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“La madre”, drama, intriga y Aitana Sánchez-Gijón

Más allá del síndrome del nido vacío y de un matrimonio de cara a la galería. Retrato de una mujer frustrada, pero con una ambigüedad bien calculada sobre los motivos de la imagen que transmite y las causas de su comportamiento. Un texto trazado con inteligencia, una puesta en escena sobria que explicita sus tensiones y un elenco compacto que despliega todas sus aristas.

El inicio es convencional. Una mujer espera en casa la llegada de su marido y tras un leve saludo se queja de la desconsideración de su hijo emancipado, de la desconexión de su hija ya autónoma y de la falta de comunicación -por no decir falsedad y lejanía- de quien acaba de llegar de su trabajo. Toques de ironía y acidez disfrazados de humor que generan complicidad y empatía, cercanía con unos personajes que nos resultan familiares, si no por identificación, sí por suposición de los arquetipos del mundo urbano, proletariado y capitalista en el que vivimos. Sin embargo, la sensación de comodidad dura poco.

La dramaturgia de Florian Zeller rápidamente vira para adentrarse en el terreno de las percepciones, obligándonos a preguntarnos si aquello de lo que estamos siendo testigos es tan transparente, sencillo y lógico como habíamos asumido. Un terreno de ocultaciones e invisibilidades que la dirección de Juan Carlos Fisher deja entrever a través de un diseño escénico que más que minimalista, frío y sobrio, resulta revelador en su asepsia, subrayador en su simplicidad e intensificador en el simbolismo de su fractura. Súmese a ello la complementariedad de la iluminación y la amplificación de la ambientación sonora y musical.

Hora y media en la que la narración familiar y el retrato individual se van transformando, afectando incluso al punto de vista desde el que observamos, interrogándonos sobre desde dónde miramos e interpretamos, si lo estamos haciendo desde el lugar y el modo correcto. Qué se nos escapa y qué hemos asumido como lo que no era. Así, La madre y sin dejar atrás sus toques de humor corrosivo, profundiza en su drama adquiriendo tintes de intriga y misterio más propios del thriller y hasta el terror psicológico.

Una introspección bajo un prisma de opresión y agorafobia encarnado por un elenco en el que Aitana Sánchez-Gijón integra con solvencia en su personaje el devenir de las diferentes y superpuestas tramas. La esposa desencantada, la madre Agripina y la mujer abandonada por su pasado y carente de un futuro. Estados emocionales, registros relacionales y versiones alejadas e integradas de sí misma que se despliegan, complementan y confrontan con el buen y acotado trabajo de sus compañeros.

Juan Carlos Vellido compone un marido que nunca termina de estar y que permanece cuando resulta ausente. Alex Villazán es ese hijo obligado a volar solo para sobrevivir y condenado a permanecer para que su verdugo no se convierta en su víctima. Y Júlia Roch destella revelando las indeterminaciones de cuando sucede en La madre, obligando a sus espectadores a tomar parte en la construcción de su absorbente, seductor y conseguido relato.

La madre, en Teatro Pavón (Madrid).

10 funciones teatrales de 2018

Monólogos y obras corales; textos originales y adaptaciones de novelas; títulos que se ven por primera vez, que continúan o que se estrenan en una nueva versión; autores nacionales y extranjeros; tramas de rabiosa actualidad y temas universales,…

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«Unamuno, venceréis pero no convenceréis». José Luis Gómez se desdobla para demostrarnos porqué Don Miguel sigue presente y vigente. Sus palabras definieron la naturaleza de una nación, la nuestra, que en muchos de sus aspectos son hoy muy similares a como lo eran cuando él vivía. La perspectiva del tiempo nos permite también entender las contradicciones de un hombre que, tras apoyarlo inicialmente, pronunció una de las frases más críticas y definitorias del franquismo.

Unamuno

«Gloria». La persona detrás del personaje adorado por los niños. La mujer que vivía más allá de lo que contaban sus versos. La adulta que mira hacia atrás recordando de dónde vino, qué hizo a lo largo de su vida –escribir y amar- y en quién se convirtió. Un monólogo vibrante que retrata a Gloria con sencillez y homenajea a Fuertes con la misma humildad que ella siempre transmitió.

Gloria

«El tratamiento». Cada día de función es un día de estreno en el que convergen 40 años de biografía y la ilusión de dedicarse al cine. Un arte que para Martín constituye el lenguaje a través del cual expresa sus obsesiones y emociones y se relaciona con el mundo acelerado, salvaje y neurótico en que vivimos. Hora y media de humor y comedia, de drama e intimidad, de fluidez y ritmo, de diálogos ágiles y actores excelentes.

ElTratamiento

«Los días de la nieve». Un monólogo en el que el ausente Miguel Hernández está presente en todo momento sin por ello restarle un ápice de protagonismo a la que fuera su mujer. Una Josefina Manresa escrita por Alberto Conejero, puesta en escena por Chema del Barco e interpretada por Rosario Pardo que atrae por su carácter sencillo, engancha por su transparencia emocional y enamora por la generosidad de su discurso.

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«Tiempo de silencio». La genial novela de Luis Martín Santos convertida en un poderoso texto dramático. Una escueta y lograda ambientación –áspera escenografía y asertiva iluminación- que nos traslada al páramo social y emocional que fue aquella España franquista que se asfixiaba en su autarquía. Una puesta en escena que es teatro en estado puro con una soberbia dirección de actores cuyas interpretaciones resultan perfectas en todos y cada uno de sus registros.

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«Los mariachis». Una perfecta exposición a golpe de carcajada y con un fino sentido del humor de cómo la corrupción y la incultura están interrelacionadas entre sí y de cómo nos lastran a todos. Cuatro intérpretes que con su exultante comicidad dan rienda suelta a todas las posibilidades de un texto excelente. Una obra que cala hondo y toca la conciencia de sus espectadores.

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«La ternura». ¡Bravo! Todo el público en pie al acabar la función, aplaudiendo a rabiar y sonriendo llenos de felicidad, con la sensación de haber visto teatro clásico, pero con la frescura y el dinamismo de los autores más actuales. Una historia cómica que juega con los roles de género y parte de la eterna dicotomía entre hombres y mujeres para exponer con sumo acierto lo que supone el amor, lo que nos entrega y nos exige.

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«Lehman trilogy». Triple salto mortal técnicamente perfecto y artísticamente excelente que nos narra la vida y obra de tres generaciones de la familia Lehman -así como el desarrollo de los EE.UU. y del capitalismo desde la década de 1840- gracias al ritmo frenético que marca la dirección de Sergio Peres-Mencheta y la extraordinaria versatilidad de sus seis actores en una miscelánea de comedia del teatro de varietés, exceso cabaretero, expresividad gestual y corporal de cine mudo aderezada con la energía y fuerza de la música en vivo.

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«El curioso incidente del perro a medianoche». Comienza como una intriga con un tono ligero cercano casi a la comedia y poco a poco va derivando en una historia costumbrista en torno a un joven diferente que nos lleva finalmente al terreno del drama y la acción. Un montaje inteligente en el que el sofisticado despliegue técnico se complementa con absoluta precisión con el movimiento, el ritmo y la versatilidad de un elenco perfectamente compenetrado en el que Alex Villazán brilla de manera muy especial.

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«El castigo sin venganza». Todavía sigo paralizado por la intensidad de esta tragedia, en la que no sé qué llega más hondo, si la crudeza del texto de Lope de Vega, la claridad con la que lo expone Helena Pimienta o la contagiosa emoción con que lo representa todo su elenco. Una historia en la que la comicidad de su costumbrismo y tranquilidad inicial deriva en una opresiva atmósfera en la que se combinan el amor imposible, la amenaza del poder y las jerarquías afectivas y sociales.

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«El curioso incidente del perro a medianoche»

Comienza como una intriga con un tono ligero cercano casi a la comedia y poco a poco va derivando en una historia costumbrista en torno a un joven diferente que nos lleva finalmente al terreno del drama y la acción. Un montaje inteligente en el que el sofisticado despliegue técnico se complementa con absoluta precisión con el movimiento, el ritmo y la versatilidad de un elenco perfectamente compenetrado en el que Alex Villazán brilla de manera muy especial.

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Cristopher se encuentra muerto al perro de su vecina, cuando llega la policía su reacción evidencia que sus habilidades sociales no son convencionales, no tolera ser tocado y sus respuestas dejan claro que se basa única y exclusivamente en los principios de la sinceridad y la verdad. Tras un incidente que le ayuda a resolver su padre, se decide a investigar qué habitante de su calle puede haber sido el vil asesino. Se abre así un universo humano en la ficción teatral y un despliegue técnico e interpretativo sobre el escenario que no descansa ni baja el ritmo ni un solo segundo en toda la función.

La combinación de oscuridad, luces y proyecciones leds junto a las continuas entradas y salidas de los diez actores hacen que este curioso incidente resulte ya atractivo desde un punto de vista visual. Dividido en dos actos, el primero de ellos nos permite conocer de manera muy sencilla cómo es Cristopher y qué supone ser autista en el ambiente escolar, en el social y en el familiar, aunque si hacer en ningún momento de esta circunstancia el elemento protagonista de la historia que estamos viviendo.

No hay caricaturas, exageraciones o simplificaciones, sino un adolescente con ganas de saber, de entenderse con los que le rodean y de convivir con su padre. Un universo personal en el que su profesora ejerce de pulcra intermediaria con los espectadores apoyando la narración de los acontecimientos. Sus vecinos ponen la nota cómica con sus particularidades y su padre nos guía con absoluta franqueza por el universo emocional de su sistema familiar. Una visión tan completa que puede llegar a confundir, a no saber con exactitud qué se nos está contando. ¿El día a día de un chico nada convencional? ¿Dónde queda el misterio del asesino de perros? ¿El costumbrismo de un barrio a través de los ojos de una persona diferente?

Pero el inicio del segundo acto deja claro que lo que el libreto de Simon Stephens y la dirección de José Luis Arellano han hecho es exponer las piezas y ahora llega el momento de disfrutar de lo que surgirá cuando todas ellas se unan. La historia coge velocidad, dispara la adrenalina y los actores más que moverse se coreografían sobre las tablas dando voz y cuerpo a cuántas personas de todo tipo haga falta. El pasaje que simula el viaje hasta Londres y a lo largo de su subterráneo es de órdago, lo que hasta entonces había sido muy notable se hace excelente. Las luces, las proyecciones, los focos y los efectos de sonido complementan a los actores, amplifican lo que ellos transmiten y hacen de la sala una burbuja, un espacio único donde unos interpretan y otros sentimos, pero todos con igual intensidad.

Pero lo que es aún más grande, los personajes principales –Christopher, su padre y su madre- ya no se muestran sino que el libreto hace que se abran en canal y veamos incluso aquello de lo que no son conscientes. Alex Villazán pasa del ser el protagonista al elemento en torno al cual gira absolutamente todo, pero lo hace con tanta sencillez, tesón y entrega que más bien se convierte en un director de orquesta discreto, humilde y conocedor de la partitura que tiene entre manos envolviendo a sus compañeros en lo que ya había dejado claro antes del descanso, la tremenda humanidad y sensibilidad de su interpretación, en su respeto por el autismo de su personaje.

Los amantes de la novela de Mark Haddon en que se basa El curioso incidente del perro a medianoche tienen el aliciente extra de comprobar la fidelidad de la adaptación, para todos los demás la sugerencia es breve, vayan y déjense emocionar.

El curioso incidente del perro a medianoche, en el Teatro Marquina (Madrid).