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“El liberalismo y sus desencantados” de Francis Fukuyama

Cómo hemos llegado hasta el actual momento político, social y económico en lo global y en lo local. Análisis, hipótesis y propuestas expuestas con sencillez, argumentadas con claridad y advirtiendo del reto que suponen y los riesgos que conllevaría no actuar. Una propuesta que considerar para hacer frente a la amalgama de falta de autocrítica y de límites, de egoísmo, vanidad e insensibilidad de buena parte del mundo actual.

Cayó el muro de Berlín y se desintegró la URSS. La democracia liberal llegó al este europeo y la globalización se extendió por todo el mundo. Parecía que habíamos llegado a lo que Francis Fukuyama denominó en 1992 El fin de la historia. Habíamos conseguido un sistema y unas reglas básicas con las que gobernarnos, relacionarnos y administrarnos a través de estados que funcionaban con principios similares y que, tal y como habían demostrado en el mundo occidental las décadas anteriores, aportaban grandes beneficios a sus ciudadanos. Sin embargo, la realidad nos ha demostrado no solo que las tres décadas transcurridas desde entonces no solo no han cumplido aquellas expectativas -los regímenes de partido único y las democracias iliberales siguen siendo tan o más fuertes que entonces-, sino que ya llevaban imbuidas dentro de sí la semilla de la desigualdad y, por tanto, de la injusticia, la manipulación y el desgobierno.

Fukuyama señala los factores que, según él, nos han llevado hasta este hoy desde el que la mirada al pasado más reciente arroja un resultado tan claro. Al igual que otros historiadores como Hobsbawm o Judt, sitúa el punto de inflexión en el neoliberalismo que pusieron en marcha Reagan y Thatcher, en su denostación del papel regulatorio y administrativo del estado y su convicción de que el libre hacer de las empresas sería suficiente para impulsar el desarrollo de un país. Principios que complementaron con la desatención de lo social porque, según ellos, esto generaba una relación parasitaria entre lo público y determinadas capas de la población que no se responsabilizan de su situación y pretendían vivir de los impuestos que pagaban otros.

Súmese los avances tecnológicos y la globalización que trajeron la desregulación y la multiplicación de los movimientos de capitales, servicios y productos. Muchos trabajadores vieron cómo eran sustituidos por máquinas y personas que vivían a cientos o miles de kilómetros y que, por sus bajos salarios y menores derechos laborales, resultaban mucho más baratos para quienes recurrían a ellos. De manera paralela, la facilitación de los desplazamientos llevó a los países del primer mundo habitantes de otros menos afortunados buscando oportunidades que allí no tenían. Personas dispuestas a vivir en los márgenes, aceptando condiciones ilegales y no quedándoles otras que dejarse explotar. Carne de cañón para los populismos xenófobos y nacionalistas que les acusan a ellos, y no a quienes les maltratan, de la degradación de nuestra supuesta identidad, historia y valores nacionales. Asunto que este politólogo ya había analizado expresamente en un ensayo anterior, Identidad (2019).

Profundizando en lo tecnológico, Francis señala cómo esta dimensión ha revolucionado la manera en que nos informamos y comunicamos. Apunta varias claves: la instantaneidad que impide la reflexión y acentúa las respuestas viscerales, la saturación de fuentes y portavoces que dificulta la fijación de referentes creíbles, la conversión y surgimiento de muchos medios de comunicación deudores de quienes sostienen sus cuentas, y la búsqueda neurótica de la constatación y la autoafirmación que niega el contraste y el debate. Compleméntese ello -coincidiendo con lo expuesto por Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia (2012)- con la negación a la evolución del pensamiento y a los espacios y tiempos reservados para la libre formulación de ideas y planteamientos que suponen el uso absolutista y censor que se hace de los registros que generan las grabaciones y conversaciones mantenidas vía aplicaciones de mensajería instantánea, o de lo que publicamos en redes sociales. Así es como hemos dado vía libre a las fake news, al enraizamiento de la polarización y a la vulgarización de la cultura de la cancelación.

Por último, y no menos importante, la evolución que, a su juicio, ha tomado el análisis de la desigualdad. De constatar cómo esta afectaba más a un sexo que a otro, a personas de unas razas, orígenes, creencias religiosas u orientaciones sexuales que otras, a hacer de estas características no solo un elemento que define y agrupa a quienes son señalados y castigados por su diferencia, sino una categoría empoderadora que observa y analiza la realidad -presente y pasada- a través de ese filtro yendo más allá, por tanto, de políticas específicas y prácticas de necesaria discriminación positiva en determinadas circunstancias y contextos.

Fukuyama propone volver a la esencia del liberalismo para corregir esta situación y evitar desmanes como los de Trump y otros sobre los que piensa de manera similar a Anne Applebaum. Libertad sí, pero entendiendo que la de uno acaba donde comienza la del otro. Que solo es posible si convivimos formando parte de una sociedad, y que esta ha de estar regulada y supervisada por una estructura administrativa, judicial, legislativa y judicial que ha de tener como máxima la evitación de cualquier forma de desigualdad. Asunto capital que exige tener acceso a las mismas oportunidades y no verse condenado a sobrevivir sin posibilidad alguna de progresar y desarrollarse como sí lo hacen otros.

El liberalismo y sus desencantados, Francis Fukuyama, 2022, Editorial Deusto.

Privacidad, falsedad y manipulación: el otro lado de la transformación digital

La revolución tecnológica en la que estamos inmersos ha metamorfoseado de tal manera las funcionalidades con que resolvemos nuestras necesidades diarias que no parecemos ser conscientes del cambio sistémico en el que estamos inmersos y de sus consecuencias. La evolución es positiva si nos beneficia a todos, algo que impide el modelo de negocio de las redes sociales, los usos inapropiados de la inteligencia artificial y la falta de debates éticos sobre los límites a establecer. Estos documentales de Netflix, HBO, Filmin y RTVE nos invitan a reflexionar sobre ello.

The perfect weapon (2020, HBO). ¿Cuánto pueden llegar a afectarnos los fallos en ciberseguridad? Tanto o más que la destrucción física, por eso las guerras hoy en día se juegan también en esa dimensión. La amenaza es dejarnos sin fondos económicos, dinamitar el funcionamiento de las infraestructuras más básicas o apretar el botón de stop en la operativa de cualquier industria o empresa en cualquier punto del mundo. No es una fantasía, es algo que ya ha ocurrido en un sinfín de lugares auspiciado tanto por gobiernos y servicios secretos, como por delincuentes aventajados en el uso de las nuevas tecnologías.

Posverdad: desinformación y coste de las fake news (2020, HBO). La intensidad, insistencia y eco de las mentiras puede ser tal que no solo oculte la verdad, sino que genere movimientos e iniciativas sociales que atenten contra la integridad y estabilidad de nuestras democracias. La realidad es que la falsedad nunca es producto del error o el desconocimiento, sino que está concienzudamente preparada y transmitida para generar desconcierto y polarización. Un ruido que, mientras entretiene y separa a los que se lo creen y a los que son víctimas de sus ataques verbales y físicos, es utilizado por sus organizadores para asaltar el poder político, mediático y económico.

Sesgo codificado (2020, Netflix). ¿De verdad los algoritmos son justos y neutrales, eficientes y eficaces, objetivos y asertivos? Los hechos nos demuestran que no, que están contagiados de los mismos prejuicios que los seres humanos. A fin de cuentas, son diseñados por personas, lo que hace que su funcionamiento y rendimiento estén teñidos por los mismos filtros, asunciones, inexactitudes y disfunciones que las decisiones humanas. Algo que, por norma, discrimina a quien no cumple el prototipo mayoritario marcado por la raza blanca sobre las demás, la heterosexualidad ante otras orientaciones sexuales u otros aspectos como la edad, el origen étnico o hasta el lugar de residencia. 

El gran hackeo (2019, Netflix). Disección del escándalo de Cambridge Analytics con el que quedaron claras dos cosas. El propósito de Facebook no es facilitar la comunicación entre personas sino obtener el mayor número de datos de sus usuarios y monetizarlos cuanto le sea posible, sin hacer caso a regulaciones ni a planteamientos éticos. Y que Donald Trump se sirvió de ello para manipular, engañar, violentar y radicalizar cuando pudo al electorado norteamericano para ganar las elecciones presidenciales de 2016. La consecuencia, un punto de no retorno del que tomar nota para no dejar que esto se convierta en norma.

El dilema de las redes sociales (2020, Netflix). ¿Cuán espontáneo y orgánico crees que es tu muro de Facebook o Twitter? No tanto como supones. ¿Qué determina lo que ves y en qué orden? Alguien que no eres tú. A partir del análisis de tus interacciones (me gusta, comentarios o click en un link) se te ofrecen contenidos alternativos que tienen como objetivo alimentar tu curiosidad y perpetuarte ante la pantalla o, peor aún, presentarte una visión de los asuntos que te atraen, interesan o preocupan acordes a tus sesgos con el fin de exaltarte o radicalizarte. El riesgo es que acabes teniendo una imagen del mundo no solo falsa, sino enfrentada con quien no la comparta.

I.nmortalidad A.rtificial (2021, Filmin). ¿Te imaginas crear un avatar o un androide que almacene todos tus recuerdos para que el día que no puedas comunicarte, o fallezcas, tu hijos y nietos puedan seguir relacionándose contigo? El punto de partida es registrar nuestras facciones, el tono de nuestra voz y los momentos, impresiones y sensaciones de nuestra biografía a partir de fotografías, vídeos, perfiles sociales y demás. A partir de ahí, la inteligencia artificial las interpretaría de manera que nuestro alter ego digital interactuaría con quien se situara frente a él respondiendo de manera análoga a como lo haríamos nosotros y haciéndole sentir que puede seguir contando con nosotros. Un medio de mantener viva la conexión de las futuras generaciones con su pasado, pero también, quién sabe, un riesgo de que la ciencia ficción en que la máquina supere al hombre, y se haga dueño y señor de su destino, se haga realidad.

Justicia artificial (2022, RTVE). ¿Aceptaríamos ser juzgados por un sistema de inteligencia artificial? ¿Confiamos en que vaya a ser justo y que sepa interpretar no solo la ley sino también el rol que tienen las emociones y las motivaciones -diferenciar entre error, despiste e intención- en su incumplimiento? Cuestiones que se añaden a la duda sobre la imparcialidad de los algoritmos y el desconocimiento de quiénes están tras ellos y los criterios que siguen para su diseño. Sin olvidar un asunto importante, si estos se fundamentan en el análisis del pasado, ¿cómo seríamos capaces de imaginar o visionar escenarios futuros a partir de la experiencia? (Link)

Cryptopia (2020, Filmin). ¿Son las criptomonedas el futuro de nuestras finanzas y la base sobre las que se sustentarán las transacciones económicas en el medio plazo? ¿Quiénes están tras ellas? ¿No supondrán realmente un trasvase de un modelo de regulación establecido por estados a otro controlado por determinadas personas físicas? A su vez, la tecnología blockchain promete descentralizar internet y devolver su control a cada uno de sus usuarios, dejando atrás la etapa de oligopolio de grandes compañías con un modelo de negocio fundamentado en la obtención y monetización de nuestros datos. ¿Utopía o vuelta de tuerca?

“Manipulados: La batalla de Facebook por la dominación mundial” de Sheera Frenkel y Cecilia Kang

Investigación periodística que abarca desde la génesis de la compañía hasta su papel protagonista en la polarización de la opinión pública a nivel mundial. Entrando en el detalle, en los objetivos perseguidos por Marck Zuckerberg, los argumentos utilizados para justificar sus decisiones y las coordenadas políticas en que ha medrado para conseguir sus pretensiones. Un trabajo que nos advierte del extraordinario poder que proporciona la tecnología, sobre todo cuando no es bien gestionada.

El culmen fue el 6 de enero de 2021. Ese día Twitter y Facebook bloquearon las cuentas de Donald Trump. El uso que el presidente saliente de EE.UU. estaba haciendo de las redes sociales era la última muestra de que estas eran utilizadas para un fin completamente opuesto a su publicitada misión social, facilitar la comunicación entre personas de todo el mundo. Quien se suponía el máximo garante de la democracia de la primera potencia se estaba sirviendo de ellas para socavarla. Sin embargo, lo que ocurrió no era algo acotado a una persona, un momento y un lugar. Era la norma de en lo que se había convertido la plataforma Meta, con su marca más conocida a la cabeza, Facebook, y también propietaria de Instagram y Whatsapp. Una herramienta con la que se engaña y manipula, enfrentando y polarizando hasta límites insospechados con consecuencias sistémicas potencialmente irreversibles.

Tal y como Frenkel y Kang exponen en una redacción ordenada, sustentada en hechos públicos y opiniones privadas, era algo que se veía venir por la evolución de su modelo de negocio, las contradicciones entre su proceder y sus supuestas políticas internas y la incapacidad del marco normativo, con la aquiescencia de parte del espectro político, para ponerle coto. Las evidencias eran claras, la manera en que durante años había acumulado datos de sus usuarios valiéndose de los subterfugios de la letra pequeña de su política de privacidad, permitiendo una microsegmentación que después se vendía a cualquier entidad, como los bots rusos que se sirvieron de ella para intervenir en contra de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016.  

De mar de fondo una serie de cuestiones que Zuckerberg y su empresa han utilizado a su favor y que me hacen acudir a otros autores. En primer lugar, la fricción entre la globalidad económica y tecnológica y las fronteras geopolíticas. Tal y como señalaba Eric Hobsbawn, los estados tienen que ser más rápidos y hábiles estableciendo los mecanismos que hagan que el poder que albergan algunas corporaciones con dimensiones planetarias no vaya en contra del interés común. Algo que pasa, sin duda alguna, por revertir la prioridad de la productividad y la maximización de la cuenta de resultados del neoliberalismo que nos gobierna.

A continuación, lo señalado por Frédéric Martel, la diferente aproximación al sector de las autoridades norteamericanas y las europeas. Facebook, Twitter o Google son empresas de contenidos, de generación y transmisión de información, y no solo plataformas tecnológicas, y como tal deben ser reguladas y supervisadas. Quizás sea esta la manera de evitar que se conviertan en el medio con el que consolidar la involución democrática que gobernantes y cargos públicos de distintas partes del mundo, incluida España, están intentando desde hace años, según denunciaba recientemente Anne Applebaum. Presunción con la que coinciden las dos periodistas de The New York Times, responsables de este interesante ensayo.

Manipulados: La batalla de Facebook por la dominación mundial, Sheera Frenkel y Cecilia Kang, 2021, Editorial Debate.

«Cuatro horas en el Capitolio»

Síntesis de la estupefacción, la anarquía y la amenaza que se vivió en Washington el 6 de enero de 2021. Contada desde dentro, con la voz de quienes estaban convencidos de lo que hacían, de los comprometidos con la defensa de la ley y el orden y de los que representaban al pueblo norteamericano. Un documental fiel al espíritu del género y un relato que tomar como una advertencia.

Lo vemos cada día, cargos públicos que no tienen principios ni pudor a la hora de provocar cuanto consideren necesario para consolidar su posición, mantener su estatus y prolongarse en el ejercicio del poder. Les da igual lo que tengan que llevarse por delante. Su falta de moral, el apoyo de parte del espectro mediático y su eficaz uso de los algoritmos de las redes sociales les convierte en un peligro para las democracias de las que se sirven -se dicen promotores de la libertad de información, expresión y mercado- para ejercer su narcisismo y nepotismo. El problema no es solo el mal que le causan a la esencia de sus modelos de Estado, sino, especialmente, la manera en que crispan y minan la convivencia ciudadana. Generan y alimentan una tensión y confrontación en las que la razón, los valores y el diálogo quedan diluidos por una implosión emocional cada vez más primaria y visceral.

Lo que muestra Cuatro horas en el Capitolio impacta y asusta por el lugar en el que sucedió y el simbolismo que le rodea. Pero no fue un hecho aislado, fue el paso siguiente a todos los que, previamente, había alentado, orquestado y azuzado Donald Trump. Una estrategia gruesa y tosca, efectiva para sus intereses, pero dañina y con consecuencias imprevisibles, y no única y exclusiva de él, la estamos viendo desde hace años en otros países, tal y como expone Anne Applebaum en El ocaso de la democracia. La materialización de un proceso evolutivo explicado en sus fases anteriores por ensayos como Identidad de Francis Fukuyama, sobre la tergiversación del concepto del patriotismo, o Guerra y paz en el siglo XXI de Eric Hobsbawn y Algo va mal de Tony Judt, ambos previsores de la desigualdades e injusticias generadas por el neoliberalismo.

El relato audiovisual de Jamie Roberts es frío y asertivo en su búsqueda de la objetividad. Está plasmado sobre la pantalla con la aridez y parquedad de un atestado. Sin embargo, está muy bien fundamentado y editado, partiendo de grabaciones originales realizadas por los manifestantes con sus teléfonos móviles o realizadores freelance que estaban allí en busca de la noticia, así como por lo recogido por las cámaras de los circuitos de seguridad del edificio bicameral y las incrustadas en los equipamientos de algunos policías que estuvieron ese día en primera línea. Entre estas, incluye testimonios de quienes lo vivieron desde dentro, formando un crisol de las distintas motivaciones, sensibilidades, impresiones y recuerdos que confluyeron en una situación tan inconcebible como agresiva.    

Noventa minutos, producidos por HBO, en los que los hechos hablan por sí mismos. Ordenados cronológicamente y relacionados entre sí para que visualicemos la multiplicidad de frentes en los que se desarrolló la acción sobre el terreno, pero no acude a lo exterior, a la política, para explicarlo o contextualizarlo. Y hace bien, desvirtuaría su narración y la esencia de su propósito, mostrar el resultado de exacerbar la conducta humana y fomentar la división y el enfrentamiento social a través de la mentira y la manipulación. No es la primera vez que vemos a la Historia avanzar en esa dirección, la película alemana La ola -y su posterior adaptación teatral- ya nos contó en 2008 cómo es posible convertir una democracia en una autocracia. Esperemos saber parar a tiempo.

10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum

La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

El currículo de Anne Applebaum no es sospechoso de ser el de una persona tendenciosa y amiga del tremendismo. En las primeras páginas de este título deja claras las coordenadas ideológicas del centroderecha con las que se identifica para, a continuación, demostrar la neutralidad e imparcialidad de su aproximación a la deriva autoritaria, total o parcial, de muchas democracias liberales occidentales. Evita la innecesaria obviedad de toda crítica y centra su argumentación, selección de fuentes y exposición de ejemplos (personas, momentos y declaraciones) en identificar, analizar y comprender las motivaciones y medios con que se iniciaron -así como la manera en que fueron evolucionando y adaptándose exitosamente a las circunstancias- movimientos que han acabado haciéndose con el poder (en Polonia, Hungría o Reino Unido), que lo han ostentado (en EE.UU. o Italia) o que lo amenazan tras entrar en el sistema institucional (en España o Francia).

Ya son demasiadas ocasiones en las que el común de la ciudadanía de distintos países se sorprende cuando un día comienza a escuchar los exabruptos absurdos, anacrónicos y recalcitrantes de un partido político hasta entonces desconocido o de discurso moderado y poco después descubre que han recibido una buena parte del voto en unas elecciones. Pero tal y como indica la ganadora del Premio Pulitzer en 2003, esto no surge repentinamente, sino que se inicia mucho tiempo antes. En el caso de Hungría y Polonia sitúa ese punto en el fiasco que muchos aspirantes a políticos -aquellos que conciben los despachos como sede de su ego, más que como lugar desde el que trabajar por el bien común- sufrieron cuando la caída del muro y la integración en Europa no les dio los réditos personales que esperaban obtener. Únase a esto la insatisfacción que sintió una parte de la sociedad al no ver transformadas sus vidas en la manera en que les habían prometido por el sistema de la democracia liberal.

A partir de aquí, los primeros elaboran un relato simplificador (identificación de la nación con un grupo étnico y religión, baluarte de su identidad, y simplificación épica de la historia), plagado de conspiraciones y enemigos inexistentes (el inmigrante que pone en riesgo la pureza étnica, los colectivos que ejemplifican la diversidad como amenaza de la integridad de los valores, el poderoso extranjero que maneja los hilos en la sombra) y se valen de su mayoría legislativa (interviniendo cuanto sector económico y social sea necesario, destruyendo la separación de poderes) y su control de los medios de comunicación para hacer de su discurso la única, posible y arrasadora verdad. O con ellos o contra ellos, y en ese caso, silenciados, represaliados o expatriados. Una telaraña que se ha ido extendiendo hasta llegar a la situación presente en la que la toxicidad interna de estos dos países se proyecta en el ámbito supranacional, pretendiendo luchar incluso contra los principios del proyecto europeo.

Lo interesante de la exposición de Applebaum es la manera en que demuestra cómo surgieron estas tendencias sin que nos percatáramos en qué derivarían. Es el caso del Brexit, cuando determinados gobernantes londinenses hacían creer a los habitantes de la Inglaterra rural -más que a los del resto del Reino Unido- que sus males no eran producto de sus decisiones, sino de las que se tomaban entre todos los estados miembro de la Unión Europea en Bruselas. Una labor en la que se vieron apoyados por periodistas que, en lugar de señalar su incompetencia, amplificaron -con flema británica y aires de un imperio ya inexistente- sus falsedades. Uno de ellos fue el hoy primer ministro Boris Johnson.

Señalando que el autoritarismo no responde a cuestiones ideológicas, sino que se escuda en ellas -el de izquierdas en la defensa de la clase trabajadora, el de derechas en el de un grupo étnico determinado- y que siempre ha existido, aunque de manera reducida y supuestamente controlada, y por eso se le dejaba estar, el caso de EE.UU. es diferente. Aquí la estrategia que Trump lideró -y con la que arrastró al Partido Republicano- fue la de negar el valor de la democracia. De ahí que se opusiera a que su país siguiera liderando el panorama internacional y a que criticara sin criterio cuanto organismo público necesitara para reafirmar su posicionamiento. Dejó claro en demasiadas ocasiones que su propuesta de regenerar su corrupto sistema pasaba por destruirlo para reinventarlo siguiendo nuevos estándares y normas de convivencia. Inevitable recordar el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero.

Algo similar a lo que propone la ultraderecha en España, falseando e inventando cuanto sea necesario y sin ofrecer propuestas ya no solo reales sino, al menos, bien argumentadas desde un punto de vista discursivo con las que demostrar que tienen un proyecto político. Un absurdo ante el que las instituciones no respondieron durante mucho tiempo, pensando que su incoherencia y falta de lógica les impediría asentarse. Sin embargo, este partido ha sabido utilizar las posibilidades que ofrece hoy en día la tecnología (tanto en generación de contenidos como en su distribución a través de internet, redes sociales y ecosistema mediático) para embaucar en su proyecto sin aparente rumbo no solo a muchas más personas de lo esperado, sino a colectivos cuya formación, conocimiento y experiencia son, a priori, totalmente incompatibles.  

Lo que Anne Applebaum propone no son teorías o hipótesis, sino hechos consolidados que tienen tras de sí una solidez bien cimentada y ante sí una proyección de futuro que no parece que vaya a ser de corto recorrido. El año y medio de pandemia les ha dado la oportunidad de hacer más ruido, lo que les ha servido para ganar adeptos o contagiar a quienes hasta ahora parecían o suponíamos moderados. No es ninguna broma. Estamos advertidos. Toca actuar.

El ocaso de la democracia, Anne Applebaum, 2021, Editorial Debate.

“Identidad” de Francis Fukuyama

Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

Donald Trump, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro, Viktor Orban,… mandatarios internacionales recientes y actuales que apelan una y otra vez a la cultura e identidad de su nación. Pero no solo ellos. He ahí el movimiento independentista catalán, el Brexit o la imagen tras la que se escudan los mecanismos del partido único chino. ¿Qué hay tras todo ello? ¿Cuánto es natural y cuánto artificio? ¿Y qué hace que tantas personas se identifiquen con esos supuestos valores y narrativas? Fukuyama ofrece una doble respuesta, una más psicológica, ego y resentimiento. Y otra más económica, la gran crisis que para mucha población ha supuesto verse sobrepasada por alguna o varias de las consecuencias del espectacular desarrollo de la globalización.

Una visión a la que une el análisis histórico desde una perspectiva filosófica para entender a qué nos referimos con el término identidad. En su génesis está el hecho de tomar conciencia de uno mismo, de ser alguien diferente a los demás y que busca ser valorado y apreciado tanto por los que considera semejantes como especialmente por aquellos que están más arriba en la escala jerárquica. En esta línea señala que Lutero ya indicó en el s. XVI que los fieles no necesitan la institución católica para estar en contacto con Dios, como la Revolución Francesa tomó como estandarte en 1789 la igualdad de todos los individuos frente a los desmanes de las élites y la manera en que la revolución industrial del s. XIX fijó lo material -y todo a lo que esto da acceso- como prisma que articula el prestigio y la reputación en la sociedad a la que dio pie.

Ya más cerca de nuestro presente pone el foco en cómo el neoliberalismo ha traído consigo desde 1980 la progresiva delgadez del estado del bienestar, a la par que la globalización ha venido acompañada de una progresión tecnológica inimaginable poco tiempo atrás. Ambas tendencias han hecho que muchos países se hayan sentido nuevamente colonizados y las desigualdades entre los que más y los que menos tienen en casi todo el mundo se hayan hecho más patentes aún. En el lado positivo hay que señalar los grandes logros sociales que se han conseguido, sobre todo en el reconocimiento de la diversidad. Primero fue la integración de la mujer, después las reivindicaciones hicieron que el racismo y la lgtbifobia dejaran de ser legales o alegales en muchos países, la inmigración trajo consigo la vecindad con personas de otras razas, culturas y lenguas…

Pero todo esto ha generado una combinación explosiva. Muchos de los que alcanzaron y consolidaron el estatus de clase media en la segunda parte del siglo XX ven que lo están perdiendo y que los políticos socialdemócratas que antes le apoyaban abiertamente ahora centran su atención en otros colectivos más específicos. A los que a miles de kilómetros de nosotros confiaban en iniciar su propio proyecto personal por sí mismos, sin metrópoli de la que estar pendientes, no solo les fue imposible allí donde nacieron, sino también donde fueron a buscarlo al ser tolerados, pero no integrados. Valga como muestra el no haber dado oportunidades laborales a sus hijos, lo que les hace sentir doblemente fuera de lugar.

Una insatisfacción de la que se han nutrido grupos y dirigentes extremistas para hacerse con el poder o instalarse en posiciones de influencia. Ya sean terroristas bajo excusa religiosa, ya partidos y responsables políticos que exaltan unos presuntos valores nacionales y articuladores de la convivencia en supuesto riesgo de desaparición por elementos amenazantes que hasta hace nada eran bien vistos como el proyecto de la Unión Europea o que suponían una bocanada de esperanza como lo fue la primavera árabe para sirios, libios o egipcios.

Frente a este diagnóstico, ¿qué y cómo hacer? Entre otras opciones, Fukuyama propone en La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento ir a la esencia de la democracia liberal en la que vivimos y darla a conocer una y otra vez, tanto por la vía de la palabra como de los hechos. No solo desmintiendo los discursos mentirosos y manipuladores, sino poniendo en práctica políticas que demuestren abiertamente las virtudes, ventajas y posibilidades del sistema teórico de gobierno que se inició hace más de dos siglos, que se consolidó en Occidente tras la II Guerra Mundial y que desde entonces fue poco a poco extendiéndose a otras regiones. Esto requiere diálogo y cambios normativos, organizativos y económicos, estadistas capaces de modular las aspiraciones de los grupos de presión de sus propios países y de coordinarse con otros líderes internacionales a nivel supranacional para hacer un frente común. ¿Será posible? ¿Lo llegaremos a ver?

Identidad, Francis Fukuyama, 2019, Editorial Deusto.

10 películas de 2020

El año comenzó con experiencias inmersivas y cintas que cuidaban al máximo todo detalle. De repente las salas se vieron obligadas a cerrar y a la vuelta la cartelera no ha contado con tantos estrenos como esperábamos. Aún así, ha habido muy buenos motivos para ir al cine.  

El oficial y el espía. Polanski lo tiene claro. Quien no conozca el caso Dreyfus y el famoso “Yo acuso” de Emile Zola tiene mil fuentes para conocerlo en profundidad. Su objetivo es transmitir la corrupción ética y moral, antisemitismo mediante, que dio pie a semejante escándalo judicial. De paso, y con elegante sutileza, hace que nos planteemos cómo se siguen produciendo episodios como aquel en la actualidad.

1917. Películas como esta demuestran que hacer cine es todo un arte y que, aunque parezca que ya no es posible, todavía se puede innovar cuando la tecnológico y lo artístico se pone al servicio de lo narrativo. Cuanto conforma el plano secuencia de dos horas que se marca Sam Mendes -ambientación, fotografía, interpretaciones- es brillante, haciendo que el resultado conjunto sea una muy lograda experiencia inmersiva en el frente de batalla de la I Guerra Mundial.

Solo nos queda bailar. Una película cercana y respetuosa con sus personajes y su entorno. Sensible a la hora de mostrar sus emociones y sus circunstancias vitales, objetiva en su exposición de las coordenadas sociales y las posibilidades de futuro que les ofrece su presente. Un drama bien escrito, mejor interpretado y fantásticamente dirigido sobre lo complicado que es querer ser alguien en un lugar donde no puedes ser nadie.

Little Joe. Con un extremado cuidado estético de cada uno de sus planos, esta película juega a acercarse a muchos géneros, pero a no ser ninguno de ellos. Su propósito es generar y mantener una tensión de la que hace asunto principal y leit motiv de su guión, más que el resultado de lo avatares de sus protagonistas y las historias que viven. Transmite cierta sensación de virtuosismo y artificiosidad, pero su contante serenidad y la contención de su pulso hacen que funcione.

Los lobos. Ser inmigrante ilegal en EE.UU. debe ser muy difícil, siendo niño más aún. Esta cinta se pone con rigor en el papel de dos hermanos de 8 y 5 años mostrando cómo perciben lo que sucede a su alrededor, como sienten el encierro al que se ven obligados por las jornadas laborales de su madre y cómo viven el tener que cuidar de sí mismos al no tener a nadie más.

La boda de Rosa. Sí a una Candela Peña genial y a unos secundarios tan grandes como ella. Sí a un guión que hila muy fino para traer hasta la superficie la complejidad y hondura de cuanto nos hace infelices. Sí a una dirección empática con las situaciones, las emociones y los personajes que nos presenta. Sí a una película que con respeto, dignidad y buen humor da testimonio de una realidad de insatisfacción vital mucho más habitual de lo que queremos reconocer.

Tenet. Rosebud. Matrix. Tenet. El cine ya tiene otro término sobre el que especular, elucubrar, indagar y reflexionar hasta la saciedad para nunca llegar a saber si damos con las claves exactas que propone su creador. Una historia de buenos y malos con la épica de una cuenta atrás en la que nos jugamos el futuro de la humanidad. Giros argumentales de lo más retorcido y un extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico con los que Nolan nos epata y noquea sin descanso hasta dejarnos extenuados.

Las niñas. Volver atrás para recordar cuándo tomamos conciencia de quiénes éramos. De ese momento en que nos dimos cuenta de los asuntos que marcaban nuestras coordenadas vitales, en que surgieron las preguntas sin respuesta y los asuntos para los que no estábamos preparados. Un guión sin estridencias, una dirección sutil y delicada, que construye y deja fluir, y un elenco de actrices a la altura con las que viajar a la España de 1992.

El juicio de los 7 de Chicago. El asunto de esta película nos pilla a muchos kilómetros y años de distancia. Conocer el desarrollo completo de su trama está a golpe de click. Sin embargo, el momento político elegido para su estreno es muy apropiado para la interrogante que plantea. ¿Hasta dónde llegan los gobiernos y los sistemas judiciales para mantener sus versiones oficiales? Aaron Sorkin nos los cuenta con un guión tan bien escrito como trasladado a la pantalla.

Mank. David Fincher da una vuelta de tuerca a su carrera y nos ofrece la cinta que quizás soñaba dirigir en sus inicios. Homenaje al cine clásico. Tempo pausado y dirección artística medida al milímetro. Guión en el que cada secuencia es un acto teatral. Y un actor excelente, Gary Oldman, rodeado por un perfecto plantel de secundarios.  

Segunda ola

Hace ya semanas, meses incluso, que tenemos claro en qué consiste el coronavirus y cómo podemos minimizar vernos afectados por él. Aun así, los políticos no han podido evitarlo y se han erigido una vez más en protagonistas, estrellas, divos y centros de la polémica, la noticia, la situación y la actualidad.

18/09. Gavilán o paloma. Virus o vacuna. El ying o el yang. Ayuso o Aguado.

19/09. Ciudad segregada y manipulada. A los residentes de 37 zonas de salud de Madrid se nos niega el derecho a la cultura, a visitar teatros, museos o cines a los que sí pueden acudir nuestros vecinos de una, dos o tres calles más allá. La pandemia como excusa para minar la creatividad, la reflexión y el espíritu crítico. Goebbels en el ambiente.

20/09. ¿Qué debo hacer al salir del trabajo? ¿Volver directo a mi barrio y encerrarme en sus coordenadas de asfalto o me puedo permitir paradas intermedias que me hagan sentir persona? Opto por lo segundo y el remanso de paz que transmite la exposición que la Biblioteca Nacional le dedica a Miguel Delibes por su centenario. Que el sosiego, el temple, la cordura y la sensatez del de Valladolid sean con nosotros.

21/09. Horror vacui de banderas. Patriotismo fotocopiado. España en serie. Escudos constitucionales, siete estrellas de cinco puntas, rojo, amarillo y notas de blanco. España, Madrid, simbiosis, todo junto, pegao, apelmazao, amontonao. Que no se sepa dónde acaba la España que no es Madrid y comienza la Madrid que también es España ni donde termina Madrid y continúa España.

22/09. Tanto tiempo observando y criticando qué decían, hacían y amagaban los del otro extremo nacionalista para acabar convirtiéndose en sus sucedáneos.

23/09. Políticos psicópatas, aquellos cuya supuesta candidez y media sonrisa no oculta las consecuencias de su encarnación del rodillo del neoliberalismo. Gobernantes pasivo-agresivos, esos cuyo tacticismo tiene como objetivo hacerles aparecer triunfantes, no por sus logros sino por el descalabro de su contrincante. Nerón vs. Maquiavelo.

24/09. Administraciones públicas que prometen planes de acción, ayudas, estudiar las demandas, pero no ofrecen compromisos reales (fechas, cantidades, número de personas implicadas, objetivos tangibles a conseguir…).

25/09. Se erigen como adalides de la libertad mientras nos niegan la igualdad de oportunidades.

26/09. Lo llaman gestión descentralizada, estado de las autonomías y delegación de competencias cuando la realidad es esto es mío, tú fuera de aquí, aquí mando yo

27/09. Se han declarado la guerra y les da igual que seamos sus víctimas colaterales yéndonos al paro o a la ruina, dejando sin formación a los más pequeños, haciéndonos enfermar o hasta morir.

28/09. El covid, las inhabilitaciones, la retórica de perogrullo, el partidismo, la deslealtad institucional, el desgobierno como forma de oposición política, la mentira sin pudor y la manipulación descarada… en menuda tormenta perfecta nos estamos metiendo.

29/09. Expertos, comentaristas y analistas prediciendo, suponiendo y previendo lo que va a ocurrir. Sentencias que en unos días reelaborarán o utilizarán para ensalzarse como visionarios y proponerse como asesores, opinadores y tertulianos necesarios.

30/09. Ignacio, Isabel no te escucha. No habláis. ¿Qué os pasa?

01/10. Como cada día alcanzamos una cota más alta de absurdo, paranoia e histrionismo político, ¿con qué nos sorprenderán hoy?

02/10. Trump, positivo por coronavirus. El karma o la inevitabilidad del destino y la especulación sobre si se ha convertido en la máxima encarnación de las fake news.  

03/10. Polarización, eufemismo periodístico para blanquear un escenario político que engloba mala educación, falta de respeto, empatía y autocrítica, espíritu de revancha y un ego desmedido de sus protagonistas con altas dosis de soberbia y engreimiento.

04/10. Empresas que se autocalifican como medios de comunicación pero que no son tales. Cabeceras que actúan como voceros, intermediarios y altavoces. Que no interrogan, informan y analizan, sino que vindican, manipulan y malmeten a conciencia.

«Los lobos», sobrevivir al otro lado de la frontera

Ser inmigrante ilegal en EE.UU. debe ser muy difícil, siendo niño más aún. Esta cinta se pone con rigor en el papel de dos hermanos de 8 y 5 años mostrando cómo perciben lo que sucede a su alrededor, como sienten el encierro al que se ven obligados por las jornadas laborales de su madre y cómo viven el tener que cuidar de sí mismos al no tener a nadie más.

Un día después de que la Corte Suprema de los EE.UU. determinara que los jóvenes hijos de inmigrantes no pueden ser deportados, llega este estreno mexicano a nuestras salas de cine. Muchos dirán que Donald Trump y todos los que piensan como él tendrían que verla. Pero da igual, no la entenderían. Habla de emociones, de empatía y compasión, de que cuando eres niño tu única patria es la casa en la que vives y tu idioma es aquel en el que te comunicas con tus padres. De lo duro que es no tener poco más que lo puesto y ser recibido al llegar al país de las oportunidades sin la mayor pizca de humanidad por los del Make America Great Again. Qué curioso que estén contra los que carecen de papeles y después los empleen por sueldos que apenas dan para comer y dormir bajo techo.

Pero Los lobos no es una cinta política. Antes que discurso o reivindicación, rebosa humanidad y sensibilidad. Sabe lo que tiene entre manos y lo expone con naturalidad. Sin eludir lo duro que hay en ello, pero respetando la dignidad de sus personajes. Samuel Kishi opta por un relato sereno, tranquilo y apaciguado, cimentado en su buena mano con los actores. Observa, pero no interviene. Registra cuanto conforma la densa atmósfera del lugar en el que está -tanto el domicilio familiar como la idiosincrasia del lugar en el que se instalan, Alburquerque, Nuevo México-, pero sin hacer trampas en su enfoque para cargar el ambiente con la fotogenia de la emotividad. Y eso, a la hora de tratar el mundo infantil en contextos difíciles, es fundamental para que lo que estamos viendo funcione, tal y como sucedía con Cafarnaum (Nadine Labaki, 2018) y no con The Florida Project (Sean Baker, 2017), por señalar dos títulos recientes.

Antes que irregulares, sus protagonistas son niños, y eso es lo que vemos en la pantalla. Cómo se comportan y actúan cuando están solos, en un lugar en el que el exterior les está prohibido, aunque no por ello deja de existir e interferir, y en cuyo interior no se tienen más que el uno al otro. El adulto, su madre, está como referente, es quien marca las normas y determina las circunstancias en las que se vive. Pero es secundario al pasarse fuera todo el día trabajando y por cuando está presente, estarlo primero para encargarse de resolver las cuestiones logísticas, recuperarse después para, todos juntos de esta extraña manera, seguir sobreviviendo y, finalmente, si le queda algo de energía, convertirla en afecto y cariño.

Una necesidad que se palpa en todo instante, que tensa la vivencia dentro de la pantalla y la interactuación con ella desde el patio de butacas, y que cuando se materializa, alivia y alegra tanto en un lado como en otro de la proyección. Eso es lo que hace que Los lobos esté más cerca de la emoción artística que del relato documental -aunque visualmente adopte muy eficazmente registros esporádicos de este estilo- y resulte una película muy recomendable.