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10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich

El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

Impresionan los más de treinta monólogos y los coros incluidos en Voces de Chernóbil, una selección de las más de quinientas entrevistas que esta autora bielorrusa, Premio Nobel de Literatura de 2015, publicó originalmente en 1997. Su lectura transmite la objetividad de un trabajo periodístico que se ha propuesto dar a conocer una realidad nunca antes mostrada, la combinación entre empatía y asertividad con que recoge las vivencias y la emocionalidad de los entrevistados, y el rigor con que los testimonios orales deben haber sido editados para convertirlos en el texto que llega a nuestras manos.

Svetlana está presente en todo este proceso, pero sin hacerse protagonista, ejerciendo como canal de comunicación, como punto de contacto, como transmisora de una información que demanda ser compartida y conocida. Por la necesidad vital de sus emisores de liberar aquello que les ha oprimido, desconcertado y dolido durante tanto tiempo. Y por un mundo que ha de aprender de los errores cometidos y tomar nota de que en esta aventura que es la vida humana y el planeta Tierra estamos todos juntos, que esto va más allá de las fronteras, los gobiernos y las alianzas internacionales que, irremediablemente, acaban por limitar, restringir, confrontar, dividir y separar.  

Bomberos que acudieron a apagar el incendio inicial y murieron a las pocas semanas por los efectos de la radiación, militares obligados a trabajar en zonas altamente contaminadas sin ningún tipo de protección, población civil evacuada con poco más que lo puesto sin saber a dónde iban, aldeas abandonadas y otras vueltas a ser habitadas por sus antiguos vecinos, niños que nacen enfermos y sienten que el hospital es su verdadero hogar… Lo que leemos -contado por los que lo vivieron en primera persona, por sus familias o por los que intentaron alertar en vano de lo que estaba ocurriendo- es tan intenso, tan humanamente al límite que puede generar una sensación de distopía, casi de ciencia-ficción, para ser capaces de digerir un relato tan apabullante.

Sin embargo, su estilo está anclado a la tierra, a las personas que manifiestan lo que leemos. Trasciende el arquetipo de la entrevista periodística para -entre lágrimas, añoranzas, reflexiones de todo tipo y tragos de vodka- resultar profundamente realista, evocando incluso a los grandes maestros de este género como Tolstoi o Dostoievsky. La crudeza e intensidad que transmiten es tal que sugieren ser interpretados en un escenario, dejando epatados a cuantos ocuparan el patio de butacas.

 A su vez, el resultado es un ensayo-análisis de la identidad de un parte de los muchos átomos que han conformado el pueblo ruso desde el imperio zarista hasta la actual Rusia pasando por la desintegración de la URSS, punto de inflexión de la historia del mundo moderno simbolizada para muchos en este accidente nuclear. Así es como Voces de Chernóbil se convierte en el summum de lo que es el periodismo, un medio de conocer la realidad a través de lo que sienten, opinan y viven sus verdaderos protagonistas.

Voces de Chernóbil, Svetlana Alexévich, 2015 (1997), DeBolsillo.

«El naufragio de las civilizaciones» de Amin Maalouf

Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor. Un texto que destaca todo lo bueno que hemos conseguido a nivel global, pero advierte de las tendencias nacionalistas y totalitarias que nos lastran desde finales del pasado siglo.

El naufragio de las civilizaciones es un relato cronológico en el que Amin Maalouf relaciona fechas, lugares y personajes públicos, expone cómo sus intuiciones se transforman en hipótesis y estas en ideas que contrasta, confronta y complementa. Sin establecer causas fijas ni sentenciar consecuencias, pero dando forma a un argumentario sólido con el que explica cómo hemos pasado de un panorama geopolítico a principios de los 50 en el que parecíamos ir, sino hacia la cohesión colectiva, sí al menos hacia la convivencia tras la II Guerra Mundial, a un cúmulo de naciones y colectivos de toda índole -religiosa, social, política- enfrentados en una feroz y salvaje carrera por el control individual, el dominio ideológico y el poder económico.  

Su punto de partida es el origen egipcio de su familia materna y cómo lo perdieron todo con el cambio de monarquía a república en Egipto, como sistema de gobierno, en 1952. Un acontecimiento al que se sumaron las tensiones, luchas y presiones internas entre unos grupos y otros, tanto en cada uno de los nuevos estados árabes -antiguas colonias inglesas y francesas, hasta con un pasado otomano previo- como entre sí, y entre ellos con Israel (especialmente tras la Guerra de los Seis Días en 1967) que derivó en una exaltación identitaria ligada a la religión. Lo que habían sido territorios de creatividad, diálogo y convivencia entre distintas creencias y orígenes étnicos, mutaron en casos como su Líbano natal, en escenarios de combate que acabaron con toda posibilidad de desarrollar una vida plena.  

Un proceso al que se sumaron otros como la guerra fría entre EE.UU. y la URSS por la hegemonía mundial, ejecutado por ambos más a golpe de intervencionismo que de alianzas, pero en el caso de los soviéticos transformando los ideales del comunismo en una senda de decadencia moral, económica y social para los países en que ejercían su influencia. Pero si hay un año que Maalouf destaca especialmente en su análisis es el de 1979, denominándolo el de las revoluciones conservadoras, en el que las casualidades y las causalidades convergieron para hacer llegar al poder al Ayatolá Jomeini en Irán y a Margaret Thatcher en el Reino Unido, a quien seguiría meses después Ronald Reagan en EE.UU. La confrontación total con el mundo occidental y la exaltación radical del primero, y el desprestigio que hicieron los segundos del papel del Estado como garante de la igualdad de todos los ciudadanos en pro del individualismo y la competitividad económica, supuso el definitivo punto de inflexión que nos ha llevado hasta donde estamos hoy.

A partir de ahí, la historia de nuestras últimas décadas no va pasando de un capítulo a otro, sino que parece ir cuesta abajo, cogiendo velocidad y sin pulsar el pedal del freno, sirviéndose incluso de los espectaculares desarrollos tecnológicos, científicos y técnicos que hemos alcanzado. La caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS, el surgimiento del terrorismo islamista, los movimientos independentistas y populistas, el Brexit, el control de las redes de telecomunicaciones, el cambio climático, las aspiraciones de las nuevas grandes potencias (Rusia, China)… Amin no es pesimista, pero ve riesgos y advierte de que debemos hacer algo si no queremos que, aunque nuestro estilo de vida siga bajo coordenadas de modernidad y tecnificación, esté más ligado a sistemas en los que tengamos que protegernos de la represión institucional que en los que poder desarrollarnos libre y plenamente.

Amin Maalouf, El naufragio de las civilizaciones, 2019, Alianza Editorial.

10 funciones teatrales de 2016

Obras representadas por primera vez y otras que ya han tenido varias temporadas a sus espaldas; textos actuales y clásicos; montajes convencionales e innovadores; autores españoles, ingleses, canadienses, italianos, argentinos,…

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Hamlet. Actores que hacen suya la fuerza de un texto considerado clave en la historia del teatro universal. Una puesta en escena que encadena escenas con una fluidez asombrosa. Un montaje que respeta lo escrito por Shakespeare, pero sabiéndole introducir momentos de modernidad que revelan tanto su atemporalidad como la grandeza de la dirección de Miguel del Arco.

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Home. Parecen inalcanzables cuando están sobre el escenario de un gran teatro, sin embargo, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza resultan tan o más grandes, y su trabajo aún más bello, hipnótico y seductor cuando puede ser disfrutado en un reducido espacio como es el de La Pensión de las Pulgas. En su interior no existen distancias ni jerarquías entre intérpretes y espectadores y todos juntos se integran en este hermoso espectáculo.

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Tierra del fuego. Los conflictos –ideológicos, religiosos, nacionales,…- acaban muchas veces por convertirse en absurdos delirios de violencia en un intercambio continuo entre víctimas y verdugos de sus roles hasta llegar a una mortal simbiosis. Ese viaje de ida al odio y de vuelta al difícil intento de la empatía con el opuesto y la reconciliación con el vecino, es el que propone Claudio Tolcachir en un texto tan brutal como cruda su puesta en escena e interpretación.

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Cinco horas con Mario. Miguel Delibes fue un genial escritor, plasmaba la realidad y sus personajes en sus páginas con una naturalidad asombrosa, quedándose él en un segundo y discreto plano como narrador. Lola Herrera es inconmensurable, no hay papel que interprete que no haga que el público se ponga en pie para aplaudirla. La unión de ambos, hace ya 37 años, hizo que una de las mejores novelas de la literatura española se convirtiera en un montaje teatral en el que texto y actriz se entrelazan en una simbiosis que solo se puede definir como perfecta.

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El laberinto mágico. Impactante de principio a fin. Un texto que repasa perfectamente las mil caras que tuvo nuestra guerra civil desde el lado de los violentados y finalmente perdedores. Un compenetrado elenco actoral que da vida a esos compatriotas que se sentían nación y acabaron siendo miles de víctimas anónimas enterradas nadie sabe dónde. Un soberbio uso de un casi vacío espacio escénico que se convierte en todos los lugares en los que desarrolló la contienda, desde el frente y los despachos policiales a los dormitorios, los museos y los teatros.

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Los desvaríos del veraneo. Un texto clásico hecho actual con elementos que le aportan ritmo, gracia y frescura. Una compenetración entre sus nueve intérpretes que consigue que todo cuanto sucede sobre el escenario esté lleno de vida, que sea fluido y espontáneo, como si no tuviera otra manera de ser. ¿Resultado? Un público entregado y dos horas de sonrisas, risas y carcajadas sin parar.

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Incendios. El pasado está ahí, pidiendo ser conocido y clamando convivir con nuestro presente. Mientras no le demos el tiempo y espacio que reclama, el futuro será imposible, no tendrá raíces ni base sobre la que crecer. Enfrentarse a él y bucear en sus entrañas puede llegar a ser un proceso difícil y complicado, lleno de momentos no solo amenazantes, sino de realidades desconocidas de gran crueldad. Un texto brutal y una eficaz puesta en escena con un reparto que se deja la piel sobre el escenario y en el que destaca por su maestría Nuria Espert.

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Reikiavik. Lo que sucedió, lo que vimos y lo que la leyenda posterior ha decidido que quede, auténtico o no, de todo aquello. Con la misma precisión del ajedrez, con la combinación de estrategia, dinamismo y paciencia que exige su juego, como con la pasión con que lo viven sus jugadores y aficionados, así fluye esta obra. Una ficción que condensa de manera ágil y precisa las múltiples facetas de aquella mítica partida, así como de su antes y después, entre Bobby Fischer y Boris Spasski en la capital islandesa en 1972. Así son este texto y su puesta en escena de Juan Mayorga.

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La función por hacer. El teatro dentro del teatro como si se tratara de una imagen reflejada en un sinfín de espejos. La diferencia entre la realidad y la representación, entre lo verdadero y lo verosímil. Personajes que dejan de ser arcilla moldeada por su autor y pasan a ser seres independientes, pero que aún están en busca de un público que les dé carta de identidad. Este es el interesante planteamiento y el estimulante juego de esta propuesta que resulta casi más una ceremonia de inmersión teatral que una función de arte dramático.

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Todo el tiempo del mundo. Un texto que es presente, pasado y futuro, capaz de condensar todo aquello que nos ha dado carta de identidad. Las personas que nos engendraron, las que nos acompañaron a lo largo de los años y las que prorrogarán nuestro legado. Los acontecimientos que nos hicieron ser quienes somos, los que siguen provocándonos una sonrisa y los que nos ponen los ojos vidriosos. Las ilusiones de un futuro que está por venir, que ya sucedió o que estamos viviendo. Haciéndonos reír, llorar y suspirar, Pablo Messiez y sus actores logran emocionarnos  de una manera delicada y cercana, como si estuvieran estrechando su mano con la nuestra, como si nos abrazaran.

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Apasionante partida de ajedrez en “Reikivaik”

Lo que sucedió, lo que vimos y lo que la leyenda posterior ha decidido que quede, auténtico o no, de todo aquello. Con la misma precisión del ajedrez, con la combinación de estrategia, dinamismo y paciencia que exige su juego, como con la pasión con que lo viven sus jugadores y aficionados, así fluye “Reikiavik”. Una ficción que condensa de manera ágil y precisa las múltiples facetas de aquella mítica partida, así como de su antes y después, entre Bobby Fischer y Boris Spasski en la capital islandesa en 1972. Así son este texto y su puesta en escena de Juan Mayorga.

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Las palabras bien manejadas nos hacen viajar a multitud de lugares y situaciones con toda clase de personajes. Esta obra comienza con una partida de ajedrez al aire libre y no solo nos lleva por medio mundo, sino que nos sienta en los aviones que nos trasladan de un continente a otro, nos pone al teléfono con mandatarios de principios opuestos, y nos sitúa en casas de niños y de adultos escuchando a madres y esposas que les apoyan a su manera. Pero sobre todo nos coloca frente a frente con nosotros mismos, con el verdadero sentido que tiene para nosotros aquello que nos apasiona y nos motiva, al margen del significado que tenga para los demás. Más aún cuando nos quieren utilizar terceros ajenos a nosotros, que pretenden usarnos a través de la burocracia administrativa como símbolo ideológico e icono de su poder.

La leyenda dice que la final del Campeonato Mundial de Ajedrez de 1972 no solo fue una competición deportiva, sino también una alegoría del enfrentamiento entre los dos bloques políticos en que entonces estaba dividido Occidente. Los rusos y los americanos, los comunistas y los demócratas, Spassi y Fischer, el controlado por el sistema y el hecho a sí mismo, el que tenía una vida diseñada segundo a segundo y aquel al que nadie le dio nada, el que fue encauzado para triunfar y el que lograba victorias sin haber tenido maestro que le enseñara. Una compleja alegoría limpiamente desmadejada y finamente diseccionada, expuesta sobre el escenario con un lenguaje claro y conciso transformado en diálogos rápidos y evocadores hechos carne, movimiento y expresión de manera vibrante, ágil y dinámica por Daniel Albaladejo, César Sarachu y Elena Rayos.

Juan Mayorga hace que ellos tres lo sean todo. Lo externo, lo que nos presiona y nos condiciona, son EE.UU. y la URSS y los espectadores necesitados de mitos; pero también son ellos mismos, lo que les hace felices y lo que les disturba, el niño que sigue presente, el adulto solitario y el hombre con lazos familiares, lo que buscan en el largo plazo y en cada preciso momento, esa complejidad interior –nebulosa, curva y que por momentos nos lleva a una difusa penumbra- que nunca se llega a saber con exactitud de dónde viene ni hacia dónde quiere ir, pero que también nos gobierna, que se deja influir, pero que también se impone cuando lo considera necesario, cueste lo que cueste y le pese a quien le pese.

Reikiavik, en Teatro Valle-Inclán (Madrid).

31 días en Kazajistán

Astana, 26 de Noviembre de 2013

Tres viajes, y si sumo los días de cada uno de ellos, el resultado es 31. En el último medio año, he pasado un mes completo en Kazajistán. Viajes laborales, pero también experiencias personales. Que hayan sido por trabajo los condiciona, eso está claro, pero también les da atractivos y circunstancias que de otra manera no hubieran existido.

Estepa, nómadas y antigua Unión Soviética fueron las primeras ideas que me surgieron en la mente al saber que iba a venir aquí. Tópicos que encontré y que experimenté. Las grandes llanuras con arbolado casi inexistentes en los centenares de kilómetros que recorrí desde la capital, Astaná, hasta la frontera rusa pasando por Kostanoi, y desde Karaganda hasta Astana. El espíritu nómada en las historias que te cuenta la gente local de etnia mongola y su orgullosa descendencia del imperial Genghis Khan. Y la huella soviética, muy visual y también muy sutil, muy invisible a la par, está en el carácter, en los modos directivos y burocráticos en que pueden convertirse y aparentemente complicarse en un instante, para luego resolverse con la misma velocidad, las relaciones personales y profesionales.

Astana: Capital

Quizás para dejar atrás los tópicos y con el fervor del patriotismo iniciado (Kazajistán comienza a existir como país en 1991 tras la desintegración de la URSS) en 1997 decidieron que la capital del país debía dejar de ser Almaty (en la frontera montañosa del sur con China y Kirguizistán) para ser Astana (en el norte). La Lonely Planet que hojeé en uno de mis viajes decía en su edición de 2007 que la ciudad tenía entonces 300.000 habitantes, y hoy seis años después llega a los 780.000. ¿Qué ha pasado? Antes el río Ishim debía señalar el límite de la ciudad por el Este, hoy es la línea que la divide en dos zonas, la antigua y la moderna. En la moderna todo el aparato burocrático (político y económico) de la República de Kazajistán con sede en la ciudad ocupando grandes edificios en un plan urbanístico diseñado por el conocido Norman Foster.

Un desarrollo urbano que tiene como centro un boulevard de 2,5 km donde a un extremo se sitúa el Palacio Presidencial (residencia del Presidente de la República que recuerda en mucho al Capitolio de Washington, con la variante de que su cúpula está forrada en azul lapislázuli) y a su otro término un centro comercial con forma de yurta, el centro de entretenimiento Khan Shatyry. En el centro de esta avenida el Bayterek, una torre de 97 metros de altura (simbología: tantos como el año en que se declaró la capitalidad de la ciudad) desde cuyo mirador se pueden tener unas vistas infinitas gracias a la planicie en que se encuentra Astaná (nombre que en kazajo significa “capital”). Si entras y subes puedes optar a la máxima experiencia patriótica de un kazajo, en el centro del mirador, colocarte donde en su inauguración lo hiciera el Presidente de la República, Nursultan Nazarbayev, poner la mano donde han esculpido la huella de la suya y escuchar en ese momento el himno nacional.

Al Bayterek se le conoce popularmente como “ el chupa-chups”, y tenemos otros rascacielos como el “mechero” o el “colchón” o el “huevo” del Ministerio de Defensa. Son algunos de los muchos edificios con formas cónicas y juegos geométricos  sólo posibles gracias a la moderna ingeniería en altitudes de decenas de metros forradas con cristal, acero o láminas que simulan ser oro.

Junto a la simbología, la simetría es la otra máxima buscada en este diseño urbano, a uno y otro lado de la plaza del Bayterek se abren en espejo el uno frente al otro las sedes mastodónticas del Ministerio de AA.EE. Y como guinda, dos vistas. En la explanada de entrada al centro comercial Khan Shatyry (lleno de marcas españolas con precios más elevados que en su mercado patrio, y en su último piso con una piscina de olas), una fuente en la que los chorros confluyen en un punto sobre el que visualmente se sitúa la cúpula del Bayterek. Nada es porque sí. Y si nos vamos al otro lado del boulevard, el Bayterek nos provocaría todas las tardes un eclipse en el momento en que en el atardecer, visto desde el punto central de la fachada del Palacio Presidencial, se sitúa tras él. Una perfecta simbiosis de líneas que tiene como fin la búsqueda de la belleza como equilibrio y la emoción de dejarnos boquiabiertos.

Añadir a este boulevard su prolongación espiritual. Al otro lado del Palacio Presidencial, cruzando el río Ishmir, y también en la línea (el boulevard) que articula perfectamente el Kahn Shatyry, la fuente referida, la torre Bayterek y la mencionada residencia presidencial, está la Pirámide, denominación popular porque tal es su forma. El nombre oficial, Palacio de la Paz y la Concordia, porque ese es el espíritu con el que fue ordenada su construcción por el Presidente de la República (todo gira en torno a él), como lugar en el que significar las más de 130 nacionalidades que viven en el país y el diálogo entre culturas y religiones. Como base un cuadrado de 62 metros en cada lado y una altura de… 62 metros. Otra vez simetría, geometría, equilibrio y simbolismo en las dimensiones. En su interior: un centro de convenciones, una teatro de ópera, una galería de arte, el Centro Internacional de Culturas y Religiones, la Academia del Mundo Turco,… un mundo que poder descubrir a través de las visitas guiadas que presta el edificio a sus visitantes.

Astana

La torre Bayterek, el palacio presidencial, el centro Kahn Shatyry y grandes edificios en los 2,5 del Green-Water Boulevard diseñado por Sir Norman Foster.

¿Es todo Astana así? Sí, ¡aún hay más! Grandes torres de viviendas –una incluso con gran similitud al Waldorf Astoria de Nueva York-, un auditorio para conciertos con un diseño que recuerda a las esculturas de Richard Serra en el Guggenheim de Bilbao, una ópera recién inaugurada con un coste de 500 M€ realizada en estilo neoclásico con mármol importado desde Sicilia, el centro de convenciones –sí, otro- del Palacio de la Independencia,… Insisto, ¿es todo así? Pues no, no todo es así. Fuera de las manzanas modernamente urbanizadas se ven zonas humildes, casas que parecen autoconstruidas en calles de escaso asfaltado y nula iluminación pública, y otras con construcciones en modo colmena que te recuerda el pasado soviético de Asia Central.

Una vuelta en el hop on-hop off es ideal para con su recorrido observar esta disposición de la ciudad sobre el terreno. Apenas 170 años de historia de un territorio que hasta iniciado el siglo XIX no conoció la vida sedentaria y que hoy pretende ser icono de lo más moderno de la globalización. El reto de Astana es 2017, el año en que será la sede de la Expo y por la cual tanto la ciudad como su país pretenden situarse en la primera línea del reconocimiento y la atracción en el mapa mundial.

Kostanay: construcción soviética

Antes que la arquitectura espectáculo, en Kazajistán se practicó la construcción funcional. La que no tenía detrás la planificación de las grandes firmas y el objetivo del marketing político y turístico, la que tenía como fin ubicar a la masa obrera para poner a esta al servicio de la acción productiva.

A extraer carbón y minerales como oro y cobre, y a practicar la agricultura de los cereales, a esos fueron trasladados cientos de miles de personas a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX a ciudades como Kostanoy en el norte de lo que es hoy Kazajistán. Fueron las décadas de la economía planificada, la que imponía un objetivo, una labor y una misión única a territorios y masas de ciudadanos. El precio, el que fuera necesario. El objetivo estaba por encima de los medios, de las posibilidades o de los costes que supusiera el conseguirlo.

El tiempo en esta ciudad parece haberse parado en 1991, en la caída de la Comunidad de Estados Independientes que siguió a la caída de la URSS. Bloques que parecen prefabricados, colmenas que se sitúan una detrás de otra, en sucesión como fichas de dominó. Con fachadas de estética geométrica –hasta la extenuación- descuidada y erosionada por el paso del tiempo y la dureza de un clima que pasa de nueve meses de invierno gélido a dos de verano tórrido en unas transiciones –primavera y otoño- que llegan como se van, en un suspiro de una quincena. El trazado urbano es una cuadrícula de avenidas anchas, con doble carril por cada sentido de la circulación. Estas son acompañadas por las largas fachadas de las edificaciones multifamiliares que parecen ser de hormigón. Según vas pasando una, otra, y otra, y otra,… te surge una duda, ¿por dónde se entra? Porque no has visto ninguna puerta o portal.

Kostanoy

Camina, tuerce a la izquierda o derecha según sea el sentido de tu andar, y por donde veas que entran y salen los coches a lenta velocidad, sigue tú. Si es de noche lo harás con muy poca oscuridad, y tendrás que tener cuidado de que no haya llovido o helado, porque quizás el suelo no esté asfaltado. Una vez hayas entrado en este patio “interior” te encontrarás con el portal que buscas. Probablemente desatendido, quizás abierto, con la cerradura estropeada. Décadas atrás todos los servicios colectivos eran provistos por el Estado, en el momento en que este desapareció, ¿quién se encarga  de gestionar la “comunidad de vecinos”? Parece que están aprendiendo a manejarse en colectividades autónomas.

Kilómetros y kilómetros

Fuera de los edificios ya descritos, las construcciones  que encuentras alejándote del centro de las ciudades parecen viviendas unifamiliares construidas por sus habitantes con un espacio circundante que  seguro muchos utilizan para una pequeña huerta de autoconsumo. Probablemente generadora de ingresos extra en puestos espontáneos en las grandes avenidas de productos frescos, hortalizas y verduras que le dan colorido y bullicio a la calle, en definitiva, vida.

Practicar la agricultura fue una obligación a modo de tortura que los rusos impusieron a los que se movían por estas tierras a finales del siglo XVIII. Hasta entonces los herederos de los modos y maneras del Imperio Mongol forjado por Genghis Khan en el siglo XII, vivían como nómadas desplazándose en núcleos familiares por el territorio de la infinita estepa. Pero eso llegó a su fin cuando los rusos quisieron emular el imperialismo de sus vecinos europeos, su brújula se dirigió hacia la estepa de Asia Central. Al territorio que iba desde la Siberia de entonces y ahora hasta cubrir el antiguo eje central de la ruta de la seda y hacer frontera con el imperio británico que desde la India y Pakistán se introducía en el actual Afganistán. Los límites este y oeste quedaban marcados por la frontera infranqueable de China y el Mar Caspio.

Actualmente varios millones de kilómetros cuadrados que se reparten entre cinco repúblicas: Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán. Este territorio no tuvo otra consideración por parte del Imperio Ruso, y posteriormente de la República Socialista, de convertirse en granero con el que alimentar a sus ciudadanos de primera.

Así fue como se iniciaron inmensas plantaciones de cereales –fundamentalmente trigo- que debían explotar los antiguos nómadas ahora hechos ciudadanos sedentarios. Un amplio porcentaje de ellos murieron por todos los factores que el abrupto cambio histórico produjo: la no adaptación al nuevo sistema de vida, la dificultad de que este fuera productivo, la contaminación de los acuíferos que los sistemas de fertilización ruso supusieron para el subsuelo –cuestión que se sigue intentando resolver hoy en día- o el trato de pseudo-esclavitud al que fueron sometidos las poblaciones locales –natas o desplazadas de otros lugares del primero imperio  y después república rusa-.

En aquella obligación del sedentarismo está el inicio de las poblaciones que viajando hoy te puedes encontrar en los 750 km de carretera entre Kostanay y Astana. No son muchas, quizás apenas una decena, de tamaño mínimo y con un estilo similar, casas de una planta, con tejados apuntados, pequeña parcela vallada a su alrededor y gran antena satélite junto a la puerta principal. Y en sus afueras manadas de caballos, ¿salvajes? No, criados para acabar formando parte de la sabrosa dieta autóctona.

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E igual te pasará durante el trayecto con otros vehículos, pocos, la mayoría camiones de gran tonelaje y utilitarios antiguos y pequeños, presupongo que Ladas rusos, o modernos de estilo deportivo de firmas japonesas y coreanas y algún que otro francés. Y te los habrás de cruzar con mucha precaución, la estepa es traicionera para el conductor. La carretera parece recta hasta el infinito, pero está plagada de baches y a excepción de los tramos cercanos a las dos grandes ciudades, con un firme manifiestamente mejorable.

Y dos consejos para el viajero. Primero, en todo el camino no te vas a encontrar otro espacio para el aseo personal que la estepa (en las estaciones de servicio tienen algo en formato rústico, nada recomendable). Y segundo, igual sucede a la hora de comer, ninguna opción en el largo recorrido. Tan sólo una excepción, a unos 100 km de Astana –y solo lo averiguarás si viajas con locales- un pequeño establecimiento al que no identificarías como donde poder comer. Pequeño, limpio y de apariencia muy modesto, pero con una oferta casera que ves preparándose en los fogones. El lugar es diáfano, y en un simple golpe lo has visto en su conjunto, un pequeño comedor con un mostrador, la cocina y un lavabo. La dificultad del idioma la puedes salvar señalando en las fotos que tienes en el mostrador cuáles son los platos que quieres, y la recia señora de gesto adusto que te atiende sumará su coste ¡con un ábaco! Te sientas en tu mesa cubierta con hule y a disfrutar de tu selección recién preparada. Elijas lo que elijas, platos bien contundentes y que saben a casero: sopa de fideos con verduras y carne guisada, arroz con carne a la brasa especiada, salchichas con puré de patatas,…

Espíritu épico

Las pocas poblaciones que puedas haberte encontrado en el recorrido anterior o en los 250 km que separan la capital de Karaganda –ciudad de referencia en el centro del país- te recibirán siempre de dos posibles maneras. En el caso de las localidades mencionadas con un arco de entrada que enmarca la carretera, y estas y muchas de las demás también con monumentos conmemorativos de grandes dimensiones que te parecerán deben ser la traslación de un diseño de formas geométricas llevado a la práctica multiplicando por 1000 la escala del papel. Además de estos, aparecen también en estos momentos en cruces y glorietas grandes pancartas anunciándote las virtudes, riquezas y objetivos del país. En muchos de ellos  verás al Presidente de la República jugando al tenis, saludando a niños, posando en un espacio público, o sonriéndote levemente sin más; en otros a grandes atletas olímpicos del país –como halterofílicos, judokas y nadadores- en el momento épico de la celebración y la medalla; o mujeres y hombres uniformados con mensajes relativos al objetivo de gran desarrollo que el país tiene establecido para hasta el año 2050.

EspirituEpico

No debes dar por seguro el cálculo de horas que te puede llevar un trayecto, además de la situación del firme y del tráfico de camiones, las obras se extienden por todo el recorrido, y a esto debes sumarle las posibles inclemencias meteorológicas. En lo duro del invierno, la nieve y el hielo son continuos, por lo que viajar de noche es opción a olvidar, las carreteras llegan incluso a cortarse por tormentas de viento.

Una dureza extrema que en su día vivieron todos aquellos que como desterrados y prisioneros ideológicos y de guerra fueron deportados por las dictaduras rusas desde sus lugares de origen hasta alguno de los 11 gulags que llegó a haber en lo que hoy es Kazajistán. Este es uno de los motivos de que un porcentaje mínimo de la población del país sea de ascendencia alemana y coreana. Allí donde Rusia hiciera prisioneros, los deportaba a miles de kilómetros para evitar riesgos de rebelión, los agotaba y extenuaba durante los largos trayectos de traslado, para posteriormente llevarles hasta la muerte en los campos de concentración por las duras condiciones de vida y de trabajo esclavo en estos.

Karaganda

Una de esas localizaciones fue Karaganda, en el centro del país. Durante la II Guerra Mundial lugar de recepción de miles y miles de prisioneros de guerra alemanes trasladados desde el frente europeo. No cesó su actividad en 1945 y en los años posteriores siguió recibiendo víctimas de las limpiezas étnicas que por todo el territorio ruso realizó Stalin. Algunos de aquellos millones de afectados fueron españoles que por convicción ideológica huyeron durante y tras acabar la Guerra Civil a Rusia. La desgracia les siguió ya que allí, años después, volvieron a verse como víctimas del régimen en el que creían debido a su origen geográfico.

Hoy Karaganda es una ciudad industrial, en la que por las mañanas ir al trabajo supone lidiar con un tráfico intenso. Donde hay una analogía entre el humo de los tubos de escape, el que  exhalan los muchos que fuman a la puerta de su trabajo (en los recintos cerrados está prohibido por ley) y el vaho provocado por los varios grados bajo cero a temperatura ambiente en otoño e invierno.

En la calle frío helador y en los interiores un calor antagónico. Las calefacciones no tienen término medio, y puedes llegar a pasar calor, mucho calor. Te conviertes en una cebolla poniéndote capas de ropa al salir al exterior y quitándotelas al volver. El sistema es como el de una gigante calefacción central que se articula a lo largo de todas las grandes ciudades. Tubos que siguen el trazado de las grandes avenidas, que de repente suben perpendiculares y la cruzan formando un arco para volver a situarse al nivel del suelo y seguir el callejero. No ves de dónde surgen, pero están en todas las calles y cuando entras en cualquier establecimiento cerrado su efecto es evidente, tus mejillas enrojecen producto del contrastado cambio de temperatura. Para consolidar el calor corporal también en el interior, la sugerencia es comenzar toda comida tomando de cuchara bien  caliente, una crema, que bien pudiera ser de salmón y gambas o de brócoli, o una sopa de tomate.

Para no pasar frío en el exterior te dicen “la clave está en un buen calzado y un buen abrigo, además de gorro y guantes, ¡ah! y ropa interior térmica, si tienes esto no hay problema en salir fuera”. ¿Y si tienes coche? ¿Cómo lo arrancas? Si tienes medios para ello, además de que duerma en garaje, el coche tiene un sensor que al alcanzar los -10º se activa y pone en marcha un sistema de calefacción para que sus circuitos no se estropeen por culpa de tan gélidas temperaturas mantenidas durante largo tiempo (días, semanas, meses,…).

La sonrisa kazaja

Pero por más que suba o baje la temperatura, el carácter afable o asertivo permanece. Uno u otro depende de la etnia con la que te encuentres. Aunque toda norma tiene más excepciones que afirmaciones de la misma, la sonrisa suele ser propia de los kazajos de origen mongol, mientras que el rostro serio y parco de los de origen ruso. Los primeros te consideran siempre un invitado al que han de agasajar y atender, al que guiar por las maravillas de su país, compartirán contigo lo que tengan y brindarán a tu salud. Sus ojos ligeramente rasgados transmiten más vida y el tacto de su piel en un apretón de manos es más cálido. El ruso será contigo más asertivo, sin adjetivos, recto en su pose, pero igual de eficiente y resolutivo si así lo necesitas de él.

La barrera del idioma es casi infranqueable si no hablas una de sus lenguas, ruso o kazajo, ya que pocos son los que entienden y hablen inglés. Complicado comprenderlas siquiera además cuando son lenguas que no utilizan el alfabeto latino, sino el cirílico en el primer caso y el túrquico en el segundo. Ante la imposibilidad te queda el lenguaje de signos y ahí la diferencia de carácter en la etnia se volverá a notar, probablemente el kazajo utilizará más recursos para intentar hacerse comprender o entender tu desesperada habilidad mímica. Hasta te dirigirá una sonrisa para favorecer el entendimiento y la empatía.

Y no te cansarás de que te sonrían, lo hacen no solo con los labios, sino también con la mirada, con la amabilidad de su trato. Resulta fácil establecer comunicación, para ellos ser anfitriones afables es tan natural como su curiosidad por conocer el mundo de su visitante.

SonrisaKazaja

Y entre ellos, ¿cómo hacen? ¿Cómo socializan? Preguntando a un local esta interrogante, su respuesta fue: “La dureza del clima y los modestos ingresos hacen que la forma de vivir no sea como la que tenemos los occidentales, en el mundo ruso-asiático multiplica por 10 los habitantes que ha de tener una ciudad para ofrecerte los mismos servicios que una europea. Por lo tanto aquí no se es de ir a restaurantes o de ir a cines, sino que la mayoría de la gente lo que hace es reunirse en las casas con la disculpa de una comida, un partido en la tv, una celebración,…”.

Comunión de cielo y tierra

Entre las construcciones soviéticas erosionadas por el tiempo, el clima y la baja calidad de sus materiales, y la modernidad de las grandes firmas arquitectónicas llaman la atención las mezquitas grandes, lustrosas, brillantes, que se ven en todas las ciudades. ¿Es Kazajistán un pueblo musulmán? “Hay muchas gente que practica el Islam, pero no somos musulmanes. Sí, hay mezquitas, pero aquí eso es estrictamente una religión, no un código social y civil como sucede en los países musulmanes”, dicho por un local de 34 años. “Cuando los musulmanes llegaron hasta aquí con la pretensión de conquistarnos militarmente siglos atrás, no lo consiguieron. Entonces lo intentaron predicando, y ahí sí que tuvieron cierto éxito, pero para nosotros el Islam es una forma de vivir la espiritualidad que hemos adaptado con lo que ha formado parte de nuestro espíritu nómada desde siempre.”

Cierto es que en el papel moneda (tengue es la moneda local) puedes ver la mano de Fátima, el talismán del mundo árabe que te protege de las desgracias. Ves mezquitas, pero no oyes llamadas a la oración ni a mujeres con la cabeza cubierta ni a hombres con chilaba. Quizás no haya espiritualidad musulmana, pero sí una estrecha relación con el mundo árabe que puede verse a través del dinero. El billete de 500 tengues, por ejemplo, incluye las famosas torres de Kuwait junto a las sedes del Ministerio de Finanzas y del Ayuntamiento de Astana, edificios costeados por el país árabe como regalo a Kazajistán.

Viajar, salir de la ciudad, parar en el campo, agacharte y tocar el suelo, levantarte e inspirar fondo, llenar los pulmones de aire limpio, abrir los ojos y mirar al cielo. Es una manera de llenarte de paz, de energía, de conectar con todo, con tu interior, con lo que te rodea y con lo que está más allá, con los que estuvieron antes y con los que vendrán después.” Y la misma mujer que me contaba cómo le gustaba hacer esto que su abuela le enseñó, prosiguió: “Somos un pueblo con miles de años de historia. En Europa tenéis una cultura que también tiene miles de años de historia, que ha ido y venido desde entonces. Pero en nuestro caso, tenemos algo que incluso es más antiguo que vuestra cultura, es una espiritualidad que pervive, que seguimos practicando.”

Y esa conversación te viene a la mente al día siguiente mientras viajas y por la ventanilla del coche ves la infinita planicie. Miras a lo lejos y no terminas de encontrar nunca ese punto en el que se funden cielo y tierra, nunca llega. Parece que siempre van juntos en el interior del kazajo, su parte terrenal, la parte de sí mismo pegada a la tierra en la que vive y le da lo que le nutre, y su parte espiritual, la que le llena el corazón de sensaciones y el espíritu de motivaciones e ilusiones.

CieloyTierra