Ensayo académico sobre el origen de la escritura y la consolidación de su soporte material, los libros. Confesión y testimonio personal sobre el papel que estos han desempeñado a lo largo de la vida de su autora. Y reflexión sobre cómo hemos conformado nuestra identidad cultural. La importancia y lo azaroso de los nombres, títulos y acontecimientos que están tras ella, y el poder de entendimiento, compresión y unión que generan.

Damos por supuestas demasiadas cosas que no siempre estuvieron ahí, y desde que lo están, no de la forma con que las conocemos en nuestro presente. Hoy los libros son objetos de gran consumo. Los hay a raudales. En nuestras casas. En las bibliotecas. En las librerías. Y en toda otra clase de lugares dedicados al comercio como grandes superficies, tiendas aeroportuarias, quioscos y hasta máquinas de vending en los andenes del metro. Yo mismo soy un claro ejemplo de ello. Lector en papel y en pantalla. Comprador por encima de mis posibilidades lectoras. Apasionado de las ediciones de gran formato y reproducciones de calidad si se trata de volúmenes sobre pintura o fotografía. Adicto a pasear la mirada y rozar con la punta de los dedos los lomos de los ejemplares que completan estanterías como medio con el que conocer a su propietario y descubrir referencias de contacto y unión con él o ella.
Pero lo que verdaderamente me maravilla de los libros es cuando sucede lo que me ha ocurrido leyendo El infinito en un junco. Una combinación de admiración intelectual no solo por los amplios y detallados conocimientos que demuestra Irene, sino por su capacidad de relacionarlos y exponerlos de una manera tan particular como ordenada e hipnótica. También fascinación por haberme hecho asomar a planos de la historia de la humanidad que no conocía, o no bajo las coordenadas con que ella visualiza y fija las líneas que nos unen con ellos. Con la fijación de un método y unos códigos con que los sumerios comenzaron a registrar aquello que nos importa, inquieta y conmueve; con el gran proyecto de la biblioteca de Alejandría de compilar y preservar toda la sapiencia existente; o con el sueño de Alejandro Magno, y posteriormente de los romanos, de pretender que el mundo conocido compartiera referentes, valores y sistemas.
Sin embargo, Vallejo no se queda ahí y nos guía con tiento y serenidad por ese universo de tramas y creadores, progresos técnicos y costumbres en evolución continua. Manejando no solo la dimensión temporal con que nos traslada al Egipto faraónico, así como a la Grecia clásica y la Roma imperial de la que somos herederos, sino también la relacional que nos permite comprenderlos a través de símiles con nuestra casuística actual. A su vez, lo conjuga con el muy personal relato de cómo ha vivido, interpretado e interiorizado ella sus mensajes y su contexto, la singularidad que los diferenció en su día y los muchos motivos por los que seguimos vinculados con La Iliada, Las Troyanas o las crónicas de Heródoto, así como a Cicerón, Plinio y Julio César.
Quizás la clave de este título, además de por su tono cercano y empático y su profusa documentación, está en la devoción, admiración y agradecimiento que su autora transmite por el asunto que trata. El origen, evolución y papel actual que tienen los libros, la literatura y la cultura tanto en la formación de todo individuo como de la sociedad de la que forma parte desde hace ya casi tres milenios. Una humildad con la que nos contagia la pasión, el asombro y la capacidad de trasladarnos a tiempos y lugares distantes gracias a la lectura de cartas, ensayos, dramaturgias, prosas o versos escritos siglos atrás y que antes que en papel fueron leídos en pergaminos, códices o rollos de papiro o tallados en piedra, arcilla o madera.
El infinito en un junco, Irene Vallejo, 2019, Ediciones Siruela.
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