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“Vidas arrebatadas: los huérfanos de ETA” de Pepa Bueno

Lo que no se cuenta no existe y el dolor que no se exterioriza no desaparece. Ese ha sido el objetivo con el que José Mari y Víctor han compartido cuanto han sido capaces en este ensayo periodístico con grandes dosis de humanidad. Datos, nombres, hechos y contextos ordenados con precisión y expuestos con objetividad informativa, pero también con la empatía y escucha atenta que durante demasiado tiempo se les negó a sus protagonistas.

El terrorismo etarra parece una cosa del pasado. Pero no es así, sus consecuencias están presentes. En silencio, de manera invisible. Con el riesgo de que se le siga negando su sufrimiento a quienes se han visto obligados a convivir con él desde el día en que la barbarie irrumpió en sus vidas. Los más jóvenes ni siquiera son capaces de mencionar alguna de aquellas salvajadas que durante muchos años fueron ignoradas, pero que progresivamente llegaron a ocupar las portadas de todos los periódicos y que los que ya tenemos unos años hemos sido incapaces de olvidar. Como la explosión de un coche bomba que a primera hora del 11 de diciembre de 1987 destrozaba la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en la que vivían los hermanos Pino Fernández.

En la que yo lo hacía, a muchos kilómetros de allí, apenas un par de horas después, cuando tocaba prepararse para ir al colegio había nervios y agitación, caras serias y recuerdo escuchar que alguien iba a la oficina de Correos a enviar un telegrama de solidaridad con las víctimas. Lo que para mí fue un instante más de mi niñez, para ellos fue el horror que les dejó sin padres y sin su hermana pequeña, y el ancla que desde entonces ha lastrado sus vidas, hasta el punto de hacerles casi naufragar más de una vez.

Soy oyente habitual de Pepa Bueno, con lo que no me ha sorprendido la manera ordenada y didáctica con que expone los acontecimientos, todo aquello que es resultado de la documentación, pero sobre todo he valorado el tacto con el que relata cómo han sido las tres décadas transcurridas desde aquel día para José Mari y Víctor. Dos niños de trece y once años entonces. Hoy dos hombres, dos guardias civiles retirados, con una incapacidad total para el trabajo como resultado del estrés postraumático que les causaron doscientos cincuenta kilos de amonal.

Unas Vidas arrebatadas y después abandonadas a su suerte por una familia, una sociedad y un sistema institucional en el que el cariño resultó ser una promesa que se disolvió enseguida, en que la dimensión emocional de las personas no se consideraba y en el que los responsables públicos eran incapaces de ver más allá de sí mismos. El hilo conductor seguido por la periodista es su propio relato -transcribiendo momentos de las conversaciones que han tenido o de los diarios íntimos que han compartido-, complementándoles con fuentes de distinto tipo (hemeroteca, judiciales) y personas que le han ayudado a ahondar en algunos de los episodios -su paso por el internado- o entender el acantilado psicológico y psiquiátrico a cuyo borde han estado en demasiadas ocasiones.

Un recorrido en el que lo personal queda hilvanado con la actualidad social y política de cada momento, permitiéndonos conocer cómo hemos evolucionado como país, pero también el daño extra que por ignorancia, insensibilidad o inconsciencia les hemos causado a muchas personas que bastante tenían ya con las heridas físicas provocadas por los cascotes y el vacío psicológico generado por el asesinato sin piedad de los suyos.

Reconozco que inicié la lectura pensando que me iba a encontrar una investigación periodística sin más, pero fui cambiando de idea a medida que ahondaba en la cuidada exposición de hechos y puntos de vista que Pepa Bueno ha construido y me calaba el tono amable, la intención reparadora y el reconocimiento moral con que lo ha hecho. Me ha emocionado, tanto interior como exteriormente, y creo que no puede haber un logro más grande para un escritor o un informador que ese, así como un bálsamo mejor para José Mari y Víctor.  

Vidas arrebatadas: los huérfanos de ETA, Pepa Bueno, 2021, Editorial Planeta.

10 funciones teatrales de 2019

Directores jóvenes y consagrados, estrenos que revolucionaron el patio de butacas, representaciones que acabaron con el público en pie aplaudiendo, montajes innovadores, potentes, sugerentes, inolvidables.

“Los otros Gondra (relato vasco)”. Borja vuelve a Algorta para contarnos qué sucedió con su familia tras los acontecimientos que nos relató en “Los Gondra”. Para ahondar en los sentimientos, las frustraciones y la destrucción que la violencia terrorista deja en el interior de todos los implicados. Con extraordinaria sensibilidad y una humanidad exquisita que se vale del juego ficción-realidad del teatro documento, este texto y su puesta en escena van más allá del olvido o el perdón para llegar al verdadero fin, el cese del sufrimiento.

«Hermanas». Dos volcanes que entran en erupción de manera simultánea. Dos ríos de magma argumental en forma de diálogos, soliloquios y monólogos que se suceden, se pisan y se solapan sin descanso. Dos seres que se abren, se muestran, se hieren y se transforman. Una familia que se entrevé y una realidad social que está ahí para darles sentido y justificarlas. Un texto que es visceralidad y retórica inteligente, un monstruo dramático que consume el oxígeno de la sala y paraliza el mundo al dejarlo sin aliento.

«El sueño de la vida». Allí donde Federico dejó inconcluso el manuscrito de “Comedia sin fin”, Alberto Conejero lo continúa con el rigor del mejor de los restauradores logrando que suene a Lorca al tiempo que lo evoca. Una joya con la que Lluis Pascual hace que el anhelo de ambos creadores suene alto y claro, que el teatro ni era ni es solo entretenimiento, sino verdad eterna y universal, la más poderosa de las armas revolucionarias con que cuenta el corazón y la conciencia del hombre.

«El idiota». Gerardo Vera vuelve a Dostoievski y nos deja claro que lo de “Los hermanos Karamazov” en el Teatro Valle Inclán no fue un acierto sin más. Nuevamente sintetiza cientos de páginas de un clásico de la literatura rusa en un texto teatral sin fisuras en torno a valores como la humildad, el afecto y la confianza, y pecados como el materialismo, la manipulación y la desigualdad. Súmese a ello un sobresaliente despliegue técnico y un elenco en el que brillan Fernando Gil y Marta Poveda.

«Jauría». Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, van más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad. Acaban con la frialdad de las palabras transmitidas por los medios de comunicación desde el verano de 2016 y hacen que La Manada no sea un caso sin más, sino una verdad en la que tanto sus cinco integrantes como la mujer de la que abusaron resultan mucho más cercanos de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.

“Mauthausen. La voz de mi abuelo”. Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

«Shock (El cóndor y el puma)». El golpe de estado del Pinochet no es solo la fecha del 11 de septiembre de 1973, es también cómo se fraguaron los intereses de aquellos que lo alentaron y apoyaron, así como el de los que lo sufrieron en sus propias carnes a lo largo de mucho tiempo. Un texto soberbio y una representación aún más excelente que nos sitúan en el centro de la multitud de planos, la simultaneidad de situaciones y las vivencias tan discordantes -desde la arrogancia del poder hasta la crueldad más atroz- que durante mucho tiempo sufrieron los ciudadanos de muchos países de Latinoamérica.

«Las canciones». Comienza como un ejercicio de escucha pasiva para acabar convirtiéndose en una simbiosis entre actores dándolo todo y un público entregado en cuerpo y alma. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marca el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y permitamos ser a aquellos que silenciamos y escondemos dentro de nosotros.

«Lo nunca visto». Todos hemos sido testigos o protagonistas en la vida real de escenas parecidas a las de esta función. Momentos cómicos y dramáticos, de esos que llamamos surrealistas por lo que tienen de absurdo y esperpéntico, pero que a la par nos resultan familiares. Un cóctel de costumbrismo en un texto en el que todo es más profundo de lo que parece, tres actrices tan buenas como entregadas y una dirección que juega al meta teatro consiguiendo un resultado sobresaliente.

«Doña Rosita anotada». El personaje y la obra que Lorca estrenara en 1935 traídos hasta hoy en una adaptación y un montaje que es tan buen teatro como metateatro. Un texto y una protagonista deconstruidos y reconstruidos por un director y unos actores que dejan patente tanto la excelencia de su propuesta como lo actual que sigue siendo el de Granada.

«Mauthausen. La voz de mi abuelo»

Manuel nos cuenta a través de su nieta su vivencia como prisionero de los nazis en un campo de concentración tras haber huido de la Guerra Civil y ser uno de los cientos de miles de españoles que fueron encerrados por los franceses en la playa de Argelès-sur-Mer. Un monólogo que rezuma ilusión por la vida y asombro ante la capacidad de unión, pero también de odio, de que somos capaces el género humano. Un texto tan fantástico como la interpretación de Inma González y la dirección de Pilar G. Almansa.

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Por mucho tiempo que pase los testimonios en primera persona de cuantos vieron sus vidas arrasadas por la II Guerra Mundial seguirán agitando nuestras conciencias. Cierto es que cabe el riesgo de que acabemos, si no lo estamos ya, inmunizados y nos suenen todos iguales, de que nos parezcan más el argumento de una ficción que algo que no solo pasó, sino que puede volver a ocurrir (parafraseando a Primo Levi). Mauthausen tiene la virtud de sorprendernos aun contándonos una historia que en líneas generales ya conocemos, de emocionarnos a pesar de haber escuchado y visto anteriormente narraciones similares.

Y lo logra porque no pretende mitificar a su protagonista, sino mostrarlo con veracidad, no como un héroe, sino como alguien que no tuvo más opción que sobrevivir. Una y otra vez, porque no fue en una única ocasión, un momento puntual, en que vio su vida peligrar. La Guerra Civil española le pilló en La Línea de la Concepción, su llegada a nado a Gibraltar para huir de los fusilamientos aleatorios, el paso andando al otro lado de los Pirineos a mediados de 1939, estar prisionero en una playa en la que tenía que cocinar con agua del mar, enrolarse en el ejército francés para hacer frente al enemigo alemán y ser abandonado por los mandos, verse en un vagón de mercancías, en un barracón lleno de piojos, tras una alambrada electrificada con una simple camisa a muchos grados bajo cero.

Acontecimientos que transmite sin imposturas físicas ni discursos reformulados a posteriori para impresionar, sino trasladándose hasta aquel duro entonces con el gesto y con la piel, con la verosimilitud de las imágenes que quedaron grabadas en sus retinas. Evocando a la manera de Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido), con buen humor y sencillez, las conversaciones cotidianas que surgían en esas circunstancias, pero recordando también tanto lo salvaje crudeza de sus verdugos como las valentías anónimas de las que muchos fueron capaces. Ya fuera por no perder la esperanza de salir de aquella, por dejar prueba de lo que estaba ocurriendo o por mantener la ilusión de volver a vivir algún día en paz y libertad.

La dirección de Pilar G. Almansa se centra en lo nuclear, en que lo que Manuel cuenta sea lo protagonista, pero asegurándose de que nos llega y entendemos su magnitud, tanto la que compartimos todos, la humana, la de la civilización a la que pertenecemos, como la suya propia, la individual, la de la experiencia que le marcó y que supo superar e integrar tanto en su bagaje de vida como en su personalidad. La continua transformación del escenario en cuanto es necesario gracias al uso de la luz, la música, los efectos sonoros y unos escasos elementos escenográficos (una escalera, una silla, una mesa, unos pares de zapatos, una alambrada, unos palos y unos focos) solo se puede definir como exitosamente inteligente.

Una doble labor que se compenetra a la perfección con Inma González. Sea por su capacidad como actriz, sea por su deseo de honrar, homenajear y dar voz a su abuelo, su interpretación es excelente. La habilidad con que maneja los recursos que tiene a su alcance y la fluidez cercana a la danza con que se mueve sobre el escenario, sumada al amplio abanico de estados de ánimo que transmite, convierten la experiencia de ser espectador de Mathausen en algo vibrante y profundamente emocionante. La voz de mi abuelo consigue esa magia que solo el teatro sobresaliente es capaz, fusionar el alma y el corazón de Manuel con la de aquellos que han ido a conocerle.

Mathausen. La voz de mi abuelo, Nave 73 (Madrid).

10 novelas de 2018

Títulos publicados tanto a lo largo de los últimos meses como en años anteriores. Autores españoles y residentes en EE.UU. Recuerdos de la infancia, frescos históricos, crónicas sobre el amor y el desamor y denuncias de la injusticia y la desigualdad.

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«V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver. Con la estructura y el desarrollo tranquilo y de amplio alcance de los clásicos de la literatura del XIX a los que hace referencia, uniéndole una profunda exposición de sus personajes protagonistas a través de unos diálogos –conversados, redactados a mano o tecleados como e-mail- escritos de manera maestra. La historia de dos hermanas de apellido noble a lo largo de un tiempo –desde la pequeña España de los 80 hasta el mundo global del s. XXI- bajo el eterno freno y la pesada sombra del siempre omnipresente yugo invisible del heteropatriarcado.

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«Sol poniente» de Antonio Fontana. Volver la mirada a la Málaga de cuando se era niño para dejar aflorar los recuerdos de aquellos años en que se forjó nuestra identidad. Un ejercicio de intimidad en el que las palabras son el medio para llegar a las sensaciones que se quedaron grabadas en la piel, las verdaderas protagonistas de esta delicada novela. Un relato auténtico, que desprende nostalgia con simpatía y buen humor pero sin añoranzas sentimentales, celebrando que somos el resultado de quienes fuimos y de cuanto nos aconteció.

SolPoniente

«Las tres bodas de Manolita» de Almudena Grandes. Con su habitual saber hacer literario, Grandes desarrolla una serie de tramas en las que los acontecimientos históricos se combinan a la perfección con los dramas personales de sus protagonistas. El tercer episodio de su saga sobre el conflicto interminable que fue la Guerra Civil es una novela que nos permite conocer cómo era la vida de aquellos que intentaron mantener la ilusión a pesar de haber sido derrotados por el fascismo y continuar torturados por el franquismo.

LasTresBodasDeManolita

“El invitado amargo” de Vicente Molina Foix y Luis Cremades. El recuerdo del amor vivido visto con la perspectiva de las tres décadas transcurridas desde entonces. Del ímpetu, el desconocimiento y la experimentación de los que se inician como adultos al reposo, la retirada y el balance de los ya instalados en la madurez. Un intercambio folletinesco con dos voces narradoras, capítulos escritos por separado que enfrentan y complementan dos puntos de vista sobre un enamoramiento difuso y una relación que nunca terminó de cuajar pero que tampoco llegó a disolverse.

ElInvitadoAmargo

“Llámame por tu nombre” de André Aciman. Una lograda expresión del deseo y la pasión a los diecisiete años. Una narración obsesiva que quiere entender lo que está sucediendo, anárquica en su búsqueda de palabras con las que expresarse, desesperada por convertirlas en hechos que hagan que las emociones individuales se conviertan en sensaciones compartidas. Una historia guiada por el latido del corazón y el impulso de la libido de sus protagonistas.

LlamamePorTuNombre

“Un incendio invisible” de Sara Mesa. La bancarrota y hecatombe de Detroit le inspiran a Sara Mesa una historia sobre una ciudad apocalíptica en la que no quedan más que personas abandonadas o sin lugar al que ir. Una urbe en la que todo lo que conforma nuestro modelo de bienestar alcanza tal nivel de degradación que peligra hasta la convivencia y el carácter humano de las personas. Una inteligente y sugerente ficción que juega con logrado acierto a exponer, sin enjuiciar, la deriva moral de lo que está relatando.

UnIncendioInvisible

“Lecciones de abstinencia” de Tom Perrotta. A caballo entre la sátira y un despiadado realismo, esta novela muestra el control que el fundamentalismo religioso pretende tener de todo individuo convirtiendo su vida privada -el sexo, el consumo o los hábitos lúdicos- en un continuo campo de batalla. Un sarcástico retrato de la clase media estadounidense y de la decadencia de su modelo de sociedad, de su falta de cohesión, de sus endebles valores y de su falta de rumbo.

LeccionesDeAbstinencia

“Middlesex” de Jeffrey Eugenides. Varias buenas novelas en una única y genial. Un muy bien guiado recorrido por el mundo global que va de los conflictos entre Turquía y Grecia tras la I Guerra Mundial al Berlín posterior a la reunificación alemana pasando por el EE.UU. acogedor de miles de refugiados en los años 30 hasta la extensión del movimiento hippie en los 70. Dentro de él una saga familiar que aúna a la perfección lo antropológico y lo sociológico con lo vivencial y lo emocional. Y también un relato valiente, pedagógico, sensible y acertado sobre la verdad y la realidad de la intersexualidad.

Middlesex

“Honrarás a tu padre” de Gay Talese. Excelente crónica publicada en 1971, entre la ficción literaria y la objetividad periodística, sobre la evolución de la Mafia en la ciudad de Nueva York –y sus ramificaciones en otras partes de EE.UU.- en la que las influencias y las luchas de poder se combinan con la vida personal y familiar de Bill Bonanno. Un sobresaliente retrato de las raíces, las motivaciones y los fines de aquellos que hacían de la ilegalidad –cuando no, la criminalidad- las coordenadas en las que desarrollaban sus trayectorias vitales.

HonrarasATuPadre

“Haz memoria” de Gema Nieto. La historia de tres generaciones de mujeres que es también la no contada de muchas familias de nuestro país. De un tiempo aun convulso que pide volver a él para calmar los asuntos pendientes, para darle luz a aquellos pasajes vividos a escondidas y después condenados al olvido. Una sentencia de negación que anuló el futuro de los que sobrevivieron y lastró a sus descendientes.

HazMemoria

«Un incendio invisible» de Sara Mesa

La bancarrota y hecatombe de Detroit le inspiran a Sara Mesa una historia sobre una ciudad apocalíptica en la que no quedan más que personas abandonadas o sin lugar al que ir. Una urbe en la que todo lo que conforma nuestro modelo de bienestar alcanza tal nivel de degradación que peligra hasta la convivencia y el carácter humano de las personas. Una inteligente y sugerente ficción que juega con logrado acierto a exponer, sin enjuiciar, la deriva moral de lo que está relatando.

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En los días de mucho calor el aire se hace denso, tan espeso que parece casi tangible, resulta difícil respirarlo, es posible mascarlo. Da la sensación de que lo degrada todo, robando el color, erosionando los materiales, corroyendo las superficies, llenándolo todo de un polvo que deja un sabor agrio en las gargantas de los que no tienen otra opción que desplazarse caminando sobre la superficie de ese prólogo del infierno.

Ese es el ambiente que se vive en Vado y el que se siente desde las primeras páginas de Un incendio invisible. Inicio en el que Sara Mesa no explica qué ha motivado ese estado comatoso, evitando así ser juzgada únicamente por la verosimilitud de su argumento, sino que opta por algo más complejo y profundo, adentrarse en él y centrar su narración en cómo interactúan, desde la condena de su soledad, las personas que aún quedan en lo que un día fue una gran ciudad.

Un adulto que huye, una niña que finge creerse lo que le cuentan, profesionales peculiarmente comprometidos con su ética profesional, viejos condenados al abandono, pero también hombres sin orden ni equilibrio, mujeres sin objetivos que transitan anodinamente por un presente sin futuro y sin conexión con el pasado anterior. Este es el amplio espectro de una población que muestra el destino al que estamos condenados cuando nuestra alma se seca y se marchita hasta volatilizarse, dejándonos sin sensibilidad y sin voluntad de razonar y progresar. ¿Qué nos hace humanos entonces? ¿Hacia dónde nos lleva esa involución?

Esa es la pausada marcha atrás que Mesa va concretando a medida que avanza esta ficción -en la que los neones dejan de iluminarse, los grifos de dar agua y los supermercados de tener alimentos y bebidas en sus estanterías- las emociones positivas –el amor, la empatía, la amistad, el cariño, el deseo,…- son asuntos que, aunque forman parten del bagaje y las capacidades de todo individuo, se van desdibujando como si se trataran de algo imaginado, lejanos recuerdos que cuesta creer que hubo un tiempo en que fueron reales. Una atmósfera de inevitabilidad que provoca sensaciones encontradas, desde la estupefacción por la materialización de un retroceso que no es sino auto destrucción, la incomprensión por no saber qué ha causado lo que siempre se consideró imposible que ocurriera, el espíritu de superación para intentar sobreponerse a la hecatombe o el arrojar la toalla y colaborar incluso con su potencial de aniquilamiento.

Un muy bien pautado ensayo a cámara lenta de lo que podría ser el proceso hacia el fin del mundo, una perturbadora narración de una catástrofe más, aún por llegar, de nuestra historia o quizás una premonición del definitivo y final apocalipsis.

«Casi normales»

No es un musical al uso. No contiene asombrosos números de baile y la historia que cuenta impacta más por su realismo y autenticidad que por las canciones con la que es contada. Y sin embargo, ese es su gran acierto, hacer de la música un lenguaje con el que también se puede contar un drama familiar y, gracias a su poder evocador, generar sonrisas sin desvirtuar un ápice de su desventura.

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Casi normales es una muestra de que el arte del teatro musical y la conciencia humana han evolucionado. Décadas atrás los musicales eran historias que de una u otra manera estaban predestinados a desembocar en un inevitable final alegre. Por otro lado, el campo de la psicología era algo inexistente, las necesidades que nos planteábamos resolver eran las materiales y espirituales y tras estas, si acaso, las afectivas. No ha pasado tanto tiempo, pero la manera de crear y de vivir de entonces nos parece, vista desde hoy, encorsetada, aunque cierto es que era mucho más avanzada que en cualquier época anterior.

Ahora que ya llevamos casi dos décadas del siglo XXI podemos afirmar que todo estilo artístico –ya sea la literatura, la música o la pintura- ha sido capaz de adoptar variantes y registros nunca antes imaginados, sin que eso desvirtúe su esencia ni su papel como medios con los que estimularnos, tanto a nivel individual como colectivo. Esta producción de Brian Yorkey y Tom Kitt estrenada en Broadway en 2009 y adaptada a nuestro idioma con este montaje el pasado mes de septiembre, podría ser un perfecto ejemplo de ello.

Dividida en dos actos, cuando apenas ha cogido velocidad de crucero en el primero, un giro argumental deja a los espectadores clavados en sus butacas, comenzando entonces un in crescendo que alcanza antes del descanso y en el que permanecerá durante toda su segunda parte. Añádase a esta estructura formal, sin cuerpo de baile ni elaboradas coreografías, el tener como línea narrativa protagonista una dimensión muy íntima que hasta hace bien poco parecía casi inexistente -incluso a nivel social- como es lo anímico, lo psicológico, con un fondo psiquiátrico incluso. Así es como una partitura que se inicia con los aparentes colores alegres de una familia convencional –padre, madre, hijo e hija- torna inevitablemente en las gamas ocres y tonos mate de la inestabilidad y el esforzado intento por recuperarla.

Un terreno de arenas movedizas, el de la depresión y el desequilibrio emocional, que se muestra de manera muy correcta sobre el escenario, que el libreto describe de manera clara con mucho acierto y que los actores y cantantes interpretan combinando con sumo acierto la humanidad a flor de piel de sus personajes con la asertividad que el argumento tratado requiere. Pero al tiempo, con la entrega y la alegría que conllevan sus continuas notas de buen humor. Positividad y al mal tiempo buena cara, que dice el refrán y sin perder ni ceder una chispa de intensidad y creatividad.

Una eficaz escenografía que va poco más allá de una sobria estructura metálica y los juegos de luces, una música rock que resulta pegadiza y se amplifica por su constante presencia y la coralidad de un reparto que se complementa de manera muy efectiva, hacen de Casi normales una muy lograda y merecedora propuesta.

Casi normales, en el Teatro La Latina (Madrid).

10 novelas de 2017

Historias escritas en España, EE.UU., Francia o Panamá, cuentos de apenas unas páginas y relatos largos, narraciones sobre el amor y la amistad, sobre el deseo de conocer y la ilusión de un futuro mejor, habitadas por personas que fueron importantes y por otras que llegan de nuevas a ellas,…

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«Las impuras» de Carlos Wynter Melo. Una mujer que no sabe quién es y otra que imagina por ella sus recuerdos. Un ejercicio de creatividad que a esta segunda le vale para alejarse de aquellas vivencias en que el derrumbe de su país, cuando fue ocupado por las tropas norteamericanas en 1989, le hizo sentir que su vida había perdido su sentido, obligándola a huir. Una pequeña novela escrita con la verdad del corazón y contada desde el deseo de honestidad con que se procesan las emociones en el estómago.

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«El amor del revés» de Luis G. Martín. Bajo el formato de autobiografía, un relato de la vivencia de la homosexualidad en la España de las últimas décadas. En un país retrasado, trasnochado, nacional católico primero e insensible, embrutecido y no tan progre como se creía aún mucho tiempo después. Una narración íntima y desnuda que muestra sin pudor, pero también sin lástima ni compasión, el dolor, las lágrimas y el terror que conlleva aceptarse, mostrarse y vivirse cuando se inicia ese proceso en la más absoluta soledad. Un ejercicio literario de sinceridad y honestidad en el que queda plasmado cómo se pueden sanar las heridas y hacer de la debilidad, fortaleza y de la vergüenza sufrida, orgullo de ser como se es y ser quién se es.

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«La conjura de los necios» de John Kennedy Toole. Una lectura tan divertida como estimulante. Una ácida y corrosiva narrativa que no deja títere con cabeza en su disección de cada personaje y situación en mil piezas. Una abrumadora construcción de una serie de situaciones y entornos en los que se pone patas arribas múltiples aspectos de la sociedad actual (la familia, el trabajo, la educación,…). Una ironía y una sátira brutales con las que quedan al descubierto todas nuestras imperfecciones, contradicciones y paradojas.

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«La vida ante sí» de Romain Gary. Literatura de alto nivel, exquisita y elevada, pero accesible para todos los públicos. Por su protagonista, un niño árabe criado por una antigua meretriz judía, ahora metida a regente de una pequeña residencia de hijos de mujeres que ejercen la que fuera su profesión. Por su punto de vista, el del menor, espontáneo en sus respuestas y aplastantemente lógico en sus planteamientos. Pero sobre todo por la humanidad con que el autor nos presenta las relaciones entre personas de todo tipo, los retos cotidianos que supone el día a día y las dificultades de vivir al margen del sistema en el París de los años 60.

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«La canción pop» de Raúl Portero. La música tiene el mágico poder de ser capaz de contar una historia en muy pocos minutos, presentándote los personajes involucrados, relatando qué sucede entre ellos, qué viven y qué sienten, de dónde vienen y a dónde desean ir. Todos tenemos una canción de nuestra vida, esa que imaginábamos que hablaba de nosotros y que con su ritmo nos llegó muy hondo la primera vez que la escuchamos, haciendo que afloraran a la superficie emociones cuya intensidad no creíamos ser capaces de sentir pero que deseábamos vivir. Un sueño que ya no perseguimos pero al que no renunciamos. Eso es esta novela contenida, auténtica, una partitura fresca y ágil, aparentemente liviana, pero que dispara de manera certera y da de pleno en el blanco.

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«La noche del oráculo» de Paul Auster. El libro dentro del libro. El autor que se imagina la historia de un personaje que se propone iniciar una nueva vida, como si se colocara ante una hoja en blanco, tal y como hace desde este otro plano contrapuesto a la ficción que es la realidad. Un mundo de carne y hueso en el que suceden acontecimientos que adquieren un significado más allá cuando son contextualizados por un editor que sabe cómo relacionarlos entre sí. Ese es el laberinto mágico de paralelismos, espejos, verdades e irrealidades perfectamente trazado por el que nos hace transitar Paul Auster.

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«La tierra convulsa» de Ramiro Pinilla. Del Getxo agrícola y ganadero de finales del siglo XIX al Gran Bilbao industrial, burgués y capitalista del XX. Del idealismo costumbrista con que se recuerda el pasado al que nos aferramos, al realismo social de un entorno cambiado tras un proceso de profunda agitación. La primera y bien planteada entrega de una trilogía, “Verdes valles, colinas rojas”, en la que su autor prima en ocasiones sus habilidades como escritor sobre la fluidez de su relato.

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«Nubosidad variable» de Carmen Martín Gaite. La bruma del título es también la de la mente de las dos protagonistas de mediana edad de esta ficción que no aciertan a saber cómo enfocar correctamente sus vidas. Una revisión de pasado, entre epistolar y monologada, y un poner orden en el presente a través de una prosa menuda y delicada con la que llegar mediante las palabras hasta lo más íntimo y sensible. De fondo, un retrato social de la España de los 80 finamente disuelto a lo largo de una historia plagada de acertadas referencias literarias.

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«Patria» de Fernando Aramburu. Una obra que toca todos los palos de lo que por distintos motivos unos y otros llamaron conflicto. La visión política, la realidad social y la vivencia personal en un entorno en el que todo se movía aparentemente en un amplio rango de grises tras el que se ocultaba la cruda realidad de la vida o la muerte, o conmigo o contra mí. Un relato ambicioso y muy bien estructurado al que se le echa en falta ir más allá de su hoja de ruta para emocionarnos no solo por lo que narra en su trama principal, sino también por lo que cuenta y propone en las secundarias.

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«Un perro» de Alejandro Palomas. El bagaje de cuarenta años de biografía, el balance de todo lo vivido por Fer y de los capítulos que conforman el libro de su presente, el ajuste entre las distintas piezas que conforman el puzle de su familia. Alejandro Palomas plasma con gran belleza, equilibrio y naturalidad cuanto pasa por la mente de su protagonista durante unas horas de tensa y amarga, pero también sosegada y meditada espera. Desde lo más ligero y superficial, los lugares comunes en los que nos refugiamos, a los más íntimos y ocultos, aquellos que rehuimos para no volver a encontrarnos con el dolor que allí dejamos.

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«Moonlight», tan valiente y arriesgada como delicada y hermosa

Un guión muy bien elaborado que se introduce en las emociones que nos construyen como personas, señalando el conflicto entre la vivencia interior y la recepción del entorno familiar y social en el que vivimos. Un acierto de casting, con tres actores –un niño, un adolescente y un adulto- que comparten una profunda mirada y una expresiva quietud con su lenguaje corporal. Una dirección que se acerca con respeto y sensibilidad, manteniendo realismo, credibilidad y veracidad al tiempo que construye un relato lleno de belleza y lirismo.

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Hay silencios que no se pueden llenar con palabras, no habría suficientes y ninguna de ellas, ni su mejor combinación, podrían conseguir su expresividad, fuerza y potencia. En la magistral secuencia final, uno de los protagonistas le replica al otro “nunca dices más de tres palabras seguidas”. No hace falta, Moonlight está contada mediante miradas que primeramente enfocan y encuadran con la cabeza, con la razón, para desplazarnos por calles en las que se trapichea con drogas, en casas de las que se te echa o en las que se te recibe, en institutos que son una jungla humana, en playas que son un remanso de paz,… Pero una vez situados, el objetivo desciende hasta el corazón y ese es el timón desde el que se dirige su recorrido en una ardua y difícil ruta  que comienza en una infancia sin referentes, una madre que no ejerce y un padre que no existe, y en el que se toma conciencia de la condición homosexual a través del insulto, el desprecio y la agresión (física y psicológica) de los compañeros de clase.

El buen trabajo de Barry Jenkins está en haber plasmado sobre la pantalla este recorrido de años sin tomar partido por ninguno de sus elementos. Los hechos hablan por sí mismos, son protagonistas absolutos, y como si fueran instrumentos de una orquesta, fotografía, escenografía, sonido, banda sonora,…, se ponen a su completa disposición. No solo para dar forma a lo que vemos y escuchamos, sino también para potenciar la belleza, poesía y lirismo que, a pesar de todo, puede haber en un mundo donde el lenguaje es rudo, las miradas son violentas y las relaciones se basan en una continua represión. Sin embargo, el guión –también de Jenkins- indaga en las fisuras del dolor para traer a la luz la humanidad que muestran las miradas de todos sus personajes. “Sé que no tienes motivos para quererme, pero no pongas en duda que te he querido y que te quiero”, con frases así es de entender que esta película haya llegado hasta la recta final de la próxima edición de los Oscar.

El relato de Moonlight es muy valiente, tanto desde el punto de vista cinematográfico como narrativo. Apuesta por ir en una dirección muy concreta y no se distrae en ningún momento de su objetivo, no hay tramas secundarias cuya función sea la dejar respirar al relato principal. La soberbia dirección de actores y la entrega total de estos a la misión encomendada hace que todo persiga y consiga el fin propuesto. Estar siempre al lado de la mirada de su protagonista, pero manteniendo una distancia prudencial que nos permite ver cuán llena de vida está; así como el derroche de amor del que es capaz su corazón, deseando encontrar un interlocutor, un lugar, un mundo en el que expresarse libremente y encontrar a alguien con quien abrazarse y entregarse plenamente.