La polarización política y social en la que estamos sumidos es el resultado de una encrucijada de caminos mediáticos, tecnológicos e ideológicos con un futuro y consecuencias aún por ver. Este breve ensayo expone y relaciona las variables que podrían explicar este momento en el que las máximas son la negación del otro y la cancelación condenatoria en lugar del intento del diálogo y la búsqueda del acuerdo.
Demonizar al adversario político, en eso se ha convertido el día a día parlamentario y el tiempo que los medios de comunicación dedican a los asuntos públicos. Escuchamos muchas más descalificaciones, cuando no insultos, de carácter hiperbólico y hasta histriónico, que propuestas o argumentos razonados a favor o en contra de las decisiones en que se hayan de concretar las acciones de gobierno. Manera de actuar que va en contra del presupuesto que sustenta una democracia, un modo muy arriesgado de poner en peligro el modelo de convivencia en que se basan los países occidentales. Entre ellos, el nuestro.
Vallespín hace girar su hipótesis en torno al término intolerancia. Lo define como una negación absoluta del otro, de su categoría de igual, del reconocimiento a la singularidad de su pensamiento y visión de la vida, y a la materialización de la misma en comportamientos privados y expresiones públicas. Y señala los factores que pueden haberla provocado y que la están llevado por el sendero incendiario de un descontrol del que ya no hay marcha atrás. Circunstancia que nos está obligando a pensar qué y cómo hacer para que el sistema de las democracias liberales no pierda su capacidad de generar progreso y desarrollo sin atentar a principios tan fundamentales como el de la igualdad.
El neoliberalismo y su consideración de que basta con la autorregulación de la economía se ha demostrado exitosa para unos, pero muy negativa para otros. Ha aumentado la desigualdad y la combinación de individualismo y globalización ha perjudicado a muchos trabajadores que han visto debilitarse el sistema de bienestar por el que se sentían apoyados. Una pérdida de la que han hecho culpables a aquellos que, en paralelo, vieron reconocida la necesidad de que se protegiera con derechos específicos el motivo intrínseco a sí mismos -la raza, la orientación sexual o el origen étnico- por el que eran considerados diferentes, y por tanto, inferiores.
Al tiempo, el desarrollo tecnológico ha generalizado posibilidades, como la de opinar libremente en las redes sociales con un alcance global, que antes estaban al alcance de solo unos pocos, quienes decidían en los medios de comunicación. Un análisis similar al que ofrece Francis Fukuyama en El liberalismo y sus desencantados (2022), aunque mientras éste propone tomar nota para volver a su esencia, Vallespín considera que el esfuerzo debe ser un ejercicio de visión. Imaginar qué tipo de sociedad posliberal, y no iliberal, queremos ser y sentar las bases para evolucionar hacia ella. Un mundo en el que la libertad individual conviva con una sensación transversal de pertenencia y la identidad se defina en términos positivos, en compartir y relacionarse, y no en la exclusión castigadora de quien no cumple los cánones, reglas y comportamientos exigidos.
La sociedad de la intolerancia, Fernando Vallespín, 2021, Galaxia Gutenberg.