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«Los renglones torcidos de Dios»

Dos horas y medias de tensión en un thriller que no deja de sorprender. Una intriga sólida gracias a un guión bien estructurado y dialogado, una puesta en escena convincente, una cámara que encuadra siempre como corresponde y un reparto en el que Barbara Lennie destaca cual estrella del mejor cine negro. Una historia que atrapa y seduce desde el principio y engancha e hipnotiza hasta el final.

En algún momento de mi vida debí leer la novela que Torcuato Luca de Tena publicó en 1979, pero como no la recuerdo, cuando ayer me introduje en la sala de los multicines a los que suelo acudir, lo hacía completamente a ciegas, sin tener la más mínima idea de lo que me iban a contar. La premisa era una actriz a la que, aunque ya había visto antes en papeles más cortos, descubrí en María y los demás (2016) y con la que he disfrutado cada vez que la he visto tanto en la pantalla grande (La enfermedad del domingo o Petra) como en el teatro (La clausura del amor, El tratamiento o Hermanas). Los renglones torcidos de Dios gira doblemente en torno a ella, tanto sobre su personaje como sobre su presencia ante la cámara. Y cumple sobradamente ambas expectativas.

Como en toda buena película, sus cimientos son un guión que presenta, desarrolla, relaciona, progresa y concluye cada una de las tramas y personajes de su historia de una manera organizada, correctamente dosificada y limpiamente trazada para cerrarla de un modo que completa convincentemente el círculo que comenzó en su inicio. Sus giros no son nunca gratuitos ni hiperbólicos, las sorpresas surgen en el momento adecuado y lo inesperado no solo no resta, sino que suma credibilidad tanto a la narración como al punto de vista desde el que es contada.

Oriol Paulo plasma todo ello en secuencias, con un transcurrir sosegado, en las que prima lo desconocido para su espectador. Ya sea por no saber qué sombras esconde la investigación a la que dice dedicarse Alice Gould, por no comprender los procedimientos con que se gestiona una institución tan peculiar como un hospital psiquiátrico o por no ser capaz de concebir la arritmia que surge del amplio catálogo de perfiles patológicos que conviven allí dentro.

Paulo se permite licencias simplificadoras -escenarios, conductas y parlamentos- con las que sumergirnos de manera rápida y fácil en la escenografía de ese sanatorio aislado social y humanamente y envolvernos en su atmósfera de alegalidad y suspensión de la cordura, pero sin alterar por ello la fluidez y la lógica de los acontecimientos que nos expone. Una inmersión complementada por la fotografía de Bernat Bosch -austera en lo clínico, pop en lo burgués-, la banda sonora de Fernando Velázquez –precisa en lo puntual, envolvente en lo ambiental- y una edición de sonido que funciona como puente entre lo invisible de la acción y el inconsciente de nuestra percepción.

Y como decía al inicio, un personaje y una actriz principal que lideran un universo difícil de categorizar y un reparto en el que cada intérprete se atiene, sin dejarse constreñir, al corsé del carácter -paciente o médico- asignado. Los internos psiquiátricos resultan bocetados y definidos cuando es necesario, mas nunca simplificados ni caricaturizados, y los responsables a su cargo resultan tan humanos sensibles como profesionales racionales. Junto a la eficaz parquedad de Loreto Mauleón y Javier Beltrán, destaca la siempre certera gestualidad y mirada de Eduard Fernández. Y una excepcional, fantástica y soberbia Bárbara Lennie que abarca desde la seguridad y la debilidad hasta la vanidad y el compromiso, pasando por la contención de la reflexión, el vértigo de la duda y el sufrimiento de la incomprensión.

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

Bárbara e Irene, «Hermanas»

Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

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Hay quien llena sus paredes de imágenes enmarcadas o habla sin dejar un segundo de silencio por miedo al vacío. Horror vacui. Los personajes de Pascal Rampert hacen esto último por un motivo bien diferente, porque les va la vida en ello. Porque o se expresan o mueren. Porque ha llegado el momento de la verdad, el aquí y el ahora en el que liberar lo estancado, lo emponzoñado muy dentro. Porque ahora sí, ahora ya no hay marcha atrás. Pero liberarse del dolor interno no será gratuito, probablemente conlleve causar daño al otro, a ese con el que no estás dialogando pero te está escuchando, ese al que van dirigidas tus palabras, tus golpes, tus cuchillos verbales.

Además de Lennie y Escolar, Bárbara e Irene son dos seres humanos unidas por lo biológico pero separadas por todo lo demás, por lo vivido, lo aprendido y lo compartido. Tienen los mismos padres y vivieron bajo el mismo techo muchos años, realizaron viajes familiares, trataron con chicos y con chicas,…, pero la experiencia vital, el recuerdo y la marca sobre el alma de cada una ellas de todo aquello está en polo opuesto de la otra. Tanto, que sus personalidades resultan ser por contraposición entre ellas. Sin embargo, no son tan individuales, tan distintas como se creen. Esa diferencia, esa distancia, esa falta absoluta de equidad es la que marca la neurótica reciprocidad que al tiempo que las une no solo no las permite entenderse, sino que las hace despreciarse y hasta odiarse.

La velocidad, la presión, la ira, la agresión verbal y la amenaza física que se transmiten continuamente, no decaen ni un solo segundo, ni en el texto ni en la dirección de Pascal Rambert, creando una atmósfera tan opresora como catártica. Lo que ocurre con la llegada de Irene al lugar de trabajo de Bárbara un rato antes de que esta pronuncie una conferencia, no es solo una lucha de barro en modo de violentos reproches, es también un salto al vacío. Un descenso a los infiernos sucio y árido que escuece, pero aunque no lo parezca es también profundamente liberador. Invoca a todos los que tienen algo que ver con lo que allí está sucediendo; da profundidad, contraste y volumen a los recuerdos; grita el dolor, llora la vergüenza, gruñe el desprecio y escupe la envidia como nunca antes se había mostrado.

Estas Hermanas no se desnudan, Lennie y Escolar las vacían, las deconstruyen para volver a levantarlas. Dos cuerpos maleados por un Rambert que sacude con cada uno de sus textos –recuerdo sus anteriores kamikazes, La clausura del amor y Ensayo– pero que al tiempo hace de ellas dos espíritus que vehiculan a la perfección lo que su creador desea transmitir.

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Hermanas, en El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid).

10 películas de 2018

Cine español, francés, ruso, islandés, polaco, alemán, americano…, cintas con premios y reconocimientos,… éxitos de taquilla unas y desapercibidas otras,… mucho drama y acción, reivindicación política, algo de amor y un poco de comedia,…

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120 pulsaciones por minuto. Autenticidad, emoción y veracidad en cada fotograma hasta conformar una completa visión del activismo de Act Up París en 1990. Desde sus objetivos y manera de funcionar y trabajar hasta las realidades y dramas individuales de las personas que formaban la organización. Un logrado y emocionante retrato de los inicios de la historia de la lucha contra el sida con un mensaje muy bien expuesto que deja claro que la amenaza aún sigue vigente en todos sus frentes.

Call me by your name. El calor del verano, la fuerza del sol, el tacto de la luz, el alivio del agua fresca. La belleza de la Italia de postal, la esencia y la verdad de lo rural, la rotundidad del clasicismo y la perfección de sus formas. El mandato de la piel, la búsqueda de las miradas y el corazón que les sigue. Deseo, sonrisas, ganas, suspiros. La excitación de los sentidos, el poder de los sabores, los olores y el tacto.

Sin amor. Un hombre y una mujer que ni se quieren ni se respetan. Un padre y una madre que no ejercen. Dos personas que no cumplen los compromisos que asumieron en su pasado. Y entre ellos un niño negado, silenciado y despreciado. Una desoladora cinta sobre la frialdad humana, un sobresaliente retrato de las alienantes consecuencias que pueden tener la negación de las emociones y la incapacidad de sentir.

Yo, Tonya. Entrevistas en escenarios de estampados imposibles a personajes de lo más peculiar, vulgares incluso. Recreaciones que rescatan las hombreras de los 70, los colores estridentes de los 80 y los peinados desfasados de los 90,… Un biopic en forma de reality, con una excepcional dirección, que se debate entre la hipérbole y la acidez para revelar la falsedad y manipulación del sueño americano.

Heartstone, corazones de piedra. Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

Custodia compartida. El hijo menor de edad como campo de batalla del divorcio de sus padres, como objeto sobre el que decide la justicia y queda a merced de sus decisiones. Hora y media de sobriedad y contención, entre el drama y el thriller, con un soberbio manejo del tiempo y una inteligente tensión que nos contagia el continuo estado de alerta en que viven sus protagonistas.

El capitán. Una cinta en un crudo y expresivo blanco y negro que deja a un lado el basado en hechos reales para adentrarse en la interrogante de hasta dónde pueden llevarnos el instinto de supervivencia y la vorágine animal de la guerra. La sobriedad de su fotografía y la dureza de su dirección construyen un relato árido y áspero sobre esa línea roja en que el alma y el corazón del hombre pierden todo rastro y señal de humanidad.

El reino. Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

Cold war. El amor y el desamor en blanco y negro. Estético como una ilustración, irradiando belleza con su expresividad, con sus muchos matices de gris, sus claroscuros y sus zonas de luz brillante y de negra oscuridad. Un mapa de quince años que va desde Polonia hasta Berlín, París y Splitz en un intenso, seductor e impactante recorrido emocional en el que la música aporta la identidad del folklore nacional, la sensualidad del jazz y la locura del rock’n’roll.

Quién te cantará. Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.

10 funciones teatrales de 2018

Monólogos y obras corales; textos originales y adaptaciones de novelas; títulos que se ven por primera vez, que continúan o que se estrenan en una nueva versión; autores nacionales y extranjeros; tramas de rabiosa actualidad y temas universales,…

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«Unamuno, venceréis pero no convenceréis». José Luis Gómez se desdobla para demostrarnos porqué Don Miguel sigue presente y vigente. Sus palabras definieron la naturaleza de una nación, la nuestra, que en muchos de sus aspectos son hoy muy similares a como lo eran cuando él vivía. La perspectiva del tiempo nos permite también entender las contradicciones de un hombre que, tras apoyarlo inicialmente, pronunció una de las frases más críticas y definitorias del franquismo.

Unamuno

«Gloria». La persona detrás del personaje adorado por los niños. La mujer que vivía más allá de lo que contaban sus versos. La adulta que mira hacia atrás recordando de dónde vino, qué hizo a lo largo de su vida –escribir y amar- y en quién se convirtió. Un monólogo vibrante que retrata a Gloria con sencillez y homenajea a Fuertes con la misma humildad que ella siempre transmitió.

Gloria

«El tratamiento». Cada día de función es un día de estreno en el que convergen 40 años de biografía y la ilusión de dedicarse al cine. Un arte que para Martín constituye el lenguaje a través del cual expresa sus obsesiones y emociones y se relaciona con el mundo acelerado, salvaje y neurótico en que vivimos. Hora y media de humor y comedia, de drama e intimidad, de fluidez y ritmo, de diálogos ágiles y actores excelentes.

ElTratamiento

«Los días de la nieve». Un monólogo en el que el ausente Miguel Hernández está presente en todo momento sin por ello restarle un ápice de protagonismo a la que fuera su mujer. Una Josefina Manresa escrita por Alberto Conejero, puesta en escena por Chema del Barco e interpretada por Rosario Pardo que atrae por su carácter sencillo, engancha por su transparencia emocional y enamora por la generosidad de su discurso.

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«Tiempo de silencio». La genial novela de Luis Martín Santos convertida en un poderoso texto dramático. Una escueta y lograda ambientación –áspera escenografía y asertiva iluminación- que nos traslada al páramo social y emocional que fue aquella España franquista que se asfixiaba en su autarquía. Una puesta en escena que es teatro en estado puro con una soberbia dirección de actores cuyas interpretaciones resultan perfectas en todos y cada uno de sus registros.

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«Los mariachis». Una perfecta exposición a golpe de carcajada y con un fino sentido del humor de cómo la corrupción y la incultura están interrelacionadas entre sí y de cómo nos lastran a todos. Cuatro intérpretes que con su exultante comicidad dan rienda suelta a todas las posibilidades de un texto excelente. Una obra que cala hondo y toca la conciencia de sus espectadores.

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«La ternura». ¡Bravo! Todo el público en pie al acabar la función, aplaudiendo a rabiar y sonriendo llenos de felicidad, con la sensación de haber visto teatro clásico, pero con la frescura y el dinamismo de los autores más actuales. Una historia cómica que juega con los roles de género y parte de la eterna dicotomía entre hombres y mujeres para exponer con sumo acierto lo que supone el amor, lo que nos entrega y nos exige.

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«Lehman trilogy». Triple salto mortal técnicamente perfecto y artísticamente excelente que nos narra la vida y obra de tres generaciones de la familia Lehman -así como el desarrollo de los EE.UU. y del capitalismo desde la década de 1840- gracias al ritmo frenético que marca la dirección de Sergio Peres-Mencheta y la extraordinaria versatilidad de sus seis actores en una miscelánea de comedia del teatro de varietés, exceso cabaretero, expresividad gestual y corporal de cine mudo aderezada con la energía y fuerza de la música en vivo.

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«El curioso incidente del perro a medianoche». Comienza como una intriga con un tono ligero cercano casi a la comedia y poco a poco va derivando en una historia costumbrista en torno a un joven diferente que nos lleva finalmente al terreno del drama y la acción. Un montaje inteligente en el que el sofisticado despliegue técnico se complementa con absoluta precisión con el movimiento, el ritmo y la versatilidad de un elenco perfectamente compenetrado en el que Alex Villazán brilla de manera muy especial.

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«El castigo sin venganza». Todavía sigo paralizado por la intensidad de esta tragedia, en la que no sé qué llega más hondo, si la crudeza del texto de Lope de Vega, la claridad con la que lo expone Helena Pimienta o la contagiosa emoción con que lo representa todo su elenco. Una historia en la que la comicidad de su costumbrismo y tranquilidad inicial deriva en una opresiva atmósfera en la que se combinan el amor imposible, la amenaza del poder y las jerarquías afectivas y sociales.

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«El reino» de la soberbia

Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

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Viajes pagados por empresarios, uso particular de medios públicos, mordidas en concesiones, recalificaciones de terrenos, desvío de subvenciones, cuentas en Suiza,…, menos cremas y masters esta cinta tiene alusiones a toda clase de casos de corrupción de los que hayamos tenido noticia en los últimos años. Tanto que, más que original, su guión parece una adaptación de los titulares que nos han ido dando día a día en sus portadas y cabeceras los distintos medios de comunicación. Solo los investigadores judiciales sabrán cuán veraz es lo que retrata, pero lo que esta cinta cuenta –con una factura que tiene un punto de “nuevo periodismo”- resulta tremendamente creíble.

En ningún momento da nombres ni hace referencias explícitas, pero ahí quedan algunas pistas para los amantes de las similitudes como la luz de Levante, los trajes de sastrería, las anotaciones manuscritas en libretas o las referencias a las más altas instancias del Gobierno y del Estado. Sin embargo, El reino no solo no se deja atrapar por ello sino que utiliza a su favor el conocimiento que ya tenemos de la narrativa de la corrupción para elaborar su propia historia. Entra directamente al grano y no pierde en ningún momento ni un solo segundo en explicar códigos, motivaciones o procedimientos. Cuanto vemos está supeditado muy exitosamente, tanto artística como técnicamente –atención a la banda sonora y la fotografía-, a un único elemento, la acción.

Un viaje en el que cuanto acontece está siempre al margen de la ley, pero mientras al principio todos los personajes cuentan con su condescendencia, los acontecimientos van haciendo que cada uno de ellos se sitúe de manera diferente frente a ella. Hasta que el más osado, y también guiado por el principio de “morir matando”, el vicesecretario autonómico del partido gobernante y delfín del líder regional, se enfrenta a los que a ojos de la opinión pública están aún en el lado de la legalidad.

Así es como la intriga se va convirtiendo progresivamente en un thriller que va acumulando tensión a medida que entran en juego tanto la estabilidad de su faceta personal (matrimonio y familia) como la de las estructuras de su ya extinta vida pública (partido político y administraciones públicas) hasta el punto de sembrar la duda sobre su propia integridad física. Una complejidad e interactuación de planos que Ricardo Sorogoyen muestra y superpone centrándose con rigor en el ritmo con que el surgen y en la manera en que confluyen y se influyen, pero sin ejercer en ningún momento de juez moral.

Una dirección en la que todo está muy medido y a la que Antonio de la Torre responde con una brutal interpretación. No solo estando presente por exigencias del guión en todas las secuencias, sino por la atmósfera que imprime a la película la desbordante presencia que imprime a su personaje. Un elemento fundamental en el logro de que El reino no sea solo una excelente película, sino también un trabajo necesario que plantea hasta dónde puede llegar la soberbia y dónde se queda la ética cuando un político se corrompe.

«Todos lo saben»

Un guión muy bien trazado, con una historia que evoluciona sin perder un ápice de tensión hasta su momento final. Un reparto compacto, brillante, lleno de talento. Y una dirección que convierte todo esto en una gran película, en una cinta que con su extremo desasosiego te tiene pegado a la pantalla y con el corazón en un puño a lo largo de toda la proyección.

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En la fiesta nocturna de una boda una adolescente desaparece sin dejar rastro. El saber hacer de Asghar Farhadi convierte lo que hasta entonces había sido una minuciosa exposición del secano y familiar costumbrismo español en una dolorosa vivencia de desconcierto y desasosiego. La convivencia torna en sospecha y la armonía en una tensión paralizante en la que la faz de todos los personajes cambia completamente. Ese es el primer acierto y gran logro de Todos lo saben. Sus dos realidades son totalmente diferentes, no solo por los acontecimientos que las marcan, sino por las personalidades que cada personaje revela en cada una de ellas.

Argumentalmente Todos lo saben es un drama, una película de intriga, un thriller en el que nadie se muestra con total transparencia, la verdad nunca termina de estar clara y el tiempo juega en contra de la supervivencia. Artísticamente es una película de actores, la solidez del guión hace que este se convierta en una prueba de máximos. Prueba superada. El recital de Penélope Cruz es de órdago, no hay matiz, grado o estadio de la alegría y satisfacción inicial, así como del desconcierto, la desesperación, la angustia y la ansiedad posterior por el que no pase, muestre con hondura y nos haga sentir. Algunos de los planos que protagoniza son maestros por la belleza y atemporalidad que transmiten, por la perturbadora emoción que provocan.

Ella es la que guía el dibujo de lo que está ocurriendo y quien provoca que todos a su alrededor expongan sus cartas. Formando el triángulo más íntimo, Javier Bardem y Ricardo Darín se complementan con ella y entre sí para dar pie a una relación humana tan complicada como necesaria, logrando activar con total verosimilitud ese giro argumental que da profundidad a la historia. Junto a ellos, secundarios excepcionales como Barbara Lennie, Eduard Fernández y Elvira Mínguez la apuntalan, dándole la resonancia que esta demanda y el eco que la engrandece.

Por su parte, tanto el guión como la dirección de Fahardi no dejan ni un solo hilo sin atar y ni un momento sin proporcionar información en distintos niveles, simultaneándolos, entrecruzándolos y relacionándolos, pero sin afirmar cuáles son las causas, el origen o las consecuencias de los muchos y pequeños conflictos que se van desatando.

Él solo muestra el oxígeno que hace que lo no resuelto vuelva de las sombras en las que fue escondido por falta de valor o por el orgullo que impide aceptar la realidad tal cual es. Retornos que provocan que la sacudida desestabilizadora con la que arranca Todos lo saben se convierta en una atmósfera sorda, de respuestas cortas y miradas silenciosas, que nos oprime obligándonos a una catarsis de confesión sin tener la seguridad de que sea el precio a pagar para poder volver al terreno de la paz y el equilibrio personal.

«El tratamiento»

Cada día de función es un día de estreno en el que convergen 40 años de biografía y la ilusión de dedicarse al cine. Un arte que para Martín constituye el lenguaje a través del cual expresa sus obsesiones y emociones y se relaciona con el mundo acelerado, salvaje y neurótico en que vivimos. Hora y media de humor y comedia, de drama e intimidad, de fluidez y ritmo, de diálogos ágiles y actores excelentes.

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Con la representación ya avanzada Martín coincide en una boda con una mujer que le dice que su vida da para un guión. La loca verborrea con que Ana Alonso adjetiva, narra y secuencia las mil y una etapas por las que ha pasado y que según ella son material de primera para filmar una gran película, resumen una parte de lo que es El tratamiento. Un punto medio entre la sátira y el chiste inteligente sobre cómo viven los guionistas su profesión dentro del amplio mundo del cine. Menospreciados por la ignorancia del público, instrumentalizados por los intereses de los productores y manipulados por los directores y actores que necesitan de sus historias y palabras.

Otro de esos momentos mágicos de este montaje es el que origina una fantástica Bárbara Lennie encarnando a Cloe, una presencia femenina constante en la vida de Martín. Unas veces en persona, otras en espíritu. En ocasiones, incluso, de ambas maneras, como cuando se encuentran después de mucho tiempo en un balneario y el silencio que les rodea y en el que se comunican es tan brillante y mullido como los albornoces con que se cubren. Una escena en la que la atmósfera se llena con la fascinante inmovilidad de ambos, las medias sonrisas y las breves miradas que se lanzan cuando dejan de observar la nada y se dedican frases cortas pero llenas de significado sobre lo que les unió y lo que aún sigue habiendo entre ellos a pesar de que ya nada sea igual.

Dos capítulos de los muchos de la biografía de su protagonista, encarnado por un excelente Francesco Carril, en los que se introduce Pablo Remón (soberbio guionista de No sé decir adiós) para hacernos ver que o nos adaptamos a la realidad o esta nos expulsa. En lo personal nos hace transitar con una sonrisa fresca por la infancia y la madurez, el amor y el abandono, la pérdida y la ilusión, el presente y los recuerdos. Cuando se adentra en lo laboral surgen las carcajadas al mostrarnos los múltiples escollos con que se encuentran la creatividad y la expresividad a la hora de intentar encontrar su sitio en el complejo mundo de la producción cinematográfica.

La academia de escritura de guión en la que estudia un versátil Emilio Tomé es un vendaval de sorna y parodia, las oficinas de la productora resultan ácidas y sarcásticas y el director que encarna Francisco Reyes -junto a otros personajes, al igual que el resto del elenco- no puede ser más desternillante. Las menciones a la Guerra Civil y al género de la ciencia ficción son un auténtico delirio, un soplo de aire fresco en los tiempos de corrección y papanatería política que vivimos. Viva El tratamiento, viva el teatro –como lenguaje, como arte, como espectáculo, como entretenimiento- y viva el humor.

El tratamiento, en El Pavón. Teatro Kamikaze (Madrid).

“La clausura del amor” lo rompe todo

Asumir el final supone volver al principio y repasar el trayecto recorrido, dándole los términos correctos a todo lo vivido. Un ejercicio de complicado equilibrio, hay que ponerle razón a lo que no lo tuvo y emoción allí donde faltó. Un momento único en la vida para el que no estamos preparados y en el que nos sorprende tanto lo que decimos como lo que respondemos. Bárbara Lennie e Israel Elejalde se entregan completamente en este proceso, se dejan la voz, la piel y el cuerpo llevando el texto de Pascal Rambert a una dimensión superior que hace que nada vuelva a ser como antes.

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Sin pelos en la lengua. Él no se calla nada y ella lo dice todo. Él da rienda suelta a su locuacidad y ella a su estómago. Uno habla y el otro replica, uno enuncia y el otro reelabora. No hay límites, no hay reglas, no hay impedimentos, no hay filtros. Todo vale. Como si fuera ahora o nunca. No habrá más oportunidades. Después de este encuentro no habrá nada más, es el fin, todo será pasado. La verdad surge de lo más hondo y profundo y se articula en dos discursos que son más que un ejercicio de expresión, son dos testamentos, dos sentencias de punto y final, de muerte. Aún hay algo vivo, sí, pero no queda oxígeno ni medios ni ganas ni intención de dárselo,  solo la imperiosa necesidad de ejecutarlo, de aplicarle una dolorosa y destructiva, pero también necesitada y deseada, eutanasia.

La clausura del amor es un fenómeno que lo puede y lo contiene todo, es tan arrasador como energizante. A Bárbara y a Israel les insufla de vida y, al tiempo, es un huracán que se encarna en cada uno de ellos para destrozar al otro en mil fragmentos que a continuación unen para dejar en él, en ella, en uno y en otro, las cicatrices, las huellas, las marcas de su paso, de su convivencia, del tiempo en que fueron una simbiosis, una unión, una pareja que, además, tendrá ya por siempre algo ajeno a ellos que les recuerde lo que fueron y dejaron de ser, los hijos habidos en común.

Bárbara e Israel no son actores sobre el escenario, lo suyo no es técnica ni experiencia sino un paso más allá de la entrega total y absoluta, es la puesta a disposición de su director para convertirse exitosamente en lo que su cabeza tramó desde que comenzó a concebir esta obra, en algo más que palabras y movimiento sobre el escenario, en una atmósfera, en un ambiente, en un aire en el que el tiempo se congela y el espacio se volatiliza.

Lennie y Elejalde, cada uno a su manera, separados, pero también juntos –porque su soledad no es tal, es la falta, la lejanía, la pérdida del otro-, son el corazón, la mente y el sexo subidos en una montaña rusa que les hace convertirse en suicidas kamikazes y en tiranos caníbales, estar heridos de muerte o resurgir de las cenizas como el ave fénix. Él eficaz y solvente, rotundo, tangible, material, presente. Ella airosa, resuelta, elevada, fluida, lumínica y fugaz.

La clausura del amor, en Teatro Kamikaze (Madrid).