El próximo 30 de enero el Teatro Kamikaze bajará el telón por un cúmulo de factores resultado de lo vivido por todos durante los últimos meses y de las inercias de la gestión cultural propias de nuestro país. Han sido cinco años de grandes montajes y de un nombre fundamental de la cartelera madrileña por funciones como estas. Muchas gracias y mucha mierda en las aventuras teatrales que estén por venir.

Idiota. Comenzaba jugando con el uso del lenguaje, sus significados y sentidos, para posteriormente situarnos frente a lo que decimos, cuánto de verdad hay en lo que expresamos y cuánto de inconsciencia y sinrazón.

La función por hacer. El teatro dentro del teatro como si se tratara de una imagen reflejada en un sinfín de espejos. La diferencia entre la realidad y la representación, entre lo verdadero y lo verosímil.
La clausura del amor. Asumir el final supone volver al principio y repasar el trayecto recorrido, dándole los términos correctos a todo lo vivido. Bárbara Lennie e Israel Elejalde se se dejaban la voz y la piel llevando el texto de Pascal Rambert a una dimensión superior.
Arte. Miguel del Arco y el trío protagonista –mención especial a Jorge Usón que brilló con luz propia- hicieron suya, a golpe de humor y muchas risas, la compleja sencillez del texto de Yasmina Reza.
Iphigenia en Vallecas. María Hervás se hizo dueña y señora del escenario a lo largo de la hora y media de representación de este descarnado monólogo. Comenzaba haciéndonos reír hasta llevarnos a un final en que nos costaba mantenerle la mirada ante la dura realidad que nos mostraba.
El tratamiento. Cada día de función era un día de estreno en el que convergían los 40 años de biografía de su protagonista y su ilusión por dedicarse al cine. Hora y media de humor y comedia, de drama e intimidad, de fluidez y ritmo, de diálogos ágiles y actores excelentes.
Un enemigo del pueblo (Ágora). Alex Rigola situó en nuestro presente la propuesta de Henrik Ibsen convirtiendo el teatro en un espacio único, sin separación entre escenario y patio de butacas, en el que se debatía qué es y qué supone la democracia y los límites de la libertad de expresión.
Jauría. Miguel del Arco y Jordi Casanovas, apoyados en un soberbio elenco, fueron más allá de lo obvio en esta representación, que no reinterpretación, de la realidad, trasladándonos una verdad mucho más cercana de lo que quizás estamos dispuestos a soportar.
Las canciones. Una catarsis ideada con inteligencia y ejecutada con sensibilidad en la que la música marcaba el camino para que soltemos las ataduras que nos retienen y nos permitamos ser aquellos a quienes silenciamos y escondemos en nuestro interior.
Traición. Israel Elejalde convirtió la extraordinaria sutileza de Harold Pinter -entre los monosílabos, las interjecciones y las frases hechas- en un sólido montaje con buenas dosis de amor y humor, pero también de corrosión y dolor.