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«pequeñas mujeres rojas», el blues de Marta Sanz

Muchas voces y manos hablando y escribiendo a la par, concatenándose y superponiéndose en una historia que viene y va desde nuestro presente hasta 1936 deconstruyendo la realidad, desvelando la cara oculta de sus personajes y mostrando la corrupción que les une. Una redacción con un estilo único que amalgama referencias y guiños literarios y cinematográficos a través de menciones, paráfrasis y juegos tan inteligentes y ácidos como desconcertantes y manipuladores.

Remover el pasado. Eso dicen algunos que es querer desenterrar a los que fueron abatidos durante la Guerra Civil y ocultados en fosas comunes. Lugares que nadie identificó y que todos olvidaron pero que laten bajo la superficie que hoy les invisibiliza y oculta. Coordenadas en las que uno, dos o tres metros más abajo está activa una energía que reclama ser liberada y trasladada a otro emplazamiento en el que dejar de latir y quedar finalmente en paz. Una presencia que se siente de principio a fin en las páginas de pequeñas mujeres rojas conformando una atmósfera y una lectura con una sismicidad y angustiosa teluricidad.   

Pero ponerse del lado de los vilipendiados ayer, ignorados hoy, aunque sea desde la pulcritud legal y forense de su actividad profesional, hace que Paula Quiñones active, sin ella saberlo, un mecanismo de reequilibrio de fuerzas. Una tormenta seca y silenciosa en la que los beneficiados décadas atrás de la barbarie, el abuso y el asesinato, lucharán con todos los medios a su alcance para evitar perder los privilegios y beneficios obtenidos por la criminalidad que iniciaron y la estela de impunidad con que la prolongaron.

Así, lo que comenzaba como un viaje y una estancia costumbrista evocadora del Pedro Páramo de Juan Rulfo y los westerns almerienses de Sergio Leone, aunque las indicaciones nos sitúen en el estío de la ruralidad castellana, deriva en una entrada -sin posibilidad de vuelta- al otro lado del espejo a lo Lewis Carroll en el que resuenan La naranja mecánica, American Psycho y hasta El silencio de los corderos. La narración dirigida por y a múltiples sujetos -incluso personajes con los que Paula se relacionó en anteriores novelas, como su exmarido y la actual suegra de este-, así como lo epistolar y el viaje a 1936 a modo de entregas de un serial, hacen que Marta Sanz nos tenga con el alma en puño, nunca situados, siempre a la intemperie de lo que está por venir, en un estado de alerta que genera aturdimiento y zozobra.

Sanz nos conduce con un ingenio retorcido, necesario para encontrar y desdoblar lo que los acontecimientos y las mentes no muestran de sus titulares. Pero también con un impulso psicótico y visceral, pero muy cerebral, con el que imprime a a su relato un ritmo y estilo análogo al que causa en nuestras vidas el bombardeo de imágenes, significados y significantes de la retórica de la cultura audiovisual y la exigencia de observación e interacción de las redes sociales con que pensamos, nos expresamos y manifestamos hoy en día. Como si tratara de literatura que asume y hace propias las maneras y propósitos de los videoclips musicales, la tensión del montaje cinematográfico de un thriller, la técnica del collage y la vanguardia expresionista poniendo a prueba la capacidad de fijación de nuestras retinas, de retención de nuestra memoria y de interpretación de nuestras mentes.

pequeñas mujeres rojas, Marta Sanz, 2020, Editorial Anagrama.