social, mediática y académica con la exhaustividad y minuciosidad que exige tener una opinión crítica formada, nos faltan estas propuestas en el análisis -entre sociológico y político- de Douglas Murray. Más que una hipótesis argumentada y contrastada hasta llegar a una tesis, su exposición resulta una teoría edificada a base de casos concretos -aunque no por ello despreciables- que no permiten saber cuán frecuentes y significativos son, haciendo de la suya una exposición cercana a la manera en que supuestamente lo hacen aquellos a los que señala.

Su planteamiento es acertado, quedan prejuicios, mitos y falsedades que eliminar y corregir para que la igualdad sea una realidad, y cuanto más cerca estamos de ella más nos damos cuenta de los detalles que aún quedan por reconducir, muchos de ellos subjetividades tan establecidas que se han hecho sistémicas. Cuestiones que antes, con una visión macro, resultaban secundarias, pero ahora, producto de ser las protagonistas, son convertidas por el primer plano con el que son tratadas en la máxima representación de asuntos que quizás debieran ser gestionados con una perspectiva, al contrario de como se hace, más pedagógica que política. Más aún cuando se combina este enfoque con el reduccionismo populista y el ánimo polarizador de nuestro tiempo, a lo que se suman métodos cercanos al totalitarismo como la censura, la práctica de la cancelación o el secretismo de los algoritmos, aprovechando el sobredimensionamiento y la visceralidad que fomentan y transmiten a una velocidad inusitada las redes sociales.

Sin embargo, Murray no va más allá de señalar estos excesos, lo que hace que su exposición caiga en la retórica de la sátira, la hipérbole y la repetición, si proponer cómo reconducirla. Se echa en falta que la contraste con la visión de agentes que sí actúen como él cree que debiera hacerse y al no hacerlo, surge la duda de si realmente tiene una propuesta -más allá de la generalidad liberal de dejar que las cosas encuentren por sí mismas su cauce o hacer de la debilidad, oportunidad, y no seña de identidad- con la que conseguir el propósito de que llegue el día en que nuestras diferencias externas (como el sexo, la orientación sexual, la identidad de género o el color de piel) dejen de ser algo que nos califique, separe y jerarquice.

La masa enfurecida, Douglas Murray, 2020, Ediciones Península.  

“Con todo. De los años veloces al futuro” de Iñigo Errejón

Relato en primera persona sobre cómo ha evolucionado su concepción y práctica de la política, así como la manera en que se ha propuesto materializarla en las distintas etapas por las que ha pasado. Desde el impulso juvenil con el ánimo de comerse el mundo, su formación académica complementada por su experiencia nacional-popular en Sudamérica y la posterior creación de Podemos hasta dar con la fórmula ecologista y feminista con la que propone escuchar, unir y acompañar desde Mas País.

¿De qué hablan los políticos? Interrogante que nos planteamos mil y una veces cuando les escuchamos o leemos cada día. ¿No se aburren de sí mismos? ¿Hasta donde llega su ego o el bucle en el que están sumidos? Por eso son necesarios títulos como este, en el que nos expliquen de primera mano el prisma, la profundidad y los matices de las consignas y los discursos que nos lanzan en sus muchas intervenciones. Para demostrarnos que su práctica política no es un ejercicio de marca personal, sino un medio con el que hacer que nuestra sociedad sea cada día mejor. Conscientes de lo que hemos vivido hasta llegar a nuestro aquí y ahora, pero, sobre todo, ilusionados con lo que podemos llegar a conseguir, convencidos de que, en nuestra diferencia y diversidad, están nuestras capacidades y posibilidades.  

Ese es el ánimo que Errejón transmite en Con todo. Qué ha vivido, conocido y experimentado desde antes de que se diera a conocer a la opinión pública como uno de los fundadores de Podemos hasta ser hoy, además del líder de Más País, la cara visible de propuestas políticas como el cuidado de la salud mental o la semana laboral de 32 horas, instrumentos con los que construir una sociedad más sana y ecuánime. Y lo hace equilibrando experiencia y reflexión, mencionando a los que formaron parte de cada etapa y exponiendo los éxitos y los errores que, a su juicio, tuvieron tanto él mismo como los que le acompañaban o participaban de sus mismos propósitos y convicciones. Y aunque la objetividad solo sería posible conociendo la visión y la opinión de los otros, quien busque sangre, chascarrillos irrisorios o dianas, este no es su libro.

Lo más interesante, además de conocer su trayectoria y su explicación del concepto nacional-popular, es su análisis de lo más reciente. En cómo explica la eclosión de la ola reaccionaria, visceral y canceladora que estamos viviendo en la actualidad a partir de lo sucedido en 2015. En el momento en que Podemos optó por convertirse en una fuerza política a la antigua usanza -a la izquierda de la izquierda- en lugar de convertirse en un medio con el que materializar las demandas de los cinco millones de votantes que consiguió en aquellas elecciones generales. Ciudadanos insatisfechos con un Estado al que sentían, más que ajeno, casi contrario a sus necesidades y demandas.

La apuesta de Pablo Iglesias por romper el bipartidismo y compensar el pasado, en lugar de ofrecer hechos que materializaran su discurso, le convirtió en parte del tablero izquierda-derecha en lugar de romperlo para implantar el de arriba-abajo u oligarquía-clases populares. Por su parte, muchos de los que apostaron por los morados no volvieron a darles su confianza. Un asunto de gran calado al que Iñigo dedica muchas páginas, a la par que explica cómo aquella organización se burocratizó a imagen de unos y desemejanza de otros a los que, como a él, acabó expulsando.

Lo que supuso el fin de la carrera política de muchos, para él fue el punto y aparte que necesitaba para formular el proyecto que hoy representa y que, según él, nació en el último momento posible para conseguir entrar en noviembre de 2019 en el Congreso de los Diputados, aunque con mucho menor porcentaje de votos y número de escaños de los que él mismo esperaba. Un punto de inflexión que, a su juicio, se ha convertido en la oportunidad de realizar lo que él creía iba a ser su anterior formación política, pero adaptada a las exigencias, necesidades y modos del ciclo actual, a las que hay que sumar las consecuencias, aún por definir, de la pandemia del covid-19.

Un tiempo en el que, según él, la propuesta ha de pivotar en mirar hacia adelante, en hacer que el Estado no sea solo un instrumento regulatorio sino también un medio proveedor de las estructuras que nos faciliten unos servicios adecuados, en forma y tiempo, que garanticen verdaderamente no solo nuestro bienestar, sino también el de las generaciones futuras. De ahí que incida en el ecologismo, no solo por su lado medioambiental, sino como manera de habitar -en términos de producción y consumo- las coordenadas en que vivimos. Y también en el feminismo, en la necesidad de hacer que la democracia tenga en cuenta la igualdad de todos sus ciudadanos, sin la que es imposible la libertad, y se libere de la estrechez prejuiciosa del filtro masculino, blanco y heterosexual con el que aún sigue actuando en demasiadas ocasiones.    

Por la parte estilística señalar la prosa cercana de Errejón, se nota su faceta académica y su hábito intelectual, aunque un poco de síntesis no hubiera estado de más, al igual que haber dejado fuera de la redacción final los coloquialismos propios de conversaciones informales entre amigos. Más allá de esto, está por ver tanto su futuro político como el de Más País, pero como él mismo dice, lo importante es el posible acierto de su análisis de la sociedad española y la adecuación de las medidas con que propone mejorar lo corregible y potenciar lo posible. El tiempo nos dirá hasta dónde llega su capacidad y la de los suyos de hacer y de influir.  

Con todo. De los años veloces al futuro, Iñigo Errejón, 2021, Editorial Planeta.

“Black Art: In the Absence of Light”

En 1976 el LACMA inauguraba “Two centuries of Black American Art”, exposición que ponía por primera vez sobre la mesa el papel que los artistas plásticos afromericanos tenían y habían tenido en la historia del arte estadounidense. Documental producido por HBO y estrenado recientemente con mejores propósitos que resolución, pero que pone el dedo en la llaga de la necesaria revisión de los discursos oficiales.

En los primeros minutos el artista e historiador David Driskell (Eatonton, 1931- Hyattsville, 2020) cuenta lo que supuso aquella muestra que, comisariada por él, fue visitada por miles de personas tanto en Los Ángeles como posteriormente en Dallas, Chicago y Nueva York. Totalmente disruptiva, puso en duda la solidez de lo que se estudiaba y mostraba en los ámbitos académico, museístico y comercial sobre la creación artística firmada por ciudadanos norteamericanos. En un sistema político y cultural donde dominaba lo blanco y la herencia europea y en el que lo negro con pasado esclavo no era considerado de forma alguna.

Aquel acontecimiento fue una prolongación más del movimiento por los derechos civiles iniciado años antes por Martin Luther King. ¿Había entonces un arte específicamente negro? ¿Lo sigue habiendo hoy? Sí, tal y como señala Driskell, cuando eres etiquetado y jerarquizado por un poder que determina y regula el funcionamiento de la sociedad de la que formas parte. Una discriminación que marca tu manera de vivir y de sentir y, por tanto, de lo que expresas y comunicas, así como el punto de vista desde el que lo haces.

In the Absence of Light también reivindica a quienes como Faith Ringgold (Nueva York, 1930) se vieron discriminadas entonces por el hecho de ser mujeres, incluso por lo que compartían su origen afroamericano. Una artista que promulgaba un feminismo sin tapujos y con un mensaje radicalmente político, que se negaba a aceptar la demagogia del heteropatriarcado, tanto blanco como negro, autoerigido como autor y decisor del canon estético y simbólico.

Faith Ringgold, “American People Series #18, The Flag Is Bleeding,” 1967, óleo sobre lienzo.

O exposiciones posteriores como Black Male. Representations of Masculinity in Contemporary American Art (Whitney Museum, 1994) en las que se ponía en duda esos marcos, así como sus excusas racistas, sexistas y homófobas, contraponiéndolas con imágenes llenas de belleza, sensualidad y discurso firmadas por nombres como Robert Mapplethorpe (Floral Park, 1946 – Boston, 1989) o Adrian Piper (Nueva York, 1948, con obras con títulos tan significativos como I Embody Everything You Most Hate and Fear, 1975).

En lo que respecta al hoy, Radcliffe Bailey (Bridgeton, 1968), está considerado como uno de los herederos espirituales de aquella exposición de hace 45 años. Con creaciones plenamente escultóricas como Windward Coast, o de técnica mixta como From South to North, 1916-1970. Creaciones en las que mira al pasado con el objetivo de no olvidar de dónde venimos, tanto para no volver a aquellos esquemas prejuiciosos como para recordarnos que aún siguen vigentes en muchas coordenadas de nuestras vidas.

Kehinde Willey (Los Ángeles, 1977) y Amy Sherald (Columbus, 1973) fueron los encargados de realizar los retratos de Barack y Michelle Obama que cuelgan en la National Portrait Gallery de Washington desde febrero de 2018. Óleos sobre lienzo y lino que destacan por la diferente sensibilidad que aportan respecto a sus antecesores en semejante encomienda. Pinturas sin el hieratismo físico y el simbolismo del poder, más humanas y cercanas, pero también transmisoras de la personalidad y del papel ejercido por sus protagonistas.  

Como muestra de la denuncia de Black Art, los autores blancos suponen el 85% de los expuestos por los grandes museos norteamericanos mientras que tan solo el 1,2% son negros (cuando los primeros suponen el 65% y los segundos el 13% del total de la población del país), algo similar a lo que sucede en ámbitos complementarios como el de la gestión, la crítica o el mundo académico.  Cuestión que se está empezando a corregir con iniciativas como la del Museo de Baltimore, que vendió años atrás algunos de los Warhols de sus fondos para comprar obra de grupos sociales poco representados en sus paredes. O con encargos como el del Whitney en 2014 de una instalación a Kara Walker (Stockton, 1969) que dio como resultado “A Subtlety”. Una irónica figura de diez metros de altura, una esfinge construida con azúcar, una representación hiperrealista y a escala agigantada de quien pudiera haber sido un ancestro suyo trabajando como esclava en una plantación de tal producto agrícola.  

Como documental Black Art: In the Absence of Light comienza con buenas intenciones pero deriva en una sucesión de fragmentos de entrevistas en lugar de convertirse en un trabajo de tesis como prometía inicialmente. Aún así, tiene su valor y aporta un contenido que sintetiza muy bien la cita final con que Driskell parafrasea a Luther King, We haven´t reached the promised land. We’ve got a long way to go.

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

10 películas de 2020

El año comenzó con experiencias inmersivas y cintas que cuidaban al máximo todo detalle. De repente las salas se vieron obligadas a cerrar y a la vuelta la cartelera no ha contado con tantos estrenos como esperábamos. Aún así, ha habido muy buenos motivos para ir al cine.  

El oficial y el espía. Polanski lo tiene claro. Quien no conozca el caso Dreyfus y el famoso “Yo acuso” de Emile Zola tiene mil fuentes para conocerlo en profundidad. Su objetivo es transmitir la corrupción ética y moral, antisemitismo mediante, que dio pie a semejante escándalo judicial. De paso, y con elegante sutileza, hace que nos planteemos cómo se siguen produciendo episodios como aquel en la actualidad.

1917. Películas como esta demuestran que hacer cine es todo un arte y que, aunque parezca que ya no es posible, todavía se puede innovar cuando la tecnológico y lo artístico se pone al servicio de lo narrativo. Cuanto conforma el plano secuencia de dos horas que se marca Sam Mendes -ambientación, fotografía, interpretaciones- es brillante, haciendo que el resultado conjunto sea una muy lograda experiencia inmersiva en el frente de batalla de la I Guerra Mundial.

Solo nos queda bailar. Una película cercana y respetuosa con sus personajes y su entorno. Sensible a la hora de mostrar sus emociones y sus circunstancias vitales, objetiva en su exposición de las coordenadas sociales y las posibilidades de futuro que les ofrece su presente. Un drama bien escrito, mejor interpretado y fantásticamente dirigido sobre lo complicado que es querer ser alguien en un lugar donde no puedes ser nadie.

Little Joe. Con un extremado cuidado estético de cada uno de sus planos, esta película juega a acercarse a muchos géneros, pero a no ser ninguno de ellos. Su propósito es generar y mantener una tensión de la que hace asunto principal y leit motiv de su guión, más que el resultado de lo avatares de sus protagonistas y las historias que viven. Transmite cierta sensación de virtuosismo y artificiosidad, pero su contante serenidad y la contención de su pulso hacen que funcione.

Los lobos. Ser inmigrante ilegal en EE.UU. debe ser muy difícil, siendo niño más aún. Esta cinta se pone con rigor en el papel de dos hermanos de 8 y 5 años mostrando cómo perciben lo que sucede a su alrededor, como sienten el encierro al que se ven obligados por las jornadas laborales de su madre y cómo viven el tener que cuidar de sí mismos al no tener a nadie más.

La boda de Rosa. Sí a una Candela Peña genial y a unos secundarios tan grandes como ella. Sí a un guión que hila muy fino para traer hasta la superficie la complejidad y hondura de cuanto nos hace infelices. Sí a una dirección empática con las situaciones, las emociones y los personajes que nos presenta. Sí a una película que con respeto, dignidad y buen humor da testimonio de una realidad de insatisfacción vital mucho más habitual de lo que queremos reconocer.

Tenet. Rosebud. Matrix. Tenet. El cine ya tiene otro término sobre el que especular, elucubrar, indagar y reflexionar hasta la saciedad para nunca llegar a saber si damos con las claves exactas que propone su creador. Una historia de buenos y malos con la épica de una cuenta atrás en la que nos jugamos el futuro de la humanidad. Giros argumentales de lo más retorcido y un extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico con los que Nolan nos epata y noquea sin descanso hasta dejarnos extenuados.

Las niñas. Volver atrás para recordar cuándo tomamos conciencia de quiénes éramos. De ese momento en que nos dimos cuenta de los asuntos que marcaban nuestras coordenadas vitales, en que surgieron las preguntas sin respuesta y los asuntos para los que no estábamos preparados. Un guión sin estridencias, una dirección sutil y delicada, que construye y deja fluir, y un elenco de actrices a la altura con las que viajar a la España de 1992.

El juicio de los 7 de Chicago. El asunto de esta película nos pilla a muchos kilómetros y años de distancia. Conocer el desarrollo completo de su trama está a golpe de click. Sin embargo, el momento político elegido para su estreno es muy apropiado para la interrogante que plantea. ¿Hasta dónde llegan los gobiernos y los sistemas judiciales para mantener sus versiones oficiales? Aaron Sorkin nos los cuenta con un guión tan bien escrito como trasladado a la pantalla.

Mank. David Fincher da una vuelta de tuerca a su carrera y nos ofrece la cinta que quizás soñaba dirigir en sus inicios. Homenaje al cine clásico. Tempo pausado y dirección artística medida al milímetro. Guión en el que cada secuencia es un acto teatral. Y un actor excelente, Gary Oldman, rodeado por un perfecto plantel de secundarios.  

A propósito de las “Invitadas” del Museo del Prado

Después de dos horas de visita disfrutando con esta exposición sobre cómo el mundo de la pintura fue de 1833 a 1931 un espejo de las maneras del heteropatriarcado de la sociedad de entonces, y el escaso hueco que las mujeres pudieron hacerse en él, seguí reflexionando sobre cuánto de lo que había visto y leído sigue vigente en nuestra actualidad.

Falenas, Carlos Verger, 1920 (fragmento).

El mundo de las bellas artes no es la única parcela creativa en la que los hombres han hecho de todo por anular a las mujeres. Desde negarles la formación o la participación en exposiciones, no considerar su valía ni la excelencia de sus trabajos, o cuando la autoría de las obras no estaba clara, dar por hecho que esta correspondía a uno de ellos. Algo así, y aunque sea aplicado a la literatura, a coordenadas anglosajonas y a un marco temporal más amplio, es lo que contaba Joana Russ en 1984 en su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

Como personajes se las ha caricaturizado (valga como ejemplo Juana I de Castilla en lo político) y si nos fijamos en universos como el de la mitología, hemos justificado con nuestro lenguaje épico y heroico el comportamiento y la actitud del hombre. He ahí el mito de Dafne, a quien no le quedó otra que convertirse en un árbol de laurel para evitar que Apolo ¿se apropiara? de su cuerpo. Frente a la visión condescendiente que hemos leído y escuchado una y mil veces, considérese cómo cambia este episodio al ser narrado desde un punto de vista como el de Irene Vallejo.

La reina doña Juana la Loca recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina, Francisco Pradilla y Ortiz, 1906

Cuando se trata la prostitución se pone el foco en ellas, culpándolas y castigándolas con el desprecio social mientras que ellos, incluso en estas situaciones, suelen aparecer como caballeros galantes. Muchos años después seguimos con prejuicios similares. Incluir la sexualidad en los currículos educativos es casi un tabú, por no habla de poner el foco en el papel proxeneta que los denominados clientes y empresarios del gremio tienen en la oscuridad, violencia y alegalidad de esta actividad. Sin olvidar que quienes más conocen de este asunto, ellas, no son escuchadas como debieran (tal y como denunciaba Prostitución, reciente montaje teatral).

La bestia humana, Antonio Fillol, 1897.

Rostros de niñas, pero cuerpos desnudos con actitud insinuante. Esclavas con un pecho al aire. Tentadoras con curvas sinuosas. ¿A qué nos suena? A cantidad de imágenes fijas y audiovisuales, publicidad y cine, donde el canon impone que ellas tienen que ser belleza, sexo y sugerencia interpretando roles, desplegando actitudes y adoptando poses ficticias. ¿Sucede lo mismo en el caso masculino? ¿Hay consolidado, en ese caso, un referente literario como la Lolita de Nabokov, un estilo fotográfico tan marcado como el de las marcas de lujo o grupos de personajes como las impuras demoníacas que ofrecían a San Antonio lujuria, poder y riqueza?

Inocencia, Pedro Sáenz, 1899.

Otro tanto sucede con los arquetipos de la apariencia. Por un lado, la mujer castiza, encarnación de la identidad, la tradición, los principios y las buenas costumbres de la nación, con asuntos propios al margen de los económicos y políticos que eran «cosas de hombres». Por otro, las maniquíes de lujo, las abanderadas de las nuevas estéticas y los comportamientos lúdicos asociados a estas. Unas y otras con sus correspondientes vestuarios, complementos y miradas al espectador. ¿No es así como siguen catalogando hoy muchos medios de comunicación a las que ejercen cargos políticos, empresariales o de cualquier otra clase?

Una manola, Ignacio Zuloaga, 1913 y María Hahn, Raimundo de Madrazo, 1901

En cuanto a la censura que sufrieron algunas obras por considerarse moralmente irrespetuosas o explícitamente groseras. ¿Guarda esto similitud con el bloqueo de las redes sociales a las publicaciones que incluyen reproducciones de desnudos artísticos? ¿O con los tapados momentáneos a que son sometidos determinadas representaciones en su lugar de origen para no herir la sensibilidad de visitantes adinerados y poderosos de otras culturas?

La jaula, José María López Mezquita, 1912-14

Como anecdotario, el fondo negro de La Mona Lisa copiada por Emilia Mena en 1847 (Patrimonio Nacional) nos retrotrae al tiempo anterior a que esta supuesta hermana menor de La Gioconda recuperara su paisaje en la restauración que se le realizó entre 2011 y 2012. La composición de las figuras de Adán y Eva con el fondo arbolado en El primer beso de Salvador Viniegra (1891) me recordó a la novia lorquiana cual Pietà, con Leonardo en sus brazos, de la película de Paula Ortiz (2015).

El primer beso, Salvador Viniegra, 1891.

Para finalizar, y ahora que el Museo del Prado ha contado cómo durante el período 1833-1931 las mujeres no tuvieron la oportunidad de participar en la definición y ejemplificación del canon artístico, ¿corregirá su propia versión de este? Sería difícil de comprender que este discurso no fuera integrado en el más amplio de su permanente. No se trata de enmendarlo, sino de ampliarlo. ¿Debiera implicar también una revisión de los textos de su enciclopedia y de las cartelas explicativas que podemos leer actualmente en sus salas tal y como han hecho otras instituciones como el Rijksmuseum? ¿O sucederá como con las alusivas al testimonio LGTB que lucieron en 2017 la treintena de pinturas, dibujos y esculturas que formaron el recorrido La mirada del otro y que desaparecieron tras el fin del WorldPride Madrid? Curiosa coincidencia que Rosa Bonheur sirva de enlace entre aquella y esta muestra.

El cid, Rosa Bonheur, 1879.

La exposición (131 obras distribuidas en 17 secciones), comisariada por Carlos G. Navarro, queda cerrada con estas palabras de Emilia Pardo Bazán (Memorias de un solterón, 1896) que me parecen de lo más acertadas: “Solo aspiro a gozar de la libertad… no para abusar de ella en cuestiones de amorucos…, sino para interpretarme, para ver de lo que soy capaz, para completar, en lo posible, mi educación, para atesorar experiencia, para…, en fin, para ser algún tiempo y ¡quién sabe hasta cuando!… alguien, una persona, un ser humano en el pleno goce de sí mismo”. El derecho a la libertad como paso previo a la igualdad de oportunidades.

Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), Museo del Prado, hasta el 14 de marzo de 2021.