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“Arny. Historia de una infamia” con lecciones aun por aprender

Instituciones públicas que actuaron prejuiciosamente sin pudor. Medios de comunicación centrados en crear y azuzar el escándalo sin ética periodística alguna. Y personas doblemente manipuladas, unas utilizadas para extender la mentira y otras dañadas en su fuero interno y en su honor y reputación. Corrupción, falsedad deliberada y linchamiento público antes de la época de las fake news y la cultura de la cancelación.

¿Nos imaginamos cómo hubiera sido el caso Arny narrado, comentado y analizado a través de las redes sociales y de medios que categorizan, definen y califican en base a etiquetas ideológicas? ¿Lo que hubiéramos llegado a escuchar y leer en cuentas de bots, bocas de descerebrados y vídeos de indocumentados? El documental que ha estrenado HBO deja claros algunos datos muy reveladores de aquella injusticia. De los 49 imputados, 33 fueron absueltos.

Se acusó a personas que ni siquiera habían pisado aquel club de la noche sevillana, cabezas de turco con que cabeceras impresas, programas de televisión y periodistas muy concretos -y tras ellos, quizás alguna mano negra con otros intereses- crearon y mantuvieron el escándalo con el único fin de hacer crecer su audiencia y, por tanto, sus ingresos publicitarios. Cuando se certificó la falsedad y la sinrazón del dolor causado a muchos inocentes, nadie les ofreció excusas, les pidió perdón o propuso compensarles, si era posible, por haberlos vilipendiado, denigrado y condenado públicamente sin prueba alguna.  

Han pasado 25 años de aquel caso sustentando en la identificación de la homosexualidad con la perversión, la pederastia y el proxenetismo. Hemos avanzado legal y socialmente, pero la homofobia sigue ahí. Continuamos escuchando afirmaciones similares por parte de representantes públicos y políticos, institucionales y corporativos, en altavoces que no habrían de estar a su disposición o debieran ser rechazados por una audiencia con capacidad de autocrítica.

El impulso, las ganas y el ánimo del señalamiento, el linchamiento y la denigración están a la orden del día. Los retrógrados no están dispuestos a pasar página y salir de su acotada zona de confort, replegar su limitada visión y acotada manera de relacionarse y rectificar el lesivo ejemplo que ofrecen a quienes les toman, o se los tropiezan, como referentes.

El sistema judicial se supone basado en la presunción de inocencia, pero sus tiempos, procedimientos y jerarquías no siempre son de fácil comprensión para quienes nos acercamos a él desde la distancia del desconocimiento y la suposición de que nos va a amparar y proteger.

Sin dejar de ser asertivo y riguroso, ha de unir a estas habilidades las de la transparencia, la pedagogía y la comunicación, explicar las diferencias entre legalidad y justicia, ser diligente en sus calendarios y cercano en su trato con el ciudadano. Y también rendir cuentas, explicar el porqué de sus errores e imprecisiones y asumir, enmendar o corregir las consecuencias que su actuación pudiera haber generado o incrementado.

Los medios de comunicación deben dejar de pervertir conceptos como actualidad o interés público. Son ellos los que, en muchas ocasiones, no los reflejan, sino que los determinan. Diferenciar claramente la información del entretenimiento mutado en espectáculo y los datos de la opinión. Y no salvar la distancia entre esta y la especulación, que no es sino extender la hipérbole y la visceralidad, el susto y el horror sin fundamento alguno. En definitiva, buscar la objetividad y alejarse del ruido.

Agujero negro que constituye la principal amenaza de las redes sociales y de quienes las integramos, usuarios y propietarios. La responsabilidad personal y la social, y no el ego, despreciando y sentenciando, y la monetización, manipulando y confrontando, tendrían que ser el filtro con el que acercarnos a su supuesta propuesta de conversación y debate, e intervenir, con respeto y empatía, en ellas. ¿Somos capaces? ¿Estamos dispuestos?

“Salvar al Rey”, ¿a qué rey?

Televisiones, radios y periódicos nos abruman desde hace días con el protocolo de cuanto está ocurriendo en el Reino Unido desde que falleció Isabel II, la meticulosidad del viaje que acabará con su entierro y los primeros actos públicos de Carlos III como nuevo monarca inglés. Mientras tanto, aquí HBO estrena un documental que certifica los muchos rumores que durante demasiado tiempo hemos escuchado sobre nuestro emérito. Dos ejercicios de imagen completamente diferentes, pero con fines similares.

Tradición y símbolo, historia y legado, futuro y emblema. Son algunos de los muchos términos que estos días repiten hasta la saciedad periodistas y corresponsales in situ, tertulianos sabelotodo y académicos y diplomáticos que, a priori, se atienen a los datos y al conocimiento basado en la experiencia en primera persona. Pero la impresión es que escuchamos una y otra vez lo mismo. Un continuo parafraseo de comunicados oficiales, variaciones de dimes y diretes, lectura tal cual de las publicaciones en redes sociales de toda clase de instituciones y falsos análisis de las portadas y titulares de apertura de los informativos más representativos de aquellos países que, por motivos diversos, tenemos como referentes.  

La tónica es una retórica de frases hechas y lugares comunes, que no niega las sombras, pero que pone el foco sobre las luces con exceso, provocando que lo que se pretendía amable, respetuoso y cercano, resulte frío, apático y artificioso. Consigue todo lo contrario a lo que sus promotores e interesados buscan y desean, que no nos lo creamos y las arrinconadas sombras se hagan protagonistas por sí solas. De eso saben mucho en el Reino Unido. Pero no solo allí. También sabemos aquí, en España.

Durante años hemos escuchado insistentes rumores sobre cuestiones afectivas, sexuales, pecuniarias, políticas, o sencillamente caprichosas, sobre el titular de la Casa Real que, desde esta misma, así como desde diversas administraciones y partidos políticos intentaban acallar con discursos elaborados, minutos de aplausos y homenajes en serie a quien, según el artículo 56 de nuestra Constitución, “es inviolable y no está sujeto a responsabilidad”. O erraron en la estrategia o no la ejecutaron correctamente ya que esta siempre transmitió improvisación y auto justificación. No bastó la sobreactuada negación inicial ni el dramático silencio posterior.

Por eso pasamos a la fase en la que ahora estamos, la de la ponerle palabras. Primero fueron declaraciones por escrito con tintes de haber sido redactadas por abogados. Mínimas, asertivas y, aunque viciadas de eufemismos y circunloquios, precisas. Ahora, con las hemerotecas repletas de entrevistas, artículos, reportajes y portadas con datos, hechos y supuestos, publicados por cabeceras a las que suponemos solo involucradas en asuntos contrastados, parece que ha llegado el momento de reconocer abiertamente, no solo cada una de esas anécdotas, sucesos o episodios, sino el trasfondo que transmite el conjunto de todos ellos.

Eso es lo que hacen los tres episodios de Salvar al rey. Dan contexto político y social, familiar y personal, explican lo sucedido poniendo en negro sobre blanco la figura de Juan Carlos I en relación con comisiones económicas, matrimonio solo ante la opinión pública, vida privada licenciosa, tráfico de influencias y escasa atención al sentido del deber, la legalidad y lealtad al sistema democrático que se le presupone a alguien con la responsabilidad que él tenía. Algo que queda refutado cuando resultan coherentes las pruebas mostradas con la reputación de quienes narran, opinan y valoran al respecto. Y aunque no todos ellos gozan de la confianza que sería deseable para aparecer en una producción así, queda claro que quien nos reinó acabó siendo un serio problema para la continuidad del sistema que durante mucho tiempo le ayudó en sus andanzas, excusó sus renuncios y sostuvo sus caprichos.

Se desvelan realidades que no conocíamos -como las promovidas por unos pocos que le plantaron cara- y se sentencia el asunto diciendo que es demasiado tarde para reparar o restituir su imagen. Entonces, ¿por qué emite HBO esta serie documental? ¿Por qué dan la cara en ella personajes con tanta solera entre nosotros? Porque el objetivo no es periodístico o histórico, no es revelar lo que fue como nunca nos lo habían dicho. El propósito de quienes están tras estos ciento cincuenta minutos es separar la persona de Juan Carlos I de la institución de la monarquía y, certificar, con los pasos dados por Felipe VI desde que su padre abdicara, que estamos en una nueva etapa donde la norma es la ejemplaridad, el compromiso y la coherencia.

Carlos III está realizando estos días un ejercicio de imagen que incluye lo oficial y lo supuestamente improvisado, su efigie en silencio y su voz enunciando los valores en los que cree y la visión a la que aspira. Su fin es limar las asperezas de quienes dudan de él, atraer la atención de aquellos a los que resulta indiferente y renovar la confianza de los que creen en su persona y en su preparación para desempeñar el papel para el que nació. De la misma manera, nuestro monarca realiza cada día movimientos con los que nos dice que es responsable, serio y profesional. Pero como aún hay riesgo de que su progenitor afecte negativamente a la institución, es lógico que pensemos que tras el pasado que nos cuenta Salvar el Rey, su intención sea salvar el futuro del Borbón actual. Habrá que estar atentos a ver cuáles son las siguientes materializaciones de esta campaña de relaciones públicas y de marca, tanto institucional como personal.

“Vida con Picasso” de Françoise Gilot y Carlton Lake

Poca gracia debió hacerle a Pablo que doce años después de que su relación se acabara, su cuarta musa publicara este conjunto de caras B del máximo impulsor del arte del siglo XX. Un ajuste de cuentas entretenido, que no sobresale ni por su calidad narrativa ni por la calidad de sus contenidos, pero que se presenta como un supuesto retrato de la persona que se escondía tras el personaje.

VidaConPicasso

Cuando se conocieron Pablo se veía joven y ella se consideraba una persona en proceso de formación. Cuando se dejaron, él se negaba a reconocer que contemplaba ya la perspectiva de la vejez y Françoise afrontaba la vida desde la estabilidad de la madurez y la experiencia ganada. Entre tanto, pasaron juntos diez años, desde 1943 hasta 1953. Los encuentros esporádicos en el estudio de la Rue des Grands-Augustins entre una joven aspirante a artista y el ya consagrado maestro se fueron haciendo más frecuentes hasta que derivaron en una convivencia formal entre París y diversas localizaciones del Midi francés. Una relación que trajo consigo dos hijos, Claude y Paloma, y que constituye uno de los grandes capítulos femeninos de la vida de Picasso tras los anteriores de Olga, Marie-Thérèse y Dora y el posterior de Jacqueline.

Al igual que todas ellas, Gilot también fue musa y compañera, pero una vez que el autor del Guernica sintió que la novedad que ella le aportaba se iba apagando, le dio un papel secundario en su día a día como encargada de sus cuestiones logísticas y de mantenimiento, en lugar del coprotagonismo que ella estimaba merecer como resultado del amor, el diálogo y el entendimiento mutuo.

Hay quien dice que fue por deseo de protagonismo, según otros por venganza, pero fuera cual fuera la motivación cuando en 1965 publicó Vida con Picasso en colaboración con el crítico de arte Carlton Lake, nadie en torno al genio de la pintura, la escultura y el grabado se mostró indiferente. Muchos denostaron esta obra por oportunista, otros por su poca calidad literaria, pero tantos unos como otros leyeron alguno de los más de un millón de ejemplares que se vendieron en sus primeros años en el mercado.

Cierto es que el inventor del cubismo no sale bien parado. Françoise Gilot le retrata como un constante trabajador cuyo afán era superarse cada día, pero también como un padre despreocupado, una pareja desconsiderada, un jefe tiránico y un amigo desconfiado. Algo así como un vampiro y un parásito que se alimentaba de la energía de los demás y cuya tranquilidad espiritual pasaba por tener todo bajo control, dominando de manera harto caprichosa cuanto sucediera a su alrededor.

A tenor de lo que cuenta su ex, solo era capaz de ser completamente educado y respetuoso con aquellos a los que admiraba, como fue el caso de Matisse cuando ambos ya eran figuras que muy pocos se atrevían a poner en duda. En cambio, cuando consideraba que quien tenía enfrente no estaba a su nivel intelectual y creativo, su comportamiento era manipulador –poniendo a prueba la paciencia de sus marchantes-, incisivo o irónico –como los episodios narrados en torno a Braque o Paul Eluard-. Y como estos, muchos otros momentos de todo tipo que revelan cómo era, supuestamente, Pablo Picasso, genio ilustre unas veces, déspota ilustrado otras.

Vida con Picasso, Françoise Gilot y Carlton Lake, 1965 (edición de 2010), Elba Editorial.