No es una película bélica al uso, no es una representación más de un episodio de la II Guerra Mundial. Christopher Nolan deja completamente de lado la Historia y se sumerge de lleno en el frente de batalla para trasladar fielmente al otro lado de la pantalla el pánico por la invisibilidad de la amenaza, la ansiedad por la incapacidad de poder salir de allí y la angustia de cada hombre por la incertidumbre de su destino. Un meticuloso y logrado ejercicio narrativo que sorprende por su arriesgada propuesta, abduce por su tensión sin descanso y arrastra al espectador en su lucha por el honor y la supervivencia.
Hay tres cuestiones que llaman poderosamente la atención de Dunkerque. Se lucha contra un enemigo invisible, nunca se llega a ver la cara de ningún soldado nazi. Tampoco se muestran los despachos británicos, franceses o alemanes desde los que se tomaban decisiones sobre lo que se debía hacer, prácticamente todas las secuencias tienen a la playa de esta ciudad y al Canal de la Mancha como escenario. Por último, los diálogos son mínimos, esta es una película de sensaciones y emociones y las palabras han sido sustituidas por los múltiples acordes de una banda sonora tan minuciosamente concebida por Hans Zimmer como certeramente utilizada y apropiadamente encajada en el conjunto final como todo los demás elementos técnicos y expresivos que conforman esta cinta.
Como si se tratara de una experiencia IMAX, de cine envolvente, pero yendo más allá de los estímulos sensoriales y del bombardeo audiovisual. Desde un punto de vista plástico, cada fotograma es en sí mismo una gran fotografía al estilo de la agencia Magnum y cada secuencia una pieza de videoarte por su hipnótico magnetismo. Base sobre la que encajan perfectamente los múltiples enfoques combinados por Nolan en los tres frentes bélicos –aire, agua y tierra-, el deseo de escapar y la necesidad de defenderse, la masa militarizada que actúa de manera uniforme siguiendo las órdenes de sus superiores y los impulsos individuales que buscan cualquier resquicio para intentar abrirse camino.
Siguiendo ese planteamiento y teniendo en cuenta que cuando uno se está jugando la vida todo esfuerzo tiene como fin la supervivencia, en esta misión no hay espacio para los alardes tecnológicos, la épica o los sentimentalismos. Solo hay dos máximas que se cumplen con total disciplina. La sobriedad, no distraerse, mantener el foco en lo que se ha de hacer y la acción, no hay un segundo que perder para lograr el objetivo de alcanzar cuantos pasos intermedios sea necesario improvisar para salir de esa asediada playa y navegar por un mar amenazado tanto aérea como subacuáticamente.
En el intento de retirada que vemos proyectado los acontecimientos se suceden, en sentido cronológico unas veces y otras paralelamente, sumándose ambas maneras para generar en los espectadores una brutal, pero muy natural, tensión acumulativa que nos lleva a hacer nuestra la necesidad de ser capaz de prever el próximo ataque y de evitar sus fatales consecuencias, así como de medir nuestras fuerzas para, si nos mantenemos con vida, conseguir llegar a la tierra patria que está a tan pocas millas de distancia.
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