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“Almas en pena de Inisherin”

El día a día cien años atrás en una pequeña isla irlandesa, donde la vida es sencilla y cualquier cambio puede causar un terremoto personal y social. Paisajes sobrecogedores y una escenografía inmersiva. Personajes diáfanos perfectamente interpretados. Y una trama original y diferente centrada en las motivaciones, misterios y propósitos de la conducta humana.

Aristóteles señalaba que “el hombre es un ser social por naturaleza”. Esencia que Pádraic siente en peligro el día que Colm le retira su palabra. Quien hasta el 30 de marzo de 1923 había sido su mejor amigo, deja de hablarle y mirarle a la cara, se sienta alejado de él en el pub al que siempre iban juntos. La justificación es doble. Ya no le gusta, se aburre con él y quiere dedicar su tiempo, energía y atención a la música con el ánimo de perdurar el día que fallezca. La claridad y solidez de su decisión es semejante a la estupefacción e incredulidad de la reacción de su vecino. El día a día sigue transcurriendo con la misma monotonía, pero le es imposible sentir la paz, equilibrio y plenitud que hasta entonces le proporcionaba el entorno en el que vive.

Almas en pena de Inisherin es transparente en su sencillez. No plantea cuestiones existenciales, parte de marcos etnográficos ni su trama gira en torno a la observación psicológica o el análisis social. No hay más que lo que se ve. Y esa es su grandeza, transmitir plenitud sin necesidad de artificios técnicos o dobles lecturas argumentales. El individuo en comunión con el resto de la vida, con el fluir de las estaciones y su influjo en la tierra que habita y trabaja, así como con los animales que le acompañan. Una observación similar a la que Martin McDonagh ya realizara en Tres anuncios en las afueras (2017), destacando con la fotografía de Ben Davis la intimidad de sus interiores, el costumbrismo de su orografía y la epifanía de su luz, y con la banda sonora de Carter Burwel la autenticidad del pulso interior que late en todo ello.

La complejidad, tensión e intriga llega con cuanto tiene que ver con los códigos comunicativos y la razón de ser de los nexos entre las personas. El guión de McDonagh conjuga el realismo y la fantasía, lo establecido y lo espiritual, lo material y lo fantasmal referenciando como en la otra orilla transcurre una guerra, evidenciando el papel vertebrador de la religión y la autoridad, e incluyendo caracteres que remiten a lo ancestral. Y combinando y contrastando con todo ello, el muy peculiar conflicto, entre los personajes encarnados soberbiamente por Colin Farrel y Brendan Gleeson, con una evolución impredecible que sostiene muy eficazmente el desarrollo de la historia.

Dos universos emocionales genuinos en los que confluyen lo entrañable y lo reservado, lo obvio de lo público y compartido y lo inexpugnable de lo íntimo y privado. Dos seres con interrogantes que ni ellos mismos saben resolver, pero con certezas que les guían. Dos tipos peculiares que no son metáfora ni símbolo de nadie más, pero que se complementan perfectamente tanto visualmente con los elementos con los que comparten plano, como emocionalmente con el modo en que se vive, piensa, siente y actúa en Inisherin.

«Tres anuncios en las afueras»

Tras media hora de proyección parece que vamos camino de una gran obra del séptimo arte, pero en uno de sus giros la cinta de Martin McDonagh deja de arriesgar en su propuesta narrativa y adopta una serie de comodidades argumentales que la llevan al terreno de las convenciones. Pero tanto en una parte como en otra Frances McDormand brilla con su protagonismo y su magistral interpretación, construyendo un personaje lleno de matices en su aparente hieratismo.  

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A tu hija la asesinan y a ti se te paraliza la vida, hasta el gesto. Eso es lo que le sucede a Mildred, que pasados unos meses de esperar a que la policía de con el asesino, decide ponerse manos a la acción presionando para que el caso no se olvide. En el mundo de la imagen y la reputación pública en el que vivimos, nada mejor que servirse de la publicidad para ello, y en el entorno local de Ebbing, estado de Missouri, pedir respuestas y justicia desde tres vallas situadas a sus afueras son el mejor proyectil con el que poner patas arriba a su pequeña comunidad.

Así comienzan estos Tres anuncios, con un triángulo argumental en el que se nos presenta a los peculiares agentes sociales del pueblo, el horrible asesinato sucedido meses atrás y la hipnótica personalidad encarnada por Frances McDormand. Un entorno en el que los anodinos acontecimientos de su alterado día a día se suceden a golpe de comedia negra y un ácido y corrosivo humor que constituye todo un acierto con su costumbrista mar de fondo, reflejando tanto su aburrida cotidianidad de valores trasnochados (racismo, machismo y homofobia) como su lado más caricaturesco.

En la primera parte estos excesos provocan la risa y la carcajada, pero sin afectar a su argumento, es más, profundizan en su carga dramática. Un lugar en mitad de la nada en el que la vida está para vivirla y hacer poco más con ella. En el que la policía acepta la imposibilidad por falta de pruebas de no poder resolver la intriga, la incertidumbre y la angustia de no saber quién fue el asesino de una joven que también fue violada. Y está bien que el pasado no sea la trama argumental principal, pero tras un muy conseguido tour de force,  la unión entre aquel y el presente queda desdibujada, haciendo que este avance de manera casi automática, sin una motivación clara, más por inercia que un objetivo claro.

A partir de ese momento los excesos y los paroxismos en la historia de esta mujer que encarna que el fin justifica los medios, con los que pone a prueba algunos de nuestros prejuicios (la apariencia física), se convierten en una excusa –algunas maquilladas como catarsis personales- para hacer que la película avance, en lugar de ser sátiras que le den amplitud como había sucedido previamente. Todo lo que antes había resultado creíble, ahora es ya solo ficción, lo que nos había tenido en tensión ahora es únicamente entretenido. Eso sí, muy bien construido cinematográficamente, con una excelente factura técnica y unos soberbios trabajos interpretativos de Sam Rockwell y de quien ya ganara el Oscar a la mejor interpretación femenina por Fargo en 1997 y que quizás vuelva a hacerlo por ser, sin duda alguna, lo mejor de estos Tres anuncios en las afueras.