Clásicos reinterpretados. Cuarta pared destruida. Monólogos soberbios, adaptaciones de novelas excelentes y musicales divertidos e irreverentes. Ficciones, verdad y suposición. Producciones originales y adaptaciones, estrenos y producciones que perduran.
«Electra» (Teatro de la Abadía). Fernanda Orazi propone un juego en el que lo que se expone es tan importante y protagonista como la manera en que lo hace. Un montaje que nos ofrece narración, ensueño y dialéctica. Aúna lo que ocurrió, la vivencia interior y la agitación de lo etéreo que transitan aquellos que se ven superados por lo que les ha tocado vivir y digerir, gestionar y superar.
«Italianeses» (Teatro del Barrio). Italiano en Albania y albanés en Italia. Un episodio de la historia reciente desconocido para muchos que demuestra el dolor de las fronteras, el artificio de las identidades nacionales y el poder de los sistemas ideológicos que moldean la geopolítica. De la niñez a la adultez y vuelta recordando los cimientos emocionales, interrogando los vínculos familiares y buscando la manera de convivir en el mundo presente.
«(If) La ligereza» (Cuarta Pared). Todo en ella es ligereza, pero no como sinónimo de simpleza, sencillez, diafanidad o liviandad. Es ligera porque fluye, no se ancla, te lleva, te trae… Cuanto ocurre, se dice y representa sobre el escenario va generando un poso, un cúmulo de capas en lo que lo importante no es solo la narración expresada y la emocionalidad transmitida, sino lo que queda de ello.
«La fruta más sabrosa» (Teatro Español). Destilado de varietés francesa, casticismos y guiños propios del cuplé patrio, unos toques de cabaret improvisado y el recuerdo explícito de Sara Montiel y Lina Morgan. Música y voz en directo. Comedia ágil que, sirviéndose de los tópicos y desmontando los prejuicios asociados, hace sonreír y reír, disfrutar y gozar. Fluidez en el escenario y complicidad con un público complacido.
«Harakiri» (Centro Dramático Nacional). Corpus de presencia y movimiento que recrea, proyecta y transmite cómo puede ser la vivencia y la toma de conciencia del maremágnum interior que supone plantearse precipitar el final. Puesta en escena que aúna acierto conceptual, belleza estética y precisión narrativa.
«Cucaracha con paisaje de fondo» (Teatro Quique San Francisco). Sátira sobre la capacidad de la ciencia, el deseo de la maternidad y los subterfugios del capitalismo emocional. En verso y con mucho absurdo, con ecos del clasicismo helénico, García Lorca y Margaret Atwood, este balneario resulta ser un camarote de los hermanos Marx para gloria de sus intérpretes y divertimento de sus espectadores.
«Prima facie» (Teatros del Canal). De conseguir liberar a depredadores sexuales a ser víctima de uno de ellos. De retorcer el lenguaje normativo a tener que encontrar la manera de defenderse de él. Un texto bien planteado que juega con diferentes registros para conseguir su propósito. Una actriz que además de desplegar su monólogo, lo complementa con un soberbio ejercicio interpretativo sobre la conducta humana.
«La tuerta» (Teatro Fernán Gómez). De la estética del barroco a la libre fluidez del hoy con un texto que propone y juega y una actriz que despliega y extiende sus habilidades interpretativas hasta donde ella y su director desean. La recompensa es la sonrisa y el aplauso de un público que se deja llevar en un viaje en el que es más importante el tránsito que el destino.
«La madre de Frankenstein» (Centro Dramático Nacional). Almudena Grandes se sentiría orgullosa viendo el espectáculo teatral, la excelencia dramatúrgica y el recital narrativo y performativo del elenco de este montaje. Su novela convertida en una historia viva que, como su escritura, nos traslada a la España de los años 50 del siglo pasado, al tiempo que señala cómo las fuerzas de aquella guerra silente han llegado hasta hoy.
«The Book of Mormon» (Teatro Calderón). Desvergonzada e irreverente, provocadora y desprejuiciada, además de divertida, sagaz, ácida y corrosiva. Cero corrección política y ninguna consideración con la posible hipersensibilidad de su público. El fin y el logro de su libreto es el desenfreno sin límites. Súmese a ello melodías pegadizas, tonalidades rítmicas y un despliegue escenográfico, coreográfico e interpretativo merecedor de la ovación y los aplausos con que acaba la función.