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“Maricas malas” de Christo Casas

¿Avanzar en derechos supone mejorar nuestras vidas o subirnos al carro de la satisfacción en el corto plazo para, después, seguir igual? ¿Hemos progresado o caído en la trampa de creernos tratados como iguales cuando el mundo que nos rodea sigue regido por el poder y la jerarquía del heteropatriarcado? ¿Se puede ser libremente LGTBI en nuestra sociedad?

Imagino que preguntas así pasaron insistentemente por la mente de Christo Casas y tanto le rondaron que leyó, se informó y debatió hasta finalmente ponerse manos al papel y darles respuesta en Maricas malas. Un título provocador y un ensayo no diplomáticamente correcto. Casas hace autocrítica de lo que supuso la aprobación legal del matrimonio igualitario, analiza con la distancia transcurrida lo que supuso y si materializó las reivindicaciones con las que el activismo español salió a la calle en los años 70 y 80. Y, por último, recorre hasta dónde hemos evolucionado desde un punto de vista legal y social en derechos LGTBI y enuncias los retos que, a su juicio, presenta el momento actual.

Varios frentes que comienzan con la tesis de que el matrimonio homosexual fue una estrategia del sistema para integrarnos ahora que las estructuras de poder se basan en la necesidad de mano de obra y capital que alimente el consumismo en el que unos ganan y otros no llegan. Darnos la opción de ser familia para, a su vez, dividirnos. Quien no se atiene a este modelo en el que prima la carátula del amor y no la del derecho a ser, es el extraño, el outsider y, por tanto, a quien se mira mal, se arrincona y expulsa. Se nos ofrece aceptación, pero si no adoptamos el canon y lo cumplimos de manera estricta, se nos castiga, nos convertimos en Maricas malas. Seguimos siendo tratados como una minoría, igual que sucede por motivos de raza, origen, sexo…

Primero atentamos contra la moral, después contra la ciencia médica y finalmente contra el capitalismo. Este parece habernos vencido, fagocitándonos incluso, he ahí el pinkwashing que realizan grandes corporaciones y hasta el utilitarismo de algunos exponentes de la ultraderecha en su cruzada xenófoba. ¿Qué podemos hacer? Maricas malas mira atrás para chequear si el matrimonio igualitario fue el éxito que asumimos en 2005. Y su conclusión es que no.

En las tres décadas de democracia que culminaron ese día dejamos por el camino la voluntad de romper los moldes y de considerar otras maneras de vivir y de relacionarnos, sin obligación de adoptar convencionalismos que, en demasiados casos, ocultan deberes (estar en pareja para poder llegar a final de mes), maquillan miedos (creer que somos menos por no dormir acompañados) y anulan el libre desarrollo de la personalidad (negamos cómo nos sentimos para no correr el riesgo de ser juzgados).

Ahí es donde Casas propone volver y sentirnos orgullosos no de ser LGTBI, sino de serlo de una manera que no se atiene a lo esperado. Una visión que pasa no solo por la reivindicación identitaria, sino por la reclamación de un horizonte en el que además de la igualdad y la libertad, primen la transversalidad de la empatía y el diálogo. Suena a utópico, pero su “amariconar la sociedad” no deja de ser una aspiración que ya vimos en el pasado como germen del estado del bienestar y que hemos escuchado más recientemente como economía de los cuidados. Algo que nos beneficiaría a todos por igual, sin importar nuestra identidad ni nuestra orientación sexual.

Maricas malas, Christo Casas, 2023, Ediciones Paidós.   

10 funciones teatrales de 2018

Monólogos y obras corales; textos originales y adaptaciones de novelas; títulos que se ven por primera vez, que continúan o que se estrenan en una nueva versión; autores nacionales y extranjeros; tramas de rabiosa actualidad y temas universales,…

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«Unamuno, venceréis pero no convenceréis». José Luis Gómez se desdobla para demostrarnos porqué Don Miguel sigue presente y vigente. Sus palabras definieron la naturaleza de una nación, la nuestra, que en muchos de sus aspectos son hoy muy similares a como lo eran cuando él vivía. La perspectiva del tiempo nos permite también entender las contradicciones de un hombre que, tras apoyarlo inicialmente, pronunció una de las frases más críticas y definitorias del franquismo.

Unamuno

«Gloria». La persona detrás del personaje adorado por los niños. La mujer que vivía más allá de lo que contaban sus versos. La adulta que mira hacia atrás recordando de dónde vino, qué hizo a lo largo de su vida –escribir y amar- y en quién se convirtió. Un monólogo vibrante que retrata a Gloria con sencillez y homenajea a Fuertes con la misma humildad que ella siempre transmitió.

Gloria

«El tratamiento». Cada día de función es un día de estreno en el que convergen 40 años de biografía y la ilusión de dedicarse al cine. Un arte que para Martín constituye el lenguaje a través del cual expresa sus obsesiones y emociones y se relaciona con el mundo acelerado, salvaje y neurótico en que vivimos. Hora y media de humor y comedia, de drama e intimidad, de fluidez y ritmo, de diálogos ágiles y actores excelentes.

ElTratamiento

«Los días de la nieve». Un monólogo en el que el ausente Miguel Hernández está presente en todo momento sin por ello restarle un ápice de protagonismo a la que fuera su mujer. Una Josefina Manresa escrita por Alberto Conejero, puesta en escena por Chema del Barco e interpretada por Rosario Pardo que atrae por su carácter sencillo, engancha por su transparencia emocional y enamora por la generosidad de su discurso.

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«Tiempo de silencio». La genial novela de Luis Martín Santos convertida en un poderoso texto dramático. Una escueta y lograda ambientación –áspera escenografía y asertiva iluminación- que nos traslada al páramo social y emocional que fue aquella España franquista que se asfixiaba en su autarquía. Una puesta en escena que es teatro en estado puro con una soberbia dirección de actores cuyas interpretaciones resultan perfectas en todos y cada uno de sus registros.

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«Los mariachis». Una perfecta exposición a golpe de carcajada y con un fino sentido del humor de cómo la corrupción y la incultura están interrelacionadas entre sí y de cómo nos lastran a todos. Cuatro intérpretes que con su exultante comicidad dan rienda suelta a todas las posibilidades de un texto excelente. Una obra que cala hondo y toca la conciencia de sus espectadores.

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«La ternura». ¡Bravo! Todo el público en pie al acabar la función, aplaudiendo a rabiar y sonriendo llenos de felicidad, con la sensación de haber visto teatro clásico, pero con la frescura y el dinamismo de los autores más actuales. Una historia cómica que juega con los roles de género y parte de la eterna dicotomía entre hombres y mujeres para exponer con sumo acierto lo que supone el amor, lo que nos entrega y nos exige.

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«Lehman trilogy». Triple salto mortal técnicamente perfecto y artísticamente excelente que nos narra la vida y obra de tres generaciones de la familia Lehman -así como el desarrollo de los EE.UU. y del capitalismo desde la década de 1840- gracias al ritmo frenético que marca la dirección de Sergio Peres-Mencheta y la extraordinaria versatilidad de sus seis actores en una miscelánea de comedia del teatro de varietés, exceso cabaretero, expresividad gestual y corporal de cine mudo aderezada con la energía y fuerza de la música en vivo.

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«El curioso incidente del perro a medianoche». Comienza como una intriga con un tono ligero cercano casi a la comedia y poco a poco va derivando en una historia costumbrista en torno a un joven diferente que nos lleva finalmente al terreno del drama y la acción. Un montaje inteligente en el que el sofisticado despliegue técnico se complementa con absoluta precisión con el movimiento, el ritmo y la versatilidad de un elenco perfectamente compenetrado en el que Alex Villazán brilla de manera muy especial.

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«El castigo sin venganza». Todavía sigo paralizado por la intensidad de esta tragedia, en la que no sé qué llega más hondo, si la crudeza del texto de Lope de Vega, la claridad con la que lo expone Helena Pimienta o la contagiosa emoción con que lo representa todo su elenco. Una historia en la que la comicidad de su costumbrismo y tranquilidad inicial deriva en una opresiva atmósfera en la que se combinan el amor imposible, la amenaza del poder y las jerarquías afectivas y sociales.

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«La ternura», comedia y amor

¡Bravo! Todo el público en pie al acabar la función, aplaudiendo a rabiar y sonriendo llenos de felicidad, con la sensación de haber visto teatro clásico, pero con la frescura y el dinamismo de los autores más actuales. Una historia cómica que juega con los roles de género y parte de la eterna dicotomía entre hombres y mujeres para exponer con sumo acierto lo que supone el amor, lo que nos entrega y nos exige.

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Los hombres vienen de Martes y las mujeres de Venus reza un dicho que se ha convertido en el título de un libro que seguro lleva ya muchas tiradas. El tema da supuestamente para mucho, aunque suele hacerse mediante topicos y clichés que cansan y agotan por su simpleza y banalidad. Algo que está a miles de kilómetros de la propuesta de Alfredo Sanzol. Él no convierte estas cuestiones en un enfrentamiento entre opuestos sino que los utiliza como recursos creativos para construir un discurso que tiene tanto de prosa recurrente como de lirismo en la expresión que adopta para ambientarlo en 1588.

La ternura es una carcajada sin fin. Su objetivo es que sus espectadores se rían con ella de la misma manera que su texto se ríe de sí mismo. Lo hace con tal claridad que no necesita recurrir a una elaboración argumental que conlleve la ironía o la sátira, su logro está en conseguirlo manejando única y exclusivamente con suma belleza las muchas variantes del lenguaje (vocabulario profuso, sintaxis de modos clásicos) y de la expresión oral (ritmo, entonación).

La sencillez de su planteamiento argumental –el encuentro en una isla desierta entre el hombre y sus dos hijos que la habitan con tres náufragos, una mujer y sus dos hijas vestidas como soldados para evitar mostrar su femineidad- podría ser un vacío minimalista en manos de otro elenco. Pero la extraordinaria elocuencia verbal, riqueza gestual y sobresaliente expresividad corporal de los seis intérpretes de este montaje lo convierten en un espacio mágico en el que no paran de suceder acontecimientos en toda clase de rincones (playas, cuevas, montañas, ¡hasta un volcán!).  Un lugar en el que las dos familias que inicialmente se excluyen por sus prevenciones ante lo desconocido comenzarán a comunicarse racionalmente, dando paso a medida que surjan la sensaciones personales, a relacionarse emocionalmente.

Una huida hacia adelante y un viaje sin posibilidad de marcha atrás en el que vemos cómo los prejuicios son disfraces de la inexperiencia y corazas defensivas de la inseguridad. Enredos de vodevil en los que se juega con la identidad sexual, confrontando los impulsos con la educación aprendida, planteándole al espectador actual el debate de si la orientación es algo genético o ambiental.  Pero de lo que se trata en todo momento es de lo que nos une. Por un lado, la lealtad a la familia, que nos dio la vida, nos protege y nos respalda. Por otro, el impulso, la atracción y el deseo de compromiso que puede nacer en cada uno de nosotros por alguien que aparezca de repente en nuestro presente. Y también, cómo no, como ambas dimensiones son capaces de convivir.

La ternura es una oda al amor y al teatro universal, a Shakespeare, a ese que siempre apela a nuestra identidad. Un texto fantástico de Alfredo Sanzol que dirigido por él resulta redondo. Ojalá haya más oportunidades de seguir viéndolo representado.

La ternura, en el Teatro de la Abadía (Madrid).

“#Malditos16” de Fernando J. López

Un texto que no se anda con rodeos ni eufemismos, que deja un eco que reverbera en las conciencias de quien se adentre en él. Diálogos sinceros y honestos que exudan verdad y transmiten realidad en una estructura narrativa que combina con suma precisión la progresión con los paralelismos y las conjunciones temporales. Seis protagonistas auténticos que dan voz a muchos de los silencios que nos rodean, a vergüenzas que escondemos, a incomodidades a las que no queremos hacer frente y a egoísmos a los que no estamos dispuestos a renunciar.

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Lo que no se cuenta no es conocido. A lo que no se le pone palabras no existe. Dos axiomas que Fernando J. López se ha propuesto aniquilar en lo que respecta a su aplicación sobre ese período de la vida tan fundamental como es la adolescencia y a esos coprotagonistas tan ignorados de nuestra sociedad como son los adolescentes. Un objetivo plenamente conseguido con la sacudida moral y la incomodidad política que provoca la lectura de un texto tan eficaz y valiente como es #Malditos16.

Una obra que parte de un hecho objetivo, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los adolescentes. Una realidad ignorada por el mundo adulto, tanto a nivel generalista categorizando despectivamente a esa etapa con el sambenito de edad difícil, como de manera organizada al ignorarla desde las administraciones públicas, especialmente desde el ámbito cultural y educativo. Una situación cuya fuerza opresora se respira en el interlineado de estas páginas y sobre cuyas consecuencias –violencia física, abusos sexuales, lgtbfobia, mobbing, adicciones,…- se combinan en la perfecta trenza de sus diferentes tramas individuales y emocionales.

Sin convertir sus reflexiones y diálogos en mítines o panegíricos políticos, sino en muestras de biografías y situaciones de total credibilidad, Nando J. López traza las vivencias y experiencias de sus cuatro adolescentes protagonistas en un ejercicio de lograda profundidad. La línea narrativa de #Malditos16 combina de manera excelente sus dos momentos temporales, el ahora y el hace cinco años, mostrando –por momentos de manera simultánea- a lo largo de unas horas los elementos de conexión, así como los símiles y diferencias entre ambos. Entre el tiempo inmediatamente posterior al intento de suicidio de todos ellos y su vuelta, un lustro después, al centro en el que se trataron para participar en un programa de ayuda a jóvenes que acaban de pasar por lo que ellos vivieron.

Un relato que va más allá de describir unos acontecimientos para sumergirnos en un torrente de emociones de múltiples planos y niveles. Desde las impostadas a modo de defensa –ya sea de los otros, ya sea de uno mismo- a las más honestas e íntimas. Esas que cuando son admitidas y expresadas en voz alta por primera vez desnudan no solo a quien las expresa desde su profunda soledad, sino que escuecen y duelen también a quien le escucha o le lee, originando un balsámico y enriquecedor proceso de aceptación, descubrimiento y crecimiento.

Pero lo que el autor de novelas como Los nombres del fuego, El sonido de los cuerpos o Cuando todo era fácil expone no es una catarsis redentora a modo de punto y aparte, sino la lucha por alcanzar, y el esfuerzo por consolidar, la integridad personal (física y psicológica) en un entorno, como es el nuestro, lleno de prejuicios sobre cuestiones como la identidad sexual o los cánones estéticos, cuando no directamente torturador y agresivo.

#Malditos16 es un grito de dolor, un golpe de atención y una mirada esperanzadora en una exposición clara y un discurso muy bien presentado y desarrollado de una parte de nuestra sociedad presente y futura a la que no podemos seguir sin escuchar y mandando callar.

“Lo nuestro sí que es mundial” de Ramón Martínez

No hemos llegado a la meta ni mucho menos, queda aún por hacer para llegar a la plena normalización de las personas que engloban las siglas LGTB. Pero para saber cómo llegar a ese futuro, lo suyo es hacer como propone este ensayo, mirar hacia atrás y ver qué pasos hemos dado –tanto desde dentro del colectivo como desde el conjunto de la sociedad- para llegar al presente en que vivimos. Un muy didáctico e interesante recorrido con un doble objetivo, consolidar lo logrado –en el plano legislativo y jurídico- y materializar los asuntos pendientes –conseguir la catarsis social que acabe con la LGTBfobia-.

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Desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, los ha habido que se han atraído y relacionado entre ellos, de igual manera que, como hoy, ha habido hombres que han deseado a hombres, mujeres a mujeres e, incluso, tanto ellos como ellas, a ambos sexos. Una naturalidad que, con raras excepciones, se ha encontrado desde tiempos inmemoriales con la oposición y el castigo del entorno. Basta con mirar a la historia de nuestro mundo occidental y su siempre opresora moral cristiana o al mapamundi actual y la pena de muerte a la que cualquier persona se arriesga en determinados países por intimar con alguien de su mismo sexo.

Cierto es que, en términos generales, esa ya no es la situación de España. El matrimonio igualitario es una realidad desde 2005, pero los logros legislativos no implican necesariamente una plena aceptación social. Aún hay barreras que superar y muros por derribar en el ámbito educativo (campo de cultivo del heteropatriarcado), cultural (mostrar otros puntos de vista diferentes al cisgénero androcentrista), médico (apoyo psicológico a los maltratados por su identidad/orientación sexual y soporte clínico a la comunidad transexual) o político (reclamar en el ámbito internacional –tanto en la relaciones bilaterales como desde la organizaciones supranacionales en las que nuestro país es miembro con voz y voto- el fin de toda discriminación por razón de identidad u orientación sexual).

Podría parecer que este es el epílogo del nuevo ensayo de Ramón tras su anterior La cultura de la homofobia y cómo acabar con ella, pero en realidad esas metas han estado siempre en el horizonte a largo plazo que ha tenido como objetivo el activismo LGTB de nuestro país. Sin embargo, décadas atrás la coyuntura era otra y los propósitos en los que hubieron de centrarse fueron los relacionados con la propia supervivencia.

Algo que no nos retrotrae necesariamente a siglos atrás cuando aún no existía el término homosexual, el lesbianismo no se concebía o la transexualidad se contemplaba únicamente como una cuestión de mal gusto en las formas. Nos lleva a ecos como el asesinato de García Lorca por maricón y a tiempos más recientes, como el 4 de agosto de 1970 en que el Gobierno de España aprueba la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social en que la mera sospecha de homosexualidad implicaba la acción represiva de la ley y una mácula penal de por vida.

Comienza entonces, y bajo los ecos de las protestas ante los abusos policiales sobre la clientela del Stonewall Inn en Nueva York el 28 de junio de 1969, un incipiente asociacionismo con unas claras aspiraciones en el ámbito de los Derechos Humanos, pero que el régimen imperante –primero la dictadura, después la convulsa transición y a continuación una incipiente democracia- llevó a que se articularan como reclamaciones políticas, legislativas y sociales. La labor de documentación de Ramón y los muchos testimonios que se encuentran en estas páginas nos muestran cómo la valentía, el empeño y la dedicación de unos incipientes activistas (a los que siguieron muchos más) fue consiguiendo resultados muy poco a poco, no dando nunca nada por sentado y trabajando activamente en múltiples frentes.

Así fue como con mucho esfuerzo se fue consiguiendo la escucha de los partidos políticos y la empatía social que llevó progresivamente de la despenalización (en los 80) a la consideración administrativa (en los 90) y a la igualdad jurídica (modificación del Código Civil en 2005 definiendo el matrimonio como la unión de dos personas del mismo o diferente sexo y no, únicamente, de un hombre y una mujer), aunque aún quede por hacer en ámbitos como la identidad de género o en la erradicación de la violencia (ej. acoso escolar, agresiones físicas y psicológicas hasta llegar al asesinato o el homicidio o avocar al suicidio) con que se manifiestan los delitos de odio por orientación e identidad sexual.

Una evolución en la que el asociacionismo reivindicativo ha vivido una trayectoria paralela. De los difíciles y ocultos inicios a las disyuntivas entre revolución, radicalización y reformismo con la llegada de la democracia. De las confluencias y divergencias entre gays y lesbianas a la consideración de la transexualidad y la bisexualidad. De la homogeneidad de las siglas a las particularidades con que se vive la propia identidad en función de múltiples registros (ej. edad, lugar de residencia,…). De reclamar aceptación y tolerancia a exigir igualdad y normalización. De manifestaciones del Orgullo con apenas unos centenares de manifestantes vigilados por la policía a las jornadas en que miles y miles de personas salieron a la calle a reivindicar. De ser escuchados por gobiernos democráticos a negados por los elegidos en la urnas y al revés. De negociar una Ley de Parejas de Hecho a llamar por las cosas por su nombre y proponer y conseguir el término y la institución del matrimonio. De vivir al margen de otros colectivos a ser un agente social que comparte principios, puntos de vista y objetivos con el feminismo.

Así, hasta llegar a un hoy en el que el movimiento LGTB tiene claras cuáles son las metas aún por conseguir, pero que está en pleno proceso de reinvención y de redefinición del papel que ha de cumplir para hacer que las ciudades, el país y el mundo en que vivimos sea plenamente respetuoso con la diversidad sexual de todos y cada uno de los que lo habitamos.