El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

Ayer salí roto de los multicines a los que suelo acudir. Me habían llegado donde solo lo hace la realidad que reconozco cuando soy mi único interlocutor. A esa parte de mí que muestro camuflada de comprensión, aceptación y madurez por miedo a entrar de lleno en ese territorio en el que nos sabemos dependientes y necesitados del afecto, el reconocimiento y la validación de nuestros mayores y responsables, sin manual de instrucciones, del bienestar y la felicidad de quienes vivirán a nuestra vera hasta que se valgan por sí mismos. Y sucedió por algo que contiene, articula y ofrece Cinco Lobitos, verdad.
Verdad auténtica, sincera, desnuda, transparente, sin matices, absoluta. Y sin embargo, solo válida como testimonio de Amaia. Madre primeriza a sus 35 años, trabajadora autónoma, pareja de un hombre en las mismas circunstancias, e hija de unos padres que viven a más de cuatrocientos kilómetros. Relato diferente al de cualquier otra mujer, aunque a la par análogo en muchos de los asuntos tratados y similar en las circunstancias mostradas. El estrés y la inseguridad que le genera el hecho de ser madre le servirá a quien la parió décadas atrás para recordar su propia vivencia con una mirada relajada, al tiempo que le permite, a quien entonces fuera una niña, tomar conciencia de cuánto hicieron por ella.
Es difícil lograr que una historia sea más verosímil que la que ha escrito Alauda Ruiz de Azúa. El detalle de su ejercicio de edición y síntesis logra que nos sintamos completos con lo que vemos. Todos sus elementos están correctamente medidos y relacionados, siendo prioritarios cuando les corresponde, pero formando parte antes y después del segundo plano de las cuestiones transversales que definen, estructuran y sustentan tanto el largo plazo como el día a día de la biografía de cualquier persona. Hay emoción y fluidez en su narración audiovisual, utiliza los encuadres más cercanos para mostrar y los abre cuando sus personajes necesitan revelarse. La combinación de movimiento, expresión y escenografía, en la composición de sus planos, revela un sentido del ritmo exquisito, plasmado en un montaje impecable.
Un trabajo que crece por el modo en que se fusiona con las interpretaciones de Laia Costa y Susi Sánchez. Dos protagonistas que se apoyan, aportan y suman, cuya excelencia se retroalimenta por la existencia y la presencia de la otra. Dos papeles que, si sobre el papel son oro, en la pantalla resultan dos recitales que, aun así, resultan humildes y diáfanas. He ahí la manera en que se complementan e integran en su universo a Ramón Barea y a Mikel Bustamante, eficaces en su misión de encarnar a dos secundarios con rol propio.
En Cinco lobitos hay poesía y sencillez, humor e ironía, rabia y aceptación, trascendencia y liviandad. Ruiz de Azúa ha dirigido una película que contiene todo aquello que nos demuestra que las dificultades, el desconocimiento y el buscar vías por las que seguir forma siempre parte de la vida. Lo es de la nuestra, lo fue ya antes de la de nuestros padres y lo será, incluso cuando ya estén ellos solos, de la de nuestros hijos y sus nietos.
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