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“La noche del 12”, la mejor película francesa de 2022

Galardonada con 6 premios César hace dos días, este thriller combina con precisión la racionalidad y el procedimiento de toda investigación policial con los elementos emocionales y etéreos, imposibles de concretar en palabras que la rodean. Un austero y sostenido atestado en torno a la violencia de género con trazas sobre la masculinidad tóxica, el sentido del deber de los profesionales públicos y la carencia de medios de las instituciones en las que trabajan.

Una cuarta parte de las investigaciones que la policía francesa inicia tras un asesinato quedan sin resolver. No se consigue saber quién lo hizo y porqué, dejando en suspenso una memoria que reparar y un compromiso que cumplir. Tanto los allegados de las víctimas como los agentes que le dedicaron tiempo y esfuerzo a intentar saber qué ocurrió no logran cerrar una herida que se convierte en parte de ellos. Les sigue y les persigue. Les condiciona y les lastra. La noche del 12 no narra un caso concreto, sino que supone uno que se inspira en todos esos. Una joven es quemada viva, las opiniones y comentarios en torno a ella son contradictorios y la realidad es que no hay pista alguna que aclare cuál fue la motivación ni señale a un sospechoso.

Dominik Moll inicia la proyección mostrando ese cruel asesinato con la misma sobriedad con que sería descrito en una sentencia judicial. No hay detalle alguno que nos permita contar con más información que la que irán buscando, descubriendo y valorando los policías encargados de dar con quien quizás actuó por celos o venganza, con quien pudiera ser un psicópata o alguien a quien el asunto se le fue de las manos. En esa intrigante búsqueda de hechos y pruebas, de visitas e interrogatorios, surgen comentarios que revelan una prejuiciosa visión del mundo y de las relaciones sexoafectivas entre hombres y mujeres. Una imagen que surge sin que el guión ni la dirección la fuercen, con la misma y escandalosa naturalidad con que sucede en nuestra vida diaria. Se pregunta, se da por hecho, qué pudo hacer ella para provocar lo que le aconteció.  

Una vez que llegamos a esa aplastante verdad, nos damos cuenta de que La noche del 12 nos refleja, nos muestra cómo somos sin necesidad de alegatos ni arengas. Un mundo en el que los hombres suponen cómo actúan las mujeres, convirtiendo sus hipótesis en conclusiones teñidas de su pobreza y dificultad, su limitación y elusión emocional. Junto a esto, y también sin generar dramatismos artificiales, revela la traición que supone para el fin de las instituciones públicas -como los cuerpos y fuerzas de seguridad y el poder judicial- no contar con los recursos humanos, técnicos y económicos necesarios para realizar su trabajo. Una crítica certera, y una denuncia eficaz, por la manera en que está planteada, por la parquedad con que plasma sus consecuencias.  

Además de mejor película y director, La noche del 12 se llevó el pasado viernes los premios César a mejor guión adaptado, actor revelación y secundario, además del de sonido. Es de agradecer que los académicos franceses hayan galardonado una cinta cuyo máximo y muy conseguido objetivo es el de la credibilidad y la verosimilitud. Sorprende que en España no pasara por las salas, supongo que por falta de distribuidor que confiara en sus posibilidades comerciales, y se estrenara directamente en Filmin, donde podemos verla y disfrutarla.

Apuntes y claves sobre “Intimidad”

Ocho capítulos de Netflix que se inician con la distribución en redes sociales de la grabación de una política manteniendo relaciones sexuales y con el suicidio de una joven que no soportó que sus compañeros de trabajo se mofaran de ella tras recibir un vídeo y fotografías suyas en situación similar. Una producción audiovisual que nos hace reflexionar sobre el ciberacoso y la sextorsión, al tiempo que evidencia algunas cuestiones sobre nuestra diversidad social y cultural.

No son solo imágenes. Es un atentado contra la dignidad y el honor de la persona filmada, una sacudida contra su salud física y mental de efectos hondos y de largo alcance, así como contra la de sus familiares y amigos. Pero también contra la comunidad de la que la persona violentada forma parte, abocada al comportamiento primario y visceral, jaleada a cosificar y despreciar, a moralizar y ajusticiar de manera caníbal. Intimidad muestra cómo es ese proceso de principio a fin en dos direcciones.

Una de sus tramas comienza con la última consecuencia, el suicidio de la afectada, una trabajadora de una fábrica que asistió durante semanas al escarnio, la mofa y la burla de sus colegas y a la desidia, inacción y culpabilización de la dirección. La otra eclosiona con la explosión de lo que su protagonista, teniente de alcalde de Bilbao, no se había imaginado nunca, verse en pantalla grande en un momento que suponía había sido exclusivo de ella y de con quien lo había compartido. Lógicamente, ella es la culpable por haber hecho lo que hizo y ahora se merece ser insultada, señalada y vilipendiada hasta por los suyos.

Ficción en ambos casos, pero anclada en casos reales de características similares que, igual que ocuparon espacio y tiempo en los medios de comunicación, resultaron después banalizados y olvidados. Cierres inconclusos que acaban transmitiendo la sensación de que da igual, de que aquello no tuvo la respuesta judicial, social e institucional acorde al daño causado. Insuficiencia que los convierte en precedentes peligrosos.

Las muchas formas de la violencia de género. Una y otra situación tienen como objetivo humillar, mancillar y controlar a la mujer señalada. Ya sea por parte de alguien del pasado que no aceptó que continuara su vida al margen de él, ya sea por oscuros intereses que ven en peligro el alcance de su control sobre la política y la economía de la región en la que viven. Situaciones reales, posibles y conocidas por todos. Ya sea porque las hemos vivido en carne propia o cerca de nosotros. Ya sea porque hemos conocido escándalos, sentencias y penas de cárcel en los casos en que se ha descubierto y juzgado a los responsables.

Se señala, apunta y dispara a quien se considera inferior. Creencia basada única y exclusivamente en su condición de mujer, en la absurda convicción de que la masculinidad, la fuerza y la rotundidad, asociadas a esta, son la máxima que ha de imperar en las relaciones, las negociaciones y el gobierno de lo público y lo privado. Tras ello, un déficit endémico de nuestro sistema educativo, una insuficiencia del judicial y una falta de voluntad de buena parte de lo más representativo de nuestra sociedad por ponerle fin al sinsentido, el absurdo y a la injusticia que supone ir en contra de un derecho humano como es el de la igualdad de todas las personas.

La visibilización de la diversidad. Los guiones escritos por Laura Sarmiento y Verónica Fernández dejan patentes otras cuestiones de manera natural y espontánea. No ponen el foco sobre ellas, lo que hace que su tratamiento sea el comportamiento aspiracional que debiéramos tener como objetivo colectivo. No extrañarnos ante convivencias matrimoniales en las que lo individual en todas sus facetas, incluyendo la sexual, tiene tanto o más terreno que lo común. El respeto que merecen las personas LGTB y la mano tendida que merecen todas aquellas que muestran cicatrices producto de un pasado que las lastra. Asunto que tiene mucho que ver con lo anímico y lo psicológico, con la estabilidad emocional, terreno en el que está bien pedir ayuda y apoyarse en profesionales de la materia, como dejan patente en determinadas secuencias.    

Súmese a esto la ausencia de clichés con que están construidos, mostrados y desarrollados tanto los personajes femeninos como los masculinos. Como toda ficción, la serie se toma sus licencias a la hora de plantear lugares y situaciones, comportamientos y respuestas, pero de lo que no se puede acusar a Intimidad es de que las emociones, sensaciones y expresiones de sus hombres y mujeres no sean veraces y creíbles, de que se base en tópicos y simplificaciones que convierten a los personajes en elementos necesarios para su desarrollo argumental. Valga como ejemplo el soberbio trabajo interpretativo de Itziar Ituño, Patricia López Arnaiz y Ana Wagener, entre otras, de un muy acertado casting.  

La riqueza cultural de Bilbao. No es la primera vez que la villa fundada en 1300 es el escenario que acoge una historia concebida para la pantalla. Pero la transformación urbana, medioambiental y estética que ha vivido en los últimos veinticinco años la han convertido en una ciudad agradable de ver, interesante de conocer y sugerente para vivir. Impresión personal en línea con lo que transmiten los exteriores de esta serie rodados en muchas de sus calles, plazas y puentes, así como en los interiores del Ayuntamiento. Arquitectura ecléctica muy bien conjugada con la modernidad del Guggenheim, la transparencia de la torre Iberdrola o el vanguardismo del Centro Azukna, situado en la antigua Alhóndiga.

De paso, el euskera suena una y otra vez, resaltando el bilingüismo natural que practican muchos de sus habitantes y que tan bien nos viene escuchar a los demás para abrir nuestra mente a otras posibilidades y maneras de ser y estar en el mundo. Más aún los que somos de la capital del Estado para darnos cuenta de que ni somos el centro, ni todo gira en torno a nosotros y al kilómetro cero. De paso, Netflix, a través de Txintxua Film, productora que ha trabajado sobre el terreno, se pone al día y cumple el canon que en esta materia le exige la Ley General de Comunicación Audiovisual aprobada el pasado 26 de mayo.