«Cuatro horas en el Capitolio»

Síntesis de la estupefacción, la anarquía y la amenaza que se vivió en Washington el 6 de enero de 2021. Contada desde dentro, con la voz de quienes estaban convencidos de lo que hacían, de los comprometidos con la defensa de la ley y el orden y de los que representaban al pueblo norteamericano. Un documental fiel al espíritu del género y un relato que tomar como una advertencia.

Lo vemos cada día, cargos públicos que no tienen principios ni pudor a la hora de provocar cuanto consideren necesario para consolidar su posición, mantener su estatus y prolongarse en el ejercicio del poder. Les da igual lo que tengan que llevarse por delante. Su falta de moral, el apoyo de parte del espectro mediático y su eficaz uso de los algoritmos de las redes sociales les convierte en un peligro para las democracias de las que se sirven -se dicen promotores de la libertad de información, expresión y mercado- para ejercer su narcisismo y nepotismo. El problema no es solo el mal que le causan a la esencia de sus modelos de Estado, sino, especialmente, la manera en que crispan y minan la convivencia ciudadana. Generan y alimentan una tensión y confrontación en las que la razón, los valores y el diálogo quedan diluidos por una implosión emocional cada vez más primaria y visceral.

Lo que muestra Cuatro horas en el Capitolio impacta y asusta por el lugar en el que sucedió y el simbolismo que le rodea. Pero no fue un hecho aislado, fue el paso siguiente a todos los que, previamente, había alentado, orquestado y azuzado Donald Trump. Una estrategia gruesa y tosca, efectiva para sus intereses, pero dañina y con consecuencias imprevisibles, y no única y exclusiva de él, la estamos viendo desde hace años en otros países, tal y como expone Anne Applebaum en El ocaso de la democracia. La materialización de un proceso evolutivo explicado en sus fases anteriores por ensayos como Identidad de Francis Fukuyama, sobre la tergiversación del concepto del patriotismo, o Guerra y paz en el siglo XXI de Eric Hobsbawn y Algo va mal de Tony Judt, ambos previsores de la desigualdades e injusticias generadas por el neoliberalismo.

El relato audiovisual de Jamie Roberts es frío y asertivo en su búsqueda de la objetividad. Está plasmado sobre la pantalla con la aridez y parquedad de un atestado. Sin embargo, está muy bien fundamentado y editado, partiendo de grabaciones originales realizadas por los manifestantes con sus teléfonos móviles o realizadores freelance que estaban allí en busca de la noticia, así como por lo recogido por las cámaras de los circuitos de seguridad del edificio bicameral y las incrustadas en los equipamientos de algunos policías que estuvieron ese día en primera línea. Entre estas, incluye testimonios de quienes lo vivieron desde dentro, formando un crisol de las distintas motivaciones, sensibilidades, impresiones y recuerdos que confluyeron en una situación tan inconcebible como agresiva.    

Noventa minutos, producidos por HBO, en los que los hechos hablan por sí mismos. Ordenados cronológicamente y relacionados entre sí para que visualicemos la multiplicidad de frentes en los que se desarrolló la acción sobre el terreno, pero no acude a lo exterior, a la política, para explicarlo o contextualizarlo. Y hace bien, desvirtuaría su narración y la esencia de su propósito, mostrar el resultado de exacerbar la conducta humana y fomentar la división y el enfrentamiento social a través de la mentira y la manipulación. No es la primera vez que vemos a la Historia avanzar en esa dirección, la película alemana La ola -y su posterior adaptación teatral- ya nos contó en 2008 cómo es posible convertir una democracia en una autocracia. Esperemos saber parar a tiempo.

1 comentario en “«Cuatro horas en el Capitolio»

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