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A Instagram no le gusta el “Archivo Postcapital” de Daniel G. Andújar

No es nada novedoso contar que una red social nos ha censurado una imagen subida a nuestra cuenta. Pero no por ello debemos dejar de denunciar la incoherencia de empresas que censuran el arte, el debate y la crítica razonada al tiempo que se mantienen voluntariamente silentes y cómplices ante la manipulación que mentirosos y malintencionados ejercen de sus funcionalidades.

Miércoles por la tarde. Como en tantas otras ocasiones entro en el Museo Reina Sofía a dar una vuelta. A mirar y ver, a inspirarme y dejarme llevar. A descubrirme en lo que observo y ser sorprendido por lo que me apela. Preso de la novedad acudo a Éxodo y vida en común, la última de las secciones que conforman la nueva reorganización de sus fondos que exhibe la institución. De vez en cuando echo mano del móvil, me gusta fotografiar las piezas que me llaman la atención. Sueño con hacer algún día algo con ellas. Un registro de registros, un collage de instantes, un algo por concretar. Y en esas llego a la sala 103 y quedo prendado por lo que podría ser todo ello a la vez, la instalación Archivo Postcapital de Daniel García Andújar (Almoradí, 1966).

Una pieza catalogada como instalación de un conjunto de archivos multimedia, datada entre 1989 y 2001. Compuesta por un cubo de grandes dimensiones, con dos paredes rojas y otras dos en las que se proyectan secuencias que parecen obtenidas de archivos informativos, y un conjunto de imágenes fotográficas desde dos paredes cercanas con un tono visual entre el fotoperiodismo y la intención publicitaria. Pero todas ellas con una propuesta crítica y mordaz, sin edulcorante ni medias tintas, obvias y claras en su mensaje. Sexo, terrorismo y neoliberalismo. Democracia, capitalismo y belicismo. Conceptos unidos y enfrentados de manera diferente en cada instantánea y entre todas ellas, conformando un caleidoscopio que sacude la lógica a la que estamos acostumbrados, la comodidad de las convenciones en que basamos nuestra interpretación del mundo en el que vivimos, los límites de lo que estamos dispuestos a concebir y observar.  

Lo que García Andújar muestra resulta abrupto y nada displicente. Pero no por lo que plasma en sí, sino por la verdad que hay en ello. Por la objetividad de su asertividad. De ahí que me quedara pasmado, epatado por la figura de la mujer de rodillas, personaje propio de una producción X, entregada a la sexualidad de una pistola que agarra de manera que no es poseedora de ella, pero sí responsable de apretar el gatillo si llegara el caso. Prorrogando el arma, una desnudez masculina erecta. De fondo, una escenografía blanca y pulcra, amplia e iluminada, que con su evocación monetaria hace aún más sórdido lo que ahí está ocurriendo. 

Provocadora sin duda alguna. Mas, ¿acaso miente? ¿No es real que muchas mujeres –32 millones en todo el mundo, según el Parlamento Europeo- se ven obligadas a realizar lo que ahí se deduce porque si no, les ocurriría lo que ahí se ve? ¿No es cierto que la prostitución supone todo un negocio -en nuestro país, nada más y nada menos, que el 0,35% del PIB según el Instituto Nacional de Estadística? Y visualmente, ¿no es verdad que es una composición estética, correctamente encuadrada y eficazmente interpretada? Motivos que ahora razono con más detalle, pero que de manera más sucinta me hicieron tomar la instantánea que aquí se ve y que acto seguido me propuse compartir como story en Instagram.

No negaré que pensé lo que podía ocurrir, pero aún así lo hice, la subí marcando el lugar en el que estaba. Tardaba en cargar, di por hecho que debía ser por un tema de cobertura provocado por la solidez de los muros diseñados por Sabatini en el s. XVIII. Acerté y me equivocaba. Minutos después me saltaba un mensaje que me acusaba de infringir las normas de Instagram y de no expresarme de manera respetuosa, de poner en peligro el “lugar auténtico y seguro en el que las personas puedan encontrar la inspiración y expresarse” que dice ser.

Aparentemente la censura o filtro no fue debido a la sexualidad de la imagen, “se aceptan desnudos en fotos de cuadros y esculturas”, aunque quizás quede excluida de esta afirmación por ser una fotografía. Como de la de “cumplir la ley”, no me imagino a la dirección del Museo Nacional Reina Sofía yendo en contra de esta. ¿Por qué no optó Instagram por, como he visto en otras ocasiones, en pixelarla y colocar sobre ella el mensaje “esta imagen puede herir tu sensibilidad”? Algo similar es lo que hace el museo cuando se entra en esta sección de su exposición. De esta manera demuestra ser consciente de que lo que te vas a encontrar puede no ser lo que esperas, pero sin dejar de tratarte como un adulto que no sabe relacionarse con la realidad.

Nada nuevo, meses atrás la Academia de Bellas Artes francesa ya señaló el freno a la divulgación de la historia del Arte que supone la actitud de los algoritmos frente a obras maestras como El origen del mundo de Gustave Courbet y La libertad guiando al pueblo de Eugène Declaroix. El universo Zuckerberg no entiende de igualdad, justicia y conocimiento como dice querer promover. Si así fuera, no permitiría el atentando continuo contra la propiedad intelectual de los creadores -tal y como denunciaba recientemente William Deresiewicz en La muerte del artista– y, por tanto, de su sostenibilidad, que son sus plataformas. Una muestra más del universo de la paradoja y la incongruencia sistematizadas que expone Daniel García Andújar en su Archivo Postcapital.  

10 ensayos de 2021

Reflexión, análisis y testimonio. Sobre el modo en que vivimos hoy en día, los procesos creativos de algunos autores y la conformación del panorama político y social. Premios Nobel, autores consagrados e historiadores reconocidos por todos. Títulos recientes y clásicos del pensamiento.

“La sociedad de la transparencia” de Byung-Chul Han. ¿Somos conscientes de lo que implica este principio de actuación tanto en la esfera pública como en la privada? ¿Estamos dispuestos a asumirlo? ¿Cuáles son sus beneficios y sus riesgos?  ¿Debe tener unos límites? ¿Hemos alcanzado ya ese estadio y no somos conscientes de ello? Este breve, claro y bien expuesto ensayo disecciona nuestro actual modelo de sociedad intentando dar respuesta a estas y a otras interrogantes que debiéramos plantearnos cada día.

“Cultura, culturas y Constitución” de Jesús Prieto de Pedro. Sea como nombre o como adjetivo, en singular o en plural, este término aparece hasta catorce veces en la redacción de nuestra Carta Magna. ¿Qué significado tiene y qué hay tras cada una de esas menciones? ¿Qué papel ocupa en la Ley Fundamental de nuestro Estado de Derecho? Este bien fundamentado ensayo jurídico ayuda a entenderlo gracias a la claridad expositiva y relacional de su análisis.

“Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexévich. El previo, el durante y las terribles consecuencias de lo que sucedió aquella madrugada del 26 de abril de 1986 ha sido analizado desde múltiples puntos de vista. Pero la mayoría de esos informes no han considerado a los millares de personas anónimas que vivían en la zona afectada, a los que trabajaron sin descanso para mitigar los efectos de la explosión. Individuos, familias y vecinos engañados, manipulados y amenazados por un sistema ideológico, político y militar que decidió que no existían.

«De qué hablo cuando hablo de correr» de Haruki Murakami. “Escritor (y corredor)” es lo que le gustaría a Murakami que dijera su epitafio cuando llegue el momento de yacer bajo él. Le definiría muy bien. Su talento para la literatura está más que demostrado en sus muchos títulos, sus logros en la segunda dedicación quedan reflejados en este. Un excelente ejercicio de reflexión en el que expone cómo escritura y deporte marcan tanto su personalidad como su biografía, dándole a ambas sentido y coherencia.

“¿Qué es la política?” de Hannah Arendt. Pregunta de tan amplio enfoque como de difícil respuesta, pero siempre presente. Por eso no está de más volver a las reflexiones y planteamientos de esta famosa pensadora, redactadas a mediados del s. XX tras el horror que había vivido el mundo como resultado de la megalomanía de unos pocos, el totalitarismo del que se valieron para imponer sus ideales y la destrucción generada por las aplicaciones bélicas del desarrollo tecnológico.

“Identidad” de Francis Fukuyama. Polarización, populismo, extremismo y nacionalismo son algunos de los términos habituales que escuchamos desde hace tiempo cuando observamos la actualidad política. Sobre todo si nos adentramos en las coordenadas mediáticas y digitales que parecen haberse convertido en el ágora de lo público en detrimento de los lugares tradicionales. Tras todo ello, la necesidad de reivindicarse ensalzando una identidad más frentista que definitoria con fines dudosamente democráticos.

“El ocaso de la democracia” de Anne Applebaum. La Historia no es una narración lineal como habíamos creído. Es más, puede incluso repetirse como parece que estamos viviendo. ¿Qué ha hecho que después del horror bélico de décadas atrás volvamos a escuchar discursos similares a los que precedieron a aquel desastre? Este ensayo acude a la psicología, a la constatación de la complacencia institucional y a las evidencias de manipulación orquestada para darnos respuesta.

“Guerra y paz en el siglo XXI” de Eric Hobsbawm. Nueve breves ensayos y transcripciones de conferencias datados entre los años 2000 y 2006 en los que este historiador explica cómo la transformación que el mundo inició en 1989 con la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la URSS no estaba dando lugar a los resultados esperados. Una mirada atrás que demuestra -constatando lo sucedido desde entonces- que hay pensadores que son capaces de dilucidar, argumentar y exponer hacia dónde vamos.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz. Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

«Algo va mal» de Tony Judt. Han pasado diez años desde que leyéramos por primera vez este análisis de la realidad social, política y económica del mundo occidental. Un diagnóstico certero de la desigualdad generada por tres décadas de un imperante y arrollador neoliberalismo y una silente y desorientada socialdemocracia. Una redacción inteligente, profunda y argumentada que advirtió sobre lo que estaba ocurriendo y dio en el blanco con sus posibles consecuencias.

“La muerte del artista” de William Deresiewicz

Los escritores, músicos, pintores y cineastas también tienen que llegar a final de mes. Pero las circunstancias actuales no se lo ponen nada fácil. La mayor parte de la sociedad da por hecho el casi todo gratis que han traído internet, las redes sociales y la piratería. Los estudios universitarios adolecen de estar coordinados con la realidad que se encontrarán los que decidan formarse en este sistema. Y qué decir del coste de la vida en las ciudades en que bulle la escena artística.

Aunque centrado en EE.UU., la conjunción de neoliberalismo y globalización en la que estamos inmersos desde hace décadas, a la que se ha unido el desarrollo de la tecnología, hace que podamos asumir como definitorio de los que vivimos en nuestro propio país cuanto Deresiewicz expone en este largo y detallado ensayo, basado en una profusa investigación previa (entrevistas, datos y citas bibliográficas).  El axioma está claro, si pagamos por lo que comemos, ¿por qué no lo hacemos por los trabajos artísticos que consumimos? ¿Por qué no les reconocemos el valor que tienen y la autoría, valía y dedicación de las personas que están tras ellos?

Como con tantas otras cuestiones, y aunque no es la única respuesta, pero sí la que articula su complejidad, la clave está en cómo ha cambiado la realidad política, económica y social de nuestro mundo desde finales de los años 70. En líneas generales, el arte dejó de ser considerado alimento para el alma, medio para fomentar el espíritu crítico y propulsor de coordenadas de comunidad para ser visto como un elemento a economizar y en el que invertir –tanto pública como privadamente- en función del rédito –marca, estatus o revalorización futura- que este pudiera generar.

Se puso el foco en el producto final, en el cuadro, el guión o la canción y en su tratamiento como una mercancía. Dejó de considerarse cuanto permite a su creador llegar hasta ahí. Conocer el pasado de la historia del arte a través del estudio y la experiencia directa y mantenerse al tanto del presente relacionándose con otros artistas, disponer de un lugar y tiempo durante el que practicar sin fin hasta dar con las claves con que definir un estilo propio, tener acceso directo a los intermediarios –galeristas, agentes, representantes- que conectaban con los potenciales compradores.

Esto ya ocurría antes, pero lo novedoso fue que iniciados los 80 comenzó la escalada de la especulación inmobiliaria –primero en EE.UU., después en Europa-, lo que obligó a que muchos artistas tuvieran que estar aún más pendientes de su cuenta bancaria que de su inspiración. Sin techo bajo el que vivir, poco hay que crear, así que primero garantizarse unos ingresos trabajando en lo que se pueda y después, si acaso, dedicarse a aquello para lo que están dotados. En el caso de las artes plásticas, el mundo económico, además, generó una nueva clase social que prostituyó el mercado, dinamitando los precios y haciendo que también en este sector la especulación fuera la norma.

Por su parte, los medios de comunicación exacerbaron el ideal romántico y bohemio, obviando el lado empresarial que todo artista tiene y transmitiendo al gran público el mensaje de que solo si eran lo suficientemente buenos serían reconocidos con etiquetas como la nueva joven promesa u otra similar. De manera paralela, se le ha ofrecido la zanahoria de la formación universitaria (licenciaturas, grados, cursos de especialización y posgrados) a los deseosos de llegar a ser artistas como manera de entender cómo funciona el mercado y hacerse un hueco en él. ¿De verdad es así o es otra manera de aprovecharse de sus recursos, de retrasar su entrada en las listas del paro y de convertirles en cantera de becarios y ayudantes que apenas cobrarán después?

Pero lo peor de todo ocurrió con la llegada de internet. Un medio que inicialmente se proponía como una plataforma con la que conocer la labor de personas a las que hasta entonces no habíamos tenido acceso, resultó ser la herramienta perfecta para devaluar su trabajo. Utilizamos sus fotografías sin licencia, descargamos sus canciones y sus novelas sin respetar su propiedad intelectual, vemos las películas en páginas que sabemos son ilegales… Algo de lo que somos tan responsables los usuarios como Google o YouTube que permiten existan dichos enlaces. ¿Por qué? Porque el tráfico que generan redunda en sus ingresos publicitarios. ¿Consecuencias? Se producen muchas menos películas, siendo el más afectado el denominado cine de autor, aquel que necesita que vayamos a las salas. Pantallas cada vez más llenas de remakes, sagas y spin-offs de personajes y seriales que no aportan nada extraordinario, pero que les aseguran ingresos a sus promotores. Podría parecer que las plataformas de streaming como Netflix o HBO son la solución, pero tal y como advierte Deresiewicz, cuidado con el oligopolio en el que se está convirtiendo esta nueva dimensión de lo audiovisual.

Y qué decir de las prácticas también monopolísticas de Amazon, una vez que se convirtió en el mayor vendedor del mundo de libros, cambió las reglas del juego en cuanto a precios de venta y márgenes. Curiosamente, la editorial que no las aceptara quedaba escondida en su tienda on line por el capricho de los algoritmos. Algo a lo que juega también Spotify, haciendo que a través de su sistema de listas y novedades, las canciones más reproducidas sean las de un grupo mínimo de solistas y grupos, dejando así con la miel en los labios, y sin apenas ingresos, a todos aquellos músicos que pensaron que a través de este servicio digital podrían darse a conocer y generarse su propio público.  

Siglos atrás los creadores eran artesanos que trabajaban por encargo de la iglesia. Después pasaron a ser artistas gracias al mecenazgo de los monarcas. Tiempo después llegarían los encargos de la burguesía. Con la llegada del capitalismo muchos se liberaron de cualquier dependencia y su labor comenzó a ser producto de un impulso más libre que después era reconocido por los que se convertían en sus clientes. No dejemos que el libre mercado y su supuesta autorregulación, ruido que algunos denominan democracia y libertad, acabe con algo tan inherente al ser humano como es la expresión artística.

La muerte del artista, William Deresiewicz, 2020, Capitán Swing Libros.