Una mujer, un ordenador y un mundo de muchos personajes a los que ella les da voz en el soliloquio continuo que es su vida. Setenta minutos de verborrea y retórica disparatada durante los que se cuenta más de lo que se dice y donde cada carcajada guarda tras de sí una mezcla de humor y patetismo que tiene tanto de realismo como de costumbrismo. Un texto que es un diamante en bruto y una oportunidad para la intérprete encargada de darle cuerpo y voz.
Los monólogos tienen un alto riesgo. La apuesta es única. Se juega todo a un único número, a una única ficha. No hay segundas oportunidades, ni un coprotagonista o una línea argumental paralela que pueda compensar una torpe actuación o una trama que no enganche. En el teatro hace falta un sólido trabajo previo –personaje con una personalidad y biografía definida y una ficción iniciada tiempo antes de comenzar sobre las tablas- y contar con un libreto bien estructurado y mejor articulado aún. Basta ver cinco minutos a Sole Sola en el escenario hablando con sus seguidores vía internet, con su madre al teléfono y en persona con su gato para darse uno cuenta de que lo que allí se está contando no son solo divertidas anécdotas de toda clase, sino una historia de gran calado.
El motivo de la atención prestada, de las reflexiones más o menos conscientes que hagamos y las muchas carcajadas soltadas, está en la soltura con que Carlos Crespo encadena frases y episodios en su creación, dando ritmo y haciendo ligero lo que, casi sin que nos demos cuenta, va ganando peso y profundidad a medida que avanza. Una absoluta fluidez con la que Sole nos relata mil y una andanzas de sus relaciones personales con una aparente extroversión tras la que se esconde la más profunda soledad. Incluso cuando rememora momentos en que ha estado físicamente junto a otros, estaba emocionalmente lejos de ellos. Para su madre y su abuela solo tiene cariño en la distancia, y el afecto que recibían su mejor amiga y su ex novio resultaban ser bilis amarga ahora que no los tiene delante.
Sole nos cuenta las menudencias de su presente y las grandes líneas de su pasado. Tristes unas, patéticas otras y anodinas las que más, pero tan auténticas como las que cualquiera de sus espectadores vivimos en nuestro día a día. De ahí que la gracia y el sarcasmo con que nos relata su vida nos hagan plantearnos no solo dónde está ella sino dónde colocamos nosotros nuestro maquillaje vital, si en el lado del positivismo o en el de la deliberada inconsciencia para no hacer frente a la sensación de fracaso.
Un sinfín de matices y finas pinceladas aplicadas con mucho tiento y precisión que requieren a una actriz muy hábil y capaz de superar el doble reto que tiene Sole Sola, no verse superada por un texto tan rico y ser capaz de materializar todas sus posibilidades. Úrsula Gutierrez realiza perfectamente el primero, para el segundo solo le hace falta un poco de calma, tomarse de cuando en cuando algún descanso. Breves respiros con los que dejar que repose lo que nos está contando y entonces su interpretación resultará tan grande como lo es el personaje y el texto de Sole Sola.
Sole Sola, en el Teatro Lara (Madrid).