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“cobardes” de Castro Lago

Siete relatos sobre gente como tú y como yo. Siete historias que no crees que vayas a vivir pero que en algún momento se te han pasado por la cabeza. Siete narraciones donde lo cotidiano se hace protagonista, situándote en encrucijadas en las que lo espontáneo y lo simbólico se dan la mano poniéndote a prueba. Siete fábulas que demuestran que cada uno de nosotros albergamos tanta luz como oscuridad.

Un nudo en el estómago. Eso es lo que te provocan las primeras líneas de cada uno de estos Cobardes. Con apenas unos acordes verbales Castro Lago te introduce en una tensión que le basta con insinuarse para hacer evidente que hay algo más, algo que no se deja ver, tras los gestos con lo que presenta a sus protagonistas. Su aparente liviandad no es más que una carta de presentación que induce a la sospecha y a la suspicacia. ¿Se explayarán en los párrafos que están por venir? ¿Nos contarán lo que inicialmente han callado?

El papel les permite una intimidad, un secreto y una connivencia serena y relajada, a prueba de prejuicios con los que estamos de este lado. ¿Se valdrán de ella? ¿La utilizarán a su favor? A nosotros la lectura nos obliga a proyectarnos y a reflexionar, a hacer el ejercicio de ¿y yo qué? ¿qué haría? ¿ya lo hice? ¿lo haría de nuevo?

¿Fingirías querer a alguien cuando en tu fuero interno quien te hace latir es otra persona? ¿Simularías que te importa aquella antigua compañera de clase a quien hacía décadas que no veías? ¿Tolerarías que tu marido se arreglara para pasar la noche fuera y replique ante tu gesto agrio que ya os veréis en el desayuno? ¿Y que un alumno soliviantara tu ánimo? ¿Cómo recuerdas aquella primera visita médica en que tuviste que desnudarte y dejar que un extraño tocara tus partes? ¿Cómo actuarías si descubrieras que tu pareja acaba de morir durmiendo a tu lado? ¿Te has llegado a identificar con un animal, a mimetizar con su pulso vital?

Sin entrar en juicios de valor ni utilizar el filtro morboso del escándalo o la hipérbole, Castro Lago nos coloca en el corazón de quienes se dejan llevar sin más, quienes siguen hacia delante en una extraña mezcla de impulso y razón. Al igual que en Amantes, poetas, víctimas y otros infelices (2019), la diafanidad de su narración sintetiza las coordenadas anímicas de los personajes en los que se embarca y el aparente punto de inflexión vital en el que nos los da a conocer.

No se trata de si hacen lo correcto o no, sino de que son así y no pueden, y sobre todo, ni tienen porqué evitarlo. El destino y su sentir los llevan por ahí, por un camino inescrutable cuyo tránsito labra tanto su carácter y personalidad como su biografía y el futuro por el que ésta haya de discurrir. Un devenir a caballo entre la monotonía de la zona de confort, la inconsciencia de lo rutinario y la obsesión alrededor de una serie de elementos -el trabajo, la pareja, los hijos, los recuerdos que siguen vivos, las ilusiones que no se cumplen- sobre los que ya no se sabe cuándo se reflexiona ni cuánto se fantasea.

Cobardes, Castro Lago, 2020, Talentura Editorial.

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

"El otro barrio" de Elvira Lindo

Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

Los barrios residenciales de las grandes ciudades, aquellos en los que vive la gente humilde, la que no tiene más que lo justo para llegar a final de mes, suelen pasar completamente desapercibidos. Suburbios que sabemos que existen, pero desde fuera se les contempla como lugares ajenos, no importa quién ni por qué se establece en ellos, qué tipo de vida siguen ni qué aspiraciones tienen. Vallecas es uno de esos distritos, tan grande o más que muchas capitales de provincia y a donde, durante décadas, llegaron muchos buscando una oportunidad con la que labrarse un futuro digno.

Cuando Elvira Lindo publicó El otro barrio en 1998 esto era aún más evidente, tal y como transmiten sus páginas. De un lado el costumbrismo y la tradición representados por los mayores, por unos hábitos que les conectaban con la ruralidad de la que muchos procedían, por su manera conservadora de pensar y su proceder consecuente. Y por el otro la modernidad y la adaptación a los nuevos tiempos de sus descendientes, de una juventud que quería conocer, aprender y experimentar, que ya no se conformaba con lo que le había tocado.

Esa es la atmósfera en la que creció el adolescente Ramón Fortuna, el joven que comienza apocado esta novela y que por capricho de las carambolas del destino se ve envuelto en unos acontecimientos que harán que su vida no vuelva a ser la misma. Un punto de inflexión del que Lindo se sirve para ahondar tras la superficie de esa identidad que nos arrojamos o nos imponen para sentir que pertenecemos, a una familia primero y a una comunidad más amplia después. Una realidad aparentemente espontánea, pero también una elaborada construcción tras las que nos refugiamos, o de la que deseamos huir, por miedo a mostrarnos tal y como somos cuando no cumplimos el canon dispuesto por las normas sociales y los referentes que no nos atrevemos a poner en duda.

Esa verdad no dicha, no mostrada o no compartida es la que la creadora de Manolito Gafotas va poco a poco, y con sumo tacto, mostrando. Respetando el ritmo de los acontecimientos que hace que sus personajes descubran lo que no imaginaban, los paréntesis que se toman para asumir lo conocido y las pausas que necesitan para integrar lo descubierto o lo que ya no pueden simular ignorar por más tiempo. Y en el caso de Ramón, en el marco de una edad en que no se cuenta con el prisma adecuado para observar, evaluar y medir lo que está ocurriendo. Lo infantil ya quedó atrás y aunque se está en el camino de la adultez, la responsabilidad que esta implica aun resulta demasiado grande y abrumadora.

Líneas rojas y estrechas sobre la que discurre El otro barrio, pero manteniéndose firme en un trazado salpicado de referencias cinematográficas y literarias en el que su autora integra con solvencia los conflictos personales de cada una de las personas que habitan este microcosmos y desarrollando hábilmente las tramas aisladas, paralelas y cruzadas a que dan pie.

El otro barrio, Elvira Lindo, 1998, Seix Barral.

«Restauración» de Eduardo Mendoza

El primer texto teatral de este genial narrador prolonga en el género dramático el enfoque socarrón y sarcástico con que trata los acontecimientos en que se ven envueltos sus peculiares protagonistas. En este caso, hasta cinco personajes reunidos de la manera más absurda en la ruralidad catalana en las últimas horas de la tercera guerra carlista en 1876.

El único escenario de esta historia es una casa aislada en mitad del campo, en las cercanías de un bosque y del frente en el que luchan carlistas contra liberales. Una noche que comienza tormentosa y en cuyo transcurrir hasta el alba, Mallenca, su única residente, recibirá la visita de hasta cuatro hombres. Todos ellos implicados, aunque de manera diferente, en la contienda bélica y con intenciones diferentes respecto a la mujer a la que acuden. Una convergencia tan azarosa -cosa del destino- como caprichosa -cosa del autor- que Mendoza utiliza tanto para crear conflictos de intereses entre ellos como para provocar situaciones con las que hacer reír a sus espectadores.

Un punto de partida a partir del cual Eduardo desarrolla esa combinación de ficción enmarcada en una circunstancia histórica real, con nombres auténticos (el general carlista Llorens y el Rey Alfonso XII, impulsor de la Restauración borbónica del título) y otros producto de su imaginación, que unos años antes ya le había dado resultados novelísticamente excelentes en La ciudad de los prodigios (1986).

Al igual que Mallenca, Ramón y Bernat no son personajes cómicos, pero caen en contradicciones, hipérboles y salidas de tono que, sin desvirtuarlos, les dan un tinte de caricatura y personajismo valleinclanesco que, en manos de un buen director, seguro que dan pie a grandes interpretaciones. El posterior autor de El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) juega con lo verosímil, pero estirándolo hasta darle un punto absurdo con el que hacer de ello y de las contradicciones entre lo civil y lo militar, la juventud y la madurez, la urbanidad y lo campestre, el estrellato y el anonimato, chanza y cuchufleta.

Una acidez sin aparente maldad con la que anula cualquier rasgo de heroicidad que pudiera darse, pero sin convertirlo en crítica directa, aunque sí que vierte opiniones sobre los símbolos y los cánones mentales del nacionalismo como los que, después, en 2017 manifestaría en ¿Qué está pasando en Cataluña? Su intención es dejar claro el artificio y la impostura con que actúan cuantos se ven envueltos en un conflicto ideológico. Ya sea por la erótica del poder en el caso de los que lo hacen por decisión propia, ya sea como manera de ganarse la vida y de no tener otra opción los que se ven arrastrados por el sistema.

Cuestión diferente es cuando se trata de asuntos personales, como el honor, el amor y la lealtad donde sus diálogos sí que tienen una veladura de mofa de la que se sirve para darles una frescura y una libertad con aire quijotesco y referencias, incluso, a Bécquer. Súmese a esto la escritura en verso con que dio forma a esta obra estrenada en el Teatro Romea de Barcelona en 1990. Cuestión que en formato impreso, no juega a favor de Restauración, ya que al ser solo diálogos y no contar con las descripciones de una narración ni con la encarnación verbal, gestual y corporal de unos actores le resta la efectividad que seguro tiene sobre un escenario.

Restauración, Eduardo Mendoza, 1990, Seix Barral.

Quiero la luz de la mañana…

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… que con fuerza me ilumina, que me llena de vida y de energía. Esa que me hace sentir que al abrir los ojos no voy a volver a ver lo mismo de ayer y de antes de ayer, lo que a veces temo sea igual que mañana. Ansío ese momento en el que se inicia el día, que me hace sonreír al rozar mi piel.

Deseo ser capaz de convertir las distancias físicas en meras elipsis temporales con tan solo un chasquido de mis dedos. Hacer de todas esas ilusiones imaginadas, realidades, un dónde, un cuándo, un con quién. Que el mundo es muy grande y la vida es muy larga para considerar que todo está ya establecido y fijado como si no hubiera mil posibilidades más. Y no, no es renunciar a lo que ya es, a lo que ya soy, sino hacerlo más, llevarlo de aquí a allá, de allá a más allá y de ahí a no sé dónde. Quizás para llegar a muy lejos o para volver, para estar donde nunca imaginé o aquí otra vez, pero sea donde sea, con el bagaje de todo lo conocido, vivido y experimentado.

Y ¿sabes qué? Que es posible. Pero no me interrogues por el cómo. Pregúntame qué, a qué aspiro, qué anhelo, qué me llama,… Teniendo un destino es como surge el camino, buscando un lugar ves las señales que te llevan hasta él. Y al igual que yo quiero fluir, dejaré que el camino y el destino al que llegar discurran también libremente. Así juntos, destino, camino y yo (o tú, si también lo buscas) circularemos conjuntamente hasta hacer que de la unión de los tres resulte una única pieza más grande, más fuerte, más brillante.

Entonces abriré los ojos y el sol estará tan cerca que sentiré que lo puedo tocar y coger. En ese instante no solo el astro me seguirá iluminado a mí, sino que resultaré ser yo fuente de luz que cause sonrisa e ilusión sobre quien la reciba. Quizás ese momento sea ya, sea ahora,…, espera, quizás no, es, es ya. Hoy, ahora, soy luz.

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(Fotografías tomadas en Madrid el 16 y 29 de agosto de 2014).