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10 novelas de 2019

Autores que ya conocía y otros que he descubierto, narraciones actuales y otras con varias décadas a sus espaldas, relatos imaginados y autoficción, miradas al pasado, retratos sociales y críticas al presente.

“Juegos de niños” de Tom Perrotta. La vida es una mierda. Esa es la máxima que comparten los habitantes de una pequeña localidad residencial norteamericana tras la corrección de sus gestos y la cordialidad de sus relaciones sociales, la supuesta estabilidad de sus relaciones de pareja y su ejemplar equilibrio entre la vida profesional y la personal. Un panorama relatado con una acidez absoluta, exponiendo sin concesión alguna todo aquello de lo que nos avergonzamos, pero en base a lo que actuamos. Lo primario y visceral, lo egoísta y lo injusto, así como lo que va más allá de lo legal y lo ético.

“Serotonina” de Michel Houellebecq. Doscientas ochenta y ocho páginas sin ganas de vivir, deseando ponerle fin a una biografía con posibilidades que no se han aprovechado, a un balance burgués sin aspecto positivo alguno, a un legado vacío y sin herederos. Pudor cero, misoginia a raudales, límites inexistentes y una voraz crítica contra el modo de vida y el sistema de valores occidental que representan tanto el estado como la sociedad francesa.

«Los pacientes del Doctor García» de Almudena Grandes. La cuarta entrega de los “Episodios de una guerra interminable” hace aún más real el título de la serie. La Historia no son solo las versiones oficiales, también lo son esas otras visiones aún por conocer en profundidad para llegar a la verdad. Su autora le da voz a algunos de los que nunca se han sentido escuchados en esta apasionante aventura en la que logra lo que solo los grandes son capaces de conseguir. Seguir haciendo crecer el alcance y el pulso de este fantástico conjunto de novelas a mitad de camino entre la realidad y la ficción.

“Golpéate el corazón” de Amélie Nothomb. Una fábula sobre las relaciones materno filiales y las consecuencias que puede tener la negación de la primera de ejercer sus funciones. Una historia contada de manera directa, sin rodeos, adornos ni excesos, solo hechos, datos y acción. 37 años de una biografía recogidas en 150 páginas que nos demuestran que la vida es circular y que nuestro destino está en buena medida marcado por nuestro sistema familiar.

«Sánchez” de Esther García Llovet. La noche del 9 al 10 de agosto hecha novela y Madrid convertida en el escenario y el aire de su ficción. Una atmósfera espesa, anclada al hormigón y el asfalto de su topografía, enfangada por un sopor estival que hace que las palabras sean las justas en una narración precisa que visibiliza esa dimensión social -a caballo entre lo convencional y lo sórdido, lo público y lo ignorado- sobre la que solo reparamos cuando la necesitamos.

“Apegos feroces” de Vivian Gornick. Más que unas memorias, un abrirse en canal. Un relato que va más allá de los acontecimientos para extraer de ellos lo que de verdad importa. Las sensaciones y emociones de cada momento y mostrar a través de ellas como se fue formando la personalidad de Vivian y su manera de relacionarse con el mundo. Una lectura con la que su autora no pretende entretener o agradar, sino desnudar su intimidad y revelarse con total transparencia.

“Las madres no” de Katixa Agirre. La tensión de un thriller -la muerte de dos bebés por su madre- combinada con la reflexión en torno a la experiencia y la vivencia de la maternidad por parte de una mujer que intenta compaginar esta faceta en la que es primeriza con otros planos de su persona -esposa, trabajadora, escritora…-. Una historia en la que el deseo por comprender al otro -aquel que es capaz de matar a sus hijos- es también un medio con el que conocerse y entenderse a uno mismo.

“Dicen” de Susana Sánchez Aríns. El horror del pasado no se apagará mientras los descendientes de aquellos que fueron represaliados, torturados y asesinados no sepan qué les ocurrió realmente a los suyos. Una incertidumbre generada por los breves retazos de información oral, el páramo documental y el silencio administrativo cómplice con que en nuestro país se trata mucho de lo que tiene que ver con lo que ocurrió a partir del 18 de julio de 1936.

“El hombre de hojalata” de Sarah Winmann. Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

«El último encuentro» de Sándor Márai. Una síntesis sobre los múltiples elementos, factores y vivencias que conforman el sentido, el valor y los objetivos de la amistad. Una novela con una enriquecedora prosa y un ritmo sosegado que crece y gana profundidad a medida que avanza con determinación y decisión hacia su desenlace final. Un relato sobre las uniones y las distancias entre el hoy y el ayer de hace varias décadas.

«El hombre de hojalata» de Sarah Winmann

Los girasoles de Van Gogh son más que un motivo recurrente en esta novela. Son ese instante, la inspiración y el referente con que se fijan en la memoria esos momentos únicos que definimos bajo el término de felicidad. Instantes aislados, pero que articulan la vida de los personajes de una historia que va y viene en el tiempo para desvelarnos por qué y cómo somos quienes somos.

La tristeza, el silencio y la dureza con que Ellis se manifiesta durante buena parte de esta novela no son solo la síntesis de su comportamiento, y aparentemente de su personalidad, sino el misterio en el que adentrarnos de la mano de Sarah Winmann. Nadie está en un marco de hermetismo, soledad y vacío existencial tan al límite por elección propia. ¿Cómo fue el proceso que le llevó hasta ahí? ¿Cuáles fueron los momentos de inflexión? ¿Qué personas y acontecimientos les condenaron? ¿Quiénes intentaron salvarle? ¿Qué lugar ocupan en todo ello Anne, su mujer, y Michael, su mejor amigo?

El hombre de hojalata es un viaje de doscientas páginas, un recorrido en el que se muestra lo que sucedió sin hacer leña del árbol caído, se transmite intensidad sin caer en el drama, tristeza sin regodearse en el dolor y alegría sin edificar una falsa épica. Su escritora no se sale ni un ápice de esa línea delgada que une y separa la sencillez de los gestos cotidianos y la monotonía de las rutinas de los recuerdos que nos acompañan a todas partes y de las profundidades del inconsciente en que se dan cita lo que cuesta asumir, aquello a lo que no se quiere renunciar y los sueños e ilusiones que nunca llegaron a materializarse.

Entre Oxford, Londres y la Provenza francesa, desde los años 60 hasta los 80 y los 90, conocemos cómo se encuentran y crecen Ellis y Michael, la evolución de su relación y el triángulo afectivo que acaban formando con Anne. En torno a ellos, Winmann teje un sólido entramado narrativo en el que quedan perfectamente expuestas y relacionadas la dimensión individual de cada uno de ellos (con especial atención a la madre, el padre y la madrastra de Ellis), así como las circunstancias laborales (en una fábrica de automóviles) y sociales (la arrolladora llegada del VIH y el SIDA) que les toca vivir.

Información sensible estructurada, expuesta y desarrollada con afectividad, generando una perfecta sintonía no solo entre la autora y sus lectores, sino también entre estos y los personajes. Emocionalidad, además, compatibilizada con la inteligencia y habilidad con que se manejan recursos como la imagen de Los girasoles de Van Gogh y el poético ¡Oh capitán! ¡Mi capitán! de Walt Whitman. Detalles que no se hacen protagonistas, pero que dan contenido, foco e interpretación a mucho de lo que sucede, se piensa y se dice en El hombre de hojalata. Un título que alude tanto a la profesión de Ellis en la cadena de montaje como al anhelante personaje de El mago de oz en búsqueda de su corazón, deseoso de sentir.

El hombre de hojalata, Sarah Winmann, 2019, Editorial Dos Bigotes.

«La vida que soñamos» de Raúl Portero

Una novela mayúscula aunque esté redactada sin letras capitales. Un río literario que nace con sencillez para después coger ritmo sensorial, llenarse de caudal emocional y desembocar en el mar de la vida, de lo que deja poso y cala hondo. La alegría, el dolor, la amistad, los nervios y la abstracción del amor en un relato narrado con la precisión de quien percibe lo invisible y dialogado con la espontaneidad de la verdad que brota del corazón.

LaVidaQueSoñamos

Las relaciones son como los seres vivos. En su aspecto cronológico nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero también tienen un lado energético, espiritual, aparentemente imperceptible que incluye un antes de encontrarse y un después en el que ese vínculo ya es parte intrínseca e identitaria de las personas a las que unió. La vida que soñamos aúna ambas dimensiones. No es solo lo que nos cuenta, sino también lo que se intuye entre sus líneas, lo que nos podemos imaginar al finalizar cada una de sus partes, lo que con otros es intrascendente y que con el hombre o la mujer adecuada se convierte en un punto de inflexión, en una marca en la piel, en un recuerdo que perdurará para siempre.

El que fuera el primer título de Raúl Portero, publicado en 2008, comienza centrándose en los acontecimientos aparentemente fortuitos y en las atmósferas que surgen a partir de estos para después explorar el viaje de las sensaciones –el sexo, las miradas, el roce, las presencias- y los sentimientos –la alegría, la tristeza, el cariño, el dolor, el amor- que la evolución de estas van generando. Poco más de cien páginas en las que el también autor de La canción pop expone un completo cuadro relacional en el que Carlos y Josep se unen, compenetran, funden y proyectan hacia el futuro como individuos y como pareja. Dos hombres sin rumbo definido, dos almas disponibles en una historia que crece, haciéndose más profunda y amplia a medida que se suceden sus capítulos y cada uno va siendo más íntimo, sensible y hondo que el anterior.

Una narración madura que presenta con sencillez la complejidad que hace que una chispa pasional inicial no solo no se apague sino que se convierta en un fuego sostenido a lo largo del tiempo. Empapada de la esencia moderna, dispuesta y diversa que ha dado frescura, modernidad e identidad a Barcelona. Una urbe en la que como tantas otras, las personas están deseosas de entregarse, recibir y compartir, pero los espacios públicos, lúdicos y sociales están destinados al postureo escultórico, al consumo químico y al desempeño de un personaje tras el que refugiar lo que nos falta y aquello a lo que aspiramos.

Leer La vida que soñamos hace que lo que sucede en sus páginas se convierta en tu momentum interno, que lo que se dicen Carlos y Josep sean lo que tú escuchas y lo que ellos viven lo que tú sientes. Su realismo es tan auténtico que impacta por su transparencia, una desnudez que obliga a dar un salto interior. Un título solo apto para valientes emocionales.

“Nubosidad variable” de Carmen Martín Gaite

La bruma del título es también la de la mente de las dos protagonistas de mediana edad de esta ficción que no aciertan a saber cómo enfocar correctamente sus vidas. Una revisión de pasado, entre epistolar y monologada, y un poner orden en el presente a través de una prosa menuda y delicada con la que llegar mediante las palabras hasta lo más íntimo y sensible. De fondo, un retrato social de la España de los 80 finamente disuelto a lo largo de una historia plagada de acertadas referencias literarias.

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Cuando dabas por hecho que ya no iba a ocurrir, cuando habías dejado de desear que tu vida experimentara el cambio que anhelabas, sucede algo nimio y pequeño, casi sin importancia, que genera una onda expansiva que lo sacude todo. Primero llega hasta el fondo de ti mismo, descolocándolo todo, rompiendo inercias y estancamientos, dejándote hueco y vacío, desnudo y vulnerable. Condenado, y sin alternativa alguna, a comenzar de nuevo, a reconstruirte y reinventarte por ti mismo.

Ese instante es el que se produce cuando Sofía Montalvo y Mariana León coinciden en la inauguración de una exposición tras décadas sin verse, desde que ambas comenzaran la universidad y el enamorarse del mismo hombre pusiera fin a una amistad de infancia que hasta entonces las había hecho relacionarse de manera casi fraternal. La distancia temporal hace que dejen a un lado las diferencias que tuvieron y recuperen la memoria de aquello que las unió como tabla de salvación de un presente en el que ambas se sienten solas y tristes, sin proyecto de futuro y con un lánguido pasado tras de sí.

Se enciende entonces una débil llama que ambas deciden cuidar retomando su relación, pero de una manera delicada, abriéndose recíprocamente, pero también reflexionando, haciendo un profundo examen de conciencia y de consciencia. La forma elegida para contar quién soy y dónde estoy, quién he sido y de dónde vengo, quién quiero ser y a dónde ir y con quién, es la epistolar. Así, no solo se desnudan la una frente a la otra, dejándose ver en lugar de obligar a suponerse, sino que a la par hacen un profundo ejercicio de introspección, que no es solo un viaje de ida, también lo es de vuelta al ponerle seleccionadas y medidas palabras a la completa narración de los acontecimientos que han vivido, a la detallada explicación de lo que les ha marcado y a la precisa definición de lo que han sentido y les ha dejado huella.

Un recorrido en el que se diseccionan con gran fineza las diversas capas que conforman la trayectoria personal y la situación actual de cada una de ellas. Por un lado, la dedicación al trabajo y la pseudo dependencia de Mariana de un hombre que no la desea y, por otro, la casa vacía de Sofía con un marido al que no quiere y tres hijos que hace tiempo dejaron el nido familiar. De fondo, la España de los 70, deseosa de nuevos horizontes, y la de los 80, en la que los jóvenes buscaban aire fresco y los más adultos ambicionaban el pelotazo económico. Esa que en lo social coqueteaba con los porros y comenzaba a aceptar la visibilidad de la homosexualidad.

Nubosidad variable es una novela escrita para ser saboreada y disfrutada de manera templada frase a frase, capítulo a capítulo, al mismo ritmo que avanza la sosegada exposición de las reflexiones, recuerdos y cuestionamientos de sus protagonistas. Yendo y volviendo en una narración que progresa linealmente a la par que lo hace también en círculos, aportando profundidad con nuevos sentidos y significados a lo ya conocido hasta entonces. Un complicado y duro camino, pero también reconfortante y enriquecedor, en busca del autoconocimiento y de la paz interior con multitud de guiños literarios. Mencionando explícitamente, entre otros, a Patricia Highsmith y Kafka, a Peter Pan y Ana Karenina, sugiriendo las Cinco horas con Mario de Miguel Delibes y declarando su devoción por El Quijote, el Poema del Mío Cid y las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.

“Del revés (Inside out)”, dos películas en una

Para mayores y para niños. Los primeros van a ver una historia con mucho más fondo del que esperarían de una película de animación. Los más pequeños de la casa disfrutarán con una proyección llena de ritmo, personajes divertidos y una ficción muy bien construida con sus dosis justas de intriga y de tensión. Resultado: todos juntos disfrutando sin quitar ojo de la pantalla.

InsideOut

Cada película de Pixar es esperada para ver cuál es el nuevo y último hito técnico conquistado por la industria del cine de animación. Esta vez, estos aspectos quedan a un lado y donde se gana es en el terreno en el que se puede competir en la liga de los grandes títulos, el guión. Esta es la clave para conseguir enganchar al espectador, sea cual sea el género, y durante sus noventa minutos de duración, “Del revés” hace disfrutar con una historia perfectamente estructurada y contada en su desarrollo. Primero, introduciéndonos en el universo de sus protagonistas, las sensaciones, y una vez dadas todas las claves, provocando la situación cuya resolución nos tendrá enganchados hasta el final. Añádase a esto unos personajes bien definidos y diálogos sencillos, pero frescos y hasta ingeniosos, en un despliegue de lo más creativo para dar forma visual a ese entramado abstracto que son las emociones (alegría, tristeza, miedo, asco e ira) y su actuación y convivencia en nuestro cerebro.

Hay una narración para adultos y otra para niños, un relato doble y único a la par entrelazado de una manera muy inteligente y que sin separarse del entretenimiento tiene un importante punto pedagógico. De la mano de los más sabios queda por decir su supuesta base científica. Disney, Pixar es filial suya, deja de transmitir solo valores (el cuidado de la naturaleza en “Pocahontas”, la familia en “Los increíbles” o el trabajo en equipo en “Ratatouille”) y adopta un punto de vista con un aire educativo con el que se abre a un público más universal. Un planteamiento resuelto con gran imaginación, el despliegue visual creado para representar las distintas facetas del consciente, la memoria y la comunicación interpersonal, siendo actual y moderno, tiene aires de cine clásico, de aquel de la locura surrealista de “Alicia en el país de las maravillas”.

“Del revés” genera la magia que hace que el cine sea más que entretenimiento, que sea arte. Apenas ha comenzado la proyección se crea en la sala una atmósfera que acoge a todos los espectadores en una perfecta comunión con lo que están viendo en la pantalla. La simpatía, empatía e identificación con los personajes, con sus aciertos y meteduras de pata, su cercanía y naturalidad hacen de ellos acertados interrogantes a través de los cuales plantearnos cosas de nosotros mismos. El logro es que dejamos de ser espectadores para pasar a vernos dentro de la acción, ese es el gran éxito de uno de los títulos estrellas de este verano.

En 2001 Hollywood creó el premio a la mejor película de animación en sus conocidos Oscar, dicen las malas lenguas que para evitar que este género comiera el terreno a los largometrajes y los actores de carne y hueso tras el susto que les supuso la nominación a mejor película en 1991 de “La bella y la bestia” (la ganadora fue “El silencio de los corderos”). Quizás habría que volver a dejar que todas las películas compitieran por igual en una misma categoría y permitir que la creatividad, la perfecta ejecución y el saber conectar con el público que tiene “Del revés” fuera valorado –y quizás recompensado- tal y como merece.

“Creep, una historia de amor… o no… entre hombres”

creep

Dieciséis personas sentadas expectantes por saber qué va a suceder. De repente, y gracias a la magia escénica lo que era una sala de microteatro resulta ser la sala de espera de un dentista en la que coinciden dos hombres, uno le pide un favor al otro y este le responde seduciéndole. A partir de aquí “Creep” es su historia, el relato de lo que le acontece a esta pareja que hemos visto iniciarse. Pero como sucede en la realidad, y el teatro lo que hace es potenciarla al destilar su esencia, no hay modelo en el que referenciarse para dilucidar lo que está por venir más que la imaginación y el bucear en la propia memoria entre las pocas o muchas experiencias que cada uno de los allí observadores hayamos tenido en nuestro recorrido vital.

Como en casi toda historia de amor, incluidas muchas de la vida real, hay tristeza, drama y ansiedad, al igual que alegría, humor y risas. En la vivencia de cada espectador está ponderar cuánto de cuantitativo y cuánto de cualitativo, cuánto de verdad y cuánto de autoengaño hay de cada parte.  Factores combinados en una receta que también contempla dosis de sexo, piel y sudor. A merced de los allí de paso queda entender cuándo como lenguaje de compartición y construcción y cuándo como arma arrojadiza y de (auto) destrucción.

Doriam Sojo junta todos esos ingredientes y los hila en un texto que muestra y esconde entre unas escenas y otras creando unos personajes que destilan química en sus escenas conjuntas e intimidad en sus monologados debates internos. Héctor Gutiérrez y Javier Sotorres se encargan de hacerlos auténticos, de que respiren y vibren durante todo el recorrido emocional de la representación, al igual que lo hacen los espectadores desde las butacas al sentirse identificados con ellos (algunos dirán que no, que les recordaban –ironía- a un amigo suyo). Un libreto con referencias a la universalidad del amor -brillante el momento “Romeo y Julieta”- que se hace inteligente incluyendo el cabaret encarnado por la desvergüenza y el descaro artístico tan bien desempeñado por Supremme de Luxe.

Tras la muy buena impresión que me llevé en esta misma sala con “El casting. Solo para mayores de 18 años”, también escrita y dirigida por Doriam Sojo (quien también es empresario, él es el gestor de “El burdel a escena”, además de actor), diré que creo nos encontramos ante un profesional con talento al que seguir en su recorrido futuro por el mundo teatral.

“Creep, una historia de amor… o no… entre hombres”, los miércoles a las 20:30 en “El burdel a escena”.

(Fotografía tomada de kedin.es)

«Mariposas en la nieve» de Lola Beccaria

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¿En qué momento dejaste de ser niño para pasar a ser adulto? ¿Por qué ese paso ocurrió en un momento concreto y no fue una transición, una evolución natural? ¿Qué lo provocó? ¿Qué dejaste atrás que está pidiendo ser recuperado, que se le dé el espacio, el oxígeno que nunca le debió faltar? Porque el adulto que tú eres tiene el hueco, el vacío, de aquella parte de su ser que en un determinado instante decidió dejar atrás. Una decisión, quizás sin criterio, quizás forzada, pero tristemente materializada. La añoranza te persigue, se convierte en un vacío que forma parte de todas tus decisiones y el resultado es obvio, tu vida no te satisface, no te llena. Y eres incapaz de ser feliz. Se nota en cómo vives, en tu estilo de vida, en cómo te relacionas, cómo te vistes, cómo miras, tu cuerpo, tu rostro, tu rictus es un reflejo de ello. Eres infeliz. Y lo llevas tan asimilado que das por hecho que la vida es así. Que no eres tú, que son los otros, que son las circunstancias. Pero muy dentro de ti sabes que no es cierto, que en algún lugar etéreo e incierto de tu interior puedes dar con ese lugar en que todas las piezas hagan clic, que formes correctamente el puzle de la persona que eres.

“Mariposas en la nieve” no es un título que abrir buscando solo entretenimiento y compañía. Su propuesta es la de adentrarse en su historia y echarle valor y coraje, empeño para emprender esa búsqueda, ese viaje en el que buscar quién eres realmente, quién dejaste de ser. Con su formación gestáltica de fondo, Lola Beccaria construye una propuesta literaria y terapéutica muy bien estructurada –tanto en su forma narrativa como en su intención psicológica- que te hará reflexionar sobre tu trayectoria personal, el niño que fuiste y el adulto que eres, el tránsito de uno a otro y los asuntos pendientes.

Necesitas paciencia para una vez comenzado, aunque ya quedes enganchado, avanzar en este recorrido personal y en la lectura de “Mariposas en la nieve”, para asimilar lo que irás descubriendo en los momentos de shock. Tesón para seguir hacia adelante en los pasajes en que no comprendas qué estás descubriendo y reviviendo –las sensaciones preceden a veces a los recuerdos-, esos en los que Beccaria parece avanzar despacio, insistir en los símiles y añadir piezas aparentemente ilógicas a su relato. Y una vez cogido ritmo, serás como una bola de nieve descendiendo por una ladera, embalado hasta reposar en el tranquilo valle, devorando las páginas al descubrir que todo encaja, que uno más uno suman tres, y que lo que no entendías ahora crece al adquirir su sentido en el momento en que has estado preparado para descubrírselo y darle su significado

En definitiva, decisión. Una vez iniciado el camino, esta es una aventura que se comienza para llegar hasta el final, tanto la lectura de “Mariposas en la nieve”, como la de reflexionar sobre uno mismo cuando hay ganas de mejorarse y superarse.

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