Archivo de la etiqueta: Fernanda Orazi

10 montajes teatrales de 2021

Obras nuevas y otras vistas tiempo después de que fueran estrenadas. Denuncia política, retrato social y revisión histórica. Producciones financiadas por instituciones públicas y otras como resultado de la iniciativa privada. Realismo y misticismo, diversión y dramatismo, monólogos y representaciones corales.

«Manning» (Umbral de Primavera). Una década después de que este apellido comenzara a sonar en los medios de comunicación por filtrar documentos que revelaban la cara oculta de la actuación militar de EE.UU. en Irak y Afganistán, podemos conocer su vida a través de este monólogo.

«Cluster» (ex límite). una constelación de constelaciones. Perfecta, pero no como resultado de esa unión, sino porque cada uno de esos microcosmos ya era redondo antes de integrarse en el entramado resultante.

«Estado B. Kitchen / Ruz – Barcenas» (Teatro del Barrio). La sobriedad de la puesta en escena y la rotundidad de las interpretaciones dobles de Pedro Casablanc y Manolo Solo dejan claro que la máxima de la dirección de Alberto San Juan es análoga a la objetividad periodística. 

«Descendimiento» (Teatro de la Abadía). La pintura, la poesía y el movimiento. La imagen estática, la palabra escrita y pronunciada y el cuerpo desplegado sobre el escenario. Tres lenguajes, tres medios que confluyen para crear algo que ya son cada uno de ellos por separado, y que juntos son más, arte.

«Shock 2. La Tormenta y la Guerra» (Centro Dramático Nacional). Un puzle de mil piezas que Boronat y Lima han diseñado tan bien sobre el papel que la materialización en escena dirigida por Andrés está a caballo entre lo continuamente fluido y lo casi perfecto.

«Sucia» (Teatro de la Abadía). Bàrbara Mestanza nos sitúa con valentía y claridad frente a la realidad de los abusos sexuales. Un relato en primera persona sobre aquello a lo que menos atención prestamos, a cómo se sintió la víctima cuando la violentaban, cómo convivió en silencio con aquel dolor y cómo fue el proceso de darlo a conocer.

«Una noche sin luna» (Teatro Español). Un texto redondo, una interpretación espléndida y una dirección extraordinaria de Sergio Peris-Menchetta que materializa con inteligencia y sensibilidad la profundidad, capacidad y múltiple expresividad del doble trabajo de Juan Diego Botto. 

«El bar que se tragó a todos los españoles» (Centro Dramático Nacional). Alfredo Sanzol cuenta que su texto está basado e inspirado en su padre. Hay verdad y ficción en lo que nos expone. Drama, comedia, costumbrismo y delirio hilarante. Del pequeño pueblo navarro de San Martín de Unx a Roma pasando por Texas, San Francisco y Madrid.

«N.E.V.E.R.M.O.R.E.» (Centro Dramático Nacional). Una original y trabajada propuesta escrita y dirigida por Xron, con la que el Grupo Chévere nos retrotrae tanto al inicio de la pandemia del covid como al desastre del Prestige veinte años atrás.

«Los remedios» (Teatro Lara). Acción y texto. Vida y actuación. Da igual si lo que relatan sucedió o no tal y como lo representan. Lo importante es que pudo ocurrir así porque suena a sentido y hecho con el corazón, y montado para ser captado y procesado desde ahí.

10 montajes teatrales de 2020

El teatro es como ese navegante que, cueste lo que cueste, siempre se mantiene a flote. Te hace reír, llorar y pensar. Te abstrae, te incomoda y te sacude. Te saca de tus coordenadas y te arroja a las vicisitudes de mundos que ignoras, esquivas o desconoces. Te aporta y te da vida, te engrandece.  

«Prostitución». De la comedia cabaretera a la verdad del teatro documento y la exposición de la denuncia política. Un recorrido por historias, testimonios y situaciones que hemos escuchado, leído, comentado y banalizado muchas veces.

«Carmiña». Tras «Emilia» (Pardo Bazán) y «Gloria» (Fuertes), la tercera entrega de la Mujeres que se atreven de Noelia Adánez en el Teatro del Barrio puso el foco en otra gran escritora, Carmen Martín Gaite. Un personaje tan solvente como los anteriores, respetando su carácter único y dándole una solvente entidad dramática.

«Los días felices». Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

«Curva España». El muy peculiar humor gallego de Chévere. Un particular “si hay que ir se va” que les sirve para elucubrar, imaginar y ficcionar la Historia (con mayúsculas) para dar con las claves que explican y ejemplifican muchas de nuestras incompetencias y miserias.

«Traición». Israel Elejalde convierte la construcción literaria y psicológica entre el silencio, los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas de Harold Pinter en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.

«Con lo bien que estábamos». Qué arte, qué lujo y despiporre el de la Ferretería Esteban. Un espectáculo que suma esperpento, absurdez y espíritu clown. La atemporalidad de la tradición, de los clichés, los recursos y los guiños que si se manejan bien siguen funcionando.

«El chico de la última fila». Multitud de capas y prismas tan bien planteados como entrecruzados en una propuesta que juega a la literatura como argumento y como coordenadas de vida, como guía espiritual y como faro alumbrador de situaciones, personajes y aspiraciones.

«Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero». La muerte es una etapa más, la última de la materialidad, sí, pero también la del paso a la definitiva espiritualidad, que en el caso del que se va no se sabe en qué consiste, pero para el que se queda adquiere denominaciones como legado, recuerdo, homenaje y honramiento.

«Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra». Activismo feminista y ecologista, dramaturgia, plasticidad, danza, crítica social y notas de humor en un montaje que va del costumbrismo al existencialismo en una historia que recorre nuestras tres últimas décadas.

«Macbeth». La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia.

«Los días felices» de Beckett, Messiez y Orazi

Un texto que se esconde dentro de sí mismo. Una puesta en escena retadora tanto para los que trabajan sobre el escenario como para los que observan su labor desde el patio de butacas. Un director inteligente, que se adentra virtuosamente en la complejidad, y una actriz soberbia que se crece y encumbra en el audaz absurdo de Samuel Beckett.

Abusamos del término surrealista, cuando en realidad debiéramos usar muchas veces el de absurdo. Confundimos como onírico e irracional aquello cuya lógica no entendemos o no conseguimos captar por mucho que nos empeñemos. El autor de Esperando a Godot fue un genio en este sentido, usando las palabras no solo para contarnos algo, sino también para estrujar nuestro estómago, presionar nuestro corazón y aporrear nuestra cabeza cuando nos exponemos a sus neuróticas y aparentemente incomprensibles propuestas.

Una enmarañada complejidad que Pablo Messiez trabaja -desde la escenografía, el sonido y la iluminación- hasta convertir en una experiencia tan inmersiva y sugerente -lo que importa es el trayecto, no el origen ni el destino- como la montaña de cascotes que cubre a Winnie, primero hasta el pecho, después hasta el cuello.

Una mujer de mediana edad, vestida con un palabra de honor, acompañada de su bolso y sin movilidad posible, pero dotada de una locuacidad sin par. De una oralidad que Fernanda Orazi convierte en un derroche de discurso y retórica que viaja libremente entre el psicoanálisis, el lacanismo y la elaboración gestáltica, entre la expresión libre, la indagación introspectiva y la búsqueda de un sentido que quizás no exista, o sí, pero que en cualquier caso no puede ser fijado en un concepto, un proceso o un objetivo con el que el hombre se sienta realizado.

Esta adaptación de Los días felices (obra escrita en 1960) embauca, atrae y conquista. Por la verborrea sin fin con que Winnie ahuyenta el silencio y absorbe el oxígeno. Por la manera en que retuerce la supuesta sencillez de su argumentario, llevándolo hasta un extremo en el que confluyen el vacío, la nada, la angustia y la ansiedad. Por la explosión gestual, tonal y la capacidad de trascenderse físicamente de la Orazi (“la” de diva, de grande, de ama, de dueña y señora del escenario). Por la barbaridad de lograr que durante la hora y media de función sus manos y su rostro -y después solo su rostro- nos atraigan e hipnoticen embaucándonos en una narrativa más vertical que horizontal, más de caída y descenso existencial que de progresión y avance.

Una lógica perturbadora marca Samuel Beckett perfectamente orquestada por Messiez, alcanzando y manteniendo a lo largo de toda la función ese difícil y delicado punto de equilibrio en el que es fiel al autor al que está adaptando, al tiempo que deja impreso su propio sello como director y cocreador de la representación a la que estamos asistiendo. Parece que no hay genio de la dramaturgia que se le resista a Pablo, ya sea Lorca (Bodas de sangre), Chejov (La otra mujer) o ahora Beckett. Quién iba a decir que después de la explosión corporal que fueron Las canciones, iba a llevarnos tan arriba, pero esta vez sin hacernos mover un ápice de la butaca.  

Los días felices, en el Teatro Valle Inclán (Madrid).

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

«Doña Rosita, anotada» entre Lorca y Remón

El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.   

A priori, la opción más segura para llevar al escenario a un clásico es respetarlo tal cual. Más complicado es adaptarlo a un momento distinto a aquel en el que está ambientado, sobre todo si su responsable se deja llevar por sus obsesiones y fijaciones personales. Quizás la manera más arriesgada de hacerlo sea hablando con él de frente, de igual a igual, dialogando con lo que escribió su autor y lo que relatan sus personajes desde nuestro presente. Un trabajo que exige llegar a un resultado que respetando su originalidad suene cercano, que no busque el choque del allí y entonces con el aquí y ahora, sino que nos haga ver cómo a pesar de lo mucho que creemos haber evolucionado y mejorado, hay ideas, sentimientos, visiones y búsquedas que no cambian, que siguen guiando nuestra mente e impulsando nuestro corazón.

Un terreno nada fácil en el que Pablo Remón se ha sumergido respetando, confrontándose y dando la vuelta al universo de El lenguaje de las flores con total valentía. El resultado es una demostración de que su autenticidad y originalidad es propia. No es resultado de un asesinato freudiano del maestro, sino de haber llegado hasta lo que hizo al granadino universal y eterno, a su capacidad para mostrar, desnudar y exponer con detalle esa combinación de lo innato con lo ambiental, lo propio y lo aprendido, que somos y nos hacen ser.

La idea de que una mujer espere y desespere, durante años y con miles de kilómetros de por medio, porque el amor con el que se ha comprometido llegue a materializarse, tanto carnal como sacramentalmente, nos resulta hoy muy lejana. Sin embargo, décadas atrás eran el tipo de historias que se contaban para hacer que las más jóvenes actuaran con la docilidad y conformidad que se esperaba de ellas. Quizás ese era el propósito de Federico, no escribir solo lo que le sucedió a Doña Rosita la soltera, sino como hizo en otras obras suyas, adentrarse en ese mundo de exigencias y rectitud.

Pero entrados en este caso concreto, no sabemos si esa debilidad y sumisión ocultaban una fría inteligencia que protegía a Doña Rosita de las exigencias sociales, un ruidoso desorden que la anclaba al suelo de las tradiciones y costumbres que pisaba, o una dura abnegación que la empujaba a convertirse en una caricatura social de esa España de tipos y tipejos que fuimos ¿y seguimos siendo?

Una simultaneidad de planos, puntos de vista e interpretaciones que esta Doña Rosita anotada pone sobre el escenario haciendo que sus tres soberbios actores nos relaten cómo se acercan al texto, la distancia personal desde la que se adentran en él, el recorrido que hacen por su trama y la manera de adentrarse en él a través de sus muchos personajes. Un viaje trazado y conducido con suma finura por Remón, y con una perfecta escenografía e iluminación como acompañantes, entre el drama y la comedia hasta llegar a la esencia de Doña Rosita, para transmitir al igual que hizo Lorca hace ya más de 80 años, lo delicado, sensible y fácil de alegrar, pero también de herir, que es nuestro corazón.

Doña Rosita, anotada, en los Teatros del Canal (Madrid).