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“Homebody/Kabul” de Tony Kushner

Tras los bombardeos estadounidenses en 1998 sobre una serie de bases terroristas en Afganistán que mataron a decenas de civiles, Tony Kushner respondió con este texto sobre la espiral de violencia que ha marcado desde siempre la historia del país centroasiático. Una brutal exposición de esa herida abierta que condena a perder la razón y a desangrarse hasta morir a los que allí viven. Un libreto complejo y valiente que no evita las oscuridades del terrible escenario humano, social y político, nacional y mundial, individual y colectivo, en el que se adentra.

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La ironía del destino quiso que esta obra del autor de la genial Angels in America se estrenara en Nueva York en noviembre de 2001, apenas dos meses después del 11-S y cuando las tropas americanas bombardeaban nuevamente Afganistán en su intento de acabar con Bin Laden. Una guerra en la que la población civil volvía a ser la más perjudicada, utilizada como escudo humano por los talibanes y convertida eufemísticamente en daños colaterales por el Pentágono. Un agravio más que hacía de este extenso país una tierra en la que a pesar de su gran belleza natural, todo intento de progreso y desarrollo humano ha quedado convertido siempre en un doloroso espejismo, provocando así la paradoja de que para conocer la cultura e historia afgana haya que hacerlo fuera de sus fronteras, en los grandes museos, los centros de estudios o las tiendas de antigüedades del mundo occidental.

Ese es el hilo conductor del brutal monólogo con el que una mujer inglesa, que después nos tendrá en vilo sin saber si está viva o muerta, inicia Homebody/Kabul, repasando más de dos milenios de historia y contándonos cómo se hace con varios sombreros típicos de una de las regiones de aquella nación cerca de su casa en Londres.  Veinte páginas aparentemente livianas, pero llenas de contenido que se van inoculando en la mente y el corazón de su lector/espectador dejándole sin aliento, sembrando una un desconcertante desasosiego que tomará cuerpo posteriormente a muchos kilómetros de allí.

Será en Kabul, ya en el siguiente acto, donde su marido e hija escuchan en un hotel cómo fue atacada hasta morir por un grupo de diez jóvenes. Sin embargo, su cuerpo no aparece y no hay rastro alguno de él. Lo único que ha quedado de ella es un mapa en el que señala un punto con una interrogante. Aquel en el que la leyenda dice que fue enterrado Caín, el hijo de Adán y Eva, el primer asesino de la historia según la Biblia.

Ese será el detonante a partir del cual ambos familiares recorrerán una realidad de represión y violencia, en la que lo que no acaba en asesinato lo hace en suicidio o en pérdida de la cordura. El burka anula la presencia física de las mujeres y la falta de cultura –libros, música, cine,…- aliena las mentes, mientras que el opio y la heroína aniquilan progresivamente a quienes los utilizan como vía de escape. Maneras de desconectar poco a poco de la realidad, de perder el vocabulario que nos da acceso a espacios (científicos, humanísticos, técnicos) que allí se antojan inexistentes y que en otros lugares son utilizados, paradójicamente, como refugios en los que esconderse de la cotidianidad. Esa en la que los matrimonios no saben por qué siguen juntos, los padres por qué no conectan con sus hijos, o estos no encuentran su sitio cuando aparentemente tienen cuanto necesitan.

Todo esto es lo que bulle de manera simultánea en el texto de Kushner, en una disección –escrita en inglés con pasajes en francés, persa darín y pastún- que va desde los deseos y voluntades más individuales, a las convenciones que nos unen en un sistema de valores y actitudes comunes llamado cultura y llegando hasta aquellos acontecimientos de los que nos abstraemos por considerar que están lejos de nosotros, en manos de los que gobiernan los imperios y naciones en que está organizando el mundo en el que vivimos. Literatura con mayúsculas que nos hace patente que la mayor amenaza a la que quizás tenga que hacer frente el hombre sea él mismo.