Archivo de la etiqueta: Carl Theodor Dreyer

10 películas de 2022

Ficción española pegada a la realidad, animación estadounidense y títulos europeos que le cogen el pulso a la vida. Propuestas basadas en grandes guiones y plasmadas con variados estilos de narrativa audiovisual. Historias cotidianas y valientes, arriesgadas y disruptivas. Doce meses de muy buen cine.

«Apolo 10 1/2». Los estadounidenses llevan más de treinta años revisando lo sencillos e ingenuos que eran en los años 60 y lo colorido y fascinante que resultaba el “american way of life” en todo su esplendor. Aun así, todavía hay maneras de acercarse a aquel tiempo, identidad y vivencia de una manera original y diferente. Tal y como lo ha hecho Richard Linklater en esta cinta de animación.

«Alcarràs». Carla Simón profundiza en el estilo que ya mostró en “Verano 1993” convirtiendo lo cotidiano, el mimbre de lo que nos une, en lo que marca de principio a fin el contenido, el tono y la evolución de su película. Tras ello, una mirada tranquila y empática guiada por el punto en el que se encuentra lo anodino con lo íntimo y lo invisible con lo obvio, y un trabajo interpretativo en el que brillan todos y cada uno de sus intérpretes.

«Ennio: el maestro». Documental que aúna la admiración por su protagonista y el reconocimiento a su extraordinaria labor en pro del séptimo arte con la excelencia de su dirección y su capacidad de emocionar e implicar al espectador en su propuesta. Material de archivo y entrevistas que repasan, analizan y explican la trayectoria de un genio musical, las peculiaridades de su estilo y los logros con que tanto nos hizo gozar desde la gran pantalla.

«Cinco lobitos». El cine se convierte en un arte cuando una película resulta más que la suma de todos los elementos que la conforman. Eso es lo que ocurre con esta cinta que nos muestra los múltiples prismas de la maternidad y la versatilidad a la que se ven abocadas muchas mujeres como resultado de ésta. Un guión redondo, dos actrices soberbias -Laia Costa y Susi Sánchez- y una dirección tras la cámara sensible e inteligente.

«Vortex». Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

«El acusado». El sentido común nos dice que el consentimiento no debiera tener matices legales ni morales, pero la realidad demuestra que sí que los tiene sociales y conductuales. Ahí es donde entra esta película que refleja sobriamente cómo influyen sobre esta cuestión filtros como las diferencias de clase y los modelos familiares. Grandes interpretaciones, un buen guion y una excelente dirección que acierta con su propuesta de atenerse a los hechos y revelar las múltiples paradojas que estos revelan.

«As bestas». Thriller en el que la coacción y la incertidumbre, la paz y la soledad, crean una atmósfera apabullante en la que conviven y se enfrentan lo mejor y lo peor del ser humano. Un guión en el que la tensión de sus silencios y la parquedad de sus personajes son multiplicados por una dirección que los funde con los ritmos, las posibilidades y las paradojas de la naturaleza.

«La maternal». Tras su buen hacer con “Las niñas”, Pilar Palomero suma ahora el de esta cinta en la que sigue fijándose en aquellos a quienes no escuchamos ni consideramos como debiéramos. Los que quedan fuera del sistema por su edad, su falta de recursos y su comportamiento. Personas que merecen la sensibilidad y la seriedad, la escucha y la guía con que ella les muestra en esta ficción en la que deslumbra la mirada, el gesto y el verbo de su protagonista, Carla Quílez.  

«Close». El gran premio del jurado de la última edición del Festival de Cannes se clava en el corazón de sus espectadores con la mirada limpia, el sentir inocente y la conciencia pura de sus protagonistas adolescentes. Una historia que expone con sinceridad, empatía y sensibilidad lo bonito y hermoso que es relacionarse y el poder e influencia que ejercemos sobre los demás, pero también los deberes y riesgos, las consecuencias y aprendizajes que esa vivencia conlleva.

«Mantícora». La sobriedad narrativa del guion de Carlos Vermut se complementa con la mirada aséptica de su dirección y el conjunto de buenas decisiones sobre las que se asienta. Un combo que se amplifica con la hipnótica presencia de Nacho Sánchez dando vida a lo humano y a lo inconcebible, así como a la lucha y a la convivencia dentro de sí entre ambas maneras de ser y estar en el mundo.

10 montajes teatrales de 2022

Estrenos con la mirada puesta en el barroco de Lope de Vega. Pícaras del siglo de oro encarnadas por dos de nuestras mejores actrices. Reivindicaciones políticas, reflexiones filosóficas y un monólogo tan autobiográfico como terapéutico. Coralidades divertidas, sugerentes y sugestivas, y miradas a la adolescencia y a la ligereza de la primera juventud.

Restos del fulgor nocturno (Teatro Clásico). Josep María Miró se deconstruye y se reconstruye sobre el escenario en una suerte de morbo, desnudez y confesión en que revela intimidades, pudores y secretos personales y familiares, conformando una pirámide que crece conceptual y narrativamente formando un corpus cada vez más sólido.

Las que limpian (Centro Dramático Nacional). A Panadaría combina orgullo identitario, capacidad de análisis y finura para transmitir su visión sobre el atropello laboral que sufren tantas mujeres encargadas de limpiar las habitaciones de hotel, condenadas a trabajar en condiciones indignas y por un sueldo aún más miserable que la ética de los empresarios que las contratan.

Los farsantes (Centro Dramático Nacional). Pablo Remón volvió a la actualidad dramática por la puerta grande con dos horas y medias inteligentes y complejas en las que desnudaba la cara oculta del teatro y el cine con unos excelentes Javier Cámara, Bárbara Lennie, Francesco Carril y Nuria Mencía.

Malvivir (Teatro Español). Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón se trasladan bajo la dirección de Yayo Cáceres y la dramaturgia de Álvaro Tato al Siglo de Oro para ofrecernos un recital de gracia, verbo y presencia en el que se reparten y alternan los personajes para hacernos disfrutar con sus andanzas, descaros e impudicias

Los que hablan (Teatro del barrio). Sencillos y espontáneos que dicen lo que piensan, mas nunca piensan lo que dicen. Un cuadro, un fresco, un collage de humanidad en la combinación, la interacción y la unión de las voces, la presencia y la gestualidad de Malena Alterio y Luis Bermejo.

La voluntad de creer (Teatro Español). En el principio estuvo el verbo y la presencia, después la palabra y el cuerpo y finalmente el significado y la experiencia. Ese es el viaje escrito, dirigido y compartido por Pablo Messiez en un argumento que nos sitúa en una reunión familiar en el País Vasco.

La noria invisible (Teatro Español). Comedia dramática y drama risueño a la par, en el que la detallista dirección de José Troncoso se complementa con la retórica de su texto para ofrecer un espectáculo que nos llega, además de por lo que escuchamos y vemos, por la identificación que establecemos con sus personajes.

Tea Rooms (Teatro Fernán Gómez). Una dirección en la que cada personaje está trabajado tríplemente. Por sí mismo, en conexión con los demás y como parte de un protagonista que es el conjunto de todos ellos. Un enfoque que consigue una compenetración total entre texto y actrices, gesto, presencia y palabras.

Elogio de la estupidez (Teatro Español). Decía Forrest Gump que tonto es el que dice tonterías, también hay quien opina que los muy tontos son, en realidad, listos que viven de los tontos que se creen listos. Esta función podría ser utilizada a favor y en contra por partidarios de una corriente y de otra.

Sweet Dreams (Nave 73). No es solo un espectáculo individual o un monólogo al uso con distintos actos en el que su único personaje evoluciona, cambia y se enfrenta a sí mismo. Es también un diván, un folio en blanco y un confesionario en el que no hay más cera que la que arde y afirmaciones que las que se escuchan.

«Vortex», vida y angustia

Entras a la sala creyendo que vas a ser testigo de la ancianidad de una pareja, pero comienza la proyección y en lo que te adentras es en el abismo que se abre entre la necesidad de estructurar y comprender y la abstracción y la sinrazón en que consiste la demencia. Edición virtuosa y un guion concebido para llevar a su espectador al extremo de su resistencia psicológica.

Gaspar Noe es inteligente y retorcido. Su escritura y posterior grabación no están centradas solo en lo que quiere mostrar, sino también en lo que busca provocar. Su objetivo no es conseguir una expresión verbal o una reacción gestual, sino una vivencia interior, difícil de comprender y, por tanto, de manifestar y compartir. No queda claro si con una motivación sádica y manipuladora o de traslación total del realismo que pretende generar con las historias que concibe y su muy particular manera de llevarlas a la pantalla. Sin embargo, frente a la manera psicotrópica y alucinógena con que, por ejemplo, lo hizo en Climax, esta vez lo moldea con una árida sobriedad con la que ni siquiera nos permite la evasión de centrar nuestra atención en descifrar la orquestación estética con que genera dicha atmósfera.

Aun así, Noe no reniega a su efectismo y parte la proyección. La divide en dos imágenes en las que recoge la actuación paralela de sus personajes cuando se encuentran en diferentes coordenadas, incluso cuando están dentro de la misma vivienda. O en las que, si están compartiendo plano, simultanea puntos de vista como medio con el que trasladarnos que no hay una realidad e impresión única. Queda para los más sagaces el descubrir si combina dos cámaras, dos tomas diferentes o alterna una y otra opción según haya considerado más conveniente. Lo que queda claro es el extraordinario trabajo de montaje, fotografía y escenografía que hay tras ello. A destacar ese piso en el que residen Lui y Elle, lleno hasta la saciedad de libros y papeles, saturado de mobiliario, desordenado y sucio a niveles próximos a Diógenes.

Una suerte de caverna platónica en la que la vida ya no es verdad sino un reflejo de lo que fue, salteada de referencias cinematográficas (Carl Theodor Dreyer, Fritz Lang) y literarias. Un espacio que, como el devenir individual y conjunto de sus protagonistas, limitados físicamente y agotados emocionalmente, torna en kafkiano, con la única certeza de que el camino iniciado no tiene marcha atrás ni planimetría sobre la que seguirlo ni destino al que llegar. Así es como Noe nos encierra donde pretendía, en la enfermedad. En la incapacidad para saber lo que está ocurriendo y en la indefensión de no haber modo alguno de hacerle frente, en sentir que no hay más opción que dejarse arrollar por ello y que esto sucederá abruptamente, sin posibilidad de prever cuándo o cómo ocurrirá.  

Un resultado fundamentado en las excelentes interpretaciones de Dario Argento y Françoise Lebrun. El director italiano sorprende con su gestualidad y agitación y la también actriz de teatro y televisión con su capacidad, para con sus balbuceos, silencios y quietud llenar el encuadre, paralizar la acción e introducirnos en una dimensión donde el tiempo transcurre en espiral y no de manera lineal como solemos esperar desde la butaca.

“La tragedia de Macbeth” y el buen hacer de Joel Cohen

Enésima versión de la tragedia de Shakespeare en la que su responsable consigue crear una historia propia sin traicionar a su original. La soberbia, el regicidio y la paranoia retratadas con una estética minimalista y gris que hace cinematográfico lo teatral gracias a la capacidad de sus intérpretes, la expresividad de sus palabras y su ilusión escenográfica.

Conocer una historia de antemano te permite fijarte en otras cuestiones como los resortes que utiliza su director para introducirte en su adaptación y transitarte por las muchas vicisitudes de su narración. Joel Coen ha apostado fuerte y más que una recreación, ha realizado una reinterpretación muy personal de las andanzas de este noble que, cegado por la ilusión del poder y apoyado por la frialdad de su mujer, asesina a su rey y, posteriormente, a cuantos amenacen su futuro en el trono de Escocia. No se trata solo de el conocido por películas como Fargo (1996) o No es país para viejos (2007) haya optado por el blanco y negro, sino de la pureza de líneas, espacios y composiciones que conforman cada plano y del indudable protagonismo que le da al texto sobre todo ello.

Su logro es traspasar la intensidad formal de lo concebido originalmente por Shakespeare para mostrar el punto nuclear, íntimo y hondo, desde el que nacen las emociones que expone. La dirección de Coen no trata de impactar a través de la plasticidad o la estética de lo que se ve, sino de atrapar mediante lo que se siente al escuchar los diálogos, reflexiones y monólogos de su guión. Un fino trabajo de síntesis y edición de lo imaginado por el maestro de la literatura inglesa. Palabras que generan en su espectador un impacto soterrado y silente sin espectacularidad formal, pero on la convicción de estar ante verdades absolutas.

Así es como La tragedia de Macbeth consigue ser cine sin dejar de ser teatro. Lo cinematográfico es obvio en su dirección de fotografía (Bruno Delbonnel), en el simbolismo de los detalles que ensalza y en un montaje en el que lo visual, lo sonoro y la banda sonora de Carter Burwell crean una atmósfera tenebrosa en la que no hay lugar en el que la moral y la conciencia puedan esconderse. Marco en el que encaja a la perfección el trabajo de sus intérpretes gracias a la fuerza de sus primeros planos, en los que tienen tanto protagonismo la mirada y los gestos de Denzel Washinton y Frances McDormand como los encuadres que los funden atmosféricamente con las arquitecturas que los acogen.

Al tiempo, lo teatral está ahí constantemente, no hay nada que supere la fuerza y la autenticidad de la expresión oral, como tampoco la solemnidad, el hipnotismo y la atracción de la presencia física. Una visualidad que recuerda la sobriedad y la pureza espiritual de clásicos con un lenguaje propio como Carl Theodor Dreyer o Ingmar Bergman en los que Coen se inspira, pero a partir de los cuales ha construido exitosamente su propio universo. Un mundo formalizado como una caja escénica en el que los instrumentos fundamentales son la distribución del espacio, las posibilidades de iluminación y la creatividad sin límites con que maneja sus resortes. Tal y como él ha hecho con resuelta maestría en esta cinta que tras casi no pasar por las salas de exhibición ya se puede ver en Apple TV.