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10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

Tan «Close» que duele

El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

Mientras el niño aprende en qué consiste el mundo sin tener herramientas ni conocimiento previo que le sitúe o ayude, el reto del adolescente es aún mayor, se ha de construir su propio sitio en ese mundo, en su evolución hacia la adultez, lidiando con influencias, compañías, referencias y comentarios no siempre positivos. Los juicios y las sentencias llegan en demasiadas ocasiones sin saber siquiera qué se está tratando y si tienen, siquiera, algo que ver con uno mismo. Eso es lo que les sucede a Leó y Remi cuando comienzan el bachillerato y sus compañeros comentan y les preguntan con curiosidad y sorna sin son pareja, de manera abrupta e invasiva si son homosexuales y, por tanto, acusados de ser más mujeres que hombres.

Surge así una pausa que interroga la génesis y el sentido de lo que hasta entonces había sido amistad espontánea y complicidad natural, vinculación sincera y cariño auténtico libre de injerencias. Sin embargo, tal y como expone Lukas Dhont, la influencia del círculo más inmediato, la invisible y atmosférica fuerza del grupo vence a quien simulaba más entereza y hace resiliente a quien parecía más débil. Mas nada es eterno ni absoluto, la fragilidad es condición intrínseca a la naturaleza humana y se puede revelar tan repentina como sorpresivamente.

Lo más hermoso y seductor de la mirada de Dhont es que se centra, como ya lo hiciera en Girl (2018), con verdadera honestidad, en las emociones de sus protagonistas. En cómo las manifiestan primero y cómo las procesan después. En cómo reaccionan como resultado de esa afectación, cómo les influye en su relación con los demás y cómo procesan posteriormente las consecuencias que conlleva ese complejo proceso. En definitiva, en cómo toman conciencia de sí mismos y de su poder, influencia y deber con los demás.

Un guión preciso, minucioso y conciso y una sostenida progresión narrativa que no pierden el foco en cuestiones secundarias como analizar la actuación del alrededor, en explicar su conducta ni el propósito de sus exigencias. Está ahí, ya lo sabemos y lo conocemos, somos parte de él y también lo hemos sufrido. Ese es un de los logros y claves de Close, hace que nos identifiquemos y proyectemos tanto con Léo y Remi, como con sus compañeros de clase.

A su vez, muestra a sus personajes tal y como reclama que merecen, sin etiquetarles ni extraer conclusiones simplificadoras que, aunque pudieran ser acertadas en primera instancia, nunca revelarían lo que éstas ocultarían. Mas aun cuando trata sobre dos muchachos de trece años. Le deja estar y ser. Les concede aquello que es suyo y a lo que tienen derecho, construirse y conocerse en lugar de ser determinados por la vaguedad moral, la irresponsabilidad social y el reduccionismo intelectual de quienes no son capaces de comprender qué supone la diversidad y la empatía, la convivencia y el respeto.

Pero la mirada de Close no es pesimista ni apesadumbrada, en su dolor hay un resquicio de esperanza en la manera delicada y sensible en que algunos adultos, desde la consolidación de su madurez y la aceptación de su debilidad, plantean preguntas y esperan pacientemente que lleguen las respuestas. Algo que sucede a través de la limpia mirada, la poderosa presencia, la brillante gestualidad y la expresividad tonal de los jóvenes Eden Dambrine y Gustav De Waele, apoyados en segundo plano por las sólidas y maternales Émilie Dequenne y Léa Drucke.

“El don de la terapia” de Irvin D. Yalom

Aunque el subtítulo de “Carta abierta a una nueva generación de terapeutas y a sus pacientes” haga parecer que este volumen está destinado solo para profesionales y experimentados en la introspección, lo cierto es que su propuesta en pequeños capítulos lo hace también apto para todo el que esté interesado en conseguir y consolidar su equilibrio interior, así como la empatía y el diálogo fluido con los que le rodean.

No tengo más experiencia de lo que es una terapia que la que adquirí practicándola con Rosa. Fue intenso y gratificante, desconcertante por lo evidente de lo que descubría y asombroso al ver lo que estaba logrando. Un camino en el que surgieron herramientas de búsqueda como lecturas que después comentábamos y con las que tomaba conciencia de otros puntos de vista, tan diferentes quizás en su génesis y formulación como cercanos en su propósito a los míos. Así fue como conocí a Irvin D. Yalom, psicólogo y psiquiatra, pero también escritor y creador de extraordinarias ficciones (El día que Nietzsche lloró, La cura Schopenhauer o El problema Spinoza) en las que aúna el pensamiento y la reflexión de grandes filósofos con el deseo humano de superar los obstáculos que nos impiden llevar una vida plena.

El don de la terapia es un ensayo didáctico, salteado con anécdotas, detalles y recuerdos profesionales, basado en décadas de trayectoria terapéutica, atendiendo a pacientes en sesiones individuales y grupales, formándose en toda clase de técnicas y enfoques, y en el propio trabajo personal que Irvin ha realizado con la ayuda de los colegas elegidos en cada momento.  

Una propuesta motivada por los mandamientos invasivos de las organizaciones empresariales (compañías de seguros, farmacéuticas o administraciones públicas enfocadas más en las cifras que en las personas) sobre la labor de un colectivo que, aunque ha de seguir unos principios de actuación, no se puede sintetizar en una hoja de ruta con etapas perfectamente delimitadas en el tiempo y con unos objetivos medibles. La terapia psicológica es algo más hondo, fino y sutil. Es un proceso única y exclusivamente cualitativo. Y cada persona exige una atención y acompañamiento completamente diferente. Un camino que se traza según se está recorriendo, en el que se pueden resolver cuestiones a corto pero que solo resulta provechoso si se considera largo plazo.  

Una relación, entre terapeuta y paciente, que parte de la premisa de la confidencialidad y se basa, o debiera hacerlo para ser exitosa (en términos de bienestar, que no de productividad como acostumbra a ser la horma de nuestro mundo), en la confianza, la sinceridad y la honestidad. Un compromiso que exige esfuerzo tanto para relatar lo nunca antes verbalizado como para escuchar sin prejuicios e ir más allá de la aparente solidez de lo formulado para deducir en qué se fundamenta, qué conexiones tiene y qué se ha de conseguir a partir de ahí.

85 capítulos en los que Yalom desgrana claves -como ya lo hiciera en modo relato en Verdugo del amor– que en muchas ocasiones suenan a lógica y sentido común, pero que a los ajenos a la materia nos hacen entender la amplitud, complejidad y seriedad de su campo de trabajo. Sin embargo, bajo esa sensación inabarcable hay algo que sí nos acerca, y son los valores por los que se ha de regir todo diálogo que tenga intención de ser verdaderamente fructífero para ambas partes. En este sentido, El don de la terapia no es un libro de autoayuda, su lectura no sustituye en nada la realidad de un proceso terapéutico, pero sí que podemos tomar de él pautas de actuación. No resolverán nuestros grandes problemas, inquietudes y obsesiones, pero seguro que si las reflexionamos adecuadamente -lo que siempre conlleva autocrítica- pueden ayudarnos a hacerlos más llevaderos y evitar aquellos otros con los que complementamos nuestras preocupaciones diarias.    

El don de la terapia, Irvin D. Yalom, 2002 (2018 en castellano), Ediciones Destino.

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee

Estas «Lecciones de un boxeador que peleaba para abrazar mejor» conforman una interesante reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

Cuando Thomas comenzó a inyectarse testosterona como parte de su proceso de transición, no solo experimentó cambios físicos (su complexión física se ensanchó, le surgió vello y su voz se hizo más grave), también notó que su entorno le consideraba de otra manera. Cuando hablaba, le prestaban más atención. Si se cruzaba con una mujer en un lugar con poca luz, sentía cómo esta se ponía tensa. De repente, algunos hombres se dirigían hacia él con una actitud retadora, violenta incluso.

Para entender qué estaba pasando, propuso a la revista en la que trabajaba escribir un reportaje sobre la relación entre los hombres y la violencia a partir de lo que viviera y sintiera preparándose para tomar parte en un combate de boxeo benéfico en el Madison Square Garden. Cinco meses de entrenamiento en dos gimnasios, cruces y comentarios en los vestuarios, horas de preparación física y mental con contrincantes y entrenadores, golpes hasta la extenuación en el ring…

Una exigente práctica física en la que se introdujo como principiante, que después le poseyó confundiéndole y enajenándole por momentos, pero en la que poco a poco consiguió encontrarse haciendo frente a sus dudas y miedos. Así hasta acabar entendiendo las paradojas y la alegoría sobre la condición humana -así como sobre sí mismo (su biografía, su personalidad y su pensamiento)- que, según él, es este deporte tan controvertido y tenido como un epítome de la masculinidad, del poder y las capacidades del hombre como luchador y estratega.  

Decir a los prejuiciosos y presuntuosos que Un hombre de verdad no trata sobre la vivencia, la aceptación o los posibles conflictos de la transexualidad. Afortunadamente, la fortaleza mental, la sensibilidad humana y la sinceridad emocional de Page McBee están más allá de eso, lo que le hizo darse cuenta, con su entrada en la masculinidad, de cómo se generan, transmiten y perpetúan las actitudes que el heteropatriarcado ha ejercido sobre mujeres y hombre no heterosexuales desde el principio de los tiempos. Y lo peor de todo, como él incluso, asumía inconscientemente algunas de ellas.

Un filtro de catalogación de la humanidad -el de la orientación sexual- que se complementa con otros como el de la raza o la posición social. Una triada sobre la que indagó tratando con historiadores, sociólogos, antropólogos o psicólogos con el fin de entender los porqués y cómo esto estructura y condiciona a nuestra sociedad. Artificios sin fundamentación alguna que hacen que nuestras relaciones individuales, colectivas y sistémicas se basen más en el conflicto que en la colaboración y en la diferencia que en la semejanza, con la consiguiente pérdida de energía y bienestar para todos y cada uno de nosotros.

Un ejemplo de introspección y sinceridad personal que me ha hecho recordar el Autorretrato de un macho disidente (Huso Editorial, 2017) de Octavio Salazar, y un deseo de conocer y comprender que, de haber estado ambientado en nuestro país, hubiera podido apoyarse en lo que Ramón Martínez cuenta en La cultura de la homofobia y cómo acabar con ella (Editorial Egales, 2017).

Un hombre de verdad, Thomas Page McBee, 2019, Temas de Hoy.

10 novelas de 2017

Historias escritas en España, EE.UU., Francia o Panamá, cuentos de apenas unas páginas y relatos largos, narraciones sobre el amor y la amistad, sobre el deseo de conocer y la ilusión de un futuro mejor, habitadas por personas que fueron importantes y por otras que llegan de nuevas a ellas,…

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«Las impuras» de Carlos Wynter Melo. Una mujer que no sabe quién es y otra que imagina por ella sus recuerdos. Un ejercicio de creatividad que a esta segunda le vale para alejarse de aquellas vivencias en que el derrumbe de su país, cuando fue ocupado por las tropas norteamericanas en 1989, le hizo sentir que su vida había perdido su sentido, obligándola a huir. Una pequeña novela escrita con la verdad del corazón y contada desde el deseo de honestidad con que se procesan las emociones en el estómago.

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«El amor del revés» de Luis G. Martín. Bajo el formato de autobiografía, un relato de la vivencia de la homosexualidad en la España de las últimas décadas. En un país retrasado, trasnochado, nacional católico primero e insensible, embrutecido y no tan progre como se creía aún mucho tiempo después. Una narración íntima y desnuda que muestra sin pudor, pero también sin lástima ni compasión, el dolor, las lágrimas y el terror que conlleva aceptarse, mostrarse y vivirse cuando se inicia ese proceso en la más absoluta soledad. Un ejercicio literario de sinceridad y honestidad en el que queda plasmado cómo se pueden sanar las heridas y hacer de la debilidad, fortaleza y de la vergüenza sufrida, orgullo de ser como se es y ser quién se es.

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«La conjura de los necios» de John Kennedy Toole. Una lectura tan divertida como estimulante. Una ácida y corrosiva narrativa que no deja títere con cabeza en su disección de cada personaje y situación en mil piezas. Una abrumadora construcción de una serie de situaciones y entornos en los que se pone patas arribas múltiples aspectos de la sociedad actual (la familia, el trabajo, la educación,…). Una ironía y una sátira brutales con las que quedan al descubierto todas nuestras imperfecciones, contradicciones y paradojas.

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«La vida ante sí» de Romain Gary. Literatura de alto nivel, exquisita y elevada, pero accesible para todos los públicos. Por su protagonista, un niño árabe criado por una antigua meretriz judía, ahora metida a regente de una pequeña residencia de hijos de mujeres que ejercen la que fuera su profesión. Por su punto de vista, el del menor, espontáneo en sus respuestas y aplastantemente lógico en sus planteamientos. Pero sobre todo por la humanidad con que el autor nos presenta las relaciones entre personas de todo tipo, los retos cotidianos que supone el día a día y las dificultades de vivir al margen del sistema en el París de los años 60.

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«La canción pop» de Raúl Portero. La música tiene el mágico poder de ser capaz de contar una historia en muy pocos minutos, presentándote los personajes involucrados, relatando qué sucede entre ellos, qué viven y qué sienten, de dónde vienen y a dónde desean ir. Todos tenemos una canción de nuestra vida, esa que imaginábamos que hablaba de nosotros y que con su ritmo nos llegó muy hondo la primera vez que la escuchamos, haciendo que afloraran a la superficie emociones cuya intensidad no creíamos ser capaces de sentir pero que deseábamos vivir. Un sueño que ya no perseguimos pero al que no renunciamos. Eso es esta novela contenida, auténtica, una partitura fresca y ágil, aparentemente liviana, pero que dispara de manera certera y da de pleno en el blanco.

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«La noche del oráculo» de Paul Auster. El libro dentro del libro. El autor que se imagina la historia de un personaje que se propone iniciar una nueva vida, como si se colocara ante una hoja en blanco, tal y como hace desde este otro plano contrapuesto a la ficción que es la realidad. Un mundo de carne y hueso en el que suceden acontecimientos que adquieren un significado más allá cuando son contextualizados por un editor que sabe cómo relacionarlos entre sí. Ese es el laberinto mágico de paralelismos, espejos, verdades e irrealidades perfectamente trazado por el que nos hace transitar Paul Auster.

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«La tierra convulsa» de Ramiro Pinilla. Del Getxo agrícola y ganadero de finales del siglo XIX al Gran Bilbao industrial, burgués y capitalista del XX. Del idealismo costumbrista con que se recuerda el pasado al que nos aferramos, al realismo social de un entorno cambiado tras un proceso de profunda agitación. La primera y bien planteada entrega de una trilogía, “Verdes valles, colinas rojas”, en la que su autor prima en ocasiones sus habilidades como escritor sobre la fluidez de su relato.

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«Nubosidad variable» de Carmen Martín Gaite. La bruma del título es también la de la mente de las dos protagonistas de mediana edad de esta ficción que no aciertan a saber cómo enfocar correctamente sus vidas. Una revisión de pasado, entre epistolar y monologada, y un poner orden en el presente a través de una prosa menuda y delicada con la que llegar mediante las palabras hasta lo más íntimo y sensible. De fondo, un retrato social de la España de los 80 finamente disuelto a lo largo de una historia plagada de acertadas referencias literarias.

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«Patria» de Fernando Aramburu. Una obra que toca todos los palos de lo que por distintos motivos unos y otros llamaron conflicto. La visión política, la realidad social y la vivencia personal en un entorno en el que todo se movía aparentemente en un amplio rango de grises tras el que se ocultaba la cruda realidad de la vida o la muerte, o conmigo o contra mí. Un relato ambicioso y muy bien estructurado al que se le echa en falta ir más allá de su hoja de ruta para emocionarnos no solo por lo que narra en su trama principal, sino también por lo que cuenta y propone en las secundarias.

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«Un perro» de Alejandro Palomas. El bagaje de cuarenta años de biografía, el balance de todo lo vivido por Fer y de los capítulos que conforman el libro de su presente, el ajuste entre las distintas piezas que conforman el puzle de su familia. Alejandro Palomas plasma con gran belleza, equilibrio y naturalidad cuanto pasa por la mente de su protagonista durante unas horas de tensa y amarga, pero también sosegada y meditada espera. Desde lo más ligero y superficial, los lugares comunes en los que nos refugiamos, a los más íntimos y ocultos, aquellos que rehuimos para no volver a encontrarnos con el dolor que allí dejamos.

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“Instrumental”, la verdad de James Rhodes

La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre las consecuencias de por vida de los abusos sexuales a los niños y el poder de la música, el arte y la cultura en el desarrollo, crecimiento y equilibrio interior de toda persona. James Rhodes disecciona con una absoluta, cruda y fría asertividad su pasado y presente para mostrar quién y cómo es en sus múltiples facetas (padre, esposo, amigo,…). Una narración que deja en estado de shock a su lector y un estilo que ojalá se prodigue mucho más a la hora de tratar el delicado asunto que tratan estas memorias.

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El primer paso para sanar una herida que se ha ocultado durante mucho tiempo es reconocer su existencia. Después ponerse en manos de expertos que te ayuden a curarla, lo que probablemente conlleve un duro, largo y doloroso proceso. La última etapa será la de convivir con una cicatriz que resulta visible, compartiendo cuando sea necesario quién y cómo la causó. Ese complicado, arduo y costoso camino le llevó a James tres décadas de su vida, y como bien dice, nunca se acaba, siempre cabe la posibilidad de poder volver a revivir aquel infierno porque su semilla te acompaña por siempre dentro de ti.

Con un lenguaje claro, directo y coloquial, a la par que sobrio, preciso y acertado cuenta como en varias ocasiones casi le costó la vida tomar conciencia de qué adolescencia y adultez ha vivido por el hecho de haber sido violado una y otra vez desde los cinco hasta los diez años por uno de sus profesores. Las secuelas físicas –intervenciones quirúrgicas siendo ya adulto como consecuencia de las lesiones sufridas cuando su cuerpo aún no estaba formado-, psicológicas –inseguridad, obsesiones, aislamiento, desconfianza-  y psiquiátricas –toda forma de violencia contra sí mismo, drogas, alcohol, auto lesionamiento, intentos de suicidio,…, ingresos hospitalarios- le han acompañado cada día, hasta el punto de haber hecho de él poco más que un profundo minusválido emocional, un hombre que a duras penas podía relacionarse con su entorno  y establecer lazos afectivos sólidos y duraderos con aquellos que le rodeaban (padres, amigos, mujer, hijo,…).

Esto es lo que Rhodes cuenta con absoluta naturalidad, expone con rigor y comparte con honestidad en Instrumental. Unas memorias que tienen el objetivo de dar un relato auténtico y sincero y, sobre todo, objetivo, de lo que sufre una persona a la que en su infancia violaron. Porque el término exacto es este, no es el de “abusado” ni “acosado”. Con él, como con muchos otros, fueron más allá. Y ante esta barbarie la sociedad –tanto en su conjunto como cada uno de nosotros si somos testigos de ello- no puede dejar que sea el tiempo el que todo lo cure o sentenciar con ligereza que aquello fue algo ya pasado y que hay que mirar hacia delante.

Su propuesta es sencilla y sin opción a alternativas. El primer paso es dar visibilidad a los hechos, encerrar en prisión a los pedófilos y, lo que es más importante, atender a sus víctimas. No solo para que no se sientan culpables ni causantes de lo que les ocurrió sino para que, lo que es más arduo y difícil, puedan reconstruirse psicológica y emocionalmente, ser capaces de volver a ser una persona completa como lo eran hasta aquel día en que en su interior se alejaron de sí mismos como consecuencia de la violencia y la crueldad, tanto física como psicológica, que les estaban infligiendo.

James no contó con un entorno que le ayudara en esta labor. Tardó más de dos décadas en verbalizar lo que le sucedió y una más en conseguir su equilibrio interior. Tiempo en el que si algo le mantuvo vivo fue la música en su versión más pura y auténtica, la clásica. Un arte que, gracias a todas las sensaciones que le causaba (tanto escuchando como tocando), le sugirió y le motivó para seguir adelante. Quizás fue el refugio que encontró para sobrevivir, quizás fuera la vocación con la que nació, pero sea cual sea la razón, es el medio a través del cual ha hecho su camino y encontrado su sitio personal y profesional en el mundo.

Este es el segundo hilo argumental de Instrumental, y aunque quede como secundario ante la hondura del primero, resulta tan interesante y aleccionador como aquel por lo que revela y ejemplifica. La expresión y la creatividad son dos dimensiones del ser humano a las que se puede acceder a través del lenguaje de la música. Sin embargo, el sistema educativo público ni siquiera lo tiene en cuenta y James nunca tuvo la suerte ni la facilidad de practicarla más allá que de manera extraescolar en su infancia. A lo largo de su vida, la música iba y volvía hasta que entendió que el fin para el que había sido educado –terminar una carrera universitaria, encontrar un trabajo y ganar dinero- no era el suyo. Se focalizó entonces en el teclado y consiguió a base de empeño, persistencia y perseverancia que el piano fuera su medio de ganarse la vida.

Y si en el terreno formativo James Rhodes tuvo que labrarse su propia hoja de ruta, en el profesional no le fue diferente. A su juicio, el género clásico está hoy en día secuestrado por unos protocolos arcaicos, unos espectadores vetustos y unos sellos musicales que se niegan a innovar y a darle el aire fresco que demandan los nuevos públicos. Un muro al que ha declarado la guerra conversando desde el escenario con los asistentes a sus conciertos, criticando abiertamente a su establishment en los medios de comunicación y llevando a cabo sus propias propuestas para actualizar la imagen y el valor del género ante unas audiencias más amplias.

Valga como muestra de este último punto el sugerente prólogo con el que abre cada capítulo. En total veinte introducciones a otras tantas piezas maestras en las que da pinceladas sobre la vida y obra de sus autores (Beethoven, Bach, Mozart, Schubert,…), la intencionalidad de la partitura y lo que su conversión acústica le provoca a él. Toda una banda sonora que se puede escuchar en internet y que constituye el perfecto colofón, a la par que gran vehículo introductorio, a unas memorias que ojalá consigan su propósito de concienciarnos sobre algo que quizás no consigamos que deje de ocurrir, pero que sí podemos aliviar cuando suceda.

“El amor desordenado” de Alex Pler

A vueltas con el amor. ¿Otra vez? Sí. ¿Acaso no es el amor lo que nos mueve de continuo? Pero siempre desde la inconformidad. Cuando lo vivimos formalmente por lo que nos podemos estar perdiendo. Cuando no lo tenemos, por el vacío que evidencia su continuo deseo. Y mientras tanto, esa cortina de humo que es, o no, el sexo. 39 brevedades en las que Alex Pler combina la transparencia, la espontaneidad y la ingenuidad en una realidad que está a mitad de camino entre la verdad y la ficción de uno mismo.

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Que Alex no tiene ningún problema en compartirse ya quedó claro en La noche nos alumbrará y que el amor, el eterno amor, está tan presente en su imaginario como en las letras de las canciones que escuchamos y los guiones de las películas que vemos, resultó patente en El mar llegaba hasta aquí. Uniendo lo uno y lo otro, junto con la inspiración generada por amantes y (des)amantes (como dice en la página final de agradecimientos), surgen estos relatos breves que también podrían considerarse apuntes de un escritor.

Conatos de grandes historias que, como no lo fueron en la vida real, tampoco lo van a ser en la literaria y a los que dedica sobre el papel el mismo tiempo que tuvieron ese día ya pasado en que sucedieron. Golpes de sinceridad emocional que una vez que toman forma escrita se cierran con un punto y final. Cada uno de ellos podría haber sido el inicio de algo que se quedó en un ensayo y error más, otra dosis de experiencia, un suma y sigue en eso que se llama vida, búsqueda, madurez o crecimiento. Aunque a veces dé la sensación de que estos términos sean eufemismos de lo que, impotentemente, sentimos como fracaso e imposibilidad.

Tiempo atrás vi una video entrevista en la que Pler decía que le interesaba practicar “el haiku” –será la influencia nipona de la que es tan fan-, ir a la esencia y la autenticidad, liberarse de adornos y circunloquios. Viendo que Alex se ha aplicado este principio a sí mismo –siempre nos quedará la duda de cuánto hay de autobiografía y cuánto de realidad ficcionada en estas escenas-, se ha de deducir que El amor desordenado tiene mucho de desnudez, pero de la difícil, la de la intimidad. En sus páginas queda claro que quitarse la ropa frente a un desconocido (o ante dos) es fácil, lo complicado es mostrar el corazón, sinónimo de algo mucho más delicado, de saber, aceptar y estar dispuestos a mostrar que somos vulnerables.

Me atrevo a decir que si eres esa clase de persona, disfrutarás como lector de El amor desordenado y percibirás la sensibilidad de las ilustraciones de Luitego, que le van como anillo al dedo (vaya, una imagen alegórica de ese término tan tremendo que es “compromiso”) a cada uno de sus episodios. Si no es tu caso, puede que seas una persona como esos hombres que, como en estas narraciones, ves dos o tres veces, encuentras una noche de fiesta, te hablan a través de una aplicación de contactos, te invitan a su casa o te visitan en la tuya y para los que sientes que al día siguiente no eres más que, si acaso, un vago recuerdo.

Sobrecogedor “Ivan-Off”

Del drama a la tragedia, intensidad con momentos de hilaridad en un reparto coral con buenos secundarios y un soberbio Raúl Tejón como protagonista.

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Personaje, texto e interpretación se funden de manera tan completa y tan perfecta que el “Ivan-Off” de La Casa de la Portera te deja clavado al asiento con el estómago encogido, el corazón en un puño y la piel como escarpias. El drama no está en lo que sucede, no ocurre nada diferente a lo que podría ser la cotidianeidad de cualquier otro hombre, sino en lo que Chejov escribió, ahora versionado por José Martret y convertido en espectáculo por Raúl Tejón. La tragedia está en la desnudez con que se muestra la verdad de un hombre insatisfecho con el que mundo en el que vive y el papel que se le ha otorgado tanto en lo social, supuesto líder terrateniente, como en lo íntimo, esposo amantísimo.

Sinceridad brutal, sin límites en un texto del siglo XIX reconvertido en el XXI en emociones más allá de la piel, en un alma abierta que muestra el conflicto continuo que vive en su interior. El trabajo de Tejón es mucho más que gesticulación, voz y mirada. La sincera expresividad de su rostro es sobrecogedora, es el escaparate diáfano de un viaje que llega hasta las entrañas de un hombre que nos muestra la impotencia de no ser quien se espera de él, el dolor que esta realidad le causa y el que él causa a su alrededor, su honestidad reconociendo esta situación y el conflicto por no saber cómo darle solución. Desde el momento en que comienza la función Raúl Tejón crea a su alrededor un aura que llena la sala atrapando y arrastrando a los espectadores en su lucha por saber qué palabras poner a lo que siente, qué hacer, cómo vivir con ello.

Dándole la réplica destaca un alucinante Germán Torres poniendo cara a esos que con humor intentan ocultar la miseria espiritual que aun así se les escapa por las grietas de sus sonrisas. Y junto a él, un enérgico David González respondiendo con un sinuoso cinismo como manera de sobrevivir resueltamente ante las penurias y como parásito de los éxitos de los demás. En el lado femenino, Rocío Calvo y Carmen Navarro son el otro lado, las apariencias vacuas, las formas sin fondo,  los puntos de hilaridad en esos momentos sociales que están entre la comedia y el esperpento. Ellos cuatro son parte de un reparto coral que en su conjunto funcionan como una pieza única, perfectamente engranados.

Únase a todo esto la magia escénica que tiene la Casa de la Portera y el papel intensificador que sus reducidos espacios causan en su selecto aforo de 22 asistentes cuando el resultado es tan bueno como sucede en este caso.

Tres años después de su estreno “Ivan-Off” ha vuelto al lugar que le vio nacer y donde había sumado hasta ahora 287 representaciones. Algo que se queda en anécdota ante lo vivido en su reestreno este pasado 19 de febrero, noche en la que esta adaptación del Ivanov de Chejov rezumó una frescura, fuerza y energía que le hace digna merecedora de seguir en cartel por mucho tiempo.

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“Ivan-Off” en La Casa de la Portera (Madrid)