Archivo de la etiqueta: Fundación Loewe

10 novelas de 2020

Publicadas este año y en décadas anteriores, ganadoras de premios y seguro que candidatas a próximos galardones. Historias de búsquedas y sobre la memoria histórica. Diálogos familiares y continuaciones de sagas. Intimidades epistolares y miradas amables sobre la cotidianidad y el anonimato…

“No entres dócilmente en esa noche quieta” de Rodrigo Menéndez Salmón. Matar al padre y resucitarlo para enterrarlo en paz. Un sincero, profundo y doloroso ejercicio freudiano con el que un hijo pone en negro sobre blanco los muchos grises de la relación con su progenitor. Un logrado y preciso esfuerzo prosaico con el que su autor se explora a sí mismo con detenimiento, observa con detalle el reflejo que le devuelve el espejo y afronta el diálogo que surge entre los dos.

“El diario de Edith” de Patricia Highsmith. Un retrato de la insatisfacción personal, social y política que se escondía tras la sonrisa y la fotogenia de la feliz América de mediados del siglo XX. Mientras Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon hacían de las suyas en Vietnam y en Sudamérica, sus ciudadanos vivían en la bipolaridad de la imagen de las buenas costumbres y la realidad interior de la desafección personal, familiar y social.

“Mis padres” de Hervé Guibert. Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

“Como la sombra que se va” de Antonio Muñoz Molina. Los diez días que James Earl Gray pasó en Lisboa en junio de 1968 tras asesinar a Martin Luther King nos sirven para seguir una doble ruta. Adentrarnos en la biografía de un hombre que caminó por la vida sin rumbo y conocer la relación entre Muñoz Molina y esta ciudad desde su primera visita en enero de 1987 buscando inspiración literaria. Caminos que enlaza con extraordinaria sensibilidad y emoción con otros como el del movimiento de los derechos civiles en EE.UU. o el de su propia maduración y evolución personal.

“La madre de Frankenstein” de Almudena Grandes. El quinto de los “Episodios de una guerra interminable” quizás sea el menos histórico de todos los publicados hasta ahora, pero no por eso es menos retrato de la España dibujada en sus páginas. Personajes sólidos y muy bien construidos en una narrativa profunda en su recorrido y rica en detalles y matices, en la que todo cuanto incluye y expone su autora constituye pieza fundamental de un universo literario tan excitante como estimulante.

«El otro barrio» de Elvira Lindo. Una pequeña historia que alberga todo un universo sociológico. Un relato preciso que revela cómo lo cotidiano puede esconder realidades, a priori, inimaginables. Una narración sensible, centrada en la brújula emocional y relacional de sus personajes, pero que cuida los detalles que les definen y les circunscriben al tiempo y espacio en que viven.

“pequeñas mujeres rojas” de Marta Sanz. Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

“Un amor” de Sara Mesa. Una redacción sosegada y tranquila con la que reconocer los estados del alma y el cuerpo en el proceso de situarse, conocerse y comunicarse con un entorno que, aparentemente, se muestra tal cual es. Una prosa angustiosa y turbada cuando la imagen percibida no es la sentida y la realidad da la vuelta a cuanto se consideraba establecido. De por medio, la autoestima y la dignidad, así como el reto que supone seguir conociéndonos y aceptándonos cada día.

“84, Charing Cross Road” de Helene Hanff. Intercambio epistolar lleno de autenticidad y honestidad. Veinte años de cartas entre una lectora neoyorquina y sus libreros londinenses que muestran la pasión por los libros de sus remitentes y retratan la evolución de los dos países durante las décadas de los 50 y los 60. Una pequeña obra maestra resultado de la humildad y humanidad que destila desde su primer saludo hasta su última despedida.

“Los chicos de la Nickel” de Colson Whitehead. El racismo tiene muchas manifestaciones. Los actos y las palabras que sufren las personas discriminadas. Las coordenadas de vida en que estos les enmarcan. Las secuelas físicas y psíquicas que les causan. La ganadora del Premio Pulitzer de 2020 es una novela austera, dura y coherente. Motivada por la exigencia de justicia, libertad y paz y la necesidad de practicar y apostar por la memoria histórica como medio para ser una sociedad verdaderamente democrática.

“Mis padres” de Hervé Guibert

Hay escritores a los imaginamos frente a la página en blanco como si estuvieran en el diván de un psicólogo. Algo así es lo que provoca esta sucesión de momentos de la vida de su autor, como si se tratara de una serie fotográfica que recoge acontecimientos, pensamientos y sensaciones teniendo a sus progenitores como hilo conductor, pero también como excusa y medio para mostrarse, interrogarse y dejarse llevar sin convenciones ni límites literarios ni sociales.

Escuché por primera vez el nombre de Hervé Guibert hace ahora un año. Un amigo me recomendó visitar la exposición de sus fotografías que acogía la Fundación Loewe en el marco de PhotoEspaña. Acudí a la Gran Vía y no solo vi confirmado lo que él me había transmitido, sino que me quedé con la honda impresión de que en aquellas imágenes había mucho más de lo que se veía. Todavía hoy me ronda la certeza de que todas y cada una de aquellas instantáneas tienen tras de sí una hondura narrativa, emocional y visceral que confluían en el momento en que Guibert hacía click con su cámara, pero que venía de lejos y que continuaría mucho más allá. Al menos hasta el 27 de diciembre de 1991, el día en que murió por esa maldición de los 80 que fue el sida.

El pasado febrero Cabaret Voltaire editó en castellano este título que Hervé publicó en 1986, cuando contaba con 30 años. Los astros se alineaban y me daban la oportunidad de adentrarme en esas coordenadas por las que sentía curiosidad desde meses atrás. El resultado ha sido extrañamente placentero, con un punto perturbador, pero la conclusión es que ahora tengo más ganas de conocer a Guibert. Pena que no existan las máquinas del tiempo.

Fundamentalmente por lo que consigue con este conjunto de pequeños episodios en los que recoge instantes, encuentros y anécdotas en los que refleja cómo creció y se fue formando como individuo, hasta independizarse, en el contexto de una familia tan peculiar y anodina como cualquier otra. Renegando y odiando a los que le engendraron, pero también amándolos y agradeciéndoles que le hubieran dado la vida.

Un recorrido cronológico que comienza antes de que él llegara al mundo y que, con el prisma de qué hizo que sus padres se convirtieran en pareja, continúa con los recuerdos de infancia. Un inicio narrativo formado por una recopilación de triángulos de convivencia familiar, hechos que le marcaron por lo que tuvieron de trascendente o de descubrimiento, y sensaciones que perduran. La etapa adolescente resulta más poética, lírica, producto del torrente emocional ligado al impulso y las experiencias sexuales, el descubrimiento del teatro y de su posicionamiento individual en el mundo, en una simbiosis de distanciamiento natural de los suyos y un muy particular complejo de Edipo combinado con su impudorosa homosexualidad.

El relato final, el adulto, parece estar planteado como algo desatado, anacrónico y primario, pero tras esa escritura automática, surrealista y onírica, se esconde un mar de fondo que cuadra el círculo y completa los 360 grados de su exterioridad. Demuestra que tras esa aparente traca final de impulsos, hay un proyecto, una visión y un objetivo, una persona que se muestra, un discurso que se expone sin figuras retóricas y un universo tan bizarro y similar a cualquier otro al que nos invita abriéndonos las puertas de par en par.  

Mis padres, Hervé Guibert, 2020, Cabaret Voltaire.