Archivo de la etiqueta: Matisse

Mañana de abril en el Moderna Museet de Estocolmo

Un edificio síntesis de la ciudad en la que está ubicado, discreto y geométrico en su exterior, empático y fluido en su interior. Dos exposiciones temporales en que Maurizio Cattelan y Rashid Johnson dialogan con la colección del museo, y una tercera que analiza los distintos caminos que el modernismo tomó en estas coordenadas. Como extra, una manera ingeniosa de introducir al visitante en el papel de la institución como entidad garante de la conservación de las creaciones que atesora.

El arte es siempre un medio para conocer una sociedad y un país, sus valores e idiosincrasia, a lo largo del tiempo. Si nos fijamos más concretamente en el arte moderno, las coordenadas se hacen más precisas porque entran en juego la vivencia y la expresividad personal, la capacidad técnica y la confianza, más o menos ciega, más o menos neurótica, en la propia creatividad. Eso es lo que desprende la muestra Velas rosas: modernismo sueco en la colección del Moderna Museet.

Más de cien obras de la primera mitad del siglo XX entre las que me han llamado la atención los óleos de Sven X-et Erixson (1899-1970). Pintor que reflejaba con colores vivos y pinceladas dinámicas la convivencia familiar, casi naif, en el mantenimiento de su hogar (La casa del pintor, 1942) mientras lo sobrevuelan aviones militares. O con rasgo expresionista cuando la paleta torna sombría en la doble escena urbana (Imagen de los tiempos, 1937) en cuya parte superior transitan los trenes, mientras en la inferior los ciudadanos se informan sobre la evolución de la Guerra Civil española.

He fijado la mirada también en cuatro fantasías con aires esotéricos, tarotistas e introspectivos de Hilma af Klint (1862-1944), en el grabado industrial de Edith Fischerström (1881-1967) en el que se respira carbón y en la intensidad de los modelos del fotógrafo Uno Falkengren (1889-1965). Se entiende que para sentir esa libertad a la hora de posar y de recogerla para después transmitirla sobre el papel, esas imágenes fueran tomadas en el Berlín de los años 20.

El italiano Maurizio Cattelan (1960) provoca antes, incluso, de las siete salas que ocupa con La tercera hora. Sitúa metros antes de llegar a Juan Pablo II víctima de la caída de un meteorito. Es La nona ora, escultura hiperrealista que aúna dramatismo barroco, corrosión intelectual, sensacionalismo mediático y provocación emocional. Un inicio que va a más con su extraño vínculo con las figuras tridimensionales de apariencia entre monacal y extraterrestres de Eva Aeppli, o las escenas crítico-informativas de tono monocolor sobre la actualidad geopolítica de Cilla Ericsson (1945) y Hanns Karlewski (1937), pertenecientes a la serie Nuestro padre, realizadas durante los años 60 del pasado siglo.

Destaco el juego museográfico que rodea a su dedo peineta, convirtiendo las cuatro paredes de esa sala en otros tanto peines donde las obras parecen estar seleccionadas para conformar un puzle horror vacui en el que tienen cabida firmas como Warhol (1928-1987) y Picasso (1881-1970), motivos como el feminismo y la evolución y obsolescencia tecnológica, o personajes como David Bowie. Más allá, el pelotazo del niño Hitler, de rodillas cual peregrino penitente o estudiante cumplidor, siendo arengado por el dedo pop de Roy Lichtenstein (1923-1977), evolución de aquel que animara a los jóvenes estadounidenses a alistarse para luchar contra el nazismo en la II Guerra Mundial.

La historia retorcida. Como el uso mundano del mármol en la escultura Respira, carrara sobre el suelo, sin soporte alguno, convertido en la figura de un hombre y su perro. O la épica parada en seco de Kaputt, seis caballos de presencia omnipotente y pelaje brillante pausados cuando sus cabezas acababan de atravesar la pared que les conducía a otra dimensión, a otra secuencia cuyo interruptus nos deja estupefactos.

Siete habitaciones y un jardín es el juego, el diálogo y la convivencia que Rashid Johnson (1977) establece entre el activismo antirracista de su abstracción y sus instalaciones y los fondos del museo a modo de recorrido por un hogar en el que suena música blues mientras se observa un caleidoscopio de imágenes que incluye a Jackson Pollock o Cy Twombli. Posteriormente se ven producciones audiovisuales desde una cama gigante bajo gouaches de Matisse, una instalación con composición vegetal mira de reojo a Sol Lewitt y se termina con un capítulo sobre la autoconciencia en que aparecen dibujos del marroquí Soufiane Ababri (1985) y autorretratos fotográficos de la yugoeslava Snežana Vučetić Bohm (1963) junto a una pieza audiovisual del propio Johnson.

Una planta más abajo, además de los retratos y autorretratos de Lotte Laserstein (1898–1993) en Una vida dividida, el regalo está en la sala que te permite seleccionar te sea acercado el peine que alberga la obra que elijas entre una amplia selección. Dar a un botón y ver cómo se acercan a ti seis Munch de un golpe es algo parecido a un sueño. O que aparezca de la nada un de Chirico o un Magritte o un Mondrian. Un detalle más, sumado a la museografía de sus exposiciones, al cuidado técnico de sus montajes o a la disposición de sus espacios no expositivos para el juego, la interacción y el disfrute contemplativo que hacen del Museo de Arte Moderno de Estocolmo -diseñado por Rafael Moneo e inaugurado en 1998- una institución que tener en cuenta y a la que seguirle la pista de su programación.

“Picasso” de Patrick O’Brian

Una profusa biografía en la que se tratan los distintos planos –individual, familiar, social, profesional- de un hombre que fue también artista y genio. Un relato excelso sobre un ser profundamente mediterráneo, con un temperamento impulsivo y reflexivo a partes iguales,  pero también entregado y generoso con todo aquello que conformara su mundo –personas, lugares e ideas- siempre que estos fueran fieles a sus convicciones. Un ensayo muy trabajado en el que lo único que se echa en falta son imágenes que ilustren los pasajes en que se habla sobre su obra y se describen sus creaciones.

Picasso_PatrickOBrian

A lo largo de sus 92 años de trayectoria vital Pablo se convirtió en uno de los principales motores de la evolución de la pintura y la escultura, llevándolas hasta cotas que aún no han sido superadas. Picasso no solo creaba imágenes y figuras, sino que investigó el uso que se podía hacer de todos sus recursos formales (dibujo, línea, color, composición, volumen, perspectiva,…), técnicas (óleo, acuarela, grabado, litografía, cerámica,…) y materiales (lienzo, cartón, papel, yeso, madera, metal, bronce,…) con que experimentó. No hubo un día de su vida en que no trabajara, ya fuera dando una pincelada, tomando un apunte o moldeando aquello que tuviera entre manos, con ánimo final o como medio de llegar a un continuo más allá que persiguió de manera obsesiva.

Gracias a este impulso interior al que siempre fue fiel dinamitó la evolución de la pintura tras el postimpresionismo para trasladarla a otra dimensión, el cubismo. Una vez conseguido esto profundizó en ella para conseguir nuevos resultados de elementos ya conocidos –como las proporciones clásicas (Ingres o Poussin), las luces barrocas (Rembrandt o Rubens) o las atmósferas románticas (Delacroix). Supo convivir con el surrealismo y la abstracción, coqueteando incluso con ambos movimientos, pero sin dejarse atrapar por sus dimensiones extra artísticas. Trasladó todos estos planos conceptuales a la escultura, rompiendo las reglas y límites en que había sido practicada este entonces, dándole también un aire fresco e innovador que sigue resultando actual hoy.

Y aun cuando su nombre se había convertido ya en una marca y una etiqueta que atraía a miles de personas a las retrospectivas que le dedicaban en los años 50 y 60 en Londres, París, Nueva York o Tokio, él no dudó un solo segundo en seguir, hasta el último día de su biografía, su viaje personal hacia un destino creativo, emocional e intelectual por descubrir. Una búsqueda que desde sus inicios forjó un carácter sin casi punto medio. De una fuerza y tesón sin límites cuando aquello que estaba entre sus manos, o surgía en su camino, apelaba directamente a su corazón, pero también de una frialdad aplastante cuando no empatizaba con las demandas de quienes se acercaban o vivían junto a él.

Patrick O’Brian entreteje este largo camino basándose en su propia experiencia y en testimonios de primera mano. Desde una perspectiva alejada de la de los historiadores del arte, al darle tanta importancia al legado de Picasso –más de 15.000 obras según una fuentes, hasta más de 40.000 según otras- como a todo aquello que formaba parte de su vida en cada momento. Las ciudades en las que residió (Málaga, Coruña, Barcelona, Madrid,…) y los viajes que realizó, las parejas que tuvo y las familias que con ellas creó, los amigos a los que dejó formar parte de su círculo más íntimo, los artistas con los que interactuó (Braque, Matisse, Rousseau,…) o los compromisos ideológicos –más que políticos- que mantuvo a lo largo del siempre convulso –y muchas veces bélico- siglo XX, son tan consecuencia de su arte como motivos argumentales y causas del mismo.

Casi 45 años después de su muerte en 1973 y más de 40 desde la primera edición de este ensayo en 1976, la figura de Picasso sigue siendo apasionante y este volumen una gran fuente para conocerle. Una guía básica que se convierte en fundamental si su lectura se acompaña de las búsquedas en Google para encontrar las imágenes que ilustren los muchos pasajes de sus páginas dedicados a describir las obras que no se reproducen en ellas.

“Pamela I” de Manolo Valdés. Ingredientes: Rubens, Warhol y Marilyn Monroe.

ValdesRubensWarhol

¿Dónde he visto yo antes esta imagen? Es el juego que suponen muchas de las obras de Manolo Valdés (Valencia, 1942). Respuestas posibles: Velázquez, Zurbarán, Matisse, Picasso,… Resultados en óleo sobre arpillera, grabados o esculturas, en los que leer momentos de la historia del arte, pero que a la par son auténticos, suyos, inconfundibles.

En el caso del grabado y collage “Pamela I” -utilizada por la Galería Marlborough de Madrid como imagen de la exposición que inaugura el próximo 27 de marzo- el contenido del abanico es fácil de identificar. Son más que imágenes, son iconos, las serigrafías de Marilyn Monroe creadas por Andy Warhol (1928-1987) en pleno estallido del Pop Art en los años 60 que forman parte de los fondos del MOMA de Nueva York.

La pamela que da título al grabado me sugiere ser la versión siglo XXI de la que lució en 1625 Suzanne Fourment en el retrato “El sombrero de paja” (Londres, National Gallery) que le hiciera su marido, Peter Paul Rubens.

Marilyn, Warhol y Rubens, pretextos como él los llama en el título de muchas de sus obras, que inspiran a Manolo Valdés.

Impresiones, anécdotas y ganas de más Marruecos

Llega el momento de dejar Marruecos, se acabó el viaje que he hecho por Tetuán, Chefchaouen, Assilah y Tánger. Toca hacer la maleta, recoger las cosas que traje y guardar también las que he comprado. Vuelvo con poco equipaje extra en la maleta, tan sólo tres pequeños libros, tres obras de teatro marroquíes traducidas al inglés.

Literatura

No conozco nada sobre literatura marroquí ni sobre sus autores,  pero leer teatro es una de mis pasiones, aunque lo haga mucho menos de lo que me gustaría. Me he encontrado con ellas sin buscarlo, surgieron sin más. Las dos primeras en la librería de la antigua legación americana y la tercera en la librería Colonnes, a la que llegué siguiendo los pasos de Paul Bowles. Leyendo sus reseñas me han parecido interesantes, “No man’s land” de Mohammed Kaouti dice ser una predicción del movimiento del 20 de febrero, la versión marroquí de la primavera árabe de 2011, y de Zoubeir Ben Bouchta “Shakespeare Lane”, una reinterpretación de momentos de distintas obras del genial inglés, y “The red fire” que toma punto de partida una historia que el pintor y novelista local Ahmed Elyakoubi contó a Paul Bowles y que este redactaría en inglés bajo el título “The night before thinking”.

Tras haber conocido un poco más sobre él y su vida aquí, de Paul Bowles me voy con ganas de leer “El cielo protector”. Tengo en casa sin ver la adaptación cinematográfica de Bernardo Bertolucci, quizás sea también el momento de desprecintarla y poner el dvd en marcha.

El Reducto

Con la maleta cerrada y la mochila al hombro bajo por última vez en el ascensor estilo colonial del hotel Rembrandt. No será este el hotel que me lleve como recuerdo, será el riad de Tetuán, “El Reducto”. Llegar hasta él callejeando por la medina ya le dio un primer toque de autenticidad, y a este súmale otros como su pequeño tamaño articulado en torno a su bonito patio interior de estilo morisco, la calidez de la decoración de la habitación y el que el hotel en total contara con tan sólo cinco estancias, las vistas desde su azotea, el desayuno que te preparaban al sentarte, la mesa llena de libros en el comedor para hojear y la anécdota de ser uno de ellos “El tiempo entre costuras”, la novela de María Dueñas cuya lectura he hecho coincidir con este viaje para así avanzar entre sus páginas por las ciudades en las que acontece parte de su historia.

Viajando en autobús y en tren

Pagadas las cuatro noches que he hecho en Tánger, salgo a la calle a coger un taxi. En apenas 30 segundos para uno a mi lado, antes de subir y siguiendo el manual del turista precavido le pregunto cuánto me cobrará por llevarme al aeropuerto.

Esta vez sé que voy seguro a mi destino, no como cuando en Chefchaouen me subí al bus para volver a Tetuán. El billete marcaba como hora de salida las 15:15 y a esa hora apareció un autobús, me subí a él rápidamente ya que llovía a mares mientras el resto de los que también debían hacerlo introducían sus equipajes en el maletero. Sube una chica y me dice que ella tiene mi asiento también, le enseño el billete y ella me enseña el suyo. Al ver los dos algo me llama la atención, no son iguales, tenemos el mismo número de butaca, pero el suyo dice que va de Chefchaouen a Fez y el mío que voy de Chefchaouen a Tetuán. ¡Me había equivocado de autobús! ¡Qué momento! Me excusaré alegando que en la estación no había ningún panel indicativo ni avisos por megafonía.

Parecida cara de ¡ay! se me debió quedar en la estación de tren de Assilah al volver para Tánger. Había comprado billete para el tren de las 16:41, llegué media hora antes y pensé que si llegaba otro tren antes lo cogía ya que los asientos no eran numerados. Por la mañana el tren en el que vine de Tánger había parado en la vía 1, y ante, nuevamente, la falta de paneles informativos y de avisos por megafonía supuse que para volver debía colocarme en el otro andén, el 2. Y a eso de las 16:20 oigo la sirena del tren, dejo de leer y miro, están viniendo dos trenes a la vez, cada uno en un sentido. Y el que va en dirección norte, en el que tengo que subir yo ¡es el del otro andén! No hay paso soterrado y el convoy que va hacia el sur me impedía cruzar las vías, imagino que me quedé con cara de pasmado en grado supremo. Una vez se fueron los trenes pregunté al de seguridad cuál era el andén de mi tren, me dijo que el 1 y allí me coloqué y esperé sentado leyendo al que era mi tren. Y leí bastante, tanto como los 50 minutos de retraso con que llegó el tren Oujda-Tánger. La experiencia ferroviaria creció con intensidad al intentar subir al tren, imposible hacerlo en los vagones de segunda clase tal y como me correspondía por mi billete. Iban tan llenos como el metro en hora punta, con los pasillos y los espacios entre puertas repletos de gente de pie. Así que subí en el de primera en el que todo el mundo va sentado en el asiento asignado en su billete, pero como también iba completo, hice el trayecto de pie.

Relativo a los trenes me quedo con las ganas de saber por qué el único colectivo que vi que tenían derecho a descuento en la tarifa, del 50%, eran los periodistas. Cuando viajo llevo conmigo mi carnet de la federación internacional de periodistas, pero estuve lento de reflejos en la taquilla y no llegué a sacarlo. No por el ahorro en el billete, sino por ver la reacción, parto del concepto de que los periodistas en este país son un colectivo controlado. Me lo anoto para la próxima vez que vuelva.

“Hola amigo”

Ya en la terminal del aeropuerto de Tánger me dirijo al mostrador de facturación, en apenas un minuto tengo mi tarjeta de embarque. El personal habla perfectamente español, supongo será un requisito que ha tener en su cv para poder trabajar en el aeropuerto atendiendo a turistas españoles, pero caminando por las calles de Tánger y, sobre todo, de Tetuán, queda patente que hubo un tiempo que en este fue un territorio con amplia presencia del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Nombres de establecimientos y antiguas placas de denominación de calles son algunos de los testigos de aquel pasado.

Entre la población, el español básico está a la orden del día entre todos los que te vayan a atender como turista. Enseguida por la cara me identificaban como español  y llegaban los “Hola amigo”, “¿De dónde eres, de Madrid?”, “Yo te enseño la medina”, “Si buscas cosas bonitas yo te llevo”,…, todas ellas ofertas de lo más interesadas. Siguiendo el manual del turista precavido respondía con un “No, gracias” o un “Ya sé, conozco la ciudad”, evitaba la mirada, seguía caminando a mi paso y no respondía a la propuesta de diálogo. En algunos momentos, sobre todo en la medina de Tánger, aceptar este cortejo impuesto por mayores y pequeños fue todo un ejercicio de paciencia, no había calle en que no te libraras y no parecían aceptar un no por respuesta.

Si con el español no puedes hacerte entender, con un francés básico sí que llegas a todas partes. Aunque ha habido algún momento, con gente mayor fundamentalmente, en que al no hablar árabe la comunicación no ha sido posible.

¿Seguridad o control?

Como si fuera un ejercicio simétrico a la llegada hace una semana, paso el control policial para que mi pasaporte quede registrado en el sistema informático del Ministerio del Interior del Reino de Marruecos y en su página 30 pongan el sello de salida.

Será la última vez que vea presencia policial o militar en este viaje, un continuo que me ha acompañado desde el primer día y que parece ser la cotidianeidad del país. En controles de carreteras, en estaciones de autobús y tren, repartidos aquí y allá por el paseo marítimo o el llamado mirador “de los perezosos” en Tánger, en la plaza Hassan II o en la medina de Tetuán y en la de Chefchaouen, en la parada de taxis en Assilah,… Creo no haber pasado por un sitio donde no haya visto hombres uniformados visiblemente colocados.

¿Serán ellos el motivo de la sensación de seguridad que hay en el ambiente? ¿O me equivoco y realmente debo interpretarla como sensación de control? ¿Tendrá algo que ver con los acontecimientos de la llamada primavera árabe en el país en febrero de 2011 o con atentados como el de Marrakech en abril de 2011? ¿O sencillamente ha sido siempre así? Si comparo con mi viaje anterior hace tres años, mi sensación es que la presencia policial y militar en las calles era entonces, igual que ahora.

Comerciantes como Mahoma

Cuando cae la noche das por hecho que las calles se van a vaciar porque ha llegado el momento de hacer vida en casa. Sin embargo, lo que he vivido estos días ha sido todo lo contrario, al desaparecer el sol las aceras se abarrotaban de gente, de familias y grupos de mujeres y hombres jóvenes que parecen estar haciendo vida social.

Mujeres mayores ves pocas, y hombres de mediana edad y mayores ves muchos, pero casi todos ellos sentados en las terrazas de los cafés y salones de té de nombres exóticos como “Salón de Thé Grand Paris” y “Café Saigon” que recuerdan la huella del protectorado francés cuando el referente de modernismo era la antigua metrópoli y sus colonias africanas y asiáticas.

Y junto a aceras repletas de paseantes y terrazas llenas de hombres que miran a aquellos o debaten entre ellos, un comercio que se coloca por todas partes. No sólo se vende en la medina y en los locales comerciales convencionales de las zonas modernas, allí donde hay un hueco en el adoquinado surge una mesa o una manta en el suelo sobre el que se colocan toda clase de artículos a la venta.

–           “Lo que pasó en febrero de 2011 ha hecho que levanten la mano en algunas cosas, hasta entonces, por ejemplo, el tema del comercio se desarrollaba exclusivamente dentro de la medina. Los puestos ambulantes que has visto en la plaza de Hassan II o repartidos por las calles del ensanche antes no estaban”, me decía una española en Tetuán.

–          “Pero si aquí los sueldos son más bajos, ¿quién compra todo esto? ¿de verdad tanta gente puede vivir del comercio?”, preguntaba yo intentando saber dónde estaba el equilibrio oferta-demanda en aquel espectáculo de calles abarrotadas de mercancía exhibida y cantidades ingentes de peatones y potenciales clientes que hasta dificultaban el paso de vehículos.

–          “No sé decirte si se puede vivir o no de ello, pero la realidad es que ahí están un día tras otro desde primera hora hasta bien entrada la noche. El profeta Mahoma era comerciante y supongo que eso es lo que hace que tanta gente elija esta actividad en esta cultura”, y llegada a esta conclusión que sigue pululando en mi cabeza como explicación al porqué del asunto dejamos el tema de conversación.

Surgió la mención a Mahoma con la misma cotidianeidad con que se vive el islam en la vida pública de los países árabes. Esta ahí, es permeable, transversal a todo. De hecho, el estado marroquí tiene en su estructura un ministerio de asuntos religiosos, el Habus. Andas por la ciudad y oyes las llamadas a la oración, paseando por cualquier rincón de la ciudad encontrarás una mezquita en la que hombres y mujeres entrarán por puertas diferentes ya que en su interior sus espacios están completamente separados.

Excepto a determinadas horas del día en la suntuosa mezquita de Hassan II en Casablanca, ningún no musulmán puede entrar a una mezquita en Marruecos. La medida comenzó durante el protectorado francés para que los musulmanes sintieran respetadas sus creencias e identidad y evitar conflictos con la comunidad expatriada, y tras la declaración de independencia se siguió manteniendo la prohibición.

La familia

Ya estoy en la zona de embarque del aeropuerto. Mi entretenimiento aquí es siempre el mismo, ¿a qué otras ciudades habrá vuelos desde aquí? ¿Y cómo será la gente que va a esos destinos? En las próximas horas veo que aparte de a Madrid, hay programados vuelos a Casablanca, París, Lisboa y Bruselas.

Veo personas con look occidental y otros tradicional, una diferencia visualmente mucho más evidente en las mujeres, los colores vivo de sus chilabas, el pañuelo en la cabeza, el hiyab. Entre los que parecen nacionales apenas se ven pasajeros individuales, abundan las familias, y en ellas queda claro como cuando lo ves en cualquier ciudad que hay un cabeza de familia, él, y una encargada, ella, de estar al tanto de los varios hijos que tienen.

Sabores

El vuelo es a las 13:00, mala hora, me veré obligado a tener que pedir algo de la comida de pago del avión. Nada que ver con los zumos naturales de naranja exprimidos en el momento en puestos callejeros que he tomado estos días, el pescado fresco en las terrazas del paseo marítimos de Tánger, el sabroso couscous con pollo que tomé frente a la kasbah de Chefchaouen y en el Restinga de Tetuán o el tajin de verduras en Assilah. Me llevo en el sentido del gusto las distintas clases de preparación de aceitunas que puedo haber probado y descubrimientos como la harira, la tradicional sopa marroquí elaborada a base de carne, tomate y legumbres.

Cenar en el “Populaire Saveur de Poisson” la última noche fue toda una experiencia. Un pequeño local con capacidad para unas 25 personas cerca de la entrada de la medina de Tánger. Llegas y te sientan donde haya hueco junto a otros clientes en sus mesas corridas. No hay carta, menú único servido en fuentes de barro: sopa de pescado, un revuelto a la plancha de sepia, mero y distintos mariscos, a continuación un lenguado a la plancha y marrajo a la brasa. Todo ello acompañado de un rico zumo de frutas que combina frambuesas, pera y frutos secos. Éxtasis para la boca. Y como cierre de postre dos combinaciones de miel, una con copos de avena y frutos secos y otra fresas y granada.

Tres años después

Asiento 17A, he tenido suerte, salida de emergencia, así podré ir un poco más cómodo con las piernas estiradas. Miro el sello de salida en el pasaporte, mismas fecha tres años después que mi anterior viaje a Marruecos, del 26 de diciembre al 2 de enero. Entonces entre 2010 y 2011 en el que fue mi último viaje como guía acompañante de grupos en viajes organizados.

La ruta de aquel tour fue Marrakech-Ourzazate-Erfoud-Fez-Casablanca-Marrakech. La plaza Djemaa el Fna de Marrakech me pareció un auténtico espectáculo en vivo, quedé impresionado al conocer que la medina de Fez la forman más de 9.000 calles en las que viven 300.000 personas, me encantaron los amaneceres en Erfoud a las puertas del desierto, así como cruzar por dos veces el macizo del Atlas y descubrir que en sus zonas altas tiene nieves perpetuas,… Entonces me llevé la impresión que esta es una buena época del año para visitar Marruecos, viniendo del invierno de Madrid, la luz y las temperaturas de hasta 20º en el momento central del día resultan muy agradables.

Después de lo conocido estos días sobre el protectorado español y francés, me quedo con ganas de conocer Casablanca y Rabat, las ciudades en las que está el centro político y económico del país que surgió en 1956. Y si vuelvo a Tánger intentar recorrerla siguiendo las huellas de Delacroix y Matisse, qué vivieron y conocieron, qué sintieron, qué les impactó en esta ciudad y en las demás que visitaron en el país, qué hay detrás de las pinturas que aquí crearon. Me queda como pendiente la experiencia de ir a un barbero local, de repetir la visita a un hamman,…

«Buenas tardes señores pasajeros. El comandante y todos nosotros les damos las gracias por elegir este vuelo con destino Madrid. La duración del vuelo será de aproximadamente una hora.” Ahora sí que sí, con el aviso de megafonía de la sobrecargo puedo decir que la experiencia de este viaje ha llegado a su fin.

1978-1984: y el arte español volvió a la primera línea

Después de la oficialidad conservadora que había imperado en España durante cuatro décadas, el escenario social y cultural de mediados de la década de 1970 estaba sediento por experimentar nuevas propuestas y no limitarse a leerlas en revistas o libros que llegaban desde el extranjero por cauces no oficiales. Los artistas tenían una responsabilidad que ejercer, no podían defraudar las expectativas de la sociedad que les demandaba un liderazgo creativo. El momento del arte y cultural coincidía con el político y el social, ¿qué hacer?

En el contexto artístico de la evolución de la historia del arte, ¿qué camino de libertad creativa quedaba por recorrer después de las vanguardias? ¿Se había acabado ya la modernidad? ¿Dónde se habían quedado el academicismo y la tradición?

Esas interrogantes, junto con la necesidad personal y social de libertad de expresión, debían ser algunas de las que se planteaban nuestros artistas en aquellos momentos tan inciertos, y a la par tan ilusionantes por su potencial creativo, de nuestra historia reciente.

Algunas de las respuestas son las obras que forman la exposición temporal “Idea: Pintura Fuerza. En el gozne de los años 70 y 80” que el Museo Reina Sofía ha organizado en su sede del Palacio de Velázquez en el Parque del Retiro de Madrid (desde el pasado 6 de noviembre y hasta el próximo 18 de mayo de 2014).

Alfonso Albacete, Miguel Angel Campano, Ferrán García Sevilla, Juan Navarro Baldeweg y Manolo Quejido son los autores que condensan la esencia de aquel momento. El paso del tiempo ha demostrado que ellos fueron algunos de los que supieron dar con las claves para seguir haciendo evolucionar el arte en nuestro país. Lo situaron en un presente con origen en un pasado tanto clásico y de aplauso unánime como reciente y desconocido por haberle sido negada hasta entonces su presencia en los espacios públicos de expresión, diálogo y comunicación por el control estatal de los mismos.

¿Qué se planteaban estos cinco artistas? ¿Qué necesitaban transmitir? ¿A qué le dieron voz?

Alfonso Albacete (1950)

La luz lo llena todo, define líneas que crean forman y separan colores, llena de vida la escena. Pero va a más allá de maestros como Velázquez o Poussin, la luz no es el medio para crear una escenografía, sino la muestra de que el presente es único y dinámico, se puede fijar visualmente, pero no perpetuar vivencialmente.

Madrid-20131208-01618

Miguel Angel Campano (1948)

En sus lienzos, lo conceptual y único se hace visual y conjunto de elementos. Al igual que Jasper Johns y Robert Motherwell, nos permite descifrar las jerarquías y relaciones que se dan entre todos ellos dándonos la oportunidad de introducirnos en una realidad inexpugnable hasta entonces.

Madrid-20131208-01619

Ferrán García Sevilla (1949)

Da voz formal al informal mundo interior en línea similar a la de De Kooning. Conduce a la visceralidad humana, al debate  y la reflexión interna, hacia la expresividad pictórica. Abre y desnuda al individuo ante la colectividad, surgen los interrogantes que deja en manos del espectador.

Madrid-20131208-01622

Juan Navarro Baldeweg (1939)

Explosión de color y expresividad en un fluir de energía que tiene algo de espiritual. El diálogo de formas y líneas crea sensaciones rítmicas dinámicas, una atmósfera que atrapa al espectador y le traslada no a historias, sino a sensaciones de equilibrio y enriquecimiento sensorial.

Madrid-20131208-01629

Manolo Quejido (1946)

Colores vivos, luz cálida y figuras que nos recuerdan a Matisse y a Cezanne reformulando los cánones clásicos. La belleza ya no es sólo una dádiva ajena de aquellos agraciados con el don de la eficiencia técnica, es también un diálogo,  una vivencia que experimentar y por la que dejarse invadir y seducir.

IMG-20131208-01623

Site de “Idea: Pintura Fuerza. En el gozne de los años 70 y 80” en la web del Museo Reina Sofía.