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Cinco obras de Estampa 2021

No queda otra que adaptarse a las circunstancias, pero lo que está claro es que la mejor manera de disfrutar, vivir y sentir el arte es la presencial, estando físicamente frente a ella. Una pantalla no sustituirá nunca a la experiencia en primera persona del color, la profundidad y la interrelación entre todos los elementos que conforman estas creaciones vistas en la 28 edición de esta feria.

Los arbustos se cimbrean, Guillermo Peñalver (Galería Llamazares). Lo arbóreo como un lugar en el que se citan las ganas, el deseo y la satisfacción con la espontaneidad, la visceralidad y la premeditación. Un encuentro entre la procacidad narrativa y la habilidad para crear una escenografía natural en la que se desarrollan y posan tantas ficciones como miradas. Elementos recortados y superpuestos generando profundidad, formas también conseguidas con relieves y leves toques de color, unos para definir contornos y otros para poner el foco donde más fuertes y rápidas son las pulsaciones.

Papel recortado y grafito sobre papel, 100 x 120 cm, 2021.

La esencia, Diego Benéitez (Galería Rodrigo Juarranz). Pinceladas tan suaves y delicadas que quedan ocultadas por la luz que transmiten. Un atardecer infinito, de esos en los que uno cree vivir en plenitud, sin interrogante alguno por la sensación de infinitud, esencia y eternidad que le genera. Coqueteando con la abstracción monocromática y la espiritualidad expresionista, pero quedándose en el terreno de la figuración con esa leve negritud que sugiere una humanidad en la que la norma, el ritmo y la pauta es fundirse con el paso de las estaciones del año y las horas de cada día.  

Óleo sobre lienzo, 120 x 120 cm, 2020.

White shark, David Morago (Pigment Gallery). Evocador de las ilustraciones de los libros de zoología del siglo XIX, de las películas que han hecho de esa dentadura un elemento con el que paralizarnos hipnóticamente, así como de la provocación de quien convirtió a un ejemplar real en una escultura al sumergirlo en una solución de aldehído fórmico. Un trasfondo sobre el que este espécimen impone su realismo y verosimilitud con las marcas del proceso creativo que lo ha traído hasta aquí. Señales de una capacidad con las que su autor llega a la máxima de la práctica artística, impactar y epatar.  

Grabado, serie de 25, 121 x 292 cm, 2020.

Ahora, Ollalla Gómez Valdericeda (Galería Antonia Puyó). Algo más que un ready-made a partir de un objeto y una práctica universal, el lapicero habitual de los escolares españoles (al menos de los que lo fuimos hace ya tiempo) y el método por excelencia para dejar testimonio de quiénes y cómo somos, de dónde venimos y a dónde vamos, la palabra escrita. Objeto privado de su independencia y unicidad, unido a otros iguales formando un conjunto. Una colectividad indisoluble, irremediablemente vinculada, obligada a encontrar la manera de reflejar un código simbólico que nos codifique y proyecte hacia el futuro.

Escultura formada por 99 lapiceros Staedtler, 20 x 100 cm, 2020.

Judas, Pedro G. Romero (Galería Alarcón Criado). 33 collages que combinan la imagen fijada sobre una película fotográfica y después revelada en color, elabora ex profeso para este proyecto, y la extraída de medios de comunicación impresos. El cuerpo convertido en soporte fechado de un explosivo acompañando a traidores, a personajes que ejercieron la violencia, retiraron la mirada o se pusieron de parte de quienes la ordenaron. El fotoperiodismo, el código mediático y la elaboración en serie como testimonio y denuncia de la realidad política.

Fotografía analógica sobre tabla de madera y barniz alimentario, 33 x 40 cm, 1995-1996

Ha sido una alegría volver a ver tanta creatividad reunida en un mismo lugar. Está por ver qué pasará el día que alcancemos la inmunidad de rebaño (ya podían llamarlo inmunidad comunitaria, que se note que somos humanos), pero estaría bien que se perpetuaran adaptaciones como las vistas estos días en Estampa 2021. Como los espacios amplios y los aforos controlados que ayudan a hacer de la visita una vivencia no solo agradable, sino emotiva y estimulante, tanto para la retina y el alma del espectador, como posiblemente para su bolsillo. A fin de cuentas ese es el propósito de una feria.

Estampa 2021, Feria de Arte Contemporáneo, del 8 al 11 de abril en Madrid.

“La civilización occidental y cristiana” (León Ferrari, 1965)

Esta obra sintetiza buena parte de la declinación del legado artístico y el pensamiento crítico de su autor. Un hombre que, entre otros temas, puso el foco en la crueldad con que han actuado y la destrucción generada por los que se autoproclamaban elegidos por Dios para llevar a cabo su misión evangelizadora. Personas refugiadas en una institución que manipula psicológicamente y amedrenta espiritualmente a sus congéneres desde hace mucho tiempo.

Habrá quien piense que este avión predijo los de las fuerzas militares argentinas que años después arrojarían al mar a los contrarios a su régimen dictatorial. O los que un 11 de septiembre causaron la muerte de casi tres mil personas. Podría ser. Pero en este ensamblaje de maqueta y pieza de santería,  el elemento fundamental es él, Jesús, el hijo del Padre que nos hizo a todos a su imagen y semejanza. Versículo convertido en principio moral como excusa para imponerse al otro. Para someterle si no colabora. Para destruirle si se resiste.

Aunque se puede generalizar su intención, Ferrari (1920-2013) acusaba a las iglesias católica, la protestante y la ortodoxa de complicidad y ejercicio consciente del mal, ya sea por sí mismas, ya sea formando parte de las jerarquías de poder que han regido el devenir de la civilización occidental desde hace dos milenios, con el fin de consolidar su absolutismo. No niega que pueda haber gente bondadosa entre ellos, ejemplos de su credo y fieles cumplidores de sus mandamientos. Pero el bien no sirve como penitencia del mal. Como si reviviera a Lutero cuando en 1511 salió de Roma espantado ante el nivel de corrupción, soberbia y arrogancia del que fue testigo.

Un teatro en el que tras la máscara de la piedad se oculta la aniquiladora. Una dramaturgia a la que quizás dio forma siendo testigo en su Buenos Aires natal de los proyectos arquitectónicos de iglesias de los que su padre era máximo responsable. Visión que trasladaría a la serie Relecturas de la Biblia que inició en 1985. Collages y composiciones en los que ligaba la belleza de las representaciones artísticas de ángeles, santos y escenas de las sagradas escrituras con el dramatismo del belicismo, el horror del fascismo y la procacidad de una sexualidad impudorosa. Narrativa que une las dos caras de una farsa delincuente, de una hipocresía asesina. Provocación intolerable y blasfemia según algunos. Denuncia social y reivindicación política según su autor.  

Ferrari también jugó con la plasticidad, el cromatismo y la perspectiva renacentista que conoció a su llegada a Italia en 1952 en instalaciones como Jaula con aves (1985). Estas, colocadas sobre una reproducción del Juicio final de Miguel Angel, defecaban sobre dicha imagen generando un resultado con aires de ready made y arte povera, que después enmarcó aunando la intervención de lo biológico, la susceptibilidad de lo sacrílego y la sátira del canon y el proceso artístico. La razón y la censura, el academicismo y el dogmatismo puestos a prueba. La experiencia estética al servicio de la libertad de expresión, la creación artística como voz ante la opresión.

La bondadosa crueldad. León Ferrari, 100 años, en el Museo Reina Sofía (Madrid).

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

«pequeñas mujeres rojas», el blues de Marta Sanz

Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

Remover el pasado. Eso dicen algunos que es querer desenterrar a los que fueron abatidos durante la Guerra Civil y ocultados en fosas comunes. Lugares que nadie identificó y que todos olvidaron pero que laten bajo la superficie que hoy les invisibiliza y oculta. Coordenadas en las que uno, dos o tres metros más abajo está activa una energía que reclama ser liberada y trasladada a otro emplazamiento en el que dejar de latir y quedar finalmente en paz. Una presencia que se siente de principio a fin en las páginas de pequeñas mujeres rojas conformando una atmósfera y una lectura con una sismicidad y angustiosa teluricidad.   

Pero ponerse del lado de los vilipendiados ayer, ignorados hoy, aunque sea desde la pulcritud legal y forense de su actividad profesional, hace que Paula Quiñones active, sin ella saberlo, un mecanismo de reequilibrio de fuerzas. Una tormenta seca y silenciosa en la que los beneficiados décadas atrás de la barbarie, el abuso y el asesinato, lucharán con todos los medios a su alcance para evitar perder los privilegios y beneficios obtenidos por la criminalidad que iniciaron y la estela de impunidad con que la prolongaron.

Así, lo que comenzaba como un viaje y una estancia costumbrista evocadora del Pedro Páramo de Juan Rulfo y los westerns almerienses de Sergio Leone, aunque las indicaciones nos sitúen en el estío de la ruralidad castellana, deriva en una entrada -sin posibilidad de vuelta- al otro lado del espejo a lo Lewis Carroll en el que resuenan La naranja mecánica, American Psycho y hasta El silencio de los corderos. La narración dirigida por y a múltiples sujetos -incluso personajes con los que Paula se relacionó en anteriores novelas, como su exmarido y la actual suegra de este-, así como lo epistolar y el viaje a 1936 a modo de entregas de un serial, hacen que Marta Sanz nos tenga con el alma en puño, nunca situados, siempre a la intemperie de lo que está por venir, en un estado de alerta que genera aturdimiento y zozobra.

Sanz nos conduce con un ingenio retorcido, necesario para encontrar y desdoblar lo que los acontecimientos y las mentes no muestran de sus titulares. Pero también con un impulso psicótico y visceral, pero muy cerebral, con el que imprime a a su relato un ritmo y estilo análogo al que causa en nuestras vidas el bombardeo de imágenes, significados y significantes de la retórica de la cultura audiovisual y la exigencia de observación e interacción de las redes sociales con que pensamos, nos expresamos y manifestamos hoy en día. Como si tratara de literatura que asume y hace propias las maneras y propósitos de los videoclips musicales, la tensión del montaje cinematográfico de un thriller, la técnica del collage y la vanguardia expresionista poniendo a prueba la capacidad de fijación de nuestras retinas, de retención de nuestra memoria y de interpretación de nuestras mentes.

pequeñas mujeres rojas, Marta Sanz, 2020, Editorial Anagrama.

“Pierrot con guitarra” (Salvador Dalí, hacia 1923)

Aún no había cumplido veinte años y el nacido en Figueras ya demostraba que sabía hacer suyas cuantas coordenadas artísticas practicara. Apenas llevaba unos meses en Madrid y su espectro de referencias se ampliaba con movimientos como el cubismo. Una etapa de su larga y prolífera carrera escondida tras sus éxitos surrealistas, su comercialidad y su personalidad, pero en la que también dejaba claro que no hubiera reto técnico y expresivo que no fuera capaz de superar.

La imaginación de Dalí nunca tuvo límites, ni espaciales ni temporales. Podía estar en el aquí y ahora mientras su mente estaba, a la par, en el allí y entonces, trasladando hasta su hoy nombres, momentos y escenas vistas, leídas o escuchadas y después guardadas en su memoria. El mundo italiano fue quizás la mayor de sus fuentes, he ahí la excelencia de Rafael y las perspectivas renacentistas que tanto juego le darían. O personajes como Pierrot, un secundario de la Comédie Italienne convertido en icono de la misma al haber sido representado por innumerables artistas, entre ellos los dos genios del cubismo español, Juan Gris y Pablo Picasso.

Una máscara, un payaso, un mimo descompuesto en sus elementos fundamentales. El rostro. La figura. La vestimenta. La guitarra. Es posible identificarlos, pero también confundirlos porque tras ellos está la faz de Salvador. No queda claro dónde acaba él y comienza su homenajeado, cuánto de la personalidad de este comediante asume, se apropia o fagocita a través de este retrato que es, también, un retorcido autorretrato. El cubismo como forma de mostrarse, pero también de juego intelectual que exige de la participación activa del otro para ser descubierto y conocido.

Observando sin ser visto, adueñándose de la escena concebida para otro. Haciendo él con Pierrot lo que sentía que su hermano mayor, también llamado Salvador y fallecido diez meses antes de su nacimiento el 11 de mayo de 1904, realizaba con él. Una presencia invisible, pero intensa, continua, ante la que no cabían quiebros, dobleces ni escondites. Una omnisciencia poseedora, una presión y una duda sobre cuánto de mí debo a aquel y cuánto de él soy yo.

Sobre una base casi cuadrada de cartón, un collage de diversos elementos y color aplicado con óleo. Materiales recortados con formas definidas. Como el cuerpo de la guitarra o el rostro del cómico. El hombro y brazo derecho de la figura (replicando el instrumento musical) o los detalles de su vestimenta bajo su cuello, recordando las geometrías de un arlequín. Hilo cosido en las alusiones a un espacio de cocina (cual naturaleza muerta) y papel de lija prolongando la corporeidad y espacialidad del conjunto

Pinceladas negras, varias tonalidades de gris, marrón y algo de azul en diferentes orientaciones, pero formando siempre espacios geométricos, de ángulos rectos, claramente delimitados. Con mayor densidad y encaje en su centro visual, donde confluyen lo humano y lo musical, haciendo de lo evocado y lo sugerido el argumento no escrito de una narración no compartida. Apenas unos toques para dejar testimonio de dónde quedan las manos, y un trazo más sinuoso para fijar la posición de los dos rostros. Usando el pincel con vigor incluso para, a través de su después archiconocido bigote y su inconfundible firma, reafirmarse y dejar constancia de su ser, su persona y su arte.

Como curiosidad, señalar que este no es el único Pierrot que se puede ver en el Museo Thyssen. También es protagonista de una escena de la Commedia dell’arte que Watteau pintara en 1712 y que Lucien Freud bocetaría en 1981 como fondo de un retrato en primer plano del barón. El propio Hans Heinrich parece estar emulando la postura corporal del personaje teatral en su siguiente posado para el británico, ya en 1985, pero esa es ya otra historia.

Pierrot con guitarra, Salvador Dalí, hacia 1923, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid).

Keith Haring, arte y activismo

Fresco, ingenioso, ágil en su estilo. Comprometido, sagaz y visionario en su enfoque. Síntesis de muchos otros con los que se relacionó. Representativo de su momento, dio identidad y una marca visual a los años 80 que sigue resultando hoy igual de original, dinámica e inspiradora que entonces. La muestra que le dedica la Tate en su sede de Liverpool así lo demuestra.

La década de los 80 fue una mierda, el SIDA se llevó a mucha gente por delante y dejó en el aire un halo de culpa del que todavía no nos hemos desprendido. Pero también trajo una serie de nombres que revolucionaron la creación artística de la capital mundial del arte, Nueva York. La hicieron desprenderse de algunos de sus elitismos y complejos de clase, haciéndola más cercana tanto por los temas que trataban y los medios que utilizaban como por los lugares donde exponían o creaban. Junto a otros como David Wojnarowicz (1954-1992, al que estos días le dedica una gran exposición el Museo Reina Sofía) o Jean Michel Basquiat (1960-1988), quizás el nombre más popular de aquellos años sea el de Keith Haring.

Nacido en 1958, su infancia estuvo marcada como la de muchos niños de su época por lo visual. Por el el boom de lo que hoy denominamos branding y merchandising, la disparidad de mensajes, formatos y estilos de la publicidad gráfica y la universalización de la televisión, medio a través del cual asistió a la llegada del hombre a la luna, descubrió que Martin Luther King había sido asesinado o vio a miles de compatriotas en las calles reclamando el final de la participación americana en la guerra de Vietnam.

De Reading a Nueva York

Mediada la década de los 70 Keith comenzó a formarse artísticamente en su Reading (estado de Pensilvania) natal, pero rápidamente vio que lo que él pretendía hacer no encajaba dentro de las cuadrículas de lo comercial para las que le estaban preparando. Así que marchó a Nueva York y con referentes como los de la libertad formal de Jean Dubuffet o la asociación de ideas de William Burroughs fue encontrando la manera tanto de darle forma a su imaginario visual como de trasladarlo a la realidad personal y social que estaba viviendo.

NYC era una ciudad marcada por la violencia, el racismo y la desigualdad, pero también sede de una red de galerías y jóvenes artistas deseosos de prolongar el terremoto conceptual, comercial y social que, tras el informalismo, había supuesto el pop art. Un ambiente en el que el trazo, composición y colorido sencillo de Haring, su reconocible iconografía (perros ladrando, naves espaciales, televisiones, ordenadores y personas en movimiento) y su concepción performativa del proceso de creación, su inspiración a partir de lo que veía en los medios de comunicación y vivía en la calle, su interacción con las nuevas corrientes musicales (hip hop y disco) y su intención de hacer de su trabajo un elemento de diálogo con sus espectadores e integrado con el lugar donde se expusiera o creara (huyendo de toda sacralización o mitificación) le pusieron en el punto de salida de la carrera que hoy conocemos.

Una de sus primeras señas de identidad fueron, sin duda alguna, además de sus collages expuestos por las calles, sus intervenciones con tiza a modo de grafitis en las estaciones de metro. Práctica perseguida inicialmente por la policía y tiempo después abandonada por Haring por ser extraídas por los más sagaces para lucrarse con ellas. Otra fue utilizar a los simplificados personajes de sus creaciones como altavoces de sus manifestaciones políticas en forma de pinturas (después reproducidas como carteles) en contra del silencio estadounidense ante el Apartheid sudafricano o de la nuclearización y la guerra fría entre EE.UU. y Rusia (en 1986 llegaría a realizar un grafiti de 300 metros sobre el muro de Berlín).

Club 57

Resultados visuales tras lo que se encontraba un hombre que comenzó los 80 organizando tanto sus primeras exposiciones como las de otros, así como fiestas de lo más moderno en el Club 57. Una cercanía y un ambiente festivo que extendió a su carrera como artista. Cuando pudo permitirse tener un estudio, eligió un local a pie de calle, donde se le pudiera ver trabajar y dialogar con él. Y para su segunda muestra en una galería (diciembre de 1983) propuso un montaje diferente, únicamente con luces de neón y música (DJ incluido), para que al entrar en la Tony Shafrazi Gallery sus pinturas fluorescentes te epataran y trasladaran al momento álgido de un sábado noche.  

Pop Shop

Siguiendo la estela de Andy Warhol, permitió que sus imágenes se plasmaran en todo tipo de soportes, llegando incluso a abrir una tienda, Pop Shop (Lafayette St., 292), para comercializarlos. Era 1986 y Haring había dejado de ser un nombre destacado de la contracultura para pasar a serlo de la cultura popular. Un artista que colaboraba con los más grandes, diseñando vestidos para Vivienne Westwood o para su amiga Madonna (íntimos desde que ambos eran unos desconocidos recién llegados a la Gran Manzana) o pintando el cuerpo de la también cantante y modelo hiper cotizada Grace Jones para una sesión fotográfica de la revista Interview.

VIH/SIDA

Para entonces, la epidemia del VIH y la condena a muerte del SIDA eran algo más que conocido por casi todo el mundo, provocando el estigma de los afectados por la apatía de las autoridades estadounidenses (y de muchos más lugares) y dando pie a un activismo que logró grandes resultados. Viendo que muchas personas de su entorno se veían afectadas y morían por este nuevo virus y enfermedad, Keith asumió que era cuestión de tiempo que él también pasara a ser uno de ellos, motivo por el que puso su creatividad al servicio de la causa. Ya fuera reflejando el miedo y la rabia que le producía lo que se estaba viviendo (Set of ten drawings, 1988) como apoyando, bajo el lema Silence = Death en colaboración con ACT UP, tanto la lucha contra la serofobia como la visibilidad de la homosexualidad y la información sobre prácticas sexuales seguras. Y aunquen no forma parte de esta exposición, no puedo dejar de hacer mención al mural Together we can stop AIDS que pintó en Barcelona el 27 de febrero de 1989 y que el MACBA recuperó en 2014.

Tal y como predijo, en el verano de 1988 descubrió que tenía el VIH y el 16 de febrero de 1990 el SIDA marcó el punto y final de su vida y carrera artística. Él murió, pero como demuestra esta exposición, sus creaciones siguen impactándonos.

Kate Haring, en Tate Liverpool, del 14 de junio al 10 de noviembre de 2019.

“Los lugares pequeños” de Paco Tomás esconden un gran universo

Muchas vidas acaban siendo un gran círculo. Por mucho tiempo que pase hay que volver al inicio para cerrar lo que no quedó curado o para concluir un proyecto de extraño sentido que se hizo grande con el trabajo meticuloso de cada día durante semanas, meses y años, muchos años.

LosLugaresPequeños

Hay quien opina que los cuarenta es el momento de una gran crisis existencial. Uno se plantea quién es y hacia dónde va y a dónde podrá llegar, utilizando la respuesta como medio para detectar qué le faltó y quién no se lo dio, así como el vacío que esto produjo. Toca entonces decidir si aceptar quienes somos fruto del espíritu de supervivencia ante ese inevitable agujero negro o si le dedicamos energía a intentar edificar lo que no tuvimos, con la consiguiente duda de si no será ya demasiado tarde y de si tiene sentido alguno hacer ahora lo que debió ser realizado en el pasado. ¿Dónde se sitúa Fidel Ruesga, el hombre cuya vida está formada de espacios reducidos a los que solo accede él, la persona que protagoniza “Los lugares pequeños”?

Fidel es un ser de 41 años que vigila por la mirilla con suspicacia a sus vecinos al otro lado del rellano de la escalera, que cuida de una madre que le escribe íntimas masivas a amigas como María Teresa Campos o Belén Esteban y que trabaja en una papelería en la que el negocio se regenta con las costumbres y maneras de décadas atrás. Antes que adulto, Fidel fue un niño cuyo padre no le hablaba y con una madre que nunca aparecía sonriente en las fotografías junto a él, torpe como nadie y blanco de las bromas de mal gusto de sus compañeros de clase y vecinos. En el trayecto del joven que no sabe atarse los cordones de los zapatos al adulto que bebe vodka y que viaja a pueblos con nombres como el de Salvapenas, su lenguaje expresivo se forma por la unión de piezas visuales creadas por otros, pero modificadas y unidas bajo su criterio en un gran, gigante, complejo y a la par que deslumbrante, completo y elaborado collage que muestra quién es él y cómo evoluciona a lo largo del tiempo.

Por cuestiones como estas “Los lugares pequeños” resulta un relato muy sensorial. Sin embargo, el collage no es solo un recurso visual para el desarrollo de su historia. Es también un caleidoscopio musical, cinematográfico, literario y televisivo, frívolo y ácido en ocasiones pero descaradamente preciso e inteligente en su selección e hilvanado para formar la pequeña Capilla Sixtina íntima y personal que describe a su protagonista. En primera instancia impresiona, pero después va a más y da el salto que hace que un libro merezca ser leído, engancha despertando el deseo de conocer uno a uno los elementos que lo forman y cómo están tan creativa y compactamente hilados entre el drama, la comedia, el costumbrismo y hasta sus momentos de intriga, thriller y misterio por resolver. Cada referencia tiene un sentido, un significado, es icono de un estado de ánimo, del momento histórico y el público que lo creó. Quizás muchas no resistan el paso del tiempo, pero hoy por hoy son la lectura que tenemos del ayer y el hoy más cotidiano y colectivo de nuestras biografías.

Paco Tomás tiene el verbo fácil y cuenta con una riqueza de vocabulario que ya quisieran para sí los vendedores de humo. Este periodista de oficio, sufrido guionista televisivo y hombre profundamente observador, ejerce el trabajo de escritor y su doble propósito con convicción y honestidad: expresarse y hacerse entender, crear y darnos la posibilidad de introducirnos en un mundo, una mente y unas vivencias que ha construido para nosotros. Sumando a ambas cuestiones, su amplio bagaje intelectual y vivencial hacen de “Los lugares pequeños”, la primera novela publicada de Paco Tomás, una lectura entretenida por su desarrollo, inteligente por su estructura y apasionante por el universo de canciones, fotografías, películas, lugares y personajes reales e irreales que la forman.

Estampa. Contemporary Art Fair 2014: diálogo entre autores, galeristas y visitantes

Estampa2014

Tras Summa Art Fair, nuevamente Madrid Matadero se revela como un lugar ideal para poder visitar, ver y disfrutar el arte más actual de una manera cercana y dialogada entre autores, galeristas y visitantes/coleccionistas.

Estas son algunas de la piezas y artistas que, entre otras y otros muchos, podrían destacarse de esta edición de Estampa. Contemporary Art Fair que sin duda alguna deja muy buen sabor de boca.

Juan Francisco Casas (Galería Fernando Pradilla): hiperrealismo con fotograbados –en pequeño tamaño- y bolígrafo y rotulador sobre papel -a gran escala -, y guiño a la fotografía dibujando mujeres que pretenden autorretratar su sensualidad.

01.JuanFranciscoCasas

Mateo Mate (Galería NF): haciendo arte del otro lado del arte, planteando el debate de los límites, ¿qué nos queda por convertir por arte? ¿En qué se apoya este? ¿Lo que ayuda al arte es también arte?

02.MateoMate

Suso Basterrechea (Galería Paula Alonso): cada imagen de la serie “Saco Roto” es por sí misma un impacto visual, el conjunto, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, es impresionante.  Tuve la suerte de intercambiar unas palabras con el autor, “cuando me pongo a trabajar soy como un torrente, hasta el final. También paso momentos parado, aunque ahora mismo estoy deseando volver al estudio a trabajar en varias ideas que me rondan la cabeza.”

03.SusoBasterrechea

María Oriza (Galería Astarté): doble intervención tridimensional, con el lenguaje de la escultura y la afección visual impresa a este, que trasciende a la ubicación de la pieza y se traslada al espacio que media con su espectador al interactuar este con ella desde donde quiera que lo haga.

04.MariaOriza

Fernando Bellver (Photosai Art Gallery): diálogo entre el comic y la estampa japonesa, colocando a Tintín en 30 localizaciones reales de Tokio representadas a modo de hukiyo-e a las que se puede acceder a través del código QR que acompaña a cada imagen.

05.FernandoBellver

Rubén Martín de Lucas (Galería Bat Alberto Cornejo): fotografía de lugares anónimos y sin coordenadas espacio-temporales como punto de partida e intervención de óleo para proporcionarles las sensaciones que las convierten en espacios que acogen a sus espectadores.

06.RubenMartinDeLucas

Juan Angel González de la Calle (Galería Estampa): profundidad hipnótica y composición enigmática que unidas forman espacios en los que se entra pero ya no se sale, entre el surrealismo de Dalí y la metafísica de De Chirico.

07.GonzalezDeLaCalle

Didier Lourenço (Obra Recent): ilustraciones llenas de magia en las que con apenas unas líneas se da vida a unos protagonistas llena de vida y emocionalidad,  y con unos trazos de color con acuarela se crea el universo de ensoñación en que estos residen.

8.DidierLourenco

Abel Robino (Museo Vivanco de la Cultura del Vino): ingenio y extrema meticulosidad para con intervención artesanal recrear el camino realidad fotografiada y recreación de la realidad a partir de la fotografía.

09. AbelRobino

Gustavo Díaz Sosa (Mikel Armendia): brutal e impactante sensación de infinito con sus dibujos, su definido trazo y su amplia perspectiva recrean un lugar anónimo y apocalíptico que parece remitir tanto a lo muy pasado como a lo muy futuro.

10.GustavoDiazSosa

Emilio Pemjean (Galería Siboney): recreando a modo de homenaje con luces frías las arquitecturas e iluminaciones de Velázquez y Vermeer, quitándole la belleza pictórica para darle la trascendencia de los cánones presentes.

11.Emilio

Cristina Almodovar (Set Espai d’Art): viaje simbólico de ida y vuelta, esculpe naturaleza a partir del hierro que ha tomado de la tierra, siendo este elemento también la raíz del elemento esculpido.

12.CristinaAlmodovar

Santiago Ydáñez (Invaliden1): combinación de pinceladas deslizadas sobre el lienzo y saturadas de óleo otras que en conjunto magnifican, con su blanco y negro o tonalidades azules o verdes, lo representado, sean paisajes, retratos humanos y animales o detalles de unos y otros.

13.SantiagoYdanez

Pep Durán (Maserre Galería): varias historias contadas en un único plano a partir de un collage que incluye fotomontajes y materiales agregados con los que recrear espacios arquitectónicos a caballo entre la definición y la insinuación.

14.PepDuran

Marcos Tamargo (Galería de Arte Rodrigo Juarranz): fuerza y expresividad en la que tras un aparente ímpetu abstracto se encuentra un paisajismo de profunda perspectiva desde los detalles del primer plano.

15.MarcosTamargo