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10 ensayos de 2022

Arte, periodismo de opinión y de guerra, análisis social desde un punto de vista tecnológico y político. Humanismo, historia y filosofía. Aproximaciones divulgativas y críticas. Visiones novedosas, reportajes apasionados y acercamientos interesantes. Títulos con los que conocer y profundizar, reflexionar y tomar conciencia de realidades y prismas quizás nunca antes contemplados.

“Otra historia del arte” de El Barroquista. Aproximación a la disciplina que combina la claridad de ideas con la explicación didáctica. Ensayo en el que su autor desmonta algunos de sus mitos a la par que da a conocer los principios por los que considera se ha de regir. Una propuesta de diálogo a partir del cambio de impresiones y de la suma de puntos de vista, sin intención alguna de asombrar o imponerse con su acervo académico.

“Arte (in)útil” de Daniel Gasol. Bajo el subtítulo “Sobre cómo el capitalismo desactiva la cultura”, este ensayo expone cómo el funcionamiento del triángulo que conforman instituciones, medios de comunicación y arte es contraproducente para nuestra sociedad. En lugar de estar al servicio de la expresión, la estética y el pensamiento crítico, la creación y la creatividad han sido canibalizadas por el mecanismo de la oferta y la demanda, el espectáculo mediático y la manipulación política.

«La desfachatez intelectual» de Ignacio Sánchez-Cuenca. Hay escritores y ensayistas a los que admiramos por su capacidad para imaginar ficciones e hilar pensamientos originales y diferentes que nos embaucan tanto por su habilidad en el manejo del lenguaje como por la originalidad de sus propuestas. Prestigio que, sin embargo, ensombrecen con sus análisis de la actualidad llenos de subjetividades, sin ánimo de debate y generalidades alejadas de cualquier exhaustividad analítica y validez científica.

“Amor América” de Maruja Torres. Desde Puerto Montt, en el sur de Chile, hasta Laredo en EE.UU., observando cómo queda México al otro lado del Río Grande. Diez semanas de un viaje que nació con intención de ser en tren, pero obligado por múltiples obstáculos a servirse también de métodos alternativos. Una combinación de reportaje periodístico y diario personal con el que su autora demuestra su saber hacer y autenticidad observando, analizando, recordando y relacionando.

“Guerras de ayer y de hoy” de Mikel Ayestaran y Ramón Lobo. Conversación entre dos periodistas dedicados a contar lo que sucede desde allí donde tiene lugar. Guerras, conflictos y entornos profesionales relatados de manera diferente, pero analizados, vividos y recordados de un modo semejante. Crítica, análisis e impresiones sobre los lugares y el tablero geopolítico en el que han trabajado, así como sobre su vocación.

“Privacidad es poder” de Carissa Véliz. Hemos asumido con tanta naturalidad la perpetua interconexión en la que vivimos que no nos damos cuenta de que esta tiene un coste, estar continuamente monitorizados y permitir que haya quien nos conozca de maneras que ni nosotros mismos somos capaces de concebir. Este ensayo nos cuenta la génesis del capitalismo de la vigilancia, el nivel que ha alcanzado y las posibles maneras de ponerle coto regulatorio, empresarial y social.

“Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera” de Antonio Maestre. Ensayo que explica los frentes en los que se manifiesta actualmente la opresión del capitalismo sobre quienes trabajan bajo sus parámetros. Texto dirigido a quienes ya se sienten parte del proletariado, para que tomen conciencia de su situación, pero también a aquellos que no entienden por qué parte de sus miembros le han dado la espalda a sus circunstancias y abrazado opciones políticas contrarias a sus intereses.

“El infinito en un junco” de Irene Vallejo. Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

«Historias de mujeres» de Rosa Montero. Dieciséis semblanzas que aúnan datos biográficos y análisis del contexto combinando el reportaje periodístico y el ensayo breve. Vidas, personalidades y acontecimientos narrados de manera literaria, con intención de hacer cercanas y comprensibles a quienes fueron ninguneadas o simplificadas. Una inteligente reivindicación del derecho a la igualdad sin caer en mitificaciones ni dogmas.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps. Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

“El gobierno de las emociones” de Victoria Camps

Llevar una vida equilibrada exige una correcta combinación de razón y emoción. Formula diferente para cada persona según su nivel de autoconocimiento, el contexto y el propósito de cada momento. Aun así, tiene que haber un marco común que favorezca la comunicación personal y la convivencia social. Un contexto de conciencia y correcto ejercicio emocional que fomentar y mantener desde la educación, la justicia y la política.

Victoria Camps, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona y ex Consejera Permanente del Consejo de Estado, comienza su reflexión señalando uno de los males de nuestro tiempo, pasamos de un extremo a otro para cambiarlo todo, pero seguimos reproduciendo los mismos errores. Una vez hemos comprobado que la fijación por los números, la proliferación de procedimientos y la atomización de referentes que ha conllevado nuestra evolución social y política, pero sobre todo económica con la eclosión del neoliberalismo en la década de los 80 del siglo XX, no proporcionan los resultados que esperábamos, llevamos años reclamando que las emociones sean las protagonistas, ensalzando el valor de la escucha, la empatía y la necesidad de expresarnos con libertad.

Sin embargo, de la misma manera que antes se nos olvidaba cuánto influyen en nuestras motivaciones y actuaciones la singularidad de nuestra historia personal, los principios de nuestro carácter y los valores de nuestro pensamiento, ahora parecemos obviar la necesidad de unos marcos que sí, nos limitan, pero que también sirven para que seamos respetados por los demás, a la par que favorecen la creación y la existencia de un espacio de encuentro, intercambio y crecimiento común.

A lo largo de este título, Premio Nacional de Ensayo 2012, su autora se realiza preguntas y plantea hipótesis -según señala, ese es el deber y propósito de la filosofía- sobre el papel que desempeñan en nuestra percepción y comprensión del mundo -tanto del más cercano y concreto como del más general o abstracto- emociones como el miedo, la vergüenza, la confianza o la autoestima siguiendo lo que escribieron al respecto nombres como Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hume o Adam Smith. Su intención, llegar al fondo de cuestiones como la de cómo conjugar el bien individual y el progreso común, extraer una aportación positiva de las sensaciones desagradables o hacer coincidir el conocimiento de lo que está bien con una actuación consecuentemente justa.  

Un proceso al que no ayudan tendencias de tiempos recientes como la exaltación de la individualidad, el recurso a la farmacología y técnicas como el coaching, cuando de mar de fondo arrastramos un cambio de los paradigmas que sentíamos nos organizaban, guiaban y unían. Hemos dejado atrás o diluido la creencia en la religión, la práctica de los lazos familiares, el sentido de pertenencia a una nación y la esperanza que nos proporcionaba el estado de bienestar, y nos encontramos con que seguimos teniendo muchas incertidumbres y han surgido otras nuevas de las que desconocemos tanto su origen como su posible solución.

Tras ello, nuestro desconocimiento sobre las emociones y nuestra incapacidad para gestionarlas correctamente, para servirnos de ellas de una manera constructiva y no vernos atrapados o enfrentados por ellas. Algo que pasa por considerarlas tanto desde la dirección política de nuestros gobiernos como desde el funcionamiento administrativo de las administraciones públicas, así como empapar de las mismas a la misión y visión del sistema educativo y del judicial. Esto no ha de anular la razón, ni las leyes y estructuras que se basan en ella, sino que la hará más efectiva al revelarnos cuál es la situación que da pie a que la formulemos en la manera en que lo hacemos, y los objetivos -tanto racionales como emocionales- que nos proponemos.

Han pasado más de diez años desde la publicación de El gobierno de las emociones y lo que Victoria Camps expone en sus páginas sigue hoy tan vigente como entonces, lo que revela no solo la certeza de su diagnóstico, sino la necesidad de tomar conciencia de que necesitamos tomarnos mucho más en serio las emociones y la gestión, tanto colectiva como individual, que hacemos de las mismas.

El gobierno de las emociones, Victoria Camps, 2011, Herder Editorial.

«Voltaire/Rousseau. La disputa»

Bajo un tapiz que representa el lugar donde vive Voltaire y a donde acude Rousseau, se dialoga, debate y discute intensamente durante una hora y media en la que todas las palabras son certeras, las frases precisas y cada intervención un auténtico parlamento. Una discusión filosófica en la que no se hace abuso de esta disciplina al convertirla en argumentos comprensibles para todos los públicos en un intercambio verbal sin descanso.

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La trasera de la tela señalada es el espacio no visto que representa el resto de estancias imaginarias de una gran casa en cuyo salón Josep Maria Flotats y Pere Ponce se dejan la saliva exponiendo principios, indagando motivaciones y confrontando puntos de vista en los que se entrelazan, confluyen y convergen tanto los dos pensadores como los seres humanos que también son. La publicación de un panfleto en el que se critica duramente a Rousseau –como padre de familia, como escritor y como pensador- y su análisis junto a Voltaire para desenmascarar a su autor anónimo dan pie a la exposición de una serie de certezas íntimas que se sienten como exactitudes universales pero cuya solidez es puesta a prueba frente al espejo de quien las devuelve, porque así lo considera, como resultados de una neurosis que incapacita para ver lo obvio.

Un encuentro en los tiempos de la Ilustración en la frontera entre Francia y Suiza de dos talentos con planteamientos muy distintos. Mientras Voltaire aboga por el juicio del hombre y su capacidad para discernir por sí mismo para conseguir que la sociedad no sea una jerarquía en cuya cúspide esté Dios representada por la Iglesia, Rousseau apuesta por un entorno donde el individuo es bueno en sí mismo y la razón es más un resultado colectivo, una abstracta voluntad general que es la llamada a marcar el rumbo a seguir.  Posturas enfrentadas pero en cuya exposición se dibuja un terreno de juego en el que las preguntas y las repuestas, los argumentos y contrargumentos –entre momentos de silencios solemnes y generando alguna que otra provocadora sonrisa- crean una atmósfera con una energía altamente estimulante.

Para los neófitos en la materia o los ya alejados del tiempo en que en algún momento de su educación formal estudiaron Filosofía (una disciplina con mayúsculas, una asignatura cuya intención era ayudarnos a madurar), esta es la clave que hace disfrutar de la disputa entre Voltaire y Rousseau. Cierto es que está escrita de una manera que la hace perfectamente comprensible, pero no hay un segundo de descanso y su proceder es ir de estímulo en estímulo. Tanto verbal, por lo correctamente redactada que está, como literario, por cómo progresa y gana profundidad, y mental por la actividad cerebral que provoca.

Cuando aún estás procesando la inteligencia que hay tras la sentencia que acaba de ser pronunciada, estás ya escuchando la siguiente e intentando colocar una y otra frente a frente para dar forma a la propuesta que surge entre ambas. Un espacio en el que el ánimo se dispone a la escucha, el espíritu se abre a ser influenciado y la voluntad humana a explorar nuevas maneras de contemplarse tanto a sí misma como al mundo en el que vive.

Voltaire/Rousseau. La disputa, en el Teatro María Guerrero (Madrid).

“Confesiones de una máscara” de Yukio Mishima

Relato supuestamente autobiográfico escrito a la edad de 24 años en el que el autor describe sin pudor alguno su evidente y carnal atracción por los hombres, a la par que su razonado intento, bajo supuestas premisas lógicas, de amar a las mujeres. El conflicto entre el impulso y las pulsiones por un lado y las convenciones y las (auto) imposiciones por otro desata un batalla sobre el terreno de juego de una vida adolescente vivida bajo el temor, el miedo, la ocultación y la continua evitación y huida de sí mismo.

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La sexualidad es muchas cosas: lenguaje, visceralidad, impulso, placer,…, pero por encima de estas facetas, y conteniéndolas a todas ellas, es también identidad. Y esta es todas y cada una de las caras que forman la personalidad en el plano individual, familiar y colectivo, así como en el íntimo, el compartido afectivamente y el social. Un entramado de múltiples puntos interrelacionados e influyéndose mutuamente. Y cuando se actúa sobre uno de ellos limitando su naturalidad y espontaneidad, no hay rincón de la persona (físico, psíquico o emocional) que no se vea afectado. Algo que no trae consigo efectos positivos, sino negativos, limitando, anulando, distorsionando.

La máscara no es solo el intermedio entre Mishima y su exterior, sino también un muro de separación con su corazón y su verdadera persona. Es una tierra de nadie, que ni siquiera es suya, es vacío y artificio. Es excusa y distancia, es energía dedicada a justificar la parálisis, la inacción. Paradójicamente, es también  un lugar de análisis de las emociones en el que saber detectarlas, conocer cómo se gestan y se manifiestan para desarrollar las herramientas con las que actuar contra ellas. Es un punto sin coordenadas en el que se las silencia para ceder su espacio a la apisonadora de la razón y de la lógica supuestamente conductista, pretendiendo dar a cualquier manifestación humana unas coordenadas exactas, un comportamiento premeditado y unas consecuencias previsibles y, por tanto, controladas.

En ese conflicto, su lenguaje es el medio ágil, conciso y certero con que construye ese delicado, pero al tiempo, tan milimétrico castillo de naipes donde estos polos opuestos (razón y corazón) encuentran la manera de convivir en un supuesto equilibrio, que solo sabe mantenerse coqueteando con la idea de la muerte. Por un lado las desnudas e impudorosas descripciones sobre el mundo exterior. Con ellas nos transmite las sensaciones que le genera en el inicio de su débil  y enclenque adolescencia física la atracción por la masculinidad naciente del compañero de clase Omi. Sin embargo, Mishima emprende un viaje más profundo cuando se introduce dentro de sí mismo para, con una perfecta retórica, construir y justificar el deseo de sentir amor por la joven Sonoko en ese momento que se supone trascendencia hacia la adultez, de establecerse en la vida.

Es entonces cuando Yukio Mishima hace de las palabras un entramado inteligente, una red que ejerce de muro para parar el discurrir natural de la vida y crear una realidad paralela aparentemente lúcida, pero que no es sino el inicio de un conflicto más profundo, más cruel y caníbal entre el alma y el cuerpo. Ironía que tenga como telón de fondo el Japón lleno de soberbia que se introdujo en la II Guerra Mundial, conflicto del que salió, tal y como se nos cuenta,  completamente arrasado en lo material y anulado en lo psicológico.

“Tokio blues” de Haruki Murakami

Maravilloso viaje literario entre la adolescencia y la adultez, entre la vida y la muerte, entre la plenitud del amor y el vacío existencial.

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Murakami es un maestro en hacer transitar a sus personajes e historias entre espacios y tiempos que son a la par coordenadas del mundo en el que habitamos y ejes de un universo etéreo en el que transitamos sin saber cómo hemos llegado a él ni el destino al que nos conducen. Un devenir en el que en “Tokio blues” se avanza impulsados por la profunda búsqueda existencial a la que se somete a su protagonista. Un viaje en el que solo se da entidad a las personas, lugares, acontecimientos y músicas –cada título de este autor cuenta con su propia banda sonora formada por los artistas y canciones citadas a lo largo de sus páginas- con los que Toru establece conexión emocional. Todo lo demás queda reducido a meros apuntes circunstanciales necesarios, la rutina procedimental de la residencia o las huelgas en el campus, para que cuanto le acontece a este joven que inicia la universidad tenga un soporte material.

Cuanto sucede a Toru se desarrolla entre triángulos, el de la amistad adolescente con Naoko y Kizuki y en del amor que le introduce en la vida adulta con Naoko y Midori. Símiles geométricos finamente hilados que nos atrapan a medida que se hacen sólidos, una vez dentro ya no hay salida. La evolución de lo que va sucediendo está al margen de la intervención del hombre, queda a voluntad de la naturaleza por una regla así escrita en esta novela, “la muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella”. También hay personas que llegan a través de otras, Hatsumi via Nagasawa y Reiko mediante Naoko, luces en el camino que aportan bocanadas de aire que guían a nuestro hilo conductor, “no te reprimas por nadie, y cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz”, ante lo que es más fuerte que el hombre, “si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida”.

Otro punto importante en Murakami, y “Tokio blues” es muestra de ello, es el sexo. No como algo carnal o meramente genital, sino como ese impulso interior que arrastra a la acción a quien lo siente. Un torrente inevitable, provocador de un profundo conflicto entre el corazón y la razón, aliado seductor del primero y generador de estupor ante las estructuras que rompe en el segundo. Ahí es donde está la maestría de este japonés que todos los años suena como candidato al Premio Nobel de Literatura. Llega hasta el magma, la esencia, ese punto original en el que está el inicio de todo a partir de una energía que fluye y va tomando formas cada vez más complejas y elaboradas. Algo inmaterial e invisible que el también autor de “Kafka en la orilla”, “1Q84” o “Al sur de la frontera, al oeste del sol” maneja con suma delicadeza, haciendo de sus descripciones y diálogos palabras que se combinan para crear retazos de realidad y retratos humanos de un extraordinario verismo por su gran sensibilidad.

Hay algo profundamente vital en el estilo de Haruki Murakami que contagia a quien lo lee, y que queda muy bien descrito por esta (auto) definición que pone en boca de uno de los habitantes de esta ficción, “soy ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito”.

“La sesión final de Freud”, la cabeza y la razón sobre el ser humano y el corazón

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¿Se imaginaría Freud que su nombre iba a estar tan presente en nuestras vidas décadas después de su muerte? Que seguimos dándole vueltas a conceptos como el de Dios o al papel que el sexo tiene en nuestras vidas. No se trata de si se está a favor o en contra de lo que dijo o dejó escrito, pero lo que no le podemos negar es que puso sobre la mesa una serie de discusiones que todavía hoy siguen dando mucho que hablar. Más allá incluso del ámbito científico de la psiquiatría y la psicología, sus supuestos campos naturales, el interés que suscita Freud trasciende a otros ámbitos como es el de la creación y la expresión artística.

Aquí es donde surge el americano Mark St. Germain convirtiendo a Freud en un personaje teatral. Para ello le enmarca en su residencia de Londres en una fecha muy significativo, el 3 de septiembre de 1939, nada más iniciarse la II Guerra Mundial. Los nazis que le habían hostigado hasta hacerle abandonar Viena un año antes, acaban convirtiéndose nuevamente en un riesgo activo en su vida ante el inminente inicio de las hostilidades entre británicos y alemanes. No sabemos exactamente qué estaría haciendo ese día, pero el autor de este texto propone la ficción de un encuentro suyo con C.S. Lewis, profesor de Oxford y futuro autor de las conocidas Crónicas de Narnia.  Aparentemente dos hombres de edades diferentes y con planteamientos diferentes ante cuestiones vitales como la existencia o no de Dios o el significado de la vida y de la muerte en un día marcado por el anuncio de una guerra que hace temer la barbarie y el fin de muchas vidas.

Y ese es el propósito de “La sesión final de Freud”, la contraposición entre dos figuras tan diferentes como inteligentes a la par. A pesar del riesgo que esto supone, el libreto está perfectamente equilibrado, dejando claro en cada momento los planteamientos intelectuales de  uno y otro. De tan opuestos resultan casi complementarios, en la propuesta de cada uno está la refutación de la postura del otro, y al revés del argumentario para justificar el no a la postura del otro sale el sí de la propia, y eso es lo que hace a esta obra una mezcla continua entre debate y juego dialéctico. Podría parecer que estamos ante un texto académico presentado en formato teatral en lugar de como ensayo. Y aunque no cae en ningún momento en el exceso técnico y el lenguaje utilizado es cercano y coloquial, esta no es una representación ligera, el mensaje crece con cada intervención y perderse alguna frase haría que el puzle y la comprensión de lo que se escucha resultara sino  incomprensible, sí al menos incompleto.

Un texto así no es fácil, requiere de buenos actores que sean capaces de transmitir su academicismo a la par que hacer humanos a un hombre de 83 años con un doloroso cáncer de boca –y para cuyos cuidados solo confía en su hija Anna, también psicoanalista como él- y a un joven de 40. En su entrada en escena este equilibrio es conseguido tanto por Helio Pedregal como por Eleazal Ortiz, Freud y C.S. Lewis respectivamente. Sin embargo, en este montaje de Tamzin Townsend, pasada su presentación, su registro no crece y durante la hora y media de representación quedan ambos como eficaces transmisores del texto, quedando en segundo plano los personajes que hay tras él.

Parece que a la hora de acerarnos a la figura de Freud o a la de cualquier otra considerada como referente intelectual deben primar sus ideas sobre sus vivencias personales (lejos queda este C.S. Lewis del que encarnara Anthony Hopkins en el cine en “Tierras de penumbra”), la cabeza y la razón antes que el ser humano y el corazón.

“La sesión final de Freud”, hasta el 22 de febrero en el Teatro Español (Madrid).