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10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.

«El último encuentro» de Sándor Márai

Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.

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41 años después de verse por última vez, Konrad y Henry se encuentran de nuevo en la casa del segundo, en el mismo salón y con la misma disposición de la mesa, para cenar el mismo menú que aquel día no olvidado. Una puesta en escena que da vía libre a que se manifiesten los fantasmas que durante tanto tiempo se hicieron dueños del espacio y tiempo que ambos no compartieron. Una reunión que se presenta como una oportunidad única para saber qué pasó con su amistad, qué hizo cada uno con su vida tras su abrupta separación y con qué bagaje se colocan ahora frente a frente, si tienen algo pendiente o si aún hay algo positivo que les une.

A pesar del tiempo transcurrido, en El último encuentro no hay confrontación o vacío, sino diálogo y ánimo de entendimiento y comprensión. La empatía es el principio que marca el planteamiento con que Márai hace que Henry y Konrad se vuelvan a relacionar. Tras unos primeros capítulos en que nos cuenta cómo se conocieron en la Viena imperial de finales del siglo XIX y cómo surgió el vínculo entre ellos a pesar de las diferencias externas –nivel económico de sus familias e intereses personales-, abre la herida que aún sigue abierta. Con una sensibilidad excepcional y una sobresaliente selección de detalles, da la palabra a Henry para poner de relieve no sólo bajo qué formas se desarrolló su amistad, sino que sentimientos la forjaron y qué sensaciones compartieron en los muchos episodios que compartieron.

La enriquecedora intensidad que gana en ese momento la narración es pareja al sosiego con que son relatados los acontecimientos que se describen, dejando claro que son siempre la experiencia subjetiva de quien los cuenta, pero haciendo ver el esfuerzo que éste hace por contemplar, entender e integrar en su discurso otros puntos de vista que van más allá de su terrenal, sesgada y limitada individualidad. Un concienzudo ejercicio de reflexión sobre las motivaciones de las relaciones interpersonales, un esfuerzo intelectual en torno a la esencia y la exigencia de valores como la generosidad, la solidaridad y el altruismo y lo que nos hace no solo seres humanos y sociales, sino afectivos.

Al tiempo, Sándor Márai introduce otros elementos importantes como la manera de contemplar el futuro cuando somos jóvenes y parece que gobernamos el mundo en el que vivimos, y de revisar el pasado cuando ya somos muy mayores y nuestro entorno parece funcionar con un manual de instrucciones que desconocemos. De esta manera, aun sin hacer referencia directa a ello, habla también sobre el desconcertante presente en que escribió esta novela, en 1942, cuando el nazismo y la II Guerra Mundial asolaban su Hungría natal.

El último encuentro, Sándor Márai, 1942, Narrativa Salamandra.

“De hombre a hombre” de Mariano Moro Lorente

El mito de Lolita llevado al aula mediante el diálogo cercano y la tensa distancia entre el adolescente y el adulto, entre los ideales y la experiencia, entre la osadía y las reservas. La homosexualidad como algo velado, expresada y encubierta a partes iguales utilizando los versos de Walt Whitman y Federico García Lorca tanto como forma de declaración como de maniobra de distracción.

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Las once escenas de esta obra son otros tantos combates dialécticos entre Juan Manuel, un profesor de literatura treintañero que destila seguridad y confianza en sí mismo, y Andrés, un joven deseoso de comerse el mundo y cansado de tener que darse de frente una y otra vez con los muros que los adultos ponen en su camino. Cada uno sienta cátedra a su manera desde la etapa en la que nuestra sociedad y el sistema educativo les coloca, en una altiva madurez al primero, en la rebelión constante al segundo.

El profesor juega constantemente a la seducción, desplegando sus encantos y su presencia, verbo mediante, ante el público estudiantil que se encuentra en sus aulas. Mientras tanto, el alumno dispara de manera certera contra la amplitud de sus alardes retóricos buscando las afirmaciones que le confirmen en sus planteamientos o le guíen para llegar a las posiciones desde las que seguir construyéndose a sí mismo. Frente a los circunloquios y los juegos formales del docente, su pupilo se expresa con una claridad que les pone a prueba a los dos. A sí mismo al verse obligado a convertir en acciones su dictado verbal, y a su superior al dar con la clave que desvela a la persona que se encuentra tras el personaje.

Una atracción y un enfrentamiento ambientados en nuestro presente (De hombre a hombre fue publicada originalmente en 2008) con dos barreras que terminan haciendo acto de presencia, la diferencia de edad y una homosexualidad que se manifiesta inicialmente con circunloquios poéticos. Hasta que se sabe que se puede hablar con claridad y entonces se pone sobre el tablero de juego otra partida más, la de la aceptación y los prejuicios del entorno familiar, social y laboral. Frente a estos frenos, el deseo, la atracción y la ilusión del amor que se manifiestan recurriendo a la poesía de Walt Whitman (Canto a mí mismo) y a la de quien le admiró y le dedicó una oda, Federico García Lorca, así como a uno de sus más claros referente musicales, el cubano Silvio Rodríguez (Por quien merece amor).

Así es como Mariano Moro Lorente hila con efectiva sencillez en una progresión lineal –directa a su objetivo, sin otras tramas o personajes que desvíen nuestra atención- las diferentes etapas que recorre la relación en la que se van trenzando sus dos personajes. Un vínculo que se puede comparar con otros de similares características, como el narrativo de Nabokov o el clásico entre Sócrates y Alcíbiades. Menciones expresas que dan pie a reflexionar sobre la separación y la unión de los planos físico y emocional que se le supone al amor correspondido, así como a su posibilidad de materializarse ante las presión y el escrutinio de las convenciones sobre las que edificamos nuestras vidas.

“Autorretrato de un macho disidente” de Octavio Salazar Benítez

Parar y valorar donde se está. Ponerse frente al teclado o ante el cuaderno de notas y hacer balance del recorrido vital transitado para disponerse con serenidad ante el futuro. Aprender de lo experimentado para sacarle aún más y mejor jugo a lo que esté por llegar. Una autobiografía formada por un conjunto de pasajes relatados con una prosa de tintes poéticos en la que lo trascendente se combina con lo efímero y las arrugas y las cicatrices, tanto físicas como espirituales, con las sonrisas y las satisfacciones.   

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Ayer hijo y en la actualidad padre a mitad de camino de dejar de ser un cuidador diario para convertirse en un referente de su hoy vástago adolescente. Tiempo atrás un marido heterosexual que cumplía con el canon androcentrista exigido por nuestro modelo de sociedad y hoy la mitad de una pareja homosexual que vive su afecto creando sus propias reglas. De ejercer como profesor con americana y corbata que sigue el curriculum formativo que marca la Facultad de Derecho en la que investiga y ejerce como docente a ser un hombre académico que viste vaqueros y comparte impresiones, reflexiones y vivencias personales con sus alumnos. Hasta aquí el presente de un hombre que afirma que le gustan muy poco o nada las etiquetas y que afronta el futuro como una hoja en blanco, dispuesto a dejarse trasladar a donde quiera que éste le quiera llevar.

Este autorretrato es el de un niño que se crió en un pueblo de la provincia de Córdoba, pasando su infancia entre mujeres llenas de vitalidad, pero que al tiempo fueron enclaustradas por un tiempo que solo las dejaba ser hijas entregadas, madres silenciosas y esposas calladas. Un joven curioso, deseoso de conocer y de entender, estudiante aplicado que se construyó su camino vital siguiendo un guión estructurado en sus primeros capítulos por su entorno, pero que poco a poco fue siendo escrito y conducido por él mismo a golpe de impulso e intuición ante los estímulos que su alrededor –el cine, los viajes, la literatura, el mar, las personas que se encontraba,…- le ofrecía.

Un individuo que ha reflexionado e indagado dentro de sí mismo, que como nos deja ver en el relato de momentos de mucha intimidad (amorosa, afectiva, amistosa, sexual,…) ha hecho un profundo ejercicio de conciencia hasta liberarse de la máscara tras las que se escondía como resultado de su educación formal –la reglada, la de la escuela y el instituto- e informal –la que transmiten los padres, la familia, los vecinos, el barrio-. Una barrera para las relaciones plenas y sinceras y un filtro para la segregación entre hombres y mujeres, para la castración emocional de los primeros y la discriminación machista de las segundas. Octavio ha llegado a un estadio de consciencia en el que es capaz de ver muchos de los registros, comportamientos y actitudes que nos parecen inocuos, libres o espontáneos, pero que son en realidad resultado del artificio conductual en el que llevamos sumidos desde el principio de nuestra especie.

Ante esta desigualdad generadora de frustraciones y sufrimiento, su respuesta y plan de acción, personal y político, es el del feminismo. Una actitud, unos valores y una manera de vivir que van más allá de la igualdad real entre hombres y mujeres y que constituye un cambio radical en la forma de reconocernos, contemplarnos y relacionarnos entre todas las personas, independientemente de nuestro género u orientación sexual.

Una propuesta que Octavio expone tanto teórica –con una narrativa clara, casi contundente- como prácticamente –a través de su propio ejemplo, relatándolo con una prosa que adquiere entonces tintes poéticos- con un resultado tan directo y expresivo como su propio título, Autorretrato de un macho disidente.

“El amor desordenado” de Alex Pler

A vueltas con el amor. ¿Otra vez? Sí. ¿Acaso no es el amor lo que nos mueve de continuo? Pero siempre desde la inconformidad. Cuando lo vivimos formalmente por lo que nos podemos estar perdiendo. Cuando no lo tenemos, por el vacío que evidencia su continuo deseo. Y mientras tanto, esa cortina de humo que es, o no, el sexo. 39 brevedades en las que Alex Pler combina la transparencia, la espontaneidad y la ingenuidad en una realidad que está a mitad de camino entre la verdad y la ficción de uno mismo.

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Que Alex no tiene ningún problema en compartirse ya quedó claro en La noche nos alumbrará y que el amor, el eterno amor, está tan presente en su imaginario como en las letras de las canciones que escuchamos y los guiones de las películas que vemos, resultó patente en El mar llegaba hasta aquí. Uniendo lo uno y lo otro, junto con la inspiración generada por amantes y (des)amantes (como dice en la página final de agradecimientos), surgen estos relatos breves que también podrían considerarse apuntes de un escritor.

Conatos de grandes historias que, como no lo fueron en la vida real, tampoco lo van a ser en la literaria y a los que dedica sobre el papel el mismo tiempo que tuvieron ese día ya pasado en que sucedieron. Golpes de sinceridad emocional que una vez que toman forma escrita se cierran con un punto y final. Cada uno de ellos podría haber sido el inicio de algo que se quedó en un ensayo y error más, otra dosis de experiencia, un suma y sigue en eso que se llama vida, búsqueda, madurez o crecimiento. Aunque a veces dé la sensación de que estos términos sean eufemismos de lo que, impotentemente, sentimos como fracaso e imposibilidad.

Tiempo atrás vi una video entrevista en la que Pler decía que le interesaba practicar “el haiku” –será la influencia nipona de la que es tan fan-, ir a la esencia y la autenticidad, liberarse de adornos y circunloquios. Viendo que Alex se ha aplicado este principio a sí mismo –siempre nos quedará la duda de cuánto hay de autobiografía y cuánto de realidad ficcionada en estas escenas-, se ha de deducir que El amor desordenado tiene mucho de desnudez, pero de la difícil, la de la intimidad. En sus páginas queda claro que quitarse la ropa frente a un desconocido (o ante dos) es fácil, lo complicado es mostrar el corazón, sinónimo de algo mucho más delicado, de saber, aceptar y estar dispuestos a mostrar que somos vulnerables.

Me atrevo a decir que si eres esa clase de persona, disfrutarás como lector de El amor desordenado y percibirás la sensibilidad de las ilustraciones de Luitego, que le van como anillo al dedo (vaya, una imagen alegórica de ese término tan tremendo que es “compromiso”) a cada uno de sus episodios. Si no es tu caso, puede que seas una persona como esos hombres que, como en estas narraciones, ves dos o tres veces, encuentras una noche de fiesta, te hablan a través de una aplicación de contactos, te invitan a su casa o te visitan en la tuya y para los que sientes que al día siguiente no eres más que, si acaso, un vago recuerdo.

“Algún día este dolor te será útil” de Peter Cameron

Tener 18 años no ha sido fácil para casi nadie. Y escribir sobre ello con honestidad menos aún. Con Peter Cameron lo primero queda bien claro. De su mano, lo segundo se convierte en una historia llena de respeto y cercanía, sin condescendencia ni juicio alguno. «Algún día…” resulta una lectura apasionante por su estilo directo y sin adornos y unos diálogos ágiles, frescos y prolíficos con los que nos hace llegar el conflicto que es la vida cuando no se dispone de experiencia ni de conocimientos contrastados para hacer frente ni a las interrogantes ni a las expectativas de los demás.

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Normalmente, la adolescencia suele ser reflejada en el cine, en la literatura o en la prensa como años de confusión en los que el niño se niega a aceptar los principios de corrección y utilidad bajo los que ha de tomar las decisiones con las que labrarse un proyecto de vida adulta. De ahí que los relatos que nos podemos encontrar con protagonistas en estas edades sean en muchas ocasiones de rebeldes sin causa (condenados a claudicar ante lo que es inevitable) que luchan contra sus progenitores, o de simpáticos y excesivamente edulcorados jóvenes naif, para deleite y beneplácito de sus mayores.

Ese es el mundo al que se enfrenta cada día James Sveck, un chaval inteligente y perspicaz, agudo y despierto, con pocos prejuicios y demasiada valentía. Por todo esto choca con el mundo de los adultos, el de las respuestas sin preguntas, el de las decisiones tomadas sin tener definidos los objetivos, el de recorrer caminos sin saber a dónde llevan,… En su relato en primera persona demuestra una visión sagaz que convierte las incongruencias y las paradojas de las que es testigo en una historia que va más allá de su aparente acidez e ironía. La realidad y la fuerza de su narración están en el verismo y la transparencia con la que refleja ese mundo del que no se siente parte y que le exige integrarse en él acatando unos valores y asumiendo unos comportamientos concretos sin explicarle sus porqués ni los para qués.

La familia y los modelos de relaciones afectivas, la incomunicación en persona y la exhibición de la desnudez interior a través de la pantalla de un ordenador, el postureo de los mundos del arte y de las finanzas, los estudios universitarios como un fin en sí mismo en lugar de como un medio hacia la formación personal y profesional, los convencionalismos en torno a la orientación sexual,… No hay escenario de la vida de James, de la vida real de alguien con 18 años que no sea tratado en la profundidad, relatividad y peso que le corresponda en las páginas de esta novela.

El responsable de este tratamiento tan completo es Peter Cameron, un escritor que respeta la autonomía de su protagonista, no haciendo de él ni un adolescente inadaptado ni un medio para ofrecer una visión sarcástica de la sociedad neoyorquina y americana. Cameron se pone en los pies de su personaje y deja a un lado su visión personal para poner su capacidad como escritor al servicio del alguien que por su edad, algo quizás también por genética y puede que otro tanto por lo ya vivido, tiene las habilidades de un adulto, pero al que le falta la experiencia y la capacidad para, en determinados momentos, resolver las situaciones que su entorno le plantea.

El otro recurso de Cameron y en el que revela una gran valía es en los diálogos que hace establecer a James con las personas con que comparte este lánguido verano (padres, hermana, jefe en la galería de arte, abuela, psicóloga,…) y que fluyen con una viveza y riqueza expresiva que ya quisiéramos ver en muchas de las situaciones de las que somos testigos o protagonistas en nuestra vida cotidiana.

“The last book in the universe” de Rodman Philbrick

En un mundo sin libros el saber no tendría soporte alguno, las personas no tendrían medios con los que desarrollar su inteligencia y la sociedad fuentes con las que articularse. No habría conciencia de pasado ni posibilidad de futuro. Ese es el mundo que relata esta novela concebida para adolescentes pero que es también una fácil lectura para todos los públicos.

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Una manera correcta de hacer llegar la literatura a los más jóvenes es contando historias de adultos -que en realidad son las de todos-, adaptadas a una manera de ver la realidad que no es diferente, sino más sencilla. Un punto de vista no más simple, sino al que tan solo le falta la experiencia (¿madurez?) para ver las conexiones que establecen niveles de complejidad, de relación equitativa, de subordinación, de causa o de consecuencia, entre todos los elementos que forman la vida.

El respeto a este principio, buscando empatizar –en su estructura, lenguaje, diálogos, tramas y elenco de personajes- con la manera de ver el mundo que puede tener alguien de trece, catorce o quince años es lo que hace que este título de Rodman Philbrick funcione. Una obra publicada en el año 2000 en el mercado anglosajón –y que no he sido capaz de encontrar traducida al español si es que existe tal versión- y escrita a partir de un relato previo, tal y como explica en su epílogo.

Desde el inicio hay una idea que queda clara, donde no hay soportes documentales, donde no se lee, la ignorancia, el miedo y los falsos mitos acampan. La primera muestra en el personaje protagonista. Un individuo sin nombre propio, denominado “espasmo” (spaz en inglés) por sus ataques de epilepsia y producto de los cuales es despreciado y expulsado por una familia que no es tal. En un entorno donde el objetivo es meramente sobrevivir, las relaciones no se establecen en torno a lazos biológicos que derivan en afectos, sino en un pragmatismo organizativo cuyo único fin es garantizar la supervivencia de la especie. Aunque incluso dentro de esta hay niveles, desde la absoluta animalidad hasta la más exacerbada racionalidad. Según el nivel de la escala en el que estés, así será el área compartimentada del mundo, limitada por peligrosas fronteras que son como muros impenetrables, en la que vivas tras la hecatombe, un gran terremoto que aplicará tabula rasa al desarrollo de la humanidad. Una vuelta a una oscuridad como la del medievo, pero esta vez no con impronta religiosa, sino entre los escombros del desarrollo tecnológico, científico y humanístico al que fuimos capaces de llegar.

Un entorno de ciencia-ficción en el que con referencias al clásico griego de la “Odisea” se lucha contra lo abstracto, un sinfín destruido, anárquico y caníbal, con un objetivo concreto, llegar al ser querido y ayudarle a conservar la vida. Una misión liderada –junto a dos secundarios femeninos que aportan la ilusión del presente y el afán de lograr un futuro integrador- por dos hombres, un adolescente y un viejo, que se complementan. Las ganas de comerse el mundo y las de saborearlo, la audacia y la serenidad, el valor y la visión, el ímpetu y la reflexión se unen para llevar a cabo una misión que no es más que una metáfora del mucho mal que nos podemos hacer si nos dejamos llevar por la irracionalidad y de cuánta fuerza interior y habilidades positivas tenemos si, unidos, nos marcamos como objetivo un fin de progreso y mejora colectivo.

“Trash. Ladrones de esperanza” de Stephen Daldry

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Ante la inminencia de los JJ.OO de 2016, en Brasil no deben estar muy contentos con que “Trash” alimente el tópico de Río de Janeiro –aunque en la película no se llegue a mencionar su nombre- como ciudad de favelas en las que se vive al margen de la ley versus la belleza de la playa de Copacabana, la sensualidad de la samba o la destreza de sus futbolistas aficionados. Triada de la promoción turística que en esta película no aparece ni por asomo, lo que le da a su historia de corrupción política y policial una pátina de total verismo. Por el lado contrario, esta es una cinta británica –con su mercado y el americano, en los que aún no se ha estrenado, como principales destinatarios – y eso marca unos niveles máximos de violencia argumental que poder sugerir y visual que mostrar.

El punto medio que Stephen Daldry encuentra y en el que se desenvuelve muy bien para contar su historia sin tener que hacer aparentes renuncias es contar con tres niños como protagonistas. De esta manera resultará lícita la emocionalidad que su temprana madurez y obligada lucha por la supervivencia nos puedan suscitar. Algo que este director sabe hacer muy bien, tal y como demostró en el año 2000 en “Billy Elliot”, aquel también niño que decía aquello tan sencillo y tan grande como “quiero bailar” y al que los cariocas protagonistas de “Trash” emulan en su inocencia y sentido de la justicia sin fisuras con un “es lo correcto”. Ese será el lema con el que motivan su actuación frente a la mancha de la corrupción política y policíaca que todo lo inunda, hasta los desperdicios en el inmenso basurero en el que trabajan estos jóvenes pre adolescentes. Una vez más el mito bíblico de David contra Goliat, símil que la propia historia refuerza haciendo de estos chavales, tres jóvenes asistidos por un cura y una cooperante americana en un plantel dividido: buenos y malos, los altruistas americanos y los políticos brasileños, así como aparentemente débiles y los fuertes, los infantes y la policía al servicio de los corruptos.

Un plantel en el que se desarrolla una historia que comienza pareciendo ser denuncia social y a medida que avanza el metraje, aunque sin olvidar su inicio, resultar más una entretenida intriga de misterio y aventura con sorpresas inesperadas y claves que ir descifrando por el camino. Por un lado porque la correcta estructura y evolución del guión deriva en ello, por otro por el tratamiento que se hace del entorno en el que se desarrolla “Trash”, con una estética fotografía y un elaborado montaje con ritmo y gran resultado visual, tan bien resuelto que pide ir a más. Pero ahí la película se para y no va más allá, a captar la vida, el alma de lo que estamos viendo. Es en ese momento en el que se siente que esta es una producción de foráneos del lugar que se nos está mostrando y nos quedamos en la superficie sin llegar a lo que hay tras las apariencias y primeras impresiones, como sí hicieron en este entorno títulos autóctonos de hace años como “Estación central de Brasil” o “Ciudad de Dios”.

Quizás una incapacidad de Stephen Daldry o quizás una planteamiento deliberado de los productores para que su estreno antes de final de año en alguna sala de EE.UU. haga de “Trash” una de las películas con nominaciones varias en las próximas ediciones de los Globos de Oro y los Oscar que apoyen su carrera comercial tanto en la meca del cine como en Reino Unido y buena parte de los mercados internacionales donde aún la están esperando.

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