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«Una noche como aquella»

Amistad, cariño, atracción, sexo, amor, dos hombres, una mujer y música en directo. Combínese todo con interpretaciones frescas y diálogos que hacen sonreír y agítese durante setenta minutos para obtener como resultado una historia sobre cómo evolucionan las relaciones a través de un amplio y fluido muestrario de situaciones de pareja y convivencia.

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Un chico, otro chico y una chica. Amigos que una noche se dejan llevar y se convierten en trio. ¿O es más adecuado decir “pareja de tres”? Normalmente “trio” se entiende como algo sexual, pero “Una noche como aquella” no trata de esto. Tres personas que se llevan bien, que se conocen desde hace mucho tiempo, una relación en la que, sin ponerse etiquetas, cada uno de ellos siente atracción física y emocional por los otros dos, entonces,  ¿por qué no probar? Superada la barrera de un primer encuentro de desnudo físico, todo es comenzar a rodar y ver hasta dónde se llega.

Si dejamos a un lado que aquí son tres en lugar de dos, nos vamos a encontrar con un catálogo de situaciones de pareja similar al de cualquier otra. Tener un sitio en el que vivir juntos, las reglas de la convivencia, las presentaciones en familia o quién habla y quién calla frente al televisor, entre otras. Algunas cuestiones con sus peculiaridades, porque si a veces acompasar los ritmos sexuales entre dos puede ser complicado, entre tres da pie a imaginar muchos castillos de naipes.

De fondo, dos hilos conductores, humor cargado de optimismo y naturalidad sin prejuicios. Las sonrisas llegan provocadas por situaciones en las que cualquiera podríamos vernos, momentos que se resuelven de manera solvente sin caer en debates, polémicas o chistes de mejor o peor gracia sobre cualquier asunto relacionado con el sexo (orientación, identidad o género). Un relax que deja fuera cualquier posible influencia distorsionadora, como son las cuestiones morales, y que hace que el texto escrito por Nacho Redondo se centre en lo realmente importante, en mostrar la posible complejidad de una relación únicamente a partir de los elementos que la forman, los deseos y aspiraciones de sus integrantes.

A esta lograda intención de ser sencillo sin ser simple, hay que sumarle la buena definición que tiene cada personaje –y el notable trabajo de los actores que los encarnan-, componiendo en su conjunto un triángulo equilátero en términos de protagonismo e intervención sobre el escenario. Un puzle de tres piezas en continuo movimiento, como si de figuras de un tetris se tratara, que su directora, Chos, hace fluir de manera más o menos rápida según el pasaje, pero siempre hacia adelante. A destacar también que lo hace sumando, cuanto acontece aporta a lo que está por venir, el presente de cada escena tiene tras de sí el pasado de lo vivido, de lo ya visto y escuchado.

Las canciones en directo de Ana Pi son la guinda a este menú teatral de buenas materias primas (reparto y libreto) y cuidada elaboración y presentación que sus espectadores probablemente recuerden por su fácil digestión y el buen sabor de boca que les dejó.

«Una noche como aquella» en Teatro Lara y Nave 73 (Madrid).

«Palabras encadenadas»

La oscuridad de un lugar cerrado. La desnudez de la sala off del Lara. La brutalidad sobre una mujer secuestrada. La influencia sobre un hombre deseoso de ser escuchado. Diálogos que surgen desde el bajo vientre, el corazón y la cabeza. Una acción enérgica y nerviosa, que avanza de manera serpenteante. Francisco Boira y Cristina Alcázar encajando de igual manera que lo hacen el amor y el odio, el deseo y el desprecio, la reconciliación y la venganza.

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Hay representaciones a las que contar con una escasa escenografía les viene como anillo al dedo. Lo que podría suponer más presión para sus actores, ya que todo recae sobre ellos (diálogos, movimiento y lenguaje corporal), se convierte en lo contrario, en una oportunidad para demostrar su capacidad de hacer suyo el escenario nada más aparecer en escena. Así sucede en “Palabras encadenadas”. Desde el instante cero y hasta el momento en que se apagan las luces, Boira y Alcázar practican un duelo interpretativo tan impetuoso y encendido como complementario y recíprocamente enriquecedor. Un in crescendo sin tregua. Cuando la acción parece relajarse, resulta estar cogiendo aire para dar un salto hacia adelante con más fuerza, con una combinación de furia e inteligencia que te agarra, te arrastra y te tiene continuamente confundido al no darte pista alguna de hacia dónde te va a llevar.

Jordi Galcerán les ha conducido por este camino con un texto que comienza desorientando, haciendo descender al infierno a dos seres humanos que se comportan casi como animales. Mientras tanto, en ese plano paralelo que es la realidad, vemos a dos actores que llenan la escena de manera brutal con sus cuerpos exudando ansiedad. Él como secuestrador ejerciendo sometimiento, ella como mujer violentada y aterrorizada.

Tras situarnos, evolucionamos hacia una fase dialogada que se asemeja a una montaña rusa. Un viaje acelerado y sin frenos, por un camino de escasa visibilidad y con unos cambios de rasante que cada personaje aprovecha para introducirse en las fisuras del otro con una sagacidad que tensiona el ambiente, elevando al máximo nuestra capacidad de tolerancia y resistencia, con situaciones que pasan de ser hipótesis que no queremos imaginar a una realidad asfixiante, que aun siendo invisible, el espectador llega a sentir. Es la etapa de las paradojas, de por momentos llegar a empatizar con el que parecía despreciable y  de desconfiar de la que había sido presentada como víctima. Un pasaje intenso y potente en el que nada es lo que parece para, quizás sí, quizás no, acabar siendo lo que semejaba ser.

Desde aquí y hasta el final, Francisco Boira y Cristina Alcázar entran en toda la filigrana de la que son capaces haciendo, con la sutileza de sus miradas, la expresividad de sus cuerpos y la versatilidad de sus voces, que uno más uno sean tres: él, ella y los dos. Sea por la química que hay entre ellos, sea por el trabajo de Juan Pedro Campoy como director, de lo que no queda duda alguna es que su buena interpretación conjunta es la que encadena las palabras del título, la narración en la que se enmarcan y las atmósferas que las acompañan.

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“Palabras encadenadas”, en el Teatro Lara (Madrid).

Teatro: 10 funciones de 2015

Cantaba La Lupe que en algunos casos el teatro es falsedad bien ensayada. No en todos. En estos que recuerdo de los vistos a lo largo de este año fueron experiencias de un extremado verismo, pequeños mundos que duraron quizás más tiempo que su representación y que hicieron sentir y emocionarse a los que fueron testigos de su acontecer. 

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«La ola» (Centro Dramático Nacional). Texto, dirección y actores perfectamente engranados entre sí en un montaje que demuestra que uniendo buenas piezas, el todo conseguido es aún más que la suma de ellas.

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«Héroes» (La Pensión de las Pulgas). Una obra bien estructurada y  dialogada convertida en una gran representación gracias al versátil y entregado trabajo de sus tres actores.

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«Ivan Off» (La Casa de la Portera). Del drama a la tragedia, intensidad con momentos de hilaridad en un reparto coral con buenos secundarios y un soberbio Raúl Tejón como protagonista.

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«Invernadero» (Teatro de la Abadía). Tras aparentes diálogos recurrentes y situaciones absurdas se esconde la autoridad mal ejercida, el anhelo de poder y la tragedia y el drama de las injusticias a que juntos dan lugar.

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«Confesiones a Alá» (Teatro Lara). Una fantástica María Hervás se deja la piel sobre el escenario contándonos diferentes etapas en la vida de una joven musulmana en una sociedad injusta y discriminatoria.

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«El testamento de María» (Centro Dramático Nacional). Blanca Portillo desborda con su energía en un papel que le hace ser mujer y madre, compañera seguidora e incrédula a partes iguales, una veces narradora de una historia que vivió y otras fiscal de lo que creemos hoy que sucedió.

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«Yernos que aman» (La Pensión de las Pulgas). Un puzle familiar de diez personajes en el que cada uno de ellos cumple con creces su misión en un complejo engranaje en el que todo encaja: el conjunto de historias y sus tiempos, los diálogos, las entradas y salidas de escena, los cambios de ritmo,… Dos horas brillantes que dejan en el cuerpo sensaciones como las que provocan Tennessee Williams o Eugene O’Neill.

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«Tres» (Teatro Lara). Por separado podríamos considerar las interpretaciones del trío protagonista femenino como histriónicas, insulsa en el caso del hombre que las acompaña, y el libreto como una sucesión de gags de programa televisivo de variedades. Sin embargo, el buen trabajo actoral da la vuelta a la tortilla y lo que vemos sobre escena es a tres actrices solventes, un actor resultón y un texto que entretiene y que genera sonrisas de principio a fin.

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«MBIG» (La Pensión de las Pulgas). Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

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«El público» (Teatro de la Abadía). Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.

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“Tres”, la unión hace la fuerza

Por separado podríamos considerar las interpretaciones del trío protagonista femenino como histriónicas, insulsa en el caso del hombre que las acompaña, y el libreto como una sucesión de gags de programa televisivo de variedades. Sin embargo, el buen trabajo actoral da la vuelta a la tortilla y lo que vemos sobre escena es a tres actrices solventes, un actor resultón y un texto que entretiene y que genera sonrisas de principio a fin.

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De disparate en disparate, el absurdo se va haciendo más grande hasta que dejas de verlo como algo que sucede frente a ti y te introduces en él. Es entonces cuando aparcas a un lado el raciocinio, la lógica y el sentido común y comienzas a pensar tal y como lo hace el trío femenino de esta función. Les bastan unos primeros minutos de locuacidad y una interpretación que tiene tanto de verbal como de gesticular y corporal, de diálogos sin un segundo de silencio, de chistes fáciles, pero bien hilvanados y encajados, y con un ritmo sostenido. Así es como enganchan a sus espectadores estas tres locas de la vida, llegadas a la cuarentena que mirando atrás ven que, si bien han evolucionado, a su biografía les falta brillo.

Juan Carlos Rubio tira de lugares comunes y cuestiones generacionales  para plantear su enredo en este texto que estrenó en 2009. La historia más reciente, la costumbre que nos rodea y la educación popular recibida nos dicen al unísono que nada mejor que tener un hijo para considerar que se tiene un proyecto de futuro, algo de lo que sentirse orgulloso con uno mismo y tener la sensación de que se contribuye a un mejor futuro del mundo. Pero al tiempo hay que ser moderno, atrevido e independiente. Así que ni cortas ni perezosas, las tres amigas (que llevan más de veinte años sin verse) se ponen manos a la obra al nuevo proyecto juntas y en sincronía, coordinadas a la búsqueda del hombre que las ayude a conseguir su objetivo, que les facilite los tres, al menos tres, espermatozoides que necesitan para llegar a ser madres.

Por parte del autor, objetivo conseguido, todo lo que vamos a escuchar nos suena, lo conocemos, lo hemos oído o pensado en algún momento. No tenemos nada que descifrar, solo nos queda disfrutar y dejarnos llevar. Y eso es lo que consigue, dirección mediante de Quino Falero. Cuando haces pop ya no hay stop, y con sus tres chicas como patrones del barco, el viaje va de la sonrisa a la risa, llegando incluso a la carcajada en algún momento.

Muy divertida Eva Higueras con un personaje que da sorpresas que nadie espera, resuelta Natalie Pinot con su simpático histrionismo azuzando el fuego argumental y Carmen Mayordomo poniéndole la nota ácidamente pragmática y resignadamente festiva a cuanto sucede. Entre ellas, José Sospedra cumple con su papel de hombre objeto, paseando aires de seductor galán y luciendo cuerpo, mirada y barba como en el cartel promocional para alegrías de unos y envidias de otros, o ambos sentimientos a la vez.

“Tres”, en Teatro Lara (Madrid).

Cristina Medina lo da todo “A grito pelao”

Sin necesidad de un gran texto, ella sola se come el escenario y pone a la audiencia –lleno absoluto- del Teatro Lara  a sus pies haciéndole reír, divertirse y participar, totalmente entregada a este torbellino de mujer combinación de actriz, cantante y show woman.

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Durante hora y media Cristina es narradora, comediante, monologuista, entertainer,…, con el apoyo de una banda en directo que tiene en su dress code tan poca vergüenza como ella pelos en la lengua y que le da a este espectáculo fiesta y ritmo. Cuatro personas sobre el escenario, unos mínimos cambios de vestuario, un par de personajes disfrazados y unos aires de magia, estos son los ingredientes con que cuenta “A grito pelao” y que da como resultado un público que se ríe, llegando hasta la carcajada.

Comienza la función con una Blancanieves con un chorro de voz rockero que provoca un primer shock energético entre la platea. Una vez el público ha quedado atrapado, sigue un juego interactivo, la vestida de Disney baja al patio de butacas y selecciona a una víctima entre los sentados en primera fila al que hará coprotagonista de su siguiente sketch. No será la única vez, en la mejor tradición del humor liante habrá ocasiones posteriores en que serán varios los que se verán involucrados en distintos números en que partiendo de un guión establecido, ella improvisa caricaturizando las claves más visuales de aquellos que aparezcan en su campo de visión. Las gafas que usas, lo que guardas en el bolso, lo que denota tu musculatura o la persona que tienes sentada a tu lado, de todo es capaz de sacar punta, chiste y diversión.

Con su banda “Los gusanitos de Teruel” dándolo todo, Cristina adquiere aires de cabaretera rebosante de energía. Cuando los músicos callan, ella se torna en una monologuista. Estos son los momentos valle de “A grito pelao”, aquellos en que el texto es recurrente y fácil. Afortunadamente no son largos y con fuerza, garra, desvergüenza y con un carácter de aupa, a la manera en que Lola Flores lo dominaba todo en cuanto abría la boca, pegaba un taconazo o levantaba un dedo, la Medina se convierte en un huracán que pone patas arriba a toda la platea. Y lo hace en un 2 x 1, no quedando claro cuál va antes y cuál después, si es una cantante que actúa o si es una actriz que interpreta cantando.

Será porque es también la autora del texto, será porque es un animal escénico o por las ganas e ilusión que transmite, esta actriz gaditana arrasa. No hay un segundo, un gesto, un movimiento, una palabra de Cristina en esta función en que no se vea a una profesional dotada para el espectáculo en directo, ese en que hay que conectar con el público de manera directa sin las ayudas y los comodines que tienen otro formatos interpretativos como el cine o la televisión. Aunque viendo como lo hace Cristina en “La que se avecina”, solo queda desear que le llegue una oferta que la traslade hasta la gran pantalla y que desde allí nos siga conquistando.

“A grito pelao”, el martes 28 en el Teatro Lara.

“La llamada”, diversión en el Teatro Lara

Casi dos años después de su estreno, esta obra sigue llenando el Teatro Lara en cada función, haciendo disfrutar al público con su frescura sin pretensiones y su eficaz punto medio entre la comedia y el musical.

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Que cuando vas a comprar entradas para una obra te encuentres con que has de cambiar tus planes porque está todo vendido es una situación que provoca alegría, una prueba de que el teatro sigue interesando. Y a la par despierta curiosidad por saber qué tiene, qué mantiene a “La llamada” en cartel desde su estreno en mayo de 2013. Estos podrían ser algunos de los motivos.

Uno. En el vestíbulo del Teatro Lara te esperan los miembros de la orquesta musical que luego verás en escena con su look de adolescentes estivales –pantalón corto rocky verde manzana luciendo piernas y camiseta amarilla- repartiendo flyers con reproducciones de los distintos protagonistas de la obra entre los espectadores. Primera sonrisa conseguida.

Dos. Al entrar en la sala llaman la atención dos cosas. Por un lado, las pancartas del campamento “La brújula” colgando del primer piso, desde cuyo centro desciende hasta el patio de butacas una escalera que recuerda a las de Broadway. Y en segundo lugar, en el escenario, con el telón levantado, una litera doble y una gran cruz de neón. Entre lo uno y lo otro y un patio de butacas a reventar –tanto que uno teme que vaya a haber overbooking-  ambientación creada y expectación ante lo que está por comenzar. Cuéntese con que lo que está por acontecer utilizará la propia platea como lugar en el que sucede parte de la acción.

Tres. El argumento, construido en base a tres grandes recuerdos de la memoria adolescente de buena parte del público asistente, los campamentos de verano en los que jugábamos a ser adultos a escondidas; una casposa educación religiosa; y ese muy mejor, pero que muy mejor, amigo o amiga con el que compartíamos ingenuos sueños de grandeza,  atrevidos vestuarios y un imaginado y luminoso protagonismo escénico que se resentían ante la losa de la realidad.

Cuatro. La música, doblemente protagonista, por formar parte del libreto –una monja que venera a Presuntos Implicados, la que hubiera podido ser una Sor Pop a lo Marisol y ese duo adolescente con “Lo hacemos y luego ya veremos”- y por la puesta en escena. He ahí a la orquesta que nos recibió en el vestíbulo en directo durante toda la función en escenario. Y aún hay más, desde arriba, desde el cielo, la voz masculina de Dios haciendo suyas las canciones de Whitney Houston, poniéndonos la piel de gallina y haciendo temblar la platea interpretando “I will always love you”, “I have nothing” o “Step by step”.

Cinco. La frescura de sus actrices, divertidas a rabiar, pura energía vital, entregadas a sus personajes, espontáneas como la vida misma. A su servicio un texto sin pretensiones con humor sencillo, directo, pensado única y exclusivamente para entretener y divertir. Esta es la clave última y primera de porqué una obra funciona, y aquí Javier Ambrossi y Javier Calvo parecen haberlo tenido claro. No han buscado encumbrar a sus actrices, ni ser reconocidos como grandes autores, sino que su máxima ha estado en quien es el alma del teatro, los que se sientan en la butaca. Y lo han hecho bien, “La llamada” no pasará a la historia de la dramaturgia, pero las muchas risas que se oyen durante sus dos horas y la sonrisa generalizada con que a su fin salen los espectadores de la sala, denotan que aquí hay un buen trabajo del que merece la pena ser espectador.

“La llamada”, en Teatro Lara (Madrid).

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El encanto de los “Amores minúsculos”

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Te sientas en tu silla –esto es la sala off del Lara, por lo que no son butacas- y a apenas unos metros –o unos centímetros si estás en primera fila- verás la vida pasar frente a tus ojos hasta tal punto que no solo la ves y la escuchas, sino que casi la tocas, como cuando estás en un parque fijándote en los que van y vienen o en una fiesta improvisada en tu casa observando a los que entran y salen. Eso es “Amores minúsculos”, esos instantes que no son grandes momentos, pero que tienen el potencial de ser el germen de algo que quizás no, pero que quizás sí, lleguen a ser algo importante en la trayectoria de los que los viven. Eso es lo que nos relata esta obra que fue cómic antes que libreto, y que si te acercas a ella libre de pretensiones puede ser una vivencia inspiradora tras dejar la sala.

Su naturalidad radica en su espontaneidad, la misma con que se inicia la acción como si fuera una continuidad de la cotidianeidad que los espectadores introducen en la sala, haciendo que esta se transforme en apenas un segundo, ese en el que se apagan las luces generales y se enciende un primer foco, en energía teatral. El planteamiento escenográfico hace de los actores no solo personajes, sino también narradores para el público de sus historias, así como atrezzistas y apuntadores de las de sus compañeros. Y en su ir y venir por el escenario, su estar aquí o allí, “Amores minúsculos” va hilvanando sus historias individuales y entrelazadas utilizando como hilo tejedor la chispa de la vida.

Un viaje de emociones –ilusión, ganas, desencanto, sorpresa, aturdimiento, dolor, esperanza, futuro, sonrisa,…-  a cuyo servicio se pone todo el reparto para hacer del trayecto de hora y media una atmósfera única en la que sienten y viven tanto ellos como sus espectadores. Quizás te llegue, quizás no, pero probablemente sea más por lo que lo en ti pueda calar lo que allí se cuenta –por tus experiencias, tus prejuicios o tu capacidad de concebir otras maneras de vivenciar- que porque los actores te puedan resultar más o menos completos en su trabajo de recreación de alguien tan normal y tan auténtico, tan anodino y tan especial como cualquiera de los que van a verles en cada función.

El encanto de un cruce casual de miradas; el de mirar por la ventana en un día de lluvia o recibir la luz del sol en el rostro en un día de invierno; el de pasar las primeras páginas de un libro al comenzar su lectura o el de escuchar a lo lejos la melodía de una canción que por mucho tiempo que pase te sigue enganchando; el de vivir la vida tal y como venga, tomando lo que ella te muestre y ofreciéndole tú todo lo que eres; carpe diem, eso es “Amores minúsculos”,  eso es lo que puede ser este título que ya lleva meses en la cartelera madrileña para el que vaya a verla.

“Amores minúsculos”, viernes y sábados en el Teatro Lara (Madrid).