Comienza como una intriga con un tono ligero cercano casi a la comedia y poco a poco va derivando en una historia costumbrista en torno a un joven diferente que nos lleva finalmente al terreno del drama y la acción. Un montaje inteligente en el que el sofisticado despliegue técnico se complementa con absoluta precisión con el movimiento, el ritmo y la versatilidad de un elenco perfectamente compenetrado en el que Alex Villazán brilla de manera muy especial.
Cristopher se encuentra muerto al perro de su vecina, cuando llega la policía su reacción evidencia que sus habilidades sociales no son convencionales, no tolera ser tocado y sus respuestas dejan claro que se basa única y exclusivamente en los principios de la sinceridad y la verdad. Tras un incidente que le ayuda a resolver su padre, se decide a investigar qué habitante de su calle puede haber sido el vil asesino. Se abre así un universo humano en la ficción teatral y un despliegue técnico e interpretativo sobre el escenario que no descansa ni baja el ritmo ni un solo segundo en toda la función.
La combinación de oscuridad, luces y proyecciones leds junto a las continuas entradas y salidas de los diez actores hacen que este curioso incidente resulte ya atractivo desde un punto de vista visual. Dividido en dos actos, el primero de ellos nos permite conocer de manera muy sencilla cómo es Cristopher y qué supone ser autista en el ambiente escolar, en el social y en el familiar, aunque si hacer en ningún momento de esta circunstancia el elemento protagonista de la historia que estamos viviendo.
No hay caricaturas, exageraciones o simplificaciones, sino un adolescente con ganas de saber, de entenderse con los que le rodean y de convivir con su padre. Un universo personal en el que su profesora ejerce de pulcra intermediaria con los espectadores apoyando la narración de los acontecimientos. Sus vecinos ponen la nota cómica con sus particularidades y su padre nos guía con absoluta franqueza por el universo emocional de su sistema familiar. Una visión tan completa que puede llegar a confundir, a no saber con exactitud qué se nos está contando. ¿El día a día de un chico nada convencional? ¿Dónde queda el misterio del asesino de perros? ¿El costumbrismo de un barrio a través de los ojos de una persona diferente?
Pero el inicio del segundo acto deja claro que lo que el libreto de Simon Stephens y la dirección de José Luis Arellano han hecho es exponer las piezas y ahora llega el momento de disfrutar de lo que surgirá cuando todas ellas se unan. La historia coge velocidad, dispara la adrenalina y los actores más que moverse se coreografían sobre las tablas dando voz y cuerpo a cuántas personas de todo tipo haga falta. El pasaje que simula el viaje hasta Londres y a lo largo de su subterráneo es de órdago, lo que hasta entonces había sido muy notable se hace excelente. Las luces, las proyecciones, los focos y los efectos de sonido complementan a los actores, amplifican lo que ellos transmiten y hacen de la sala una burbuja, un espacio único donde unos interpretan y otros sentimos, pero todos con igual intensidad.
Pero lo que es aún más grande, los personajes principales –Christopher, su padre y su madre- ya no se muestran sino que el libreto hace que se abran en canal y veamos incluso aquello de lo que no son conscientes. Alex Villazán pasa del ser el protagonista al elemento en torno al cual gira absolutamente todo, pero lo hace con tanta sencillez, tesón y entrega que más bien se convierte en un director de orquesta discreto, humilde y conocedor de la partitura que tiene entre manos envolviendo a sus compañeros en lo que ya había dejado claro antes del descanso, la tremenda humanidad y sensibilidad de su interpretación, en su respeto por el autismo de su personaje.
Los amantes de la novela de Mark Haddon en que se basa El curioso incidente del perro a medianoche tienen el aliciente extra de comprobar la fidelidad de la adaptación, para todos los demás la sugerencia es breve, vayan y déjense emocionar.
El curioso incidente del perro a medianoche, en el Teatro Marquina (Madrid).
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