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“Un tal González” de Sergio del Molino

Más un acercamiento y una reflexión que un ensayo y un análisis. Una mirada que descifra las luces y las sombras, descubre las fortalezas y las debilidades y señala los logros y las derrotas de su protagonista, a la par que expone cómo se constituyeron y consolidaron los fundamentos de nuestro actual modelo de sociedad y de país. Una escritura incisiva sobre el ayer con la que disfrutar de una lectura reflexiva desde el hoy.

En 2004 viajé a Barcelona para conocer el Fórum de las Culturas. Uno de los recuerdos más intensos que tengo de aquellos días es el de la tarde que acabé escuchando a Felipe González. Se me ha olvidado el tema sobre el que versaba aquel encuentro, debate o conferencia, pero no la honda impresión que me produjo escuchar y ver a alguien que, además de saber sobre qué estaba hablando, lo transmitía con absoluta claridad. Resultaba tan convincente por la seguridad y tranquilidad de su expresión como por la argumentación y fundamentación de sus afirmaciones. Había experimentado en mis propias carnes lo que muchos otros españoles habían comprobado desde que este sevillano, abogado laboralista e hijo de un vaquero cántabro, se lanzó a la política a finales de la década de los 60.

Como para muchos de los que nacimos en los agitados 70, Felipe González ha sido una presencia continua en mi imaginario político. Primero, y cuando aun no era ni consciente de semejante concepto, como tema de conversación de mis mayores y de lo que veía en televisión y leía en portadas de periódicos. Posteriormente, como mención obligada a la hora de repasar la evolución y el estado actual de nuestra democracia, asunto al que me acerco continuamente con curiosidad por saber, deseo de comprender cómo y por qué y necesidad de vislumbrar qué futuro se puede construir a partir de ahí. Experiencia que parece afín a la que transmite Sergio del Molino y quizás por la que he conectado tan bien con su propuesta narrativa.

Una sucesión de fechas significativas de las que se sirve para aunar el contexto, el pensamiento de su personaje y los elementos que estaban en juego para relatarnos dónde estaba nuestro país -dictadura, transición y consolidación democrática-, el papel que Felipe desempeñó como político y como gobernante, como ideólogo y presidente del Gobierno desde 1982 hasta 1996, y las consecuencias prácticas que aquello tuvo y tiene en nuestro presente.

Sin necesidad de aclarar las fronteras entre lo documentado, lo escuchado y lo intuido, el también autor de La España vacía (2016) acierta al relatar cada día escogido con un estilo a caballo entre el reportaje periodístico y la crónica literaria. Aúna al rigor que ofrecen los datos, la dramaturgia con que expone -incluida la vivencia de encuentros propios, circunstanciales y premeditados, con su retratado- la individualidad de las emociones personales y lo colectivo de las atmósferas compartidas en cada situación.

Una aproximación cuyo valor está en el acierto del conjunto que conforman la cronología, las temáticas, los lugares y los personajes de las jornadas seleccionadas. Una edición que aúna lo nacional y lo internacional, lo económico y lo social, lo banal y lo trascendente, lo nimio y por ello representativo y lo grandilocuente y por eso olvidado en los anales. Un cuadro con el que tener una imagen quizás no perfecta y completa, pero sí cercana de su protagonista, de sus decisiones y acciones, de su influencia y papel en el devenir de aquello en lo que España se convirtió y sigue siendo y, por tanto, de lo que somos todos y cada uno de nosotros.

Un tal González, Sergio del Molino, 2022, Editorial Alfaguara.

“Modelo 77”: rabia, miedo y esperanza

Política, activismo y denuncia social en la España que transitó desde el fascismo hacia la democracia. Un guion bien trazado que recoge la injusticia que sufrieron muchos presos comunes por parte de un sistema en el que el abuso, la violación y la represión eran la norma. Una narración tensa, dura en algunos momentos, fundamentada en la sólida presencia de Miguel Herrán y los matices de la mirada de Javier Gutiérrez.

El cine bien escrito, rodado y editado es un medio perfecto para conocer nuestra historia. Han pasado cuatro décadas y media de lo que relata Modelo 77, los que entonces eran jóvenes podrán repasar cómo tuvieron conocimiento de lo que expone y cuánto se ajusta a la realidad de entonces. Los que lo somos ahora conocemos a través de ella un episodio muy concreto de eso que se aglutina bajo el término, y tabula rasa, de Transición. Componentes con los que Alberto Rodríguez vuelve al thriller que tan bien articuló en La isla mínima (2014) y El hombre de las mil caras (2016), aunando la intimidad y los silencios de la primera con las intrigas políticas y la corrupción del poder de la segunda.

La premisa que consigue mantener durante las dos horas de proyección es exponernos cómo era nuestro país en términos sociales y policiales a través de unos caracteres apenas esbozados. Prima lo colectivo, pero sin despersonalizar ni instrumentalizar a sus personajes. Aunque apenas nos da datos de ellos, nos permite conocerlos y entender los interrogantes que les asaltaban en un contexto en el que la norma era la inseguridad jurídica. Arrestados por sus ideas políticas o su orientación sexual, acusados de diversos delitos sin pruebas o en prisión preventiva por tiempo indefinido. Olvidados por el sistema que supuestamente estaba transformando España, al capricho de los agentes de la ley, anclados en los métodos fascistas que habían practicado durante cuarenta años, que les gobernaban en prisión y viviendo en un espacio decrépito bajo la continua posibilidad de un castigo físico y psicológico nunca justificado y siempre silenciado.   

A diferencia de cintas carcelarias como Celda 211, Modelo 77 no busca el espectáculo de la testosterona, la exacerbación del grupo o la coreografía de la violencia. No renuncia a la masculinidad, el dinamismo de los planos cargados de acción y la confrontación entre los métodos de lucha rudimentarios y usos más sofisticados de la fuerza por parte de agentes militares y policiales. En el perfecto equilibrio en que se mantiene la cinta durante todo su discurrir, el guion de Alberto Rodríguez no la justifica nunca, pero sí evidencia las causas que la motivaban y las consecuencias que les acarreaba el recurrir a ella a unos y a otros.

En el plano técnico, cabe destacar la muy cuidada fotografía de Alex Catalán que nos enclaustra en un espacio cerrado del que nunca salimos, y desde el que apenas avistamos el exterior, y un minucioso diseño de producción que nos hace sentir tanto la miseria de esos interiores como la estética general de los años setenta. Una impronta visual en la que Miguel Herrán aporta la rotundidez de su presencia física y las angulosidades de su mirada que, acompañada del vestuario y el peinado con el que es caracterizado, le dan un agradecido y sugerente toque quinqui. Junto a él, Javier Gutiérrez deja claro, una vez más, que su capacidad gestual y tonal es sobresaliente, lo que redunda en la credibilidad y tensión de esta buena película.  

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

"Un pueblo traicionado" de Paul Preston

Casi siglo y medio de historia de España siguiendo el hilo conductor de la corrupción, la incompetencia política y la división social causada por estas. Desde la Restauración borbónica de Alfonso XII hasta la llegada a la Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez pasando por monarcas y dictadores, guerras civiles y coloniales. Un relato de los excesos, tejemanejes y aprovechamientos de gobernantes de uno y otro signo ideológico a costa de la estabilidad, el progreso y el desarrollo tanto de su nación como de sus compatriotas.

Si echamos la vista atrás parece que no ha habido una etapa tranquila en la historia de nuestro país. Hemos tenido períodos con un balance positivo y hasta muy notable incluso, pero siempre con episodios, tramas y personajes de lo más oscuro en la balanza. Y no solo de acólitos al poder o aprovechados de las circunstancias, sino desde los mismos puestos de representación estatal y gubernamental.

Reyes, presidentes, ministros, diputados y empresarios que se han valido de las coyunturas de cada instante (monarquía borbónica, república y dictaduras) para lograr un usufructo personal de su relación con las distintas fuerzas sociales (políticas, militares, empresariales, financieras, eclesiásticas…) de cada momento. Primando siempre sus objetivos, obsesiones y propósitos sobre los intereses y las necesidades de aquellos a los que se supone gobernaban, representaban o servían, o debían, al menos, respetar.

Hay mucho de tópico en este tema, pero también una realidad que no se puede negar, y es que el último siglo y medio español ha sido de lo más convulso. Un tiempo que comenzó con el fin de la tercera y última guerra carlista y al que le siguieron décadas de conflicto entre las fuerzas del orden y los incipientes, y posteriormente consolidados, movimientos obreros de distinto signo (socialistas, comunistas, anarquistas), tanto en las ciudades que se industrializaban (Madrid, Barcelona, Bilbao, Oviedo…) como en aquellas bastas áreas interiores que seguían dedicadas a la explotación de la tierra (Extremadura, Castilla, Andalucía…). Al tiempo, perdíamos las colonias de Cuba y Filipinas en 1898, y más tarde llegarían los desastres de Marruecos en los que perdieron la vida miles de soldados.

Mientras tanto, la titularidad del Gobierno se basaba en la continua alternancia de liberales y conservadores, cada uno con su correspondiente camarilla de puestos de confianza y financiadores -industriales y terratenientes- a los que se les devolvía el favor con normas e impuestos que favorecían sus negocios, u obviando su no cumplimiento de lo establecido por la legalidad vigente. Eso sin dejar de lado la continua simbiosis entre el estamento político y el militar, tanto en la formación de equipos de gobierno y designación de representantes como en la toma de decisiones, desembocando en períodos como la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) o la deriva total en este sentido que supusieron la Guerra Civil y el franquismo posterior, décadas en las que la corrupción no fue la trastienda del sistema sino su primera y máxima regla.

Egoísmos, intervencionismo e incompetencias que acabaron con esperanzas como la de la II República, enturbiaron los sacrificios y logros de la llamada Transición y han lastrado, hasta ahora, la reputación, las posibilidades y las potencialidades de nuestra actual democracia parlamentaria. Así es como finaliza (por ahora, veremos lo que nos depara el futuro) este ensayo que comienza como un muy buen ejercicio de síntesis, deriva posteriormente en un alarde de conocimiento y ordenación de datos, y concluye como un completo compendio de titulares, sumarios judiciales y sentencias conocidas a través de los medios de comunicación en los últimos decenios.

Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: corrupción, incompetencia política y división social, Paul Preston, 2019, Editorial Debate.

«De puertas adentro» de Amalia Avia

La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura, narrados con un estilo que resulta análogo a la intimidad, cotidianidad y detalle que transmiten sus óleos. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en su modo de ganarse la vida y en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

Amalia nació en Santa Cruz de la Zarza, provincia de Toledo, en 1930. Falleció en Madrid 81 años después, en 2011. Fechas en las que vivió muy brevemente la II República, la guerra fratricida, el régimen de Franco, la transición y la consolidación democrática de España. Etapas que la dejaron marcada de distintas maneras, tal y como ella explica en estas memorias que más que un ensayo, son un recuerdo de todo lo vivido, dando por hecho de que en ello puede haber tanto de realidad como de reconstrucción de su memoria.

Sus páginas están divididas en dos grandes bloques. Una primera parte en la que elabora un sensible relato sobre cómo se vio transformada su vida con los trágicos acontecimientos de 1936. El asesinato de su padre por los defensores del régimen republicano trastocó el equilibrio de su familia e hizo que su madre se encerrara en su piso de Madrid con sus cinco hijos esperando a que acabara la contienda. La victoria del bando nacional, que recibieron con alegría, solo trajo consigo regresión y represión generando una sociedad oprimida, silenciosa y de formas ultra católicas bajo las que se crio en su pueblo natal.

Una época difícil que Avia narra transmitiendo con suma viveza las experiencias que tuvo a lo largo de este tiempo que comenzó siendo una niña educada en casa para posteriormente convertirse en una alumna interna en Madrid y ver cómo el transcurrir de los años la convertía en una joven alejada del casi único papel que la dictadura les permitía a las de su sexo, servir a los padres hasta hacerlo a un hombre que previamente se hubiera convertido en su esposo. Sin embargo, ella no siguió este guión y tras dejar definitivamente Santa Cruz, se convirtió en una mujer atípica para su tiempo, soltera, con coche y asistiendo a clases de dibujo en el Estudio Peña a la par que cuidaba de su madre.

Comenzó entonces a relacionarse con caballetes, lienzos y óleos, así como con otros compañeros dando inicio a una nueva vida en la que no solo sería feliz pintando, sino también sintiéndose plena a través de las amistades que fue haciendo (Antonio López, Julio López Hernández, Esperanza Parada,…), de la familia que formó junto al también pintor Lucio Muñoz y de los vínculos profesionales que adquirió con galerías como Biosca, Juana Mordó o Leandro Navarro.

Esta parte de De puertas adentro resulta ser menos literaria y más una crónica de episodios que van desde la década de los 50 hasta el final del siglo. Una colección de momentos y anécdotas en las que se combinan viajes (a Italia, Francia o Alemania), experiencias únicas como la residencia en Aránzazu mientras Lucio Muñoz realizaba el mural de su retablo, personas a las que conoció (Camilo José Cela, Felipe González,…) o el progresivo éxito que fueron teniendo sus exposiciones al tiempo que la sociedad española pasó de reivindicar sus necesidades a reconstruir la democracia y modernizar posteriormente el país.

De puertas adentro, Amalia Avia, 2004, Editorial Taurus.

“Cómo acabar con la contracultura” de Jordi Costa

El tiempo transcurrido nos ha hecho creer que la movida madrileña fue el culmen de lo contestatario, la eclosión de la libertad creativa y el punto de inflexión entre un pensamiento subversivo, espontáneo y anárquico y una práctica artística organizada y apoyada socialmente. Sin embargo, la realidad es que esta no fue más que el fin de algo que comenzó años antes y que aún está por ser estudiado, valorado y reivindicado como merece.  

No se trata de culpar a los nombres que han perdurado -como el de Pedro Almodóvar-, sino de verlos con perspectiva y tener en cuenta que el hecho de que sigan estando vigentes es, en buena medida, porque supieron adaptarse a las exigencias de las nuevas coordenadas políticas y sociales que se instauraron en nuestras fronteras, tras la Transición, para dar una imagen de modernidad como parte de lo que hoy denominamos “marca país”. Pero antes estuvieron otros que materializaron sus impulsos creativos y expresivos sin contar con estructuras administrativas ni redes profesionales, sin más recursos que los propios y aquellos que encontraban en su entorno más inmediato.

Cineastas, dibujantes, músicos, escritores… que fueron creando nuevos formatos y contenidos como resultado de la evolución que experimentaba el país –cuya génesis cabe datar en los acuerdos firmados con EE.UU. en 1953-, de las influencias y ejemplos extranjeros -el boom del turismo en los 60 tuvo algo que ver en ello- y los desarrollos tecnológicos que abarataron y facilitaron tareas como el hacer cine (cámaras Super 8). Tiempo en el que tuvieron que vérselas con la censura y las muchas y arbitrarias trabas legislativas, judiciales y policiales que el régimen les ponía en su camino en forma de distribución limitada o hasta secuestro de sus creaciones, además de la posibilidad de multas económicas e, incluso, penas de cárcel.

Pero aun salvando las dificultades, no todo era fácil. Siempre podía ocurrir que el régimen se apropiara de su creación -como hicieron con los pintores informalistas o fallidamente con la Viridiana de Buñuel en el Festival de Cannes de 1961- para transmitir al mundo exterior una irreal imagen de aperturismo. O que sus coetáneos en el páramo intelectual que era el territorio estatal les acusaran de colaboracionistas, calificando sus transgresiones y descontextualizaciones como atentados contra los cimientos espirituales (es decir, religiosos) e identitarios del país (como la historia de amor entre una abertxale y un guardia civil que pretendía rodar Eloy de la Iglesia).

Jordi Costa recuerda muchos de aquellos cómics, carteles, canciones, conciertos, películas y actuaciones; analiza qué había en ellos de novedad y de diferente, el efecto que causaban y las fuentes de las que bebían; y visibiliza influencias y relaciones que quizás hoy nos parezcan banales o kitsch, pero que en aquel contexto de páramo cultural tuvieron una importancia casi vital. El único pero que se le puede hacer a Una historia subterránea de España es que tratando sobre temas tan sensoriales (música, imágenes fijas y en movimiento) su expresión sea únicamente la palabra escrita, lo que hace que te pierdas buena parte de lo que cuenta si no conoces los referentes mencionados o el buscador de internet no te los muestra en paralelo.

Cómo acabar con la contracultura, Jordi Costa, 2018, Editorial Taurus.

«La herida perpetua» de Almudena Grandes

Selección de 167 columnas de las muchas que en los lunes de los últimos diez años su autora ha publicado en la contraportada de El país. Reflexiones, pensamientos y comentarios de una mujer “republicana, de izquierdas y anticlerical” sobre la actualidad política y social de nuestro país. Textos cortos, con mensajes claros, escritos con un lenguaje sencillo, que suenan casi como monólogos dramáticos, unas veces llenos de esperanza e ilusión, otras de ironía y sarcasmo.

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Aunque Almudena Grandes continua acudiendo a su cita de los lunes con los lectores de El país, La herida perpetua cubre el período que va desde enero de 2008 hasta junio de 2018. Desde aquel entonces en que se hablaba de una crisis financiera que el gobierno de Zapatero decidió ignorar hasta que Pedro Sánchez se convirtió en el primer presidente que llegaba al cargo mediante una moción de censura. Una vez a la semana y sin pelos en la lengua -con la única limitación del espacio asignado- Grandes escribe su columna de opinión sobre aquello que considera.

Muchos han sido los temas, los personajes y las situaciones que ha tratado, pero tal y como advierte en su introducción, un lector avezado -Juan Díaz Delgado, editor de este volumen- le hizo ver que sus textos formaban un conjunto que no solo exponía los males que nos afectan, sino también su visión de las causas endémicas tras ellos. Dejando claros sus principios y sus valores, pero sin caer en el dogma ni en el fanatismo, la autora de los Episodios de una guerra interminable no se queda en el campo de las ideas, las palabras o los discursos, sino que baja al terreno de lo real y lo tangible, lo demostrado y lo demostrable. Su argumentario se basa en el porcentaje de parados, en el índice de precios al consumo, en las inversiones en sanidad o en la ratio de alumnos por profesor.

Por eso critica a aquellos que se excusan en las vacuidades, los eufemismos y las huidas hacia delante para no solo no ofrecer soluciones, sino anclarse soberbiamente en los errores y pretender hacer de ellos la bandera que nos identifique, excluyendo como castigo a los que no se sometan. Se hace eco de lo que nos preocupa y nos hastía -la calidad de los servicios públicos, el bajo nivel del debate parlamentario, el uso partidista de la justicia, los derechos por consolidar, alcanzar o volver a defender- dirigiéndose tanto a uno y otro lado del espectro ideológico -Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Susana Díaz, Alfredo Pérez Rubalcaba o Artur Mas- como apelando a las buenas prácticas que serían deseables por parte de nuestras instituciones -los partidos políticos, las administraciones públicas, la Iglesia, los medios de comunicación- para crear, vivir y crecer en una sociedad abierta, diversa, respetuosa, tolerante, integradora, solidaria y equitativa.

Sueños y pesadillas que no son nuevos, que tal y como demuestran sus citas, referencias y asociaciones vienen de largo, o son cíclicas, o consecuencia de asuntos pasados no resueltos.  De una democracia con pudores, de una izquierda más pendiente de los flecos de sus teorías que de la práctica y de una derecha centrada eficazmente en los logros manteniéndose fiel a unos principios simples. De una transición que se empeñó en mirar únicamente hacia adelante, de cuatro décadas de dictadura cruel, de una guerra fratricida en la que venció el horror, la brutalidad y el salvajismo. De un tiempo anterior en que lo encarnizado primó sobre el diálogo, la imposición sobre lo negociado y la negación del otro sobre el entendimiento.

Pero aun así, la autora de Los besos en el pan -la novela publicada en 2015 que podría interpretarse como una ficción de la realidad de La herida perpetua– considera que hay espacio, tiempo, energía y ánimo para la esperanza, la voluntad y el el optimismo.  De que hay algo que a pesar de todo hace que sigamos funcionando como país y como sociedad. En nuestra mano está preservarlo y elevarlo para no dejar que nadie nos lo secuestre o arrebate nunca más y sacarle el máximo partido a eso que somos y formamos juntos por encima de los intereses políticos y económicos de unos pocos.

La herida perpetua, Almudena Grandes, 2019, Tusquets Editores.

«Vestidas de azul» de Valeria Vegas

A partir del documental con el mismo título que sobre seis mujeres transexuales Antonio Giménez-Rico dirigiera en 1983, Valeria nos cuenta cómo era percibida la transexualidad en España en los años de la transición. También, y valiéndose de sus protagonistas, relata las escasas posibilidades que este colectivo tenía de ganarse la vida y cómo esto afectaba tanto a su bienestar presente como a sus posibilidades de futuro.

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El término diversidad ha existido desde siempre en nuestro diccionario. Acompañado del adjetivo sexual solo recientemente en nuestra sociedad. Un concepto inimaginable hace cuarenta años cuando solo se consideraba la heterosexualidad normativa en la que el hombre era el sujeto activo y dominante y la mujer alguien sumisa y sin voz ni voto.

Una herencia de la imposición ultracatólica de la dictadura franquista que había tomado forma en leyes como la de peligrosidad social y rehabilitación social aprobada en 1970 (que sustituía a la anterior de vagos y maleantes vigente desde 1933) y que no se derogaría completamente hasta 1989. Cualquier expresión de la identidad y la orientación sexual considerada desordenada y anómala no solo no era respetada, sino que se perseguía, se penaba y condenaba legal y socialmente.

Pero a medida que se materializó la apertura que trajeron consigo la transición y la consolidación democrática en España, se fueron haciendo visibles otras maneras de vivir y manifestar la sexualidad. Aunque durante mucho tiempo solo se permitió en las coordenadas sórdidas de la prostitución y en las lúdicas de la diversión nocturna unida al morbo del desnudo integral de las mujeres transexuales no operadas. Una cosificación de su cuerpo y simplificación de su realidad que se convertía en caricatura con sorna y burla -ignorante unas veces, malintencionada otras- en la mayoría de los títulos que tanto en el cine como en la televisión comenzaron a dar cabida a personajes transexuales.

En todo momento, y con un relato bien estructurado y conciso en su redacción, Vegas expone de manera clara la compleja red de consecuencias que este tratamiento casi universal provocaba en estas personas. Eran ignoradas legal y judicialmente (hasta 2007 no fue posible que su DNI reflejara el género sexual que sienten como propio), lo que hacía imposible su acceso al mercado laboral y las convertía en un colectivo marginado y altamente vulnerable (proxenetismo, drogas,…). Los prejuicios en forma de rechazo familiar y social, hostigamiento policial y desinformación periodística (ligando la transexualidad a la homosexualidad y simplificándola bajo el término de travestismo, tal y como deja claro el buceo en la hemeroteca que ha realizado Valeria) fueron la tónica durante muchos años.

Pero en septiembre de 1983 se proyectó en el Festival de Cine de San Sebastián Vestidas de azul, un documental que por primera vez mostraba a diferentes mujeres transexuales tal y como eran, sin enjuiciarlas ni ridiculizarlas. Un logro resultado del planteamiento respetuoso de Antonio Giménez-Rico y su acierto a la hora de realizar el casting, de dirigir a las mujeres seleccionadas para que se manifestaran libre y espontáneamente, y de contar a través de cada una de ellas algunas de los muchos retos que se encontraban en su día a día.

Un punto de inflexión en unas vidas difíciles, que tal y como muestran las bien planteadas entrevistas con que se cierra este análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española siguieron siéndolo después, pero que iniciaron un camino hacia la normalización y la visibilidad en el que se ha avanzado mucho aunque aún quede otro tanto por conseguir.

Vestidas de azul, Valeria Vegas, 2019, Editorial Dos Bigotes.

“El mono del desencanto” de Teresa M. Vilarós

“Una crítica cultural de la transición española (1973-1993)” presenta una interesante tesis, que no corrobora la versión oficial que solemos escuchar, sobre ese período tan de continua actualidad a pesar del tiempo transcurrido. El pero a su propuesta es cuando entra a ejemplificar cómo se manifestó dicho planteamiento en la literatura, el arte, el cine, el cómic,… Entonces este ensayo es solo apto para aquellos que conozcan dichos referentes y estén dispuestos a sumergirse en el denso análisis que realiza de los títulos y autores elegidos.

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Tras una animada sobremesa con amigos nacidos también en la década de los 70 en la que hablamos sobre la imagen que nos han transmitido nuestros padres acerca de aquellos años y el diferente, pero a la par similar, recuerdo que cada uno de nosotros teníamos de los años 80, prolongamos la tarde con un actividad de lo más placentera, mirando títulos en una librería del centro de Madrid. Mi cabeza seguía dándole vueltas a la conversación que habíamos mantenido y la portada de este volumen pareció levantarse de la mesa de novedades en que estaba colocado cual promesa de respuesta a las ganas de saber que este tema siempre me ha despertado.

De aquellos barros, estos lodos. Esta podría ser una de las primeras y fáciles conclusiones que extraer de la lectura de este ensayo. ¿Realmente hizo nuestro país una transición? Y si fue así, ¿desde dónde y hacia dónde? Cambio hubo, pero ni tan evolutivo ni tan profundo como se nos ha contado. El paso del blanco al negro solo es real si se transitan todos los matices del gris, si por el contrario el péndulo va de un extremo a otro, el mecanismo de actuación es el de acción-reacción y no el de un camino con una meta u objetivos claros. Algo que podría quedar resumido en la síntesis que años después de la muerte del dictador se hizo de un artículo de Manuel Vázquez Montalbán, “contra Franco estábamos mejor”.

El asesinato de Carrero Blanco dejó claro que el régimen estaba llegando a su fin, la reacción de buena parte de la sociedad española fue tibia, nada aduladora con aquellos que llevaban gobernando España desde 1939, tras tres años de cruenta y fratricida Guerra Civil. Sin embargo, llegado el momento, los que defendían ideas de izquierda dejaron atrás sus planteamientos teóricos para adaptarse a la realidad de un mundo occidental plenamente capitalista y que comenzaba a dar sus primeros pasos hacia una globalización que hoy es ya una realidad. Por su parte, los que habían vivido cómodamente bajo el franquismo, sabían que no había otro camino más que la integración con Europa y que esto exigía hacer de España un país democrático.

Tras décadas soñando con la libertad, parece que no supimos muy bien qué hacer una vez que no teníamos ya al “enemigo” enfrente, aquel al que habíamos dedicado tantos pensamientos. El 20 de noviembre de 1975 dio pie a un vació al que decidimos no hacer frente y creímos que ignorándolo lo dejábamos atrás. Por un lado estuvo bien esa actitud abierta, naif, dispuesta a todo, sin límites ni pudores ni represiones, que dio resultados tan fantásticos como los de la movida madrileña.

Tiempos que se vivieron con autenticidad, sin mayor pretensión que la del carpe diem, sin pensar en un más allá que también guardaba un negarse a mirar atrás para desactivar la represión sexual, el absolutismo católico o el concepto imperialista de la identidad nacional grabado en el imaginario colectivo y en tantas identidades individuales. Muros contra los que tuvieron que luchar realidades que pedían ser escuchadas como la del empoderamiento de las mujeres, la diversidad de la orientación sexual o sentimientos políticos de toda clase que antes no solo se ignoraban, sino que se penaban y perseguían, con un uso desproporcionado de la fuerza incluso. Basta mirar a nuestro alrededor actual, a la realidad que reflejan los medios de comunicación para ver que aquel trabajo no hecho entonces nos persigue hoy en día.

Son muchos los ejemplos del cine, la literatura, el cómic o la escena que Teresa M. Vilarós analiza para mostrar cómo hubo quien propuso su novedad, quien luchó contra el pasado o quien se dedicó a reflejar los nuevos tiempos que estábamos viviendo. Pero aquí es donde El mono del desencanto deja de ser un texto apto para todos los públicos y con un enfoque crítico, pedagógico incluso, para convertirse en una sucesión de nombres (autores, títulos, referentes) que solo comprenderán los que los conozcan con la suficiente profundidad como para entender el análisis que la autora nos propone. Un discurso que peca de exceso en cuanto a su extensión y de una visión tan sumamente interpretativa que se hace etérea, ardua de leer, y que hace que este volumen merezca la etiqueta de solo apto para los muy entendidos.

“Las cosas como son” de Carlos Solchaga

El día a día de un hombre que comenzó su trayectoria como representante público durante la Transición para convertirse posteriormente en ministro (de Industria y Energía primero y de Economía y Hacienda después) durante uno de los períodos de mayor transformación de nuestro país y concluir su carrera política como portavoz del PSOE en el Congreso. Notas en las que de manera somera repasa las decisiones tomadas, valora las acciones por realizar, analiza la veracidad de lo publicado por la prensa, elogia a quien aprecia y critica sin piedad a aquellos de los que discrepa.

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Con la templanza, e incluso frialdad, que genera la distancia temporal, el hombre que dirigió la transformación industrial y económica que hizo que España pasara de ser un país con ecos aún autárquicos a una economía sólida y clave tanto en el panorama europeo como internacional, publicó meses atrás los apuntes personales que a modo de diario tomó mientras estuvo al  frente de distintas responsabilidades públicas en el ámbito estatal.

Tras haber sido Consejero de Comercio en el País Vasco, Solchaga llegó a la Carrera de San Jerónimo en 1980 como diputado por la provincia de Álava. Desde sus primeras anotaciones el 14 de abril de ese año queda claro que aquel fue un tiempo especialmente convulso, en la que la aún incipiente democracia estaba más centrada en su propia supervivencia que en crear reglas, estructuras y procedimientos que generaran progreso y desarrollo para todos los españoles. La desmembración del partido gobernante (UCD), el intento del golpe de estado del 23F y el salvajismo terrorista de ETA no lo pusieron nada fácil.

El punto de inflexión llegó el 28 de octubre de 1982 cuando el PSOE ganó las elecciones generales, algo que parecía imposible que ocurriera tan solo unos meses antes.  Comenzó entonces una etapa en la que Solchaga fue nombrado Ministro de Industria y Energía, cartera desde la que le tocó poner orden en un sobredimensionado, antiguo y nada tecnificado tejido productivo de escasa eficiencia y menores resultados aún. Una vez sentadas las bases de este proceso, y tras la marcha de Miguel Boyer, pasó a dirigir en 1985 el Ministerio de Economía y Hacienda, a cuyo frente siguió tanto hasta el final de esa legislatura como en las dos posteriores (1986-1989 y 1989-1993).

En sus nuevas responsabilidades, Solchaga se encargó de pilotar el proceso de entrada de España en la CEE y de adaptar nuestra pequeña y cerrada economía a los modos y maneras del entorno internacional al que aspirábamos.  Una tarea de gran responsabilidad en la que, según él, tuvo enfrente a los sindicatos (con hitos como el de la huelga general del 14 de diciembre de 1988 en que hasta RTVE suspendió sus emisiones), luchó con las interferencias del bando guerrista de su partido y fue objetivo de la desinformación intencionada y la opinión sesgada de muchos periodistas. Pero en la que también contó con el apoyo del Presidente del Gobierno, con equipos profesionales altamente cualificados y colaboradores comprometidos con los objetivos a conseguir.

Fueron ocho años en los que se reordenaron muchos sectores (eléctrico, transportes, financiero,…) que hasta entonces hasta entonces habían estado dominados por empresas públicas o con un alto grado de atomización, se construyeron grandes infraestructuras (autovías, AVE,…), se dio forma al Estado de Bienestar (subsidio de desempleo, pensiones, becas, sistema sanitario,…), se crearon organismos para atender a las exigencias de la nueva realidad (Consejo Económico y Social, Agencia Tributaria,…) y España comenzó a formar parte de las grandes organizaciones financieras a nivel internacional (FMI, Banco Mundial,…).

Llegado 1993, la honda crisis económica y financiera que el país arrastraba desde hacía ya muchos meses y el auge de los casos de corrupción –sobre todo entre sus compañeros de partido- le hizo pedir el relevo a Felipe González y tras las elecciones del 6 de junio de ese año pasó a ser portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, puesto que ejerció hasta su dimisión el 5 de mayo de 1994.

Más de una década de reflexiones y observaciones que, en buena medida, revelan cómo son las trastiendas del poder ejecutivo y legislativo y los intereses personales y partidistas que en ocasiones, incluso, se imponen en detrimento del beneficio común del conjunto de los ciudadanos. Una realidad pública alejada de los focos en la que estos Diarios de un político socialista (1980-1994) muestran a un Solchaga resistente a las presiones y con gran determinación en sus principios, que no esconde su desprecio ante las deslealtades de muchos compañeros socialistas, ni su enfado ante las posturas nada dialogantes de sus oponentes a la hora de negociar, y muy seguidor de la imagen que proyectan de él los medios de comunicación.