Un retrato claro y crítico de la burguesía rusa de principios del siglo XX a través de un reducido círculo de personajes en una localización incierta. Un costumbrismo que alberga el drama de la insatisfacción y la incapacidad de disfrutar de los que tienen oportunidades y medios para llevarlas a cabo. Coordenadas en las que la falta de voluntad para encontrarle sentido al momento presente se esconde en la utopía de la felicidad futura.

Cuatro hermanos ya sin padres. La novia del chico, el marido de una de las tres del título, una de las personas de servicio de la residencia familiar, un médico y una serie de militares de distinto rango de la brigada establecida en la ciudad sin nombre en la que residen. Personas con una vida social y dedicaciones laborales sujetas a rutinas que conducen a la monotonía y de ahí al aburrimiento y al hartazgo en un lugar sin mayor aliciente que el entorno natural que les rodea.
La motivación a la que se agarran las protagonistas de esta obra estrenada en 1901 es volver a Moscú, la urbe en la que nacieron y se criaron hasta que, hace ya once años y por exigencias del ascenso a brigada de su progenitor, llegaron a este emplazamiento del que solo piensan en marchar. Mientras esperan a que se den las circunstancias que lo permitan -a priori, el trabajo de su hermano-, viven su día a día relacionándose con lo más granado de la escasa sociedad local, en su mayor parte hombres que exhiben galones, ejercen profesiones como la medicina y ostentan títulos nobiliarios.
Supuestos caballeros que se relacionan con ellas a través del halago, el cortejo y la propuesta de promesas que, en ocasiones, conducen al compromiso. Y que entre ellos debaten y filosofan sobre lo etéreo y lo mundano, el sentido del trabajo, el encuentro de la felicidad y la plenipotencia del amor, pero sin llegar a ninguna parte, más por placer retórico que por buscar un punto de encuentro. Entre medias, el paso del tiempo -jugando entre acto y acto con el efecto simbólico de las estaciones – y su efecto desmoralizante sobre Olga, Masha e Irina. Moscú sigue a una distancia insalvable. La primera trabaja hasta la extenuación en la escuela local, primero como maestra y después como directora. La segunda, infelizmente casada con un colega de su hermana, pero dejándose querer por quien ahora tiene la máxima responsabilidad militar. Y la última, la más joven, la más ilusa y soñadora, que ni busca ni sabe ni siente lo que es el amor.
La capacidad como retratista y analista de Chéjov logra que, a pesar de la aparente simpleza de todos estos dramas individuales, queden entrelazados y supeditados a las exigencias de costumbrismo, cotidianidad y formalidad. En una sociedad que critica por su conformismo e inmovilismo (si el Imperio no está luchando no sabe hacia dónde orientar sus esfuerzos y voluntades) y su clasismo (el materialismo como lacra para la empatía y la convivencia), así como por sus vicios (la corrupción política, el alcohol, el juego) y no saber adaptar sus anhelos vitales a la realidad (noviazgos que se derrumban cuando se convierten en marido y mujer y se convierten en parejas que funcionan por separado).
Las tres hermanas, Anton Chéjov, 1901, Alianza Editorial.
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