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«Los intereses creados» de Jacinto Benavente

En una ciudad sin definir, hombres y mujeres se relacionan a la manera de la commedia dell’arte, como si estuvieran en el renacimiento italiano, dando pie a un embrollo sobre el poder, el dinero, la ambición, el amor, el qué dirán y la imagen pública. Asuntos que con sorna, gracia y verborrea y bajo su apariencia de farsa, describen con total descaro y acidez las dinámicas de los círculos burgueses de la España de principios del siglo XX.

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Dos pícaros llegan a una hospedería dispuestos a vivir del cuento como ya han hecho antes en ciudades como Bolonia o Mantua, dejando deudas, engaños y estafas. Sus perjudicados le siguen el rastro para reclamar, allí donde el destino se lo permita, justicia, arreglo y compensación. Como la intención de semejantes jetas no es la de cambiar, sino la de perpetuarse en esta manera de ganarse la vida, se reparten los roles de bueno y malo, noble y siervo, caballero y hombre vulgar para que les proporcionen alojamiento y alimento de alto nivel, como se le supone a la categoría y abolengo que sus palabras y comportamiento transmiten.

En estas que una dama que vive de los contactos y de las relaciones sociales organiza una fiesta a la que acudirá la joven soltera con mayor dote de toda la ciudad. Los intereses del título son múltiples y variados, tantos como hombres y mujeres acudirán a ese baile. ¿Serán compatibles los de unos y otros? ¿Cómo conjugarán sus verdades con sus mentiras?

Escrito con una estructura y un desarrollo que evoca a clásicos mencionados en su introducción como Shakespeare o Molière, esta farsa guarda las formas clásicas, pero su propuesta y mensaje es tan atemporal como lo son las bajas pasiones, las ocultas motivaciones y las ostentosas manifestaciones de todos sus personajes. Las situaciones son las esperadas en un enredo en el que se juega al sí pero no, al ejercicio de bondad para esconder los problemas y los pufos y a la simulación de los afectos. Hasta que el amor de verdad, el auténtico, el que embauca y transforma se manifiesta y se apodera de los dos corazones a los que une en uno solo frente al digan lo que digan y hagan lo que hagan.

La verborrea y expresividad con que son expuestas estas actitudes y resueltas las situaciones en que han de manifestarse, hacen que la forma y el estilo con que son relatadas sea tan o más divertida que su propio contenido. Un modo literario con el que Jacinto Benavente probablemente le estaba diciendo a su público lo que pensaba de él sin que este se diera por aludido. Consiguiendo lo que pocos son capaces de hacer, escribir un texto de altura pero que al tiempo sea asequible para todos los públicos, y que cada uno de los niveles de este lo sienta como suyo sin darse cuenta de que aquello que está viendo no es solo una representación, sino también un espejo de sí mismo. De sus contradicciones y vergüenzas, de sus miserias y pobrezas mentales, de su falta de espíritu y de su incapacidad egoísta para considerar nada que no sea su propia satisfacción y comodidad.

Los intereses creados, Jacinto Benavente, 1906, Ediciones Cátedra.

Divertido y sugerente «Tartufo»

Cójase un texto clásico, trabájese para hacer de él algo actual, ligero y fresco pero conservando su historia, tempo y esencia. Entréguese a un director que lo convierta en una función dinámica, alegre y mordaz a partes iguales. Por último, cuéntese con un reparto tan entregado como desenfadado y descarado. Este es el Tartufo de Venezia Teatro que vuelve a los escenarios con algunos cambios en su elenco y un montaje aún más vibrante que en su anterior temporada.

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La obra original es de 1664, pero cuando acaba y baja el telón no se tiene la sensación de haber visto una representación clásica, sino de haber asistido a una función totalmente moderna que si ha de definirse por un único término sería el de su ritmo.

Es vibrante, por la agilidad de sus diálogos, plagados de cotidianeidades que lo llenan de espontaneidad y lo acercan al vodevil. Es ágil, sus diálogos son sueltos, rápidos, una corriente de aire fresco perfectamente dirigida que recorre todos los recovecos de su historia combinando logradamente la belleza del lenguaje de Molière con los chascarrillos, ligerezas y atrevimientos con que está salteado. Y es muy divertida por sus actores, por la versatilidad de su histrionismo para hacer de las máscaras del siglo XVII, caricaturas convincentes ante las que no queda más entrega que la sonrisa continua y la carcajada.

El Teatro Infanta Isabel es un espacio más tradicional que el Fernán Gómez, donde conocí a este Tartufo. El impostor en diciembre pasado, lo que le permite generar un ambiente con aires casi cabareteros en sus momentos más veloces, desenfadados e informales, que son casi todos. Algo que se debe no solo a la puesta en escena de Gómez-Friha sino también a lo que consigue de su elenco -como ya hiciera en Los desvaríos del veraneo– a la hora de plasmar esta historia sobre el universo de una familia cuya atmósfera se ve puesta patas arriba por la presencia de un hombre que encandila a los que tienen los medios y el poder, pero que no convence a los que viven con los pies en la tierra.

Esther Isla sigue siendo la verdadera protagonista de esta obra, su interpretación de ese personaje de fondo y siempre invisible que es la criada es lo primero que se menciona a la hora de salir de la sala y hacer balance de lo visto. Ágil, ocurrente, ingeniosa, fresca, sensata y desvergonzada a la par. Todo pivota en torno a ella cuando está sobre el escenario y cuando no está, se espera que salga para ver con qué golpe de humor, gracia y chispa por su parte se va a resolver la situación.

Efecto similar generan el veterano Víctor León y el joven Ignacio Jiménez. Ellos son el contrapunto a su discurso deslenguado, el primero por llevar tan al extremo sus dos papeles y el segundo por hacer de las intervenciones de su pacato personaje un absurdo tan sugerente al que se une Null García como la hija casadera. Por su parte, Lola Baldrich y Alejandro Albarracín son los encargados de darle sensualidad y unas gotas de conseguido y sugerente erotismo a este Tartufo con las que seducir y encandilar, aún más, a su público.

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Tartufo. El impostor, en el Teatro Infanta Isabel (Madrid).