Archivo de la etiqueta: Ramón Barea

10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

“Cinco lobitos”, la vida que te ha tocado vivir

El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

Ayer salí roto de los multicines a los que suelo acudir. Me habían llegado donde solo lo hace la realidad que reconozco cuando soy mi único interlocutor. A esa parte de mí que muestro camuflada de comprensión, aceptación y madurez por miedo a entrar de lleno en ese territorio en el que nos sabemos dependientes y necesitados del afecto, el reconocimiento y la validación de nuestros mayores y responsables, sin manual de instrucciones, del bienestar y la felicidad de quienes vivirán a nuestra vera hasta que se valgan por sí mismos. Y sucedió por algo que contiene, articula y ofrece Cinco Lobitos, verdad.

Verdad auténtica, sincera, desnuda, transparente, sin matices, absoluta. Y sin embargo, solo válida como testimonio de Amaia. Madre primeriza a sus 35 años, trabajadora autónoma, pareja de un hombre en las mismas circunstancias, e hija de unos padres que viven a más de cuatrocientos kilómetros. Relato diferente al de cualquier otra mujer, aunque a la par análogo en muchos de los asuntos tratados y similar en las circunstancias mostradas. El estrés y la inseguridad que le genera el hecho de ser madre le servirá a quien la parió décadas atrás para recordar su propia vivencia con una mirada relajada, al tiempo que le permite, a quien entonces fuera una niña, tomar conciencia de cuánto hicieron por ella.

Es difícil lograr que una historia sea más verosímil que la que ha escrito Alauda Ruiz de Azúa. El detalle de su ejercicio de edición y síntesis logra que nos sintamos completos con lo que vemos. Todos sus elementos están correctamente medidos y relacionados, siendo prioritarios cuando les corresponde, pero formando parte antes y después del segundo plano de las cuestiones transversales que definen, estructuran y sustentan tanto el largo plazo como el día a día de la biografía de cualquier persona. Hay emoción y fluidez en su narración audiovisual, utiliza los encuadres más cercanos para mostrar y los abre cuando sus personajes necesitan revelarse. La combinación de movimiento, expresión y escenografía, en la composición de sus planos, revela un sentido del ritmo exquisito, plasmado en un montaje impecable.

Un trabajo que crece por el modo en que se fusiona con las interpretaciones de Laia Costa y Susi Sánchez. Dos protagonistas que se apoyan, aportan y suman, cuya excelencia se retroalimenta por la existencia y la presencia de la otra. Dos papeles que, si sobre el papel son oro, en la pantalla resultan dos recitales que, aun así, resultan humildes y diáfanas. He ahí la manera en que se complementan e integran en su universo a Ramón Barea y a Mikel Bustamante, eficaces en su misión de encarnar a dos secundarios con rol propio.

En Cinco lobitos hay poesía y sencillez, humor e ironía, rabia y aceptación, trascendencia y liviandad. Ruiz de Azúa ha dirigido una película que contiene todo aquello que nos demuestra que las dificultades, el desconocimiento y el buscar vías por las que seguir forma siempre parte de la vida. Lo es de la nuestra, lo fue ya antes de la de nuestros padres y lo será, incluso cuando ya estén ellos solos, de la de nuestros hijos y sus nietos.

10 películas de 2020

El año comenzó con experiencias inmersivas y cintas que cuidaban al máximo todo detalle. De repente las salas se vieron obligadas a cerrar y a la vuelta la cartelera no ha contado con tantos estrenos como esperábamos. Aún así, ha habido muy buenos motivos para ir al cine.  

El oficial y el espía. Polanski lo tiene claro. Quien no conozca el caso Dreyfus y el famoso “Yo acuso” de Emile Zola tiene mil fuentes para conocerlo en profundidad. Su objetivo es transmitir la corrupción ética y moral, antisemitismo mediante, que dio pie a semejante escándalo judicial. De paso, y con elegante sutileza, hace que nos planteemos cómo se siguen produciendo episodios como aquel en la actualidad.

1917. Películas como esta demuestran que hacer cine es todo un arte y que, aunque parezca que ya no es posible, todavía se puede innovar cuando la tecnológico y lo artístico se pone al servicio de lo narrativo. Cuanto conforma el plano secuencia de dos horas que se marca Sam Mendes -ambientación, fotografía, interpretaciones- es brillante, haciendo que el resultado conjunto sea una muy lograda experiencia inmersiva en el frente de batalla de la I Guerra Mundial.

Solo nos queda bailar. Una película cercana y respetuosa con sus personajes y su entorno. Sensible a la hora de mostrar sus emociones y sus circunstancias vitales, objetiva en su exposición de las coordenadas sociales y las posibilidades de futuro que les ofrece su presente. Un drama bien escrito, mejor interpretado y fantásticamente dirigido sobre lo complicado que es querer ser alguien en un lugar donde no puedes ser nadie.

Little Joe. Con un extremado cuidado estético de cada uno de sus planos, esta película juega a acercarse a muchos géneros, pero a no ser ninguno de ellos. Su propósito es generar y mantener una tensión de la que hace asunto principal y leit motiv de su guión, más que el resultado de lo avatares de sus protagonistas y las historias que viven. Transmite cierta sensación de virtuosismo y artificiosidad, pero su contante serenidad y la contención de su pulso hacen que funcione.

Los lobos. Ser inmigrante ilegal en EE.UU. debe ser muy difícil, siendo niño más aún. Esta cinta se pone con rigor en el papel de dos hermanos de 8 y 5 años mostrando cómo perciben lo que sucede a su alrededor, como sienten el encierro al que se ven obligados por las jornadas laborales de su madre y cómo viven el tener que cuidar de sí mismos al no tener a nadie más.

La boda de Rosa. Sí a una Candela Peña genial y a unos secundarios tan grandes como ella. Sí a un guión que hila muy fino para traer hasta la superficie la complejidad y hondura de cuanto nos hace infelices. Sí a una dirección empática con las situaciones, las emociones y los personajes que nos presenta. Sí a una película que con respeto, dignidad y buen humor da testimonio de una realidad de insatisfacción vital mucho más habitual de lo que queremos reconocer.

Tenet. Rosebud. Matrix. Tenet. El cine ya tiene otro término sobre el que especular, elucubrar, indagar y reflexionar hasta la saciedad para nunca llegar a saber si damos con las claves exactas que propone su creador. Una historia de buenos y malos con la épica de una cuenta atrás en la que nos jugamos el futuro de la humanidad. Giros argumentales de lo más retorcido y un extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico con los que Nolan nos epata y noquea sin descanso hasta dejarnos extenuados.

Las niñas. Volver atrás para recordar cuándo tomamos conciencia de quiénes éramos. De ese momento en que nos dimos cuenta de los asuntos que marcaban nuestras coordenadas vitales, en que surgieron las preguntas sin respuesta y los asuntos para los que no estábamos preparados. Un guión sin estridencias, una dirección sutil y delicada, que construye y deja fluir, y un elenco de actrices a la altura con las que viajar a la España de 1992.

El juicio de los 7 de Chicago. El asunto de esta película nos pilla a muchos kilómetros y años de distancia. Conocer el desarrollo completo de su trama está a golpe de click. Sin embargo, el momento político elegido para su estreno es muy apropiado para la interrogante que plantea. ¿Hasta dónde llegan los gobiernos y los sistemas judiciales para mantener sus versiones oficiales? Aaron Sorkin nos los cuenta con un guión tan bien escrito como trasladado a la pantalla.

Mank. David Fincher da una vuelta de tuerca a su carrera y nos ofrece la cinta que quizás soñaba dirigir en sus inicios. Homenaje al cine clásico. Tempo pausado y dirección artística medida al milímetro. Guión en el que cada secuencia es un acto teatral. Y un actor excelente, Gary Oldman, rodeado por un perfecto plantel de secundarios.  

«La boda de Rosa», sí, quiero

Sí a una Candela Peña genial y a unos secundarios tan grandes como ella. Sí a un guión que hila muy fino para traer hasta la superficie la complejidad y hondura de cuanto nos hace infelices. Sí a una dirección empática con las situaciones, las emociones y los personajes que nos presenta. Sí a una película que con respeto, dignidad y buen humor da testimonio de una realidad de insatisfacción vital mucho más habitual de lo que queremos reconocer.

En un episodio de Sexo en Nueva York Carrie Bradshaw anunciaba que se casaba consigo misma. ¿El motivo? Hacerse respetar ante una antigua amiga, hoy convertida en madre y esposa, que la consideraba frívola, simple y materialista por seguir soltera. Candela Peña tiene tanto o más glamour que Sarah Jessica Parker, pero los pies más pegados a la tierra, y por eso le viene como anillo al dedo este personaje de una mujer todoterreno, de energía sin fin, que lo mismo vale para un roto que un descosido -tal cual, su profesión es costurera-. Pero Rosa tiene un defecto, no sabe decir que no. Hasta que un día le planta un no al no y como toda doble negación, eso se convierte en un sí que decide simbolizar contrayendo matrimonio consigo misma.

Una boda que tiene sentido y que cinematográficamente funciona porque no surge sin más, porque tras la versión final del guión de Alicia Luna e Icíar Bollaín que vemos proyectado hay muchas capas que parecen haber sido trabajadas minuciosamente hasta dar como resultado la convocatoria a la que somos invitados. A priori un absurdo, un capricho, una ocurrencia, pero a medida que escuchas y conoces, no solo le ves la lógica a lo que se plantea (abajo los prejuicios morales y las exigencias productivas con las que nos regimos en el día a día), sino su sentido, valor y propósito (arriba la empatía, el escucharnos a nosotros mismos y el poner nuestra dignidad personal por encima de todo).

Una visión que la también directora de Hola, ¿estás sola?, Te doy mis ojos o El olivo traslada convincentemente a la pantalla. Su dirección no elude los aspectos duros de la vida de una mujer soltera con multitud de obligaciones, con muchos deberes y, aparentemente, ningún derecho. Sabe cuando tiene que bajar el registro entre costumbrista, caricaturesco e irónico de su comedia para mostrar el drama al que se enfrenta Rosa. Intentar cambiar su manera de ser y estar pero sin romper con el mundo del que forma parte, con la incertidumbre de no saber si cuantos la rodean -su padre, sus hermanos, su hija, sus amigas, su novio- la comprenderán y le permitirán materializar sus intenciones.  

Pero todos esos personajes no son un contrapunto a Rosa, entes necesarios para el despliegue interpretativo con aroma a Goya de Candela Peña, sino que tienen entidad propia. Las personalidades, hábitos y maneras de actuar de todos ellos acaban conformando un fresco sobre la condición humana de nuestros tiempos con el que es difícil no verse reflejado de alguna manera. El mérito, sin duda alguna, es de un fantástico plantel de secundarios (Nathalie Poza, Sergi López, Paula Usero, Ramón Barea) que nos representan en esta boda a la que nos gustaría estar invitados para, ya de paso, tomar ideas para la nuestra.

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

“Shock (El Cóndor y el Puma)”

El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

ShockElCondoryElPuma

¿Cómo se llega a ese momento en que el ejército de tu país bombardea la residencia del Presidente del Gobierno y miles de ciudadanos son hechos presos y después desaparecen sin dejar rastro? ¿Qué permite que sean sentenciados sin saber de qué se les acusa y que muchos niños sean arrebatados sin más de los brazos de sus padres? Antes de responder, Andrés Lima nos retrotrae dos décadas atrás, a un previo difuso en el que se comienzan a definir los valores y los principios que supuestamente debíamos seguir para desarrollarnos. Una propuesta formulada con una calculada ambigüedad que aún hoy parecer como positivo aquello que solo lo es en su superficie, ya que en su fondo propone unos mecanismos de acción y control para beneficio único y exclusivo de aquellos que ostentan el poder (ese ente mitad político, mitad económico).

Shock se inicia en esa nebulosa etérea e incierta que a unos les seduce y anestesia con su discurso de buenas palabras y que a otros les pone en alerta. Los primeros se verán sacudidos y los segundos se sentirán agredidos tanto cuando estalle la realidad a que dio pie aquel caldo de cultivo como el espectáculo teatral en que se convierte El cóndor y el puma. Un todo que apela a las sensaciones y las emociones a partes iguales, no dejando que haya un segundo de descanso. El drama, la tragedia, la comedia y el esperpento se entremezclan con el relato de los acontecimientos que ya conocemos. Pero contados a través de las personas que estuvieron ahí, de las que tomaron las decisiones, de las que las ejecutaron y las que las sufrieron.

Son sus propias palabras las que nos trasladan a los despachos de la Casa Blanca en los que se respiraba ambición y soberbia y a esa sociedad hipnotizada por el rock’n’roll de Elvis Presley mientras a miles de kilómetros se imponía el neoliberalismo y se silenciaba a una nación dando 44 balazos a Victor Jara.

Sobre el escenario girante del Valle-Inclán se cuenta cómo, a la sombra del sueño americano, se organizó, instruyó y capacitó a los militares del sur del continente para cambiar gobiernos mediante golpes de estado y eliminar a los disidentes recurriendo a la tortura y al asesinato con total impunidad. Hechos que se relatan en una superposición de imágenes, personajes e intervenciones tan abrumadora como eficaz. La frialdad de los datos tomados de los documentos desclasificados, las preguntas que hacen los informadores cuando el periodismo se dedica a buscar la verdad, y los relatos de aquellos que se vieron convertidos en algo que nos hace preguntar hasta dónde puede llegar el hombre cuando en lugar de actuar como un ser humano lo hace como un animal.

Un teatro documental en el que sus seis intérpretes encarnan a un total de 38 personajes en lo que solo se puede definir como un caudaloso torrente de entrega total y eficaz saber hacer. La procacidad con que Ernesto Alterio alterna a Videla y Maradona durante la evocación del mundial de fútbol de 1978, convirtiendo la sala en un campo de juego es poco menos que sublime. La camaleónica capacidad con que Ramón Barea pasa de ser Allende a Pinochet o Nixon. O la rotundidad de María Morales, haciéndose dueña de la sala en todos sus registros, ya sea en la asertividad periodística o en el delirio del episodio de Margaret Thatcher haciendo que lo que hasta un momento antes era un páramo de dolor se convierta en un lugar lleno de risas. Sin olvidar a Natalia Hernández, Paco Ochoa y Juan Vinuesa, tan versátiles, prolíficos, capaces y exitosos como sus compañeros.

Súmese a ellos la finura de los textos de Albert Boronat, Andrés Lima, Juan Cavestany y Juan Mayorga, lo acertado de las videocreaciones y la expresiva iluminación para lograr un resultado es redondo. Shock (El Cóndor y el Puma) resulta ser un montaje teatral tan impresionante como la Historia (que no historia) que nos cuenta.

Shock (El Cóndor y el Puma), Teatro Valle-Inclán (Madrid).