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«Los extraños» de Jon Bilbao

Los visitantes inesperados y los acontecimientos inexplicables como mar de fondo de una novela sobre las motivaciones de las relaciones humanas y la necesidad de darle sentido a nuestra existencia. Una prosa directa y sobria, contagiada de la pulsión de los acontecimientos. Una narración bien planteada y desarrollada, pero aparentemente falta de brújula en su resolución.

Antes que Los extraños fue Basilisco (2020). Allí se conocieron Jon y Katharina, un español y una alemana que coincidieron en California y a los que ahora encontramos en Ribadesella, a donde se han trasladado temporalmente. Ingeniero y traductor él, productora audiovisual y traductora ella. Los días se les pasan entre traslaciones de un idioma a otro de textos técnicos y paseos bajo cielos nublados hasta que la aparición en el cielo de unas luces nocturnas de origen inexplicable y la posterior llegada de una visita inesperada alteran y rompen, respectivamente, su rutina. Una monotonía en cuya atmósfera flota la interrogante sobre el sentido de su relación y su futuro ahora que están embarazados.

Apenas 130 páginas en las que su autor no pierde el tiempo en detalles explicativos y tramas ambientales. Cuanto expone es clave para conocer la identidad y personalidad de su pareja protagonista, así como el lugar en que se encuentran. Un entorno que no les influye directamente, pero que les envuelve con su climatología húmeda y el verde de su geografía ondulada, enmarcada por la ría que les separa de la localidad y por la cercana omnipresencia del Cantábrico.

Quizás sea esta invisibilidad uno de los aspectos más conseguidos de esta novela y que bien pudiera explicarse por ser la de la ciudad donde nació su autor. No es el único elemento autobiográfico del que Jon Bilbao se ha servido, ya que en el detalle de sus descripciones de los lugares que se ven y se transitan, especialmente cuando se trata de minuciosidades geológicas, se pueden identificar términos propios del ingeniero de minas que también es, además de traductor como resultado de su formación en filología inglesa.

Pero como en casi toda ficción, el elemento central son sus protagonistas, las personas que determinan qué sucede y por qué. La repentina aparición de de Merkal y Virgina se incrusta con tanta vehemencia como naturalidad sobre la cuadrícula conformada por Jon y Katharina, dando lugar a la expectación de un posible juego de contraposición de parejas, así como de las combinaciones cruzadas entre unos y otros. Una irrupción que se apodera de la trama que articula la historia, relegando su aparente drama inicial, para adquirir progresivamente trazas de un suspense con pistas huidizas y motivaciones difíciles de discernir.

Podría ser que fuera resultado de una tensión en segundo plano muy bien articulada, pero a medida que se suceden los días y los acontecimientos, surgen preguntas que la narración no responde y tampoco ofrece alternativas que calmen el anhelo de su lector por entender qué tiene que ver con qué y qué explica qué. De ahí que cuando llega su resolución, Los extraños resultamos ser los que estamos a este lado de las páginas por no comprender qué diablos ha ocurrido. Espero volver a coincidir con Jon y Katharina en el futuro para que nos lo cuenten.

Los extraños, Jon Bilbao, 2021, Editorial Impedimenta.

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

«El diario de Edith» de Patricia Highsmith

Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

Patricia Highsmith es sinónimo de suspense y aunque pudiera parecer que esta es una novela costumbrista, que lo es, también responde a lo que se espera de ella. Desde el principio hay algo difícil de definir que hace desconfiar de la corrección con que se muestran los estadounidenses que se hicieron adultos entre el fin de la II Guerra Mundial y la dimisión de Richard Nixon. Ese es el objetivo de la también autora de El talento de Mr. Ripley, detectar y mostrar por dónde hace aguas una satisfacción que no es tal y sobre todo, qué efectos tiene en esa oscuridad, su ocultación y la imposición de un ejercicio continuado de sobreactuación para mantener el status quo del sueño y la supuesta identidad norteamericana.

El diario de Edith comienza con la mudanza de una joven pareja y su joven hijo desde su piso en Nueva York a una casa individual con parcela y camino de entrada en una pequeña población del estado de Pennsylvania. Lo que se presupone un hito en el progreso como clase media acomodada se convierte, poco a poco, en unas coordenadas de lo más opresivas a medida que dejan de verse materializadas unas expectativas que son, tal y como muestra Highsmith muy sutilmente, exigencias sistémicas.  

En el terreno profesional, Edith aspira a ser una periodista de opinión, pero su alto sentido crítico sobre las políticas liberales -a nivel nacional- e intervencionistas -en el plano internacional- de su gobierno no parece tener buena acogida ni entre los medios a los que ofrece sus artículos ni entre los lectores del diario local que pone en marcha. Con el tiempo, incluso, ni siquiera entre sus vecinos y los que ella consideraba sus amigos.

En lo familiar, su vástago poco a poco se revela como un joven sin intenciones ni motivaciones, convirtiéndose en algo así como la versión realista del esperpéntico Ignatius Reilly (el protagonista de La conjura de los necios), con quien Cliffie coincide en el tiempo (aquel fue escrito en 1962), pero que Highsmith no conocía porque la novela de John Kennedy Toole no sería publicada hasta 1980, tres años después que la suya. Súmese a ello un marido precoz en el cliché de hombre maduro que se fija en mujer joven y que huye haciendo un sangrante punto y aparte en su vida, dejándole a ella, incluso, con las cargas -en forma de tío mayor en cama- que le corresponden.

Una realidad de decepción frente a la que Edith intenta mantenerse firme, corrección que le provoca una doble reacción que Highsmith presenta con la asertividad propia del género de misterio sin llegar a desvelarnos la motivación que hay tras ella. Si el diario que escribe es producto de una mente bipolar o de una imaginación escapista. O si la de su distanciamiento con los que la rodean es la propia de alguien que se va haciendo asocial o la de una mujer valiente y una feminista pionera con opiniones avanzadas a su tiempo -y por ello incomprendida, contrariada y hasta perseguida- sobre asuntos como el aborto, la eutanasia, el adulterio, el divorcio, la homosexualidad, las drogas o el alcoholismo.

El diario de Edith, Patricia Highsmith, 1977, Editorial Anagrama.

Atrapado por «La seducción» de Coppola

Un relato ambientado en 1864 que adopta formas decimonónicas en su desarrollo. Todo lo visible se muestra y comporta con una gran formalidad, pero tras ello hay un sutil y sordo caudal de impulsos y pasiones que abarcan un amplio registro de comportamientos y emociones del ser humano. Un fino y delicado trabajo de Sofia Coppola con un exquisito despliegue interpretativo de todo su reparto.

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El frondoso entorno natural del estado de Virginia, la arquitectura neoclásica de aire francés de la residencia en la que tiene lugar toda la acción, la vibrante luz de las distintas horas del día y la de las velas cuando cae la noche, la precisión con que está siempre colocado el servicio en la mesa, las lecciones de francés, los ampulosos vestidos perfectamente almidonados de todas las mujeres y la corrección con que se comportan en todo momento. La puesta en escena concebida por Coppola hace que su propuesta parezca la plasmación visual de una novela escrita en la segunda mitad del siglo XIX.

Motivo este por el que La seducción no es solo lo que se ve, sino también lo que hay tras ello, lo que tampoco se dice, que tan solo se sugiere o se deja intuir para que la imaginación lo amplifique. Se percibe tras ello una extraordinaria sensibilidad femenina a la hora de construir los personajes y elaborar y desplegar la trama argumental en la que conviven. En ningún momento la dirección de Sofía Coppola está enfocada para dirigir nuestro pensamiento y establecer qué tenemos que sentir. Su trabajo es más de fondo, es como un director de orquesta que conduce todos los elementos  –escenografía, fotografía, banda sonora,…- dejando que estos fluyan libremente, haciendo que en su encuentro con ellos el espectador se sienta fuertemente atraído por la atmósfera ambiental y sensorial creada.

Una nebulosa en la que el relato de La seducción va acumulando capas que se funden entre sí dándole profundidad y complejidad a los distintos comportamientos humanos que evolucionan a partir de una situación tan límite como la de un grupo de mujeres -solidarias pero también competitivas entre sí- en un mundo masculino, que están cerca del frente de batalla de la Guerra de Secesión y se ven en la obligación cristiana de acoger a un soldado enemigo que parece al borde de la muerte. Hora y media de proyección que dan para pasar de la intriga al drama con puntos de comedia y notas de sensualidad y erotismo, y de ahí al suspense y el thriller, demostrando que lo que comenzaba como un aparente relato clásico tiene también una concepción y una factura muy moderna.

Registros varios en los que Colin Farrell demuestra que cuando está bien dirigido es capaz de dar lo mejor de sí mismo y la joven Ellen Fanning deja claro que tiene un gran potencial por delante.  Kirsten Dunst va camino de ser la eterna pero perfecta secundaria, conquistando al espectador cada vez que aparece y aportando a la historia elementos de peso que la mantienen en tensión y la impulsan cuando es necesario. Y Nicole Kidman resulta siempre perfecta, desenvolviéndose como pez en el agua tanto a la hora de interpretar como a la de derrochar fotogenia, no hay quiebro, matiz o dificultad de las muchas que presenta La seducción que ella no sea capaz de resolver con elevada solvencia.

La Trilogía del Baztán, entretenida intriga de Dolores Redondo

En el corazón de uno de los valles más hermosos de Navarra se encuentra una fuerza misteriosa que, además de asesinar a niñas y mujeres, parece tener en su punto de mira a la inspectora Salazar. Su investigación policial, sus vivencias personales y su historia familiar conforman un triángulo cuyos tres lados albergan también una intriga correctamente planteada, una exposición pedagógica sobre mitología euskaldún y un intento de saga literaria que sin llegar a brillar, resulta una lectura amena y entretenida.

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No hace falta recurrir a autores escandinavos ni al americano Dan Brown para sumergirnos en argumentarios sobre comportamientos perversos de la mente humana, introducirnos en los métodos de investigación de los cuerpos y fuerzas de seguridad de distintos países y darnos unos cuantos apuntes prácticos sobre anatomía forense. También hay productos literarios en español que nos prometen buenas dosis de suspense, acción y acontecimientos cuya lógica escapa a nuestra razón pero que podemos llegar a comprender si conocemos todas las piezas que durante largo tiempo se han cocinado para unirse hasta darles forma y resultado en forma de cadáveres.

Dolores Redondo es un ejemplo patrio de ello, se ha documentado acerca de todos estos asuntos y los ha dispuesto en una línea temporal en la que van confluyendo en el presente de Amaia Salazar,  inspectora jefe de homicidios de la Policía Foral de Navarra. Una mujer que no solo es una capaz e inteligente profesional, sino también alguien con una biografía y un sistema familiar que tiene mucho que ver con aquello a lo que ha de hacer frente en su siempre arriesgada profesión.

A medida que profundizamos en las herramientas que esta joven, valiente y decidida mujer utiliza en su trabajo, se nos presenta otra visión de la realidad, aquella que sigue las reglas no escritas de las creencias espirituales. Esas que no son solo una cuestión antropológica, sino que tienen que ver también con la adoración de lo sagrado mediante prácticas religiosas no convencionales. Unas cuestiones –las policiales y las lógicas- y otras -las espirituales e irracionales- que se irán acercando más y más a medida que se resuelven los distintos homicidios que se suceden en el valle del Baztán o guardan una extraña relación con él. Así es como el cierre de cada caso, de la identificación de cada asesino, será también el principio de la siguiente investigación y, por tanto, el motivo del siguiente tomo de esta trilogía en un lugar en el que la naturaleza –bosques frondosos y de difícil acceso, cuevas en lugares remotos, ríos caudalosos- y la climatología -días de lluvia sin parar, nevadas que bloquean carreteras, frío invernal que parece no tener fin- juegan un papel fundamental.

Una serie que se inicia con un thriller más convencional y con gran peso argumental de la mitología vasca, El guardián invisible, que entra en el terreno de lo oscuro y más difícil de definir con Legado en los huesos y alcanza lo esotérico y lo demoníaco en Ofrenda en la tormenta. Tres volúmenes que pueden considerarse independientemente, pero que realmente conforman una unidad. No solo hay una línea narrativa que los enlaza, sino que presenta también una evolución en la biografía de los personajes comunes a los tres y una sucesión cronológica entre los acontecimientos de distinta índole –las relaciones de pareja, los acontecimientos familiares que se van conociendo, los vínculos entre víctimas y sospechosos de cada sumario con los anteriores- que se dan en ellos.

La primera entrega resulta fresca y fluida, engancha con su misterio y la presentación –siempre con un punto velado, de algo que se oculta inquietantemente- de sus protagonistas, incluyendo de manera muy natural acontecimientos que sin tener sentido aparente, resultan creíbles. En la segunda, Legado en los huesos, todo –lo personal y lo profesional, lo dinástico y lo social- resulta muy esquemático, parece responder más a un plan para contar algo que parece previamente trazado, dando la sensación de que la escritura es más un ejercicio con el que dar forma a algo cuya ruta y destino ya está decidido. Así es como la última parte de la trilogía parece más que una entrega en sí, la prolongación de una segunda parte que solo se cerró en apariencia y que aquí se lleva, esta vez ya sí, a su verdadero final.

Podría ser que Amaia Salazar diera más de sí de en el futuro, hay base para ello. Pero está claro que tendría que ser con otra línea argumental y exponiendo otras facetas de su vida personal y profesional  que aquí apenas hemos conocido. Habrá que esperar y ver qué decide sobre ello Dolores Redondo.

“Nuts” de Tom Topor, la obra que quiso interpretar Barbra Streisand

El cine ha hecho que los juicios en EE.UU. nos parezcan una de las situaciones más teatrales que podemos encontrarnos en la vida cotidiana. La escenografía viene marcada por el sistema y los que intervienen pueden hacer de su discurso una construcción emocional más allá de los tecnicismos y formulismos del lenguaje jurídico. Tom Topor se vale perfectamente de lo primero para, a partir de lo segundo, profundizar hasta los aspectos más delicados de una historia “basada en hechos reales” en la que, bajo la apariencia de un asesinato y una prostituta, se encuentra una situación que no cuadra y un personaje herido y obligado a construirse a sí mismo.

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El casting es muy sencillo. Un juez y una acusada, un abogado defensor y un fiscal, asistente de sala y testigos. La estructura de la obra también lo es. Entra el señor de la toga, se presentan las partes y se enuncian los cargos contra la mujer sometida a escrutinio judicial, declaran las personas propuestas por la defensa y la acusación y finalmente se dicta sentencia. En este sentido, esta Loca no ofrece ninguna sorpresa. Su valor está en las intervenciones de cada uno de sus personajes y como a través de lo que dicen y declaran dejan ver, no solo que detrás de cada decisión burocrática hay muchos comportamientos humanos, sino también historias llenas de sombras oscuras, silencios sordos e ilusiones rotas en las que a pesar de todo, se es capaz de tener fuerza para luchar y seguir adelante.

Para evitar el riesgo de la linealidad, Topor incluye varios elementos disonantes. La protagonista que lucha contra la injusticia de ser considerada mentalmente incapaz por un sistema que solo busca etiquetar en lugar de comprender, es también una persona impetuosa y visceral, lo que por momento la hace parecer altiva, irrespetuosa y soberbia. Frente a ella, un testigo que se vale de su prestigio médico para hacer dogma de sus opiniones sobre la salud mental de su paciente, y una pareja de hombre y mujer que se presentan, no como personas que tienen algo que aportar, sino como víctimas de una hija por la que no se sienten recompensados, ni afectivamente ni en términos de orgullo paterno-filial.

Todo esto nos permite conocer a una mujer que tiene tras de sí no solo una biografía con episodios que se salen del guión de lo que se puede mostrar en público, sino también un sistema familiar con momentos y comportamientos ocultados durante mucho tiempo. El pasado más reciente y el más lejano toman cuerpo y luz en la tribuna de testigos pasando a ser algo real una vez que quedan recogidos por los taquígrafos que registran cuanto se relata en los interrogatorios. Un complejo entramado que el autor resuelve con una aparente sencillez que tiene tras de sí una intriga con un ritmo creciente bien planificado, con diferentes fuentes que discurren asincrónicamente en un complementario y perfecto equilibrio para confluir en una atmósfera de suspense de gran intensidad. Una fuerza que se revelará como el motor que marcará el devenir y la sentencia de lo que allí se está discutiendo, superando los juegos verbales y las inteligentes vueltas de tuerca de sus exposiciones orales .

Motivos que hacen de lo escrito por Tom Topor un buen texto teatral que triunfó en el off-Broadway de 1979 y cuyos derechos fueron rápidamente adquiridos por Hollywood. Finalmente, la adaptación cinematográfica fue producida en 1987 por Barbra Streisand, quien estuvo años tras el papel de Claudia Faith viendo en él una oportunidad de ampliar su registro interpretativo tras una laureada carrera de más de veinte años y con el hándicap del gran éxito de Yentl (1983), su último título hasta entonces. El resultado en la gran pantalla, a pesar de contar con Topor en la adaptación del libreto teatral como guión cinematográfico, no pasó de ser un telefilm con una sobreactuada Streisand.

Something happens with some people: they love you so much they stop noticing you’re there because they’re so busy loving you. They love you so much their love is a gun, and they keep firing it straight into your head. They love you so much you go right into a hospital…

“Huyendo de mí” de Salvador Navarro

La crisis de los cuarenta no es un momento de pausa para Leo, es más bien un tiempo agitado en el que todas las facetas de su vida –personal, familiar y laboral- se ponen patas arriba en una sacudida que se inicia introspectiva y poco a poco deriva en un relato plagado de intriga. Una narración muy bien estructurada con personajes sólidos que evolucionan y ganan profundidad a medida que se desarrolla esta historia que entretiene y engancha a partes iguales.

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Me acerqué a Huyendo de mí como si de una cita a ciegas se tratara. Sin conocer a su autor ni saber qué decía la sinopsis de su contraportada. Con apenas unas páginas leídas Leo me tenía ya de su lado, había captado mi curiosidad y quería saber quién era, cómo pensaba y cómo iba a hacer frente a los acontecimientos que estaban sucediendo tanto en su casa como en su trabajo y en su vida social. La confluencia de una relación de pareja estancada tras más de una década de matrimonio, los problemas financieros del estudio de arquitectura del que es cofundador y copropietario y la reaparición de Virginia, su primer gran amor, suponían una combinación explosiva cuya iniciación no tenía marcha atrás.

El preciso estilo narrativo de Salvador Navarro, descriptivo más que explicativo, dando tanto o más importancia y espacio a los diálogos de sus protagonistas que a su propia prosa, va conformando un escenario en el que entramos como si se tratara de una proyección cinematográfica. Primeramente nos presenta a un pequeño grupo de hombres y mujeres que habitan en la Sevilla de hace apenas unos años. A continuación nos da a conocer cuál es el vínculo existente entre todos ellos a través de las situaciones en las que coinciden, introduciéndonos de esta manera en su círculo vital. Una vez que comenzamos a ser testigos directos de sus acciones, conversaciones y pensamientos ya no hay marcha atrás. Hemos comenzado a ser parte de su día a día, tanto del cotidiano como del inesperado, y la curiosidad y el deseo de saber no solo no nos permiten alejarnos, sino que hacen que les sigamos de manera proactiva.

Un relato aparentemente costumbrista en el que se produce un inquietante punto de inflexión en el momento en que Leo conoce a Pablo, instante en el que a todo lo conocido hasta entonces, Huyendo de mí le suma una intrigante nueva dimensión argumental. Lo que se había iniciado como un proceso de búsqueda de respuestas personales sobre las ilusiones y motivaciones con las que vivir el presente y construir el futuro, se abre para conformar una historia de suspense alimentada y contaminada por los oscuros equilibrios que sustentaron en París la afectiva y sexual relación triangular entre los ya mencionados Pablo y Virginia, y un misterioso tercero, Víctor.

Sin necesidad de alambicadas argumentaciones, cuanto acontece a lo largo de las poco más de tres semanas que abarca esta historia, se sucede con un ritmo ágil, sin prisa pero sin pausa, constantemente hacia adelante. Salvador deja que los acontecimientos sigan su curso natural, sin interceder en ellos, más que como creador, parece colocarse en el papel de intermediario entre aquellos y nosotros, dejando vivir a sus personajes y a sus lectores disfrutar de ellos.