Sesenta minutos en los que Jacinto Benavente dejó claro en 1892 cuán innovadores eran sus planteamientos y Carlos Tuñón demuestra hoy hasta dónde es capaz de llevar las posibilidades emocionales de una dramaturgia. Adaptación que eleva la fantasía del texto con un preciosista trabajo de ambientación y unas interpretaciones acordes al espíritu naif que se respira de principio a fin en su único acto.

El escenario puede estar escondido tras un telón más o menos suntuoso, o estar abierto a la mirada de los espectadores -con más o menos iluminación- antes de comenzar la representación. Esas son las opciones habituales, pero no la que sigue estos días el montaje que se puede ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español. Esta presenta una leve cortina, cuasi transparente, en la que se proyecta lo que bien podría ser la primera página que El encanto de una hora ocupó en la publicación original del Teatro Fantástico del maestro Benavente.
Una pieza en la que deliberaba sobre lo humano y lo divino, las utopías e ilusiones con que poblamos y malversamos el mundo en que vivimos. También un juego al hacer protagonistas a dos figuras de porcelana, personajes reales, cuales de carne y hueso, con alma, cabeza y corazón en el intervalo que va desde la medianoche hasta la una de la madrugada.
Quien años después ganara el Premio Nobel de Literatura se alejaba así de lo costumbrista y lo tradicional, y se adentraba en las turbulencias de las emociones para buscar la esencia, la contradicción y la utopía que conllevan el deseo y la búsqueda, la cercanía y la posibilidad de la libertad, el amor y el cambio. Un estado de ánimo que, antes que en el texto, está en un escenario que, gracias a la labor de Antiel Jiménez, aparece convertido en una acicalada y suntuosa sala de fiestas abandonada por su público y ocupada por una atmósfera que combina los restos de la diversión con el eco del mar y las canciones -de musicales, ligeras italianas, y boleros- que ya nadie baila. Paréntesis, ¿se han planteado en los números imaginarios crear una lista en cualquier plataforma de streaming para que podamos disfrutarla recordando la función?
La visión de Tuñón del cuadro imaginado por el autor de Los intereses creados acrecienta lo mágico y lo alternativo que éste escribió hace 130 años. Le da una dimensión extra conformada por la sonorización señalada y por una concepción de la cuarta pared que saca la acción a la calle, antes de comenzar la representación, e integra este exterior durante su desarrollo. Aunque su deconstrucción de la relación entre el patio de butacas y la acción abarca mucho más, dejando en suspenso, en momentos cruciales, la lógica narrativa que espera la audiencia. A algunos les crispará, a otros nos atrapa precisamente en esos.
Siguiendo sus indicaciones, Jesús Barranco y Patricia Ruz tornan en dos presencias cercanas, a las que es posible comprender y con los que resulta fácil empatizar. Son delicados, circunstancia acorde a su naturaleza cerámica, pero también entrañables, conforme a su capacidad de percibir, procesar y registrar sensaciones en su propia piel, lo que los lleva a la sonrisa y a la pesadumbre, a la alegría del futuro y a la tristeza del presente. La vida en sesenta minutos.

El encanto de una hora, en el Teatro Español (Madrid).