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23 de abril, un año de lecturas

365 días después estamos de nuevo en el día del libro, homenajeando a este bendito invento y soporte con el que nos evadimos, conocemos y reflexionamos. Hoy recordamos los títulos que nos marcaron, listamos mentalmente los que tenemos ganas de leer y repasamos los que hemos hecho nuestros en los últimos meses. Estos fueron los míos.

Concluí el 23 de abril de 2020 con unas páginas de la última novela de Patricia Highsmith, Small g: un idilio de verano. No he estado nunca en Zúrich, pero desde entonces imagino que es una ciudad tan correcta y formal en su escaparatismo, como anodina, bizarra y peculiar a partes iguales tras las puertas cerradas de muchos de sus hogares. Le siguió mi tercer Harold Pinter, The Homecoming. Nada como una reunión familiar para que un dramaturgo buceé en lo más visceral y violento del ser humano. Volví a Haruki Murakami con De qué hablo cuando hablo de correr, ensayo que satisfizo mi curiosidad sobre cómo combina el japonés sus hábitos personales con la disciplina del proceso creativo.  

Amin Maalouf me dio a conocer su visión sobre cómo se ha configurado la globalidad en la que vivimos, así como el potencial que tenemos y aquello que debemos corregir a nivel político y social en El naufragio de las civilizaciones. Después llegaron dos de las primeras obras de Arthur Miller, The Golden Years y The Man Who Had All The Luck, escritas a principios de la década de 1940. En la primera utilizaba la conquista española del imperio azteca como analogía de lo que estaba haciendo el régimen nazi en Europa, en un momento en que este resultaba atractivo para muchos norteamericanos. La segunda versaba sobre un asunto más moral, ¿hasta dónde somos responsables de nuestra buena o mala suerte?

Le conocía ya como fotógrafo, y con Mis padres indagué en la neurótica vida de Hervé Guibert. Con Asalto a Oz, la antología de relatos de la nueva narrativa queer editada por Dos Bigotes, disfruté nuevamente con Gema Nieto, Pablo Herrán de Viu y Óscar Espírita. Cambié de tercio totalmente con Cultura, culturas y Constitución, un ensayo de Jesús Prieto de Pedro con el que comprendí un poco más qué papel ocupa ésta en la cúspide de nuestro ordenamiento jurídico. The Milk Train Doesn´t Stop Here Anymore fue mi dosis anual de Tennessee Williams. No está entre sus grandes textos, pero se agradece que intentara seguir innovando tras sus genialidades anteriores.

Helen Oyeyemi llegó con buenas referencias, pero El señor Fox me resultó tedioso. Afortunadamente Federico García Lorca hizo que cambiara de humor con Doña Rosita la soltera. Con La madre de Frankenstein, al igual que con los anteriores Episodios de una guerra interminable, caí rendido a los pies de Almudena Grandes. Que antes que buen cineasta, Woody Allen es buen escritor, me quedó claro con su autobiografía, A propósito de nada. Bendita tú eres, la primera novela de Carlos Barea, fue una agradable sorpresa, esperando su segunda. Y de la maestra y laboriosa mano teatral de George Bernard Shaw ahondé en la vida, pensamiento y juicio de Santa Juana (de Arco).

Una palabra tuya me hizo fiel a Elvira Lindo. Más vale tarde que nunca. La sacudida llegó con Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich, literatura y periodismo con mayúsculas, creo que no lo olvidaré nunca. Tras verlo representado varias veces, me introduje en la versión original de Macbeth, en la escrita por William Shakespeare. Bendita maravilla, qué ganas de retornar a Escocia y sentir el aliento de la culpa. Siempre reivindicaré a Stephen King como uno de los autores que me enganchó a la literatura, pero no será por ficciones como Insomnia, alargada hasta la extenuación. Tres hermanas fue tan placentero como los anteriores textos de Antón Chéjov que han pasado por mis manos, pena que no me pase lo mismo con la mayoría de los montajes escénicos que parten de sus creaciones.

Me sentí de nuevo en Venecia con Iñaki Echarte Vidarte y Ninguna ciudad es eterna. Gracias a él llegó a mis manos Un hombre de verdad, ensayo en el que Thomas Page McBee reflexiona sobre qué implica ser hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. The Inheritance, de Matthew López, fue quizás mi descubrimiento teatral de estos últimos meses, qué personajes tan bien construidos, qué tramas tan genialmente desarrolladas y qué manera tan precisa de describir y relatar quiénes y cómo somos. Posteriormente sucumbí al mundo telúrico de las pequeñas mujeres rojas de Marta Sanz, y prolongué su universo con Black, black, black. Con Tío Vania reconfirmé que Chéjov me encanta.

Sergio del Molino cumplió las expectativas con las que inicié La España vacía. Acto seguido una apuesta segura, Alberto Conejero. Los días de la nieve es un monólogo delicado y humilde, imposible no enamorarse de Josefina Manresa y de su recuerdo de Miguel Hernández. Otro autor al que le tenía ganas, Abdelá Taia. El que es digno de ser amado hará que tarde o temprano vuelva a él. Henrik Ibsen supo mostrar cómo la corrupción, la injusticia y la avaricia personal pueden poner en riesgo Los pilares de la sociedad. Me gustó mucho la combinación de soledad, incomunicación e insatisfacción de la protagonista de Un amor, de Sara Mesa. Y con los recuerdos de su nieta Marina, reafirmé que Picasso dejaba mucho que desear a nivel humano.

Regresé al teatro de Peter Shaffer con The royal hunt of the sun, lo concluí con agrado, aunque he de reconocer que me costó cogerle el punto. Manuel Vicent estuvo divertido y costumbrista en ese medio camino entre la crónica y la ficción que fue Ava en la noche. Junto al Teatro Monumental de Madrid una placa recuerda que allí se inició el motín de Esquilache que Antonio Buero Vallejo teatralizó en Un soñador para un pueblo. El volumen de Austral Ediciones en que lo leí incluía En la ardiente oscuridad, un gol por la escuadra a la censura, el miedo y el inmovilismo de la España de 1950. Constaté con Mi idolatrado hijo Sisí que Miguel Delibes era un maestro, cosa que ya sabía, y me culpé por haber estado tanto tiempo sin leerle.

La sociedad de la transparencia, o nuestro hoy analizado con precisión por Byung-Chul Han. Masqué cada uno de los párrafos de El amante de Marguerite Duras y prometo sumergirme más pronto que tarde en Andrew Bovell. Cuando deje de llover resultó ser una de esas constelaciones familiares teatrales con las que tanto disfruto. Colson Whitehead escribe muy bien, pero Los chicos de la Nickel me resultó demasiado racional y cerebral, un tanto tramposo. Acabé Smart. Internet(s): la investigación pensando que había sido un ensayo curioso, pero el tiempo transcurrido me ha hecho ver que las hipótesis, argumentos y conclusiones de Frédéric Martel me calaron. Y si el guión de Las amistades peligrosas fue genial, no lo iba a ser menos el texto teatral previo de Christopher Hampton, adaptación de la famosa novela francesa del s.XVIII.   

Terenci Moix que estás en los cielos, seguro que El arpista ciego está junto a ti. Lope de Vega, Castro Lago y Arthur Schopenhauer, gracias por hacerme más llevaderos los días de confinamiento covidiano con vuestros Peribáñez y el comendador de Ocaña, cobardes y El arte de ser feliz. Con Lo prohibido volví a la villa, a Pérez Galdós y al Madrid de Don Benito. Luego salté en el tiempo al de La taberna fantástica de Alfonso Sastre. Y de ahí al intrigante triángulo que la capital formaba con Sevilla y Nueva York en Nunca sabrás quién fui de Salvador Navarro. El Canto castrato de César Aira se me atragantó y con la Eterna España de Marco Cicala conocí los porqués de algunos episodios de la Historia de nuestro país.

Lo confieso, inicié How to become a writer de Lorrie Moore esperando que se me pegara algo de su título por ciencia infusa. Espero ver algún día representado The God of Hell de Sam Shepard. Shirley Jackson hizo que me fuera gustando Siempre hemos vivido en el castillo a medida que iba avanzando en su lectura. Master Class, Terrence McNally, otro autor teatral que nunca defrauda. Desmonté algunas falsas creencias con El mundo no es como crees de El órden mundial y con Glengarry Glen Ross satisfice mis ansiosas ganas de tener nuevamente a David Mamet en mis manos. Y en la hondura, la paz y la introspección del Hotel Silencio de la islandesa de Auður Ava Ólafsdóttir termino este año de lecturas que no es más que un punto y seguido de todo lo que literariamente está por venir, vivir y disfrutar desde hoy.

¿El “Idiota” nace o se hace?

Comienza jugando con el uso del lenguaje, sus significados y sentidos, para posteriormente situarnos frente a lo que decimos, cuánto de verdad hay en lo que expresamos y cuánto de inconsciencia y sinrazón. Dos actores que de las sonrisas iniciales nos van trasladando hacia una oscura y desesperante claustrofobia interior en la misma medida en que lo hacía Buero Vallejo en La Fundación.

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Ganar dinero de manera fácil es algo que nos atrae a todos. Si es conversando un rato sin más, más aún. Llamas al teléfono de contacto, vas al punto de encuentro, firmas y comienzas la sesión de la que esperas salir bien recompensando. Tan poco acostumbrados estamos a esta situación, como a cualquier otra que no forme parte de ese guión repetido hasta la saciedad que es cada día de nuestra vida, que se nos sube a la cabeza y nos desata una locuacidad facilona, con un punto casi patético –pero muy reveladora de nuestro nivel de civismo- que hace que nos tengan que llamar al orden. Eso nos desarma, nos descoloca, nos desnuda. Miramos a nuestro alrededor y este lugar de paredes entre minimalistas y asépticas y luces fluorescentes en el que estamos sentimos que no pintamos nada, que no somos más que un sujeto de estudio sobre el que se va a comprobar un algo que no sabemos qué es, del que no nos hemos informado. Lo cierto es que tampoco hemos demostrado interés alguno. Hemos acudido como hacemos con todo, como vivimos todo, en modo autómata, sin mirar, sin escuchar, con un pensamiento único en nuestra mente, sin equilibrio alguno entre deseos, realidad, necesidades y medios con que contamos.

¿Cómo responderemos cuando comiencen las pruebas? ¿Cuando nos pongan frente a situaciones que no imaginamos nunca? ¿Y si nos descubren que sí que las enunciamos, que las verbalizamos, que las invocamos no hace mucho tiempo? Entonces, ¿qué diremos? ¿Qué cara se nos quedará? ¿Qué pensaremos sobre nosotros mismos? ¿Seremos capaces de superar el reto? Y si no, ¿asumiremos sus consecuencias?

Preguntas que se plantean y viven sobre el escenario, pero que también llegan al patio de butacas. No solo para que empaticemos con ese anodino ciudadano que es un eficaz Gonzalo de Rojas sino para que nos pongamos en su lugar y reflexionemos sobre cómo vivimos nuestras vidas. Si nos relacionamos con las personas que deseamos hacerlo, si construimos el presente que realmente queremos, si aportamos lo mejor de nosotros mismos a aquellos que forman parte de nuestro círculo,…

Reflexiones a las que hay que dar respuesta clara, rápida y directa, sin ambigüedades ni peros. Un situación puntual que sirve como alegoría de qué queremos hacer con la vida. Pero no en genérico, sino en posesivo, que cada uno, cada espectador se plantee si quiere vivir su propia biografía con valentía y plenitud o vagar por ella con el miedo y la cobardía bajo los que nos refugiamos para no hacer frente a los errores y las decisiones que implican decir que no, marcar límites o comunicar finales de etapa.

Teatro que motiva, que estimula, que pincha, que incomoda, que sacude, esa clase de teatro es este Idiota, tanto el del adjetivo como el del acrónimo, I.D.I.O.T.A., que está tras él.

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Idiota en Teatro Pavón (Madrid).

10 textos teatrales de 2015

Leer teatro es introducirse en la literatura, en la vida y en las emociones en estado puro. Estos son algunos de los viajes por mundos de apasionantes argumentos, geniales personajes y brillantes diálogos que he realizado en los últimos doce meses.

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«La Fundación» de Antonio Buero Vallejo. Lo que parece un mundo ideal, un sueño, una esperanza de futuro resulta ser un infierno, una realidad negra, una cárcel. Y vivimos en ambos a la par, ¿cómo es eso posible? ¿Cuál de los dos es el real?

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«Calígula» de Albert Camus. Inteligente texto sobre el sentido y ejercicio del poder, sus consecuencias y sus límites utilizando el lenguaje no solo como medio de expresión, sino también como campo de batalla y arma de esa lucha.

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«The zoo story» de Edward Albee. Una de las primeras creaciones del famoso autor de “¿Quién teme a Virginia Wolf?” en la que ya demuestra su maestría en convertir momentos cotidianos en situaciones límite, en hacer de un diálogo rutinario una tormenta que desnuda las verdades y los límites de conciencia de sus protagonistas.

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«El precio» de Arthur Miller. Un gran texto de uno de los mejores autores americanos del siglo XX experto en retratar como las familias pueden estar unidas por lazos de dependencia insana y no por un verdadero y enriquecedor afecto.

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«Mothers and sons» de Terrence McNally. Dos hombres, una mujer y un niño en un salón de Nueva York con vistas a Central Park son los elementos que le bastan a uno de los mejores autores teatrales actuales para contar una historia sobre afectos de pareja, la correspondencia del amor entre padres e hijos y el sentimiento de comunidad que el horror del SIDA despertó en la comunidad gay durante sus inicios en la década de los 80.

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«La piedra oscura» de Alberto Conejero. Desnudo, visceral, honesto, transparente, auténtico, preciso, enérgico, íntimo y desgarrador, profundamente humano,… como si fuera una obra de Lorca, el universal granadino que flota en el ambiente de cada una de sus páginas. Así es este texto, tan profundamente emocional, exudando pasión y ganas de vivir en cada una de sus escenas, como racional en su aspecto formal, estructurado y desarrollado con absoluta precisión.

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«Después de la caída» de Arthur Miller. Desde la relación con sus padres en su infancia al suicidio de Marilyn Monroe, pasando por la caza de brujas y un primer matrimonio fallido, Arthur Miller expone una manera descarnada y sin pudor alguno su visión del ser humano como individuos faltos de moral, viviendo una triste y conflictiva soledad compartida.

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«Camino de plata» de Ana Diosdado. Dos mujeres y un hombre son suficientes para repasar las limitaciones que nos ponemos a nosotros mismos para hacer del tener vidas plenas y felices algo difícil. Diálogos ágiles con personajes cercanos que hacen de esta obra una entretenida lectura y un buen material para una solvente representación.

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«Todas las noches de un día» de Alberto Conejero. Una historia de amor inconfeso convertido en obsesión, de pérdida de la noción del tiempo, de convivencia de planos de ensueño, realidad y fantasía. Un texto con una estructura magistral y un lenguaje lleno de belleza y poesía. Un libreto que destila magia y ferviente deseo de verlo representado.

TodasLasNochesDeUnDia

«Memorias» de Tennessee Williams. Tan irónico, ácido, sarcástico, descarado y deslenguado como intenso, profundo, inteligente y fascinante. Así es este relato autobiográfico, como así debía ser el protagonista de estas memorias. Un hombre tan atractivo y sugerente como los personajes de sus textos, tan hipnótico como las obras que han hecho de él un maestro del teatro y la literatura del s. XX.

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“La Fundación” de Antonio Buero Vallejo

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Lo que parece un mundo ideal, un sueño, una esperanza de futuro resulta ser un infierno, una realidad negra, una cárcel. Y vivimos en ambos a la par, ¿cómo es eso posible? ¿Cuál de los dos es el real? ¿Ese en el que está nuestro cuerpo o aquel en el que se proyecta nuestra mente? ¿Dónde está el límite de lo que es sano mentalmente, de aspirar a algo diferente para el futuro? ¿Qué nos lleva a querer evadirnos de nuestro presente? ¿Quién lo construye sin contar con nosotros? ¿Qué papel nos dejan? ¿Qué nos permiten? ¿Cómo hacen para que lleguemos a ser tan solo eso que quieren que seamos?

Pero esto no son planteamientos filosóficos. Es la verdad. Es la España de los años 40, la que tras la Guerra Civil quedó escondida por la oscuridad católica y el ordeno y mando militar, muerta de hambre y hundida en la miseria moral. Esa en la que la única vía de escape era el ejercicio intelectual –sin medios ni espacios para ello, solo a través del soliloquio mental y los susurros a escondidas- para imaginarse en un futuro sin coordenadas en el que poder ejercer el derecho al pensamiento libre y a la vida.

Esto que tantos vivieron en aquellos años Buero Vallejo lo convierte en un relato que podría interpretarse tanto en clave personal como generacional. Su expresión individual le pone palabras a muchos que se vieron obligados a no poder hablar, callados por no poder ser siquiera escuchados o por miedo a poner en riesgo no solo su integridad física y mental sino la de todos aquellos a los que amaban.  Él había experimentado todo esto, pasó varios años (1938-46) como preso político en los inicios del dictatorial franquismo. Al salir de la cárcel escribió su famosa “Historias de una escalera”. Poco después llegó “La Fundación”, Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid en 1949 y estrenada en octubre de ese mismo año en el Teatro Español, escenario en el que fue representada durante tres meses seguidos.

De preso ideológico por su trayectoria republicana a premiado por las instituciones del régimen. ¿Cómo fue posible que se le pasara a la censura la tan obvia crítica –vista desde hoy- de esta obra? Una de las posibles respuestas sea que la superioridad ilustrada y la apertura de miras y de corazón de los que son libres de espíritu es capaz de llegar mucho más lejos que aquellos que se proponen e imponen como promulgadores de unos cánones limitados y limitadores, llegando a quedar atrapados por ellos y no siendo capaz de ver más allá. La segunda está en el esplendor de un texto brillante per se, en su estructuración, creación de personajes, ritmo, evolución e interconexión de historias y planos narrativos con precisas notas al respecto –en la edición de Alianza Editorial que he leído- sobre el importante papel a cumplir por la escenografía.

Por estos motivos “La fundación” es ya un clásico literario a lo que se une su vigencia en momentos como los que vivimos en los que vemos a políticos defender la supremacía de la libertad de expresión y de información a la par que abogan por mordazas bajo eufemismos nominales como el de “ley de seguridad ciudadana”.