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“¿Qué es la calidad en el arte?” de Alejandro Vergara Sharp

Cuestión delicada que despierta suspicacias según el gusto, la experiencia y la formación de cada observador. Pregunta difícil de responder, pero asunto definible si se sigue un procedimiento reflexivo como el que propone su autor. Un ensayo breve sobre estética, apto tanto para entendidos sobre arte como para aficionados deseosos de dotar de razón a sus argumentos.

Unos dirán que la tiene si les atrae o no lo que ven. Otros se basarán en criterios ajenos como la cotización del autor, el prestigio de la entidad que atesora sus creaciones o los adjetivos con que los medios de comunicación divulgan su obra. Pero tras todo ello, tal y como afirma el Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte hasta 1700 del Museo Nacional del Prado, debe haber algo observable que, consensuado, nos permita tener un criterio común sobre qué es bueno y qué no. Su disertación no pretende establecer una regla estricta, matemática, pero sí una hoja de ruta con la que argumentar convincentemente porqué consideramos que una pintura, escultura o edificio tiene ese algo que lo hace valorado y, por tanto, digno de ser preservado, estudiado y divulgado.

Vergara Sharp inicia su reflexión advirtiendo sobre un concepto anterior al de calidad, el de cualidad. Primero qué ha de tener una obra de arte. Y segundo, en qué medida, no basta si no tiene el nivel suficiente. Ahora bien, ¿cuáles son esas cualidades? Depende del momento y el lugar. Respuesta que ejemplifica situándose en el período que domina, en la Europa que va desde el siglo XV hasta el XVIII, largo período sintetizado bajo el término de neoclasicismo.

Mas una vez trasladados allí lanza varios interrogantes. ¿Cuál era la cultura visual del común de los ciudadanos? ¿Cómo se formaban entonces los creadores? ¿Qué papel cumplían las distintas disciplinas artísticas en la sociedad que alumbraba sus producciones? Eso es lo que determina las cualidades en que nos hemos de fijar. Y tratando sobre pintura, él propone dos, idealismo y verosimilitud. Lo que se solicitaba y observaba debía estar conectado con la realidad, pero siendo más excelso que ella sin que esa sublimación afectara a su credibilidad. Aunque se fuera consciente de que lo que se contemplaba era una ilusión, los espectadores habían de sentir, percibir e interpretar lo que veían como verosímil.

Un resultado que no surgía sin más y que tiene que ver tanto con el papel del arte en la sociedad de aquel momento como con la capacidad de percepción e interpretación inherente al hombre, pero que también se moldea con la experiencia y se educa según los círculos de los que se forme parte. Asunto sobre el que, como bien apunta Vergara Sharp, le dedicaron escritos y reflexión nombres de la Grecia clásica como Platón, Aristóteles o Sócrates o del Renacimiento italiano como Leonardo da Vinci o Leon Battista Alberti.

Hoy somos capaces de detectar los mecanismos por los que conseguían sus logros grandes autores como Caravaggio, Mantegna, Tiziano o Rubens. Un reto que exigía dominio técnico, intuición y sensibilidad para llegar a unas cotas que sorprendían y hasta abrumaban, y que en la actualidad seguimos admirando. Una buena manera y ejemplificación de cómo se puede detectar y valorar la calidad de las piezas de un determinado período y, en consecuencia, un método extrapolable y aplicable a las creaciones de otros tiempos, producto de otros condicionantes y objetivos, que es necesario conocer, para así realizar un juicio justo de las mismas.

¿Qué es la calidad en el arte?, Alejandro Vergara Sharp, 2022, Editorial Tres Hermanas.

“Almas en pena de Inisherin”

El día a día cien años atrás en una pequeña isla irlandesa, donde la vida es sencilla y cualquier cambio puede causar un terremoto personal y social. Paisajes sobrecogedores y una escenografía inmersiva. Personajes diáfanos perfectamente interpretados. Y una trama original y diferente centrada en las motivaciones, misterios y propósitos de la conducta humana.

Aristóteles señalaba que “el hombre es un ser social por naturaleza”. Esencia que Pádraic siente en peligro el día que Colm le retira su palabra. Quien hasta el 30 de marzo de 1923 había sido su mejor amigo, deja de hablarle y mirarle a la cara, se sienta alejado de él en el pub al que siempre iban juntos. La justificación es doble. Ya no le gusta, se aburre con él y quiere dedicar su tiempo, energía y atención a la música con el ánimo de perdurar el día que fallezca. La claridad y solidez de su decisión es semejante a la estupefacción e incredulidad de la reacción de su vecino. El día a día sigue transcurriendo con la misma monotonía, pero le es imposible sentir la paz, equilibrio y plenitud que hasta entonces le proporcionaba el entorno en el que vive.

Almas en pena de Inisherin es transparente en su sencillez. No plantea cuestiones existenciales, parte de marcos etnográficos ni su trama gira en torno a la observación psicológica o el análisis social. No hay más que lo que se ve. Y esa es su grandeza, transmitir plenitud sin necesidad de artificios técnicos o dobles lecturas argumentales. El individuo en comunión con el resto de la vida, con el fluir de las estaciones y su influjo en la tierra que habita y trabaja, así como con los animales que le acompañan. Una observación similar a la que Martin McDonagh ya realizara en Tres anuncios en las afueras (2017), destacando con la fotografía de Ben Davis la intimidad de sus interiores, el costumbrismo de su orografía y la epifanía de su luz, y con la banda sonora de Carter Burwel la autenticidad del pulso interior que late en todo ello.

La complejidad, tensión e intriga llega con cuanto tiene que ver con los códigos comunicativos y la razón de ser de los nexos entre las personas. El guión de McDonagh conjuga el realismo y la fantasía, lo establecido y lo espiritual, lo material y lo fantasmal referenciando como en la otra orilla transcurre una guerra, evidenciando el papel vertebrador de la religión y la autoridad, e incluyendo caracteres que remiten a lo ancestral. Y combinando y contrastando con todo ello, el muy peculiar conflicto, entre los personajes encarnados soberbiamente por Colin Farrel y Brendan Gleeson, con una evolución impredecible que sostiene muy eficazmente el desarrollo de la historia.

Dos universos emocionales genuinos en los que confluyen lo entrañable y lo reservado, lo obvio de lo público y compartido y lo inexpugnable de lo íntimo y privado. Dos seres con interrogantes que ni ellos mismos saben resolver, pero con certezas que les guían. Dos tipos peculiares que no son metáfora ni símbolo de nadie más, pero que se complementan perfectamente tanto visualmente con los elementos con los que comparten plano, como emocionalmente con el modo en que se vive, piensa, siente y actúa en Inisherin.

10 ensayos de 2022

Arte, periodismo de opinión y de guerra, análisis social desde un punto de vista tecnológico y político. Humanismo, historia y filosofía. Aproximaciones divulgativas y críticas. Visiones novedosas, reportajes apasionados y acercamientos interesantes. Títulos con los que conocer y profundizar, reflexionar y tomar conciencia de realidades y prismas quizás nunca antes contemplados.

“Otra historia del arte” de El Barroquista. Aproximación a la disciplina que combina la claridad de ideas con la explicación didáctica. Ensayo en el que su autor desmonta algunos de sus mitos a la par que da a conocer los principios por los que considera se ha de regir. Una propuesta de diálogo a partir del cambio de impresiones y de la suma de puntos de vista, sin intención alguna de asombrar o imponerse con su acervo académico.

“Arte (in)útil” de Daniel Gasol. Bajo el subtítulo “Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura”, este ensayo expone cómo el funcionamiento del triángulo que conforman instituciones, medios de comunicación y arte es contraproducente para nuestra sociedad. En lugar de estar al servicio de la expresión, la estética y el pensamiento crítico, la creación y la creatividad han sido canibalizadas por el mecanismo de la oferta y la demanda, el espectáculo mediático y la manipulación política.

«La desfachatez intelectual» de Ignacio Sánchez-Cuenca. Hay escritores y ensayistas a los que admiramos por su capacidad para imaginar ficciones e hilar pensamientos originales y diferentes que nos embaucan tanto por su habilidad en el manejo del lenguaje como por la originalidad de sus propuestas. Prestigio que, sin embargo, ensombrecen con sus análisis de la actualidad llenos de subjetividades, sin ánimo de debate y generalidades alejadas de cualquier exhaustividad analítica y validez científica.

“Amor América” de Maruja Torres. Desde Puerto Montt, en el sur de Chile, hasta Laredo en EE.UU., observando cómo queda México al otro lado del Río Grande. Diez semanas de un viaje que nació con intención de ser en tren, pero obligado por múltiples obstáculos a servirse también de métodos alternativos. Una combinación de reportaje periodístico y diario personal con el que su autora demuestra su saber hacer y autenticidad observando, analizando, recordando y relacionando.

“Guerras de ayer y de hoy” de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo. Conversación entre dos periodistas dedicados a contar lo que sucede desde allí donde tiene lugar. Guerras, conflictos y entornos profesionales relatados de manera diferente, pero analizados, vividos y recordados de un modo semejante. Crítica, análisis e impresiones sobre los lugares y el tablero geopolítico en el que han trabajado, así como sobre su vocación.

“Privacidad es poder” de Carissa Véliz. Hemos asumido con tanta naturalidad la perpetua interconexión en la que vivimos que no nos damos cuenta de que esta tiene un coste, estar continuamente monitorizados y permitir que haya quien nos conozca de maneras que ni nosotros mismos somos capaces de concebir. Este ensayo nos cuenta la génesis del capitalismo de la vigilancia, el nivel que ha alcanzado y las posibles maneras de ponerle coto regulatorio, empresarial y social.

“Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera” de Antonio Maestre. Ensayo que explica los frentes en los que se manifiesta actualmente la opresión del capitalismo sobre quienes trabajan bajo sus parámetros. Texto dirigido a quienes ya se sienten parte del proletariado, para que tomen conciencia de su situación, pero también a aquellos que no entienden por qué parte de sus miembros le han dado la espalda a sus circunstancias y abrazado opciones políticas contrarias a sus intereses.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

«Historias de mujeres» de Rosa Montero. Dieciséis semblanzas que aúnan datos biográficos y análisis del contexto combinando el reportaje periodístico y el ensayo breve. Vidas, personalidades y acontecimientos narrados de manera literaria, con intención de hacer cercanas y comprensibles a quienes fueron ninguneadas o simplificadas. Una inteligente reivindicación del derecho a la igualdad sin caer en mitificaciones ni dogmas.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps. Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps

Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

Victoria Camps, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y ex Consejera Permanente del Consejo de Estado, comienza su reflexión señalando uno de los males de nuestro tiempo, pasamos de un extremo a otro para cambiarlo todo, pero seguimos reproduciendo los mismos errores. Una vez hemos comprobado que la fijación por los números, la proliferación de procedimientos y la atomización de referentes que ha conllevado nuestra evolución social y política, pero sobre todo económica con la eclosión del neoliberalismo en la década de los 80 del siglo XX, no proporcionan los resultados que esperábamos, llevamos años reclamando que las emociones sean las protagonistas, ensalzando el valor de la escucha, la empatía y la necesidad de expresarnos con libertad.

Sin embargo, de la misma manera que antes se nos olvidaba cuánto influyen en nuestras motivaciones y actuaciones la singularidad de nuestra historia personal, los principios de nuestro carácter y los valores de nuestro pensamiento, ahora parecemos obviar la necesidad de unos marcos que sí, nos limitan, pero que también sirven para que seamos respetados por los demás, a la par que favorecen la creación y la existencia de un espacio de encuentro, intercambio y crecimiento común.

A lo largo de este título, Premio Nacional de Ensayo 2012, su autora se realiza preguntas y plantea hipótesis -según señala, ese es el deber y propósito de la filosofía- sobre el papel que desempeñan en nuestra percepción y comprensión del mundo -tanto del más cercano y concreto como del más general o abstracto- emociones como el miedo, la vergüenza, la confianza o la autoestima siguiendo lo que escribieron al respecto nombres como Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hume o Adam Smith. Su intención, llegar al fondo de cuestiones como la de cómo conjugar el bien individual y el progreso común, extraer una aportación positiva de las sensaciones desagradables o hacer coincidir el conocimiento de lo que está bien con una actuación consecuentemente justa.  

Un proceso al que no ayudan tendencias de tiempos recientes como la exaltación de la individualidad, el recurso a la farmacología y técnicas como el coaching, cuando de mar de fondo arrastramos un cambio de los paradigmas que sentíamos nos organizaban, guiaban y unían. Hemos dejado atrás o diluido la creencia en la religión, la práctica de los lazos familiares, el sentido de pertenencia a una nación y la esperanza que nos proporcionaba el estado de bienestar, y nos encontramos con que seguimos teniendo muchas incertidumbres y han surgido otras nuevas de las que desconocemos tanto su origen como su posible solución.

Tras ello, nuestro desconocimiento sobre las emociones y nuestra incapacidad para gestionarlas correctamente, para servirnos de ellas de una manera constructiva y no vernos atrapados o enfrentados por ellas. Algo que pasa por considerarlas tanto desde la dirección política de nuestros gobiernos como desde el funcionamiento administrativo de las administraciones públicas, así como empapar de las mismas a la misión y visión del sistema educativo y del judicial. Esto no ha de anular la razón, ni las leyes y estructuras que se basan en ella, sino que la hará más efectiva al revelarnos cuál es la situación que da pie a que la formulemos en la manera en que lo hacemos, y los objetivos -tanto racionales como emocionales- que nos proponemos.

Han pasado más de diez años desde la publicación de El gobierno de las emociones y lo que Victoria Camps expone en sus páginas sigue hoy tan vigente como entonces, lo que revela no solo la certeza de su diagnóstico, sino la necesidad de tomar conciencia de que necesitamos tomarnos mucho más en serio las emociones y la gestión, tanto colectiva como individual, que hacemos de las mismas.

El gobierno de las emociones, Victoria Camps, 2011, Herder Editorial.

“El arte de ser feliz” de Arthur Schopenhauer

No es un manual de autoayuda, ni mucho menos. Tampoco un decálogo de reflexiones desde el trono del dogmatismo, la comodidad de aquel a quien la vida le ha tratado bien o al que le ha hecho sufrir. Son reflexiones resultado de la observación y el análisis hasta llegar a la síntesis de la eudemonología, al punto de equilibrio entre la razón y la emoción, así como entre nuestra vida interior y nuestro mundo social.

Este volumen nunca existió como tal en la carrera de Schopenhauer (1788-1860). Las cincuenta reglas en él compiladas están tomadas de distintos escritos elaborados a lo largo de su carrera, lo que denota su interés y preocupación por el tema. No con el ánimo de conseguir la fórmula secreta de la felicidad o la satisfacción, sino con el objetivo de vivir enfocando nuestros sentidos y centrando nuestro pensamiento en el presente, una toma de conciencia que acuña bajo el término de eudemonología. Logro que choca con supeditarnos al vicio de un pasado imposible de recuperar o a la quimera de un futuro inexistente, así como a la obsesión de estar más pendientes de lo que tenemos o no y de lo que los demás piensan o no de nosotros.

Una predicación del aquí y ahora y del sentir interior que recuerda a corrientes del pensamiento oriental como el budismo y que referencia a filósofos anteriores como Aristóteles, Platón o Kant. Schopenhauer no aboga por renunciar a lo material ni a la influencia de los demás, pero sí tener claro que cualquier vínculo relacional comienza por uno mismo, por conocerse sin filtros, reconocerse con honestidad y mirar transparentemente desde el punto en el que se está. Todo lo que no comience así traerá consigo malestar y enfermedad en el plano interior, insatisfacción y enfrentamiento en el exterior.

Su apuesta pasa por huir de la búsqueda del éxito y la alegría y enfocarnos en saber adaptarnos a las circunstancias que nos toque vivir y a lo que estas lleven aparejado. No se trata de instalarnos en el rechazo estoico de la posibilidad positiva, sino de ser realistas y asumir que la perfección no existe y que cuantas más ilusiones o fantasías proyectemos en lo que supuestamente está por venir, así como relecturas del pasado hagamos intentando encontrarle una lógica satisfactoria, más energía malgastaremos alejándonos de lo verdaderamente auténtico y real, el presente.

Pero Schopenhauer no es un predicador del fatalismo y la resignación. Su propósito es poner el foco en lo que considera vital, en que hemos de ser conscientes de que somos una pieza más en un engranaje de causas y efectos que no están supeditados a nosotros. No lo controlamos todo como creemos -he ahí las muestras meteorológicas o víricas de la naturaleza- y por eso una y otra vez nos vemos superados y arrastrados sin permiso ni clemencia por el torrente de la naturaleza y el paso del tiempo. Un caudal en el que nuestra labor consiste en saber mantenernos a flote y obtener lo mejor de allí por donde el destino nos lleve. Afrontarlo con actitud nutriente, y no como un proyecto en el que conseguir unos objetivos cuantificables pronosticados antes siquiera de haber comenzado su tránsito, hará que, quizás, seamos más felices.

El arte de ser feliz, Arthur Schopenhauer, 2018, Nórdica Libros.