La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

Madrid nunca duerme. Aunque sea noche cerrada siempre hay gente despierta, haciendo, elucubrando, actuando para ganarse la vida, quizás para sobrellevarla, puede que incluso para sobrevivir sin más. Personas que viven al amparo de la oscuridad y de la luz eléctrica, que no nos importan porque se dedican a actividades que no conocemos, en las que nunca pensamos o cuya existencia nos negamos a reconocer por lo oscuro, mezquino y vergonzoso que revelan de nosotros mismos (drogas, juego…). Nikki y Sánchez son esa clase de habitantes, de los que se dedican a ir de aquí para allá pasando desapercibidos, pero logrando estar en todas partes como manera de ganarse la vida y de disfrutar -si es que esto es posible para ellos- de lo que esta les ofrece.
Pero a pesar de semejante vacío son dos presencias de lo más potentes por la manera en que su autora los presenta y les sigue a lo largo de la particular misión en la que se encuentran. Su objetivo, conseguir el galgo que poner a disposición de la organización de una carrera de apuestas y ganarse automáticamente unos miles de euros. Sobra decir que al margen de la ley, en ese difuso espectro en el que los propósitos ilegales se combinan con los medios alegales.
Sánchez es una novela sobria en su relato y austera en su narración. Tiene claro su objetivo y apunta a él directamente, sin rodeos llenos de adjetivos ni de excusas literarias para enmarcarnos dónde, cuándo y cómo nos encontramos. El rumbo, ritmo y tono de su escritura no es complaciente con su lector. No busca entretenerle sino ofrecerle una realidad que le exige adaptarse a la penumbra conductual, la lógica oscura y el verbo desnudo de personajes sin posibilidades ni posibles. De aquellos que esperan que las lágrimas de San Lorenzo ejerzan el anacronismo de poner un poco de orden formal en su presente, de quienes viven al margen de las convenciones, las reglas y la expectativa de un futuro si no mejor, sí menos canalla.
Esther García no se cierra en unas coordenadas marcadas por la actividad delincuente y la poca monta de las aspiraciones de sus protagonistas. Ni cae en la caricatura del derrotismo y la desesperanza, todo lo contrario. Se acerca a esas coordenadas que deliberadamente ignoramos y muestra no solo lo que se ve, sino lo que se intuye y siente cuando se cruzan las fronteras de la comodidad burguesa en que estamos instalados. Disfrutar y engancharse a Sánchez es una experiencia de altos vuelos, pero solo posible si salimos de nuestra zona de confort para conocer qué entienden por vivir los que residen fueran de ella y ponernos en su lugar.
Sánchez, Esther García Llovet, 2019, Editorial Anagrama.
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