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«La masa enfurecida» de Douglas Murray

“Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura” analiza la manera en que el discurso público de los activismos homosexual, feminista, racial y transexual se ha ido supuestamente de madre, hasta el punto de que los colectivos que dicen defenderlos actúan con la misma intolerancia que aquellos a los que critican. ¿Es así? Un correcto punto de partida, pero un desarrollo el que su autor cae en las mismas simplificaciones que aquellos a los que acusa.

Habrá quien esté de acuerdo y quién no y ambas respuestas encontrarán mil y un ejemplos con los que argumentar su punto de vista. La cuestión doble, como en todo debate, es cuán representativo es el ruido que escuchamos de uno y otro lado, y dónde está el punto medio en el que reconocer lo que hemos progresado y al tiempo asumir lo que nos queda por recorrer para ser una sociedad verdaderamente igualitaria y respetuosa con su diversidad. Interrogantes a las que se podrían añadir otras como en qué medida este debate supone una evolución o una exacerbación del comportamiento de nuestra sociedad; cuáles son las coordenadas, el tono y los puntos de vista en torno a los cuales se ha de desarrollar y cómo se puede reconducir lo que se esté alejando peligrosamente de los lugares de encuentro.

A los que no seguimos la actualidad social, mediática y académica con la exhaustividad y minuciosidad que exige tener una opinión crítica formada, nos faltan estas propuestas en el análisis -entre sociológico y político- de Douglas Murray. Más que una hipótesis argumentada y contrastada hasta llegar a una tesis, su exposición resulta una teoría edificada a base de casos concretos -aunque no por ello despreciables- que no permiten saber cuán frecuentes y significativos son, haciendo de la suya una exposición cercana a la manera en que supuestamente lo hacen aquellos a los que señala.

Su planteamiento es acertado, quedan prejuicios, mitos y falsedades que eliminar y corregir para que la igualdad sea una realidad, y cuanto más cerca estamos de ella más nos damos cuenta de los detalles que aún quedan por reconducir, muchos de ellos subjetividades tan establecidas que se han hecho sistémicas. Cuestiones que antes, con una visión macro, resultaban secundarias, pero ahora, producto de ser las protagonistas, son convertidas por el primer plano con el que son tratadas en la máxima representación de asuntos que quizás debieran ser gestionados con una perspectiva, al contrario de como se hace, más pedagógica que política. Más aún cuando se combina este enfoque con el reduccionismo populista y el ánimo polarizador de nuestro tiempo, a lo que se suman métodos cercanos al totalitarismo como la censura, la práctica de la cancelación o el secretismo de los algoritmos, aprovechando el sobredimensionamiento y la visceralidad que fomentan y transmiten a una velocidad inusitada las redes sociales.

Sin embargo, Murray no va más allá de señalar estos excesos, lo que hace que su exposición caiga en la retórica de la sátira, la hipérbole y la repetición, si proponer cómo reconducirla. Se echa en falta que la contraste con la visión de agentes que sí actúen como él cree que debiera hacerse y al no hacerlo, surge la duda de si realmente tiene una propuesta -más allá de la generalidad liberal de dejar que las cosas encuentren por sí mismas su cauce o hacer de la debilidad, oportunidad, y no seña de identidad- con la que conseguir el propósito de que llegue el día en que nuestras diferencias externas (como el sexo, la orientación sexual, la identidad de género o el color de piel) dejen de ser algo que nos califique, separe y jerarquice.

La masa enfurecida, Douglas Murray, 2020, Ediciones Península.  

“Con todo. De los años veloces al futuro” de Iñigo Errejón

Relato en primera persona sobre cómo ha evolucionado su concepción y práctica de la política, así como la manera en que se ha propuesto materializarla en las distintas etapas por las que ha pasado. Desde el impulso juvenil con el ánimo de comerse el mundo, su formación académica complementada por su experiencia nacional-popular en Sudamérica y la posterior creación de Podemos hasta dar con la fórmula ecologista y feminista con la que propone escuchar, unir y acompañar desde Mas País.

¿De qué hablan los políticos? Interrogante que nos planteamos mil y una veces cuando les escuchamos o leemos cada día. ¿No se aburren de sí mismos? ¿Hasta donde llega su ego o el bucle en el que están sumidos? Por eso son necesarios títulos como este, en el que nos expliquen de primera mano el prisma, la profundidad y los matices de las consignas y los discursos que nos lanzan en sus muchas intervenciones. Para demostrarnos que su práctica política no es un ejercicio de marca personal, sino un medio con el que hacer que nuestra sociedad sea cada día mejor. Conscientes de lo que hemos vivido hasta llegar a nuestro aquí y ahora, pero, sobre todo, ilusionados con lo que podemos llegar a conseguir, convencidos de que, en nuestra diferencia y diversidad, están nuestras capacidades y posibilidades.  

Ese es el ánimo que Errejón transmite en Con todo. Qué ha vivido, conocido y experimentado desde antes de que se diera a conocer a la opinión pública como uno de los fundadores de Podemos hasta ser hoy, además del líder de Más País, la cara visible de propuestas políticas como el cuidado de la salud mental o la semana laboral de 32 horas, instrumentos con los que construir una sociedad más sana y ecuánime. Y lo hace equilibrando experiencia y reflexión, mencionando a los que formaron parte de cada etapa y exponiendo los éxitos y los errores que, a su juicio, tuvieron tanto él mismo como los que le acompañaban o participaban de sus mismos propósitos y convicciones. Y aunque la objetividad solo sería posible conociendo la visión y la opinión de los otros, quien busque sangre, chascarrillos irrisorios o dianas, este no es su libro.

Lo más interesante, además de conocer su trayectoria y su explicación del concepto nacional-popular, es su análisis de lo más reciente. En cómo explica la eclosión de la ola reaccionaria, visceral y canceladora que estamos viviendo en la actualidad a partir de lo sucedido en 2015. En el momento en que Podemos optó por convertirse en una fuerza política a la antigua usanza -a la izquierda de la izquierda- en lugar de convertirse en un medio con el que materializar las demandas de los cinco millones de votantes que consiguió en aquellas elecciones generales. Ciudadanos insatisfechos con un Estado al que sentían, más que ajeno, casi contrario a sus necesidades y demandas.

La apuesta de Pablo Iglesias por romper el bipartidismo y compensar el pasado, en lugar de ofrecer hechos que materializaran su discurso, le convirtió en parte del tablero izquierda-derecha en lugar de romperlo para implantar el de arriba-abajo u oligarquía-clases populares. Por su parte, muchos de los que apostaron por los morados no volvieron a darles su confianza. Un asunto de gran calado al que Iñigo dedica muchas páginas, a la par que explica cómo aquella organización se burocratizó a imagen de unos y desemejanza de otros a los que, como a él, acabó expulsando.

Lo que supuso el fin de la carrera política de muchos, para él fue el punto y aparte que necesitaba para formular el proyecto que hoy representa y que, según él, nació en el último momento posible para conseguir entrar en noviembre de 2019 en el Congreso de los Diputados, aunque con mucho menor porcentaje de votos y número de escaños de los que él mismo esperaba. Un punto de inflexión que, a su juicio, se ha convertido en la oportunidad de realizar lo que él creía iba a ser su anterior formación política, pero adaptada a las exigencias, necesidades y modos del ciclo actual, a las que hay que sumar las consecuencias, aún por definir, de la pandemia del covid-19.

Un tiempo en el que, según él, la propuesta ha de pivotar en mirar hacia adelante, en hacer que el Estado no sea solo un instrumento regulatorio sino también un medio proveedor de las estructuras que nos faciliten unos servicios adecuados, en forma y tiempo, que garanticen verdaderamente no solo nuestro bienestar, sino también el de las generaciones futuras. De ahí que incida en el ecologismo, no solo por su lado medioambiental, sino como manera de habitar -en términos de producción y consumo- las coordenadas en que vivimos. Y también en el feminismo, en la necesidad de hacer que la democracia tenga en cuenta la igualdad de todos sus ciudadanos, sin la que es imposible la libertad, y se libere de la estrechez prejuiciosa del filtro masculino, blanco y heterosexual con el que aún sigue actuando en demasiadas ocasiones.    

Por la parte estilística señalar la prosa cercana de Errejón, se nota su faceta académica y su hábito intelectual, aunque un poco de síntesis no hubiera estado de más, al igual que haber dejado fuera de la redacción final los coloquialismos propios de conversaciones informales entre amigos. Más allá de esto, está por ver tanto su futuro político como el de Más País, pero como él mismo dice, lo importante es el posible acierto de su análisis de la sociedad española y la adecuación de las medidas con que propone mejorar lo corregible y potenciar lo posible. El tiempo nos dirá hasta dónde llega su capacidad y la de los suyos de hacer y de influir.  

Con todo. De los años veloces al futuro, Iñigo Errejón, 2021, Editorial Planeta.

“Pray away: reza y dejarás de ser gay”

Documental correcto, no cuenta nada que no sepamos ya, pero necesario mientras la realidad sigue siendo la de un presente en el que el reconocimiento legal del derecho a ser uno mismo se queda en demasiadas ocasiones en papel mojado por la presión y el rebuzno de determinados colectivos que pretenden que volvamos a las cavernas para maltratarnos impunemente e impulsarnos a la autodestrucción.

Días atrás supimos que la multa que condenaba a una mujer por «la promoción y realización de terapias de aversión o conversión» a personas homosexuales era anulada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid porque la Comunidad de la libertad había tardado 31 meses en tramitar el proceso sancionador. Doble mala noticia, el atentar contra los derechos humanos quedaba impune y el gobierno que se supone trabaja por el interés general de todos los madrileños evidenciaba no sabemos si una incompetente gestión administrativa o un deliberado cohecho al impedir la aplicación práctica de la Ley 3/2016, de 22 de julio, de Protección Integral contra LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual en la Comunidad de Madrid.

A día de hoy, y en contra del principio de transparencia que se le presupone a toda administración pública, ésta no ha dado explicación alguna del porqué de su irresponsabilidad, cómo pretende enmendar el daño causado y evitar que algo así vuelva a suceder. Un caso patrio al que podemos acercarnos desde distintos planos y en el que podemos ver puntos en común con lo que cuenta Pray away. La existencia de organizaciones y personas que se sirven de la debilidad emocional de muchas otras para construir su agenda política, hacer de la mentira y la manipulación una manera de ganarse la vida y un medio de mantener a flote su megalomanía.

El valor de estos ciento diez minutos es que quienes nos lo relatan son antiguos dirigentes de entidades que decían ser capaces de ayudar a quienes acudieran a ellos a dejar atrás su homosexualidad para -bendición de Dios mediante- abrazar el equilibrio, el orden y el sosiego de la heterosexualidad. Sí, en EE.UU., pero volviendo al párrafo anterior, nada de lo que estemos libres aquí si nos atenemos a las prácticas nada éticas de determinadas instituciones confesionales y a las propuestas y discursos retrógrados de buena parte del arco político.

Lo diferente de esta producción de Ryan Murphy es que se centra única y exclusivamente en los testimonios, más allá de una labor de documentación que contextualiza, no hay una voz en off que nos guíe -algo que la hubiera beneficiado desde un punto de vista narrativo-. Lo deja todo en la fuerza de las palabras, la elocuencia de la retórica y la desnudez de lo expuesto en primera persona. Cada individuo con sus particularidades y especificidades, pero con líneas generales comunes.

La confusión que les supuso sentir pulsiones homosexuales cuando comenzaban la adolescencia por ir en contra de lo que habían escuchado hasta entonces. La reacción en contra de sus progenitores, respondiendo como si estuvieran ante algo a corregir. La propuesta de salvación de grupos ligados a la iglesia afirmando con rotundidad que el cambio era posible. Los largos programas de manipulación psicológica y de aislamiento social que siguieron después. Procesos falsamente terapéuticos que convirtieron a algunos de ellos en las personas que no eran, así como en los generadores del daño que sufrieron muchos otros a través del dogmatismo, la soberbia y la falsedad de sus intervenciones públicas, infringiéndose a sí mismos un dolor aún más pronunciado con el que aún están aprendiendo a convivir.

Mientras haya gente a la que ayudar a recuperar su salud psicológica producto del maltrato sufrido como consecuencia de su orientación sexual, y no vivamos en un entorno social, mediático y político que reconozca y respete la diversidad (no todo en esta vida es hombre sobre mujer, blanco sobre negro, heterosexualidad sobre homosexualidad) serán necesarios documentales como este, películas como La (des)educación de Cameron Post o testimonios recientes como el de Identidad borrada de Garrard Conley. Hasta que este horizonte no sea una realidad constatada y consolidada, hasta que la Comunidad de Madrid no respete los Derechos Humanos y sus propias leyes, será necesario que se sigan produciendo y viendo títulos como Pray away.

“Asalto a Oz”, antología de relatos de la nueva narrativa queer

Quince pequeñas historias en la que sus autores manejan la cuestión LGTB libremente. Haciéndola protagonista de narraciones identitarias. Como un rasgo más de sus personajes. O como unas coordenadas desde las que observar, analizar y exponer una cotidianidad que aún no sabe cuánto implica el concepto “diversidad”. Un buen conjunto con el que conocer las propuestas de nombres ya conocidos y de otros que buscan su hueco en el panorama literario.

Es difícil hacer una valoración de un conjunto de relatos cuando ya conoces a algunos de sus creadores. Pero si tuviera que hacer una síntesis de Asalto a Oz sería la frescura libre de auto prejuicios de sus escritores y la inquietud por constatar y atestiguar realidades que demandan ser registradas, compartidas y conocidas. Enfoque e interés que confluyen haciendo del asunto LGTB tanto un prisma con el que acercarse desde la realidad a la literatura, como desde el que adentrarse en la realidad a través de las palabras. Un logro en línea con el objetivo editorial de Dos Bigotes, potenciar la curiosidad lectora y ofrecer #LiteraturaContraElSilencio.

Rehúyo de los rankings en las antologías y recopilatorios porque su función no es es dar pie a debates de quién es bueno o mejor, sino la de ofrecer puntos de vista, tratamientos y resoluciones que se complementen y contrasten entre sí en beneficio del que disfruta de pasar una a una sus páginas. Dejado esto claro, no puedo no reparar en algunos nombres que me han llegado especialmente. El de Rubén Serrano por la claridad y hondura de su texto introductorio, dejando claro por qué es necesaria la literatura LGTB. No solo por activismo político y reivindicación social, sino también con un fin casi antropológico, para mostrar esas muchas maneras de hacer, ser y estar que están fuera del estrecho margen de actuación de la heteronormatividad masculina en la que vivimos.

Entre los escritores que ya conocía, esta lectura me ha servido para renovar el placer que sentí con Gema Nieto en su Haz memoria (2018). Como entonces, mira al pasado para llegar hasta los lugares, los momentos y las personas que provocaron que nuestro presente sea el que es. Y lo hace con una capacidad sensorial y emocional delicada y exquisita en la que se funden lo narrativo y lo lírico, haciéndote sentir primero y conociendo después. He disfrutado reencontrando a Pablo Herrán de Viu tras Manuel Bergman (2017) y dejándome llevar por la bacanal interior de ese protagonista escritor, que sugiere biografía, ficción, imaginación y diversión a partes iguales. Por su parte, la propuesta de Óscar Espirita convierte en adulto narrador al Niño marica (2015) de su primer poemario, pero su historia sugiere tanta magia, autenticidad, sinceridad y verdad como los versos de aquel.

Entre los que he descubierto y de los que ahora quiero conocer más, Álvaro Domínguez, que en La pareja ofrece un muy bien expuesto retrato sobre la diatriba espontaneidad personal versus exigencias públicas. Algo similar a lo que consigue Aixa de la Cruz entre las expectativas y la realidad en Nodriza. Me resultó muy festivo el tobogán de secuencias de El niño que le miraba el coño a las Barbies de Lluis Mosquera. Y me pregunto cómo continúan tras su final las propuestas de Miriam Beizana Vigo y Alana Portero. Quién sabe, lo mismo podrían crecer hasta convertirse en auténticas novelas, no sería la primera vez Alberto y Gonzalo, los Dos Bigotes, hacen que así sea.

Asalto a Oz, varios autores, 2019, Dos Bigotes.

«Vestidas de azul» de Valeria Vegas

A partir del documental con el mismo título que sobre seis mujeres transexuales Antonio Giménez-Rico dirigiera en 1983, Valeria nos cuenta cómo era percibida la transexualidad en España en los años de la transición. También, y valiéndose de sus protagonistas, relata las escasas posibilidades que este colectivo tenía de ganarse la vida y cómo esto afectaba tanto a su bienestar presente como a sus posibilidades de futuro.

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El término diversidad ha existido desde siempre en nuestro diccionario. Acompañado del adjetivo sexual solo recientemente en nuestra sociedad. Un concepto inimaginable hace cuarenta años cuando solo se consideraba la heterosexualidad normativa en la que el hombre era el sujeto activo y dominante y la mujer alguien sumisa y sin voz ni voto.

Una herencia de la imposición ultracatólica de la dictadura franquista que había tomado forma en leyes como la de peligrosidad social y rehabilitación social aprobada en 1970 (que sustituía a la anterior de vagos y maleantes vigente desde 1933) y que no se derogaría completamente hasta 1989. Cualquier expresión de la identidad y la orientación sexual considerada desordenada y anómala no solo no era respetada, sino que se perseguía, se penaba y condenaba legal y socialmente.

Pero a medida que se materializó la apertura que trajeron consigo la transición y la consolidación democrática en España, se fueron haciendo visibles otras maneras de vivir y manifestar la sexualidad. Aunque durante mucho tiempo solo se permitió en las coordenadas sórdidas de la prostitución y en las lúdicas de la diversión nocturna unida al morbo del desnudo integral de las mujeres transexuales no operadas. Una cosificación de su cuerpo y simplificación de su realidad que se convertía en caricatura con sorna y burla -ignorante unas veces, malintencionada otras- en la mayoría de los títulos que tanto en el cine como en la televisión comenzaron a dar cabida a personajes transexuales.

En todo momento, y con un relato bien estructurado y conciso en su redacción, Vegas expone de manera clara la compleja red de consecuencias que este tratamiento casi universal provocaba en estas personas. Eran ignoradas legal y judicialmente (hasta 2007 no fue posible que su DNI reflejara el género sexual que sienten como propio), lo que hacía imposible su acceso al mercado laboral y las convertía en un colectivo marginado y altamente vulnerable (proxenetismo, drogas,…). Los prejuicios en forma de rechazo familiar y social, hostigamiento policial y desinformación periodística (ligando la transexualidad a la homosexualidad y simplificándola bajo el término de travestismo, tal y como deja claro el buceo en la hemeroteca que ha realizado Valeria) fueron la tónica durante muchos años.

Pero en septiembre de 1983 se proyectó en el Festival de Cine de San Sebastián Vestidas de azul, un documental que por primera vez mostraba a diferentes mujeres transexuales tal y como eran, sin enjuiciarlas ni ridiculizarlas. Un logro resultado del planteamiento respetuoso de Antonio Giménez-Rico y su acierto a la hora de realizar el casting, de dirigir a las mujeres seleccionadas para que se manifestaran libre y espontáneamente, y de contar a través de cada una de ellas algunas de los muchos retos que se encontraban en su día a día.

Un punto de inflexión en unas vidas difíciles, que tal y como muestran las bien planteadas entrevistas con que se cierra este análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española siguieron siéndolo después, pero que iniciaron un camino hacia la normalización y la visibilidad en el que se ha avanzado mucho aunque aún quede otro tanto por conseguir.

Vestidas de azul, Valeria Vegas, 2019, Editorial Dos Bigotes.

«Green book», buena y efectiva

No nos relata nada que no sepamos acerca de qué suponía ser negro a principios de los 60 en EE.UU., especialmente en los estados del sur. Pero lo hace dando una lección sobre cómo se cuenta y se escribe cinematográficamente una historia, estructurándola correctamente, graduando su ritmo y construyendo unos personajes tan verosímiles como profundos y llenos de matices que Viggo Mortensen y Mahershala Ali interpretan con absoluta perfección.

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El green book se publicó en EE.UU. desde 1936 hasta 1966. Era la guía de viaje de referencia para las personas de color, sus páginas les decían donde podían alojarse y comer si se desplazaban por su país para no tener problemas –ser rechazados, violentados o abusados en un local- con el racismo de sus conciudadanos blancos. Una publicación que entregan a Tony Lip, un descendiente de italianos residente en el Bronx, cuando acepta el trabajo de ser el chófer durante una gira de dos meses de un reputado pianista, el Dr. Shiley, por los estados más conservadores y xenófobos de su nación.

Basado en hechos reales, Green book evita todo aquello en lo que podría haber caído, ser un biopic o una road movie con pasajes musicales. O un, a estas alturas ya visto muchas veces, ejercicio emocional sobre la injusticia que suponían y la impotencia que debieron causar estas vivencias. Además de un recordatorio de que aunque hayamos avanzado legal y socialmente, estas situaciones se siguen produciendo hoy en día.

No, lo que Peter Farrelly ha co-escrito y dirigido se limita a cumplir su cometido, presentarnos unos personajes y contarnos la relación laboral y humana que establecen a lo largo de un corto período de tiempo. Más de medio siglo después, se supone que los espectadores ya estamos sobradamente informados sobre cómo se vivía entonces y somos lo suficientemente inteligentes como para hacer dobles lecturas y extraer nuestras propias conclusiones. Así, tras una introducción en la que nos da a conocer el nivel educativo, las relaciones familiares y la personalidad de ambos personajes, la película les sienta en el mismo coche y les hace comenzar a compartir y convivir.

Da igual cuánto de lo que vemos ocurrió realmente, cuánto es ficción y cuánto recreación quizás edulcorada. Lo importante es que el conjunto -siguiendo las mismas pautas que cualquier proceso de conocimiento mutuo- funciona sin transmitir en ningún momento un mensaje pretencioso, artificial o dogmático. Inicialmente se muestran muy superficialmente con pequeños gestos cotidianos que dejan clara la lejanía intelectual entre ambos, pero a medida que cada uno se acostumbra a la presencia física del otro se revelan emocionalmente en un entorno que no se lo pone nada fácil a ninguno de los dos. Ahí es donde surge el punto de encuentro que demuestra la igualdad de todos los seres humanos y el inicio para intentar construir una relación sincera, respetuosa e integradora de todas las características del otro.

Un terreno, el de la humanidad diáfana, en el que no hay más que lo que uno sea y en el que Mortensen y Ali imprimen a los hombres que interpretan una autenticidad que huye del recurso fácil que hubiera sido la caricatura en el primero y la aristocracia y el divismo de la genialidad del segundo. Ambos realizan un trabajo que opta por la dificultad de la sencillez, la espontaneidad y la naturalidad de uno y la sutileza, el detalle y la sensibilidad comedida del otro. De esta manera, su labor se complementa perfectamente con el guión y la dirección de Farrelly y hacen que aunque Green book no resulte una película original, sea buena y efectiva en su propósito.

“He venido a reclutaros”, textos y discursos de Harvey Milk

Fue el primer cargo público en EE.UU. que hizo de su homosexualidad uno de los elementos en los que basó su lucha y propuesta política, convirtiéndose no solo en un referente de la comunidad LGTB, sino también de la defensa de los derechos civiles de cualquier minoría presionada por el capitalista heteropatriarcado blanco. Los 50 años pasados desde estos textos pueden hacerlos pasar por banales, pero demuestran las obviedades que fue necesario defender en el inicio de una lucha de la que algunos objetivos reales aún están por conseguirse.

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Los autores de este recopilatorio se quejan en su introducción de que buena parte de las nuevas generaciones no saben quién fue, qué consiguió y qué supuso Harvey Milk (1930-1978) para la comunidad LGTB de su tiempo –el San Francisco y el EE.UU. de los años 70- y, por tanto, el legado que nos dejó y sobre el que se han cimentado muchos de los logros legales y sociales conseguidos desde entonces. Una reclamación similar a la que Milk le hacía a los miembros de la comunidad homosexual  en sus intervenciones públicas y escritos (notas de prensa, cartas a autoridades, programas electorales,…), que debían ser ellos los primeros en defender y reclamar abiertamente lo que les correspondía, y no esperar que lo hicieran otros por ellos o conformarse simplemente con tener una vida materialmente resuelta.

En apenas cinco años Harvey se presentó cuatro veces a las elecciones a la Junta de Supervisores de San Francisco hasta que logró ser elegido en 1977, cargo que solo pudo ejercer durante diez meses al ser asesinado. Con una retórica locuaz, un estilo directo y apelaciones muy concretas tanto a sus contrincantes como a lo que él denominaba “la máquina” (grandes corporaciones empresariales y partidos políticos que burocratizaban las administraciones públicas), expuso una visión de la realidad que iba más allá de los bandos ideológicos para centrarse en las necesidades concretas del día a día de los vecinos de su ciudad (seguridad, educación, sanidad, transporte, oportunidades laborales,…) y de la relación directa que estas tenían con las bases constitucionales de su nación.

Así fue como su discurso y sus propuestas apelaban a cuestiones entonces rompedoras que hoy nos parecen fines obvios de la democracia como la igualdad y la visibilidad de todas las personas independientemente de su edad, raza, sexo, orientación sexual, religión,… Unas coordenadas de diversidad que siempre tuvo en cuenta en su lucha prioritaria por desmontar la visceral e institucionalizada homofobia que entonces era una norma casi universal. Un monstruo que amenazaba e impedía una vida plena a nivel personal, social y profesional de las personas homosexuales y al que propuso hacerle frente haciendo que todo el colectivo se uniera para ejercer presión con el poder político y económico resultante de la suma de todos ellos.

Su inteligencia a la hora de desmontar el discurso absurdo y prejuicioso de la homofobia imperante, su claridad expositiva en la elaboración y comunicación de su argumentario y su valentía ejerciendo la visibilidad que promulgaba le permitieron alcanzar un liderazgo y un protagonismo mediático que supo ejercer muy bien. No solo consiguió el puesto público al que aspiraba sino que introdujo la cuestión de los derechos de las personales homosexuales –y por extensión los de cualquier minoría- en el debate público local, estatal y nacional.

Junto con los disturbios del 28 de junio de 1969 de Stonewall, Harvey Milk marcó un punto de inflexión en la historia de los derechos civiles (y por extensión, en la defensa de los derechos humanos) y que debemos señalar como el inicio de lo mucho que se ha logrado desde entonces y de lo que queda por conseguir. Un tema en el que podemos ahondar leyendo The mayor of Castro Street, la biografía de Milk que en 1982 publicó el periodista Randy Shilts, o ya desde una óptica más patria, recurriendo a Lo nuestro sí que es mundial (Editorial Egales, 2017) de Ramón Martínez.

He venido a reclutaros, textos y discursos de Harvey Milk, 2018. Editorial Egales.

“Cuando muera Chueca” de Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz

¿Sigue siendo Chueca un barrio reivindicativo, un espacio de sociabilidad LGTBI? ¿Qué hizo que llegara a ser conocido como un barrio gay? ¿Ha sido un caso único? ¿Qué será en el futuro? Múltiples preguntas a las que este ensayo intenta dar respuestas claras y concisas considerando los muchos factores que intervienen sobre ellas.

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La identificación entre Chueca y el colectivo LGTBI es absoluta para muchos. Tanto para los que en su momento acudieron a sus calles buscando unas coordenadas geográficas en las que sentirse interiormente libres, como para aquellos que sin haberlas pisado necesitan establecer referentes que les ayuden a identificar conceptos, características o aspiraciones. Pero esto no fue siempre así, antes de que la bandera del arco iris ondeara simbólicamente en este barrio del centro de Madrid muchos de sus portales albergaban todo tipo de talleres (metalurgia, ebanistería,…) que a medida que la ciudad fue creciendo se trasladaron a sus exteriores. Los locales vacíos trajeron consigo la mudanza de las familias que vivían de ellos y en consecuencia, un parqué inmobiliario en desuso y desvalorizado.

Según explica Ignacio, esa circunstancia de gentrificación fue aprovechada por algunos de los muchos que necesitaban salir de allí donde residían -fuera en Madrid, fuera en otras localidades- para asentarse en un lugar en el que alquilar o comprar a bajo precio para poder vivir su identidad sexual, si no libremente, al menos sin la opresión y violencia ambiental que hasta hace bien poco era la tónica habitual donde quiera que miráramos en nuestro país. Así es como a lo largo de los años 80 se fue formando en Chueca una comunidad no solo unida por aquello de lo que escapaba, sino también por los lugares en los que compraba (comercio) y en los que se divertía (ocio), por los espacios públicos que compartía y por unos objetivos políticos y sociales que defendían activamente en el marco de la incipiente democracia española.

Desde entonces han cambiado muchas cosas. Entonces solo se consideraba la homosexualidad de los hombres y hoy la cuestión de la identidad sexual se ajusta más a la diversidad sexual y de género de la realidad (lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales). Los avances legales están ahí (matrimonio igualitario y adopción de parejas del mismo sexo desde junio de 2005) y la visión social ya no está mayoritariamente en contra, sino de casi plena aceptación (aunque quede mucho por hacer en el terreno de la educación formal e informal para una igualdad real).

Mientras tanto, lo que entonces era un entorno con unos límites muy definidos, hoy es un territorio urbano completamente permeabilizado que a medida que ha ganado público, se ha ido sometiendo a la ley capitalista de la oferta y la demanda. Esto ha empujado a que buena parte de sus antiguos vecinos hayan tenido que irse – y que muchos que antes sí hubieran sido capaces, ahora no hayan podido asentarse en sus coordenadas – por el incremento del coste de vida. Situación que ha provocado que sus espacios comerciales y lúdicos estén hoy destinados a clientes con un mayor poder adquisitivo (ya sean residentes, vecinos de otros barrios de Madrid o turistas tanto nacionales como internacionales). A su vez, la imagen pública del activismo ya no es solo la de sus reivindicaciones, sino también la festiva y amistosa que cada mes de julio transmite la celebración del Orgullo, lo que ha causado fricciones dentro del propio colectivo LGTBI.

¿Cómo se ha producido este proceso? ¿Qué tiene que ver la Chueca de hoy con la de finales del siglo XX? ¿Qué ha quedado de aquella? ¿Qué ha desaparecido? ¿Ha ocurrido lo mismo en Castro (San Francisco), Le Marais (París), Chelsea (Londres) o en cualquier otra ciudad de nuestro país? ¿Dónde tiene su «sede» hoy el activismo LGTBI?

Esas nada fáciles interrogantes son en las que se sumerge Cuando muera Chueca para exponer la complejidad antropológica de un proceso en el que converge no solo cómo hemos evolucionado a distintos niveles (local, nacional, internacional), sino también cómo lo hemos hecho en distintas esferas (social, económica y tecnológica, fundamentalmente). Una mirada a nuestro pasado más reciente que no tiene que ver únicamente con lo LGTBI y con Chueca, sino también con nuestro entendimiento y aceptación de la diversidad sexual y de género, con el tipo de sociedad que queremos ser, qué estamos dispuestos a reivindicar y cómo, así como los frutos y retos que este proceso evolutivo nos puede suponer.

Cuando muera Chueca, Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz, 2018, Editorial Egales.

«Nadie nos oye» de Nando J. López

La adolescencia no es un mundo aparte o una etapa diferente a la de los adultos, sus circunstancias son similares y solo varían las herramientas con que cuentan los que ya no son niños para hacerle frente a la vida y los impedimentos que les suelen poner sus mayores. Esta es la base sobre la que se desarrolla este entretenido thriller que aúna el misterio y la intriga propia del género con la distancia, el silencio y las sospechas que generan la falta de comunicación y los prejuicios cuando se trata de todo lo que tiene que ver con la diversidad sexual, racial y social.

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No hay nada más grande ni más impactante que la vida, tanto cuando llega como cuando se va, especialmente cuando esto ocurre de manera violenta. La brutalidad asociada a un asesinato o un homicidio sacude los cimientos de cuantos conocen a la víctima o comparten con ella algunas de sus coordenadas (lugar de residencia y de trabajo o de estudio, fundamentalmente). Eso es lo que le ocurre a los alumnos, profesores y trabajadores –además de a sus familias y a los vecinos del barrio- del instituto Zayas cuando aparece muerto Asier, uno de los chicos que cada día acude a sus aulas para escuchar a sus profesores, a sus pasillos para relacionarse con sus compañeros y a su club de waterpolo, el Stark, para entrenarse junto con el resto de integrantes, tanto masculinos como femeninos, de su equipo.

Esas son las claves de un thriller en el que la necesidad de saber quién ha sido el asesino es tan importante como dilucidar sus motivaciones y los condicionantes que le puedan haber influido. Una intriga llena de tensión y zozobra emocional que nos adentra en un universo de silencios forzados, sospechas invisibles y sombras espesas en el que Nando J. López pone el foco en dos personas que desde diferentes puntos de vista perciben los desequilibrios de un micromundo que, aunque tiene sus propias características, comparte también las de otros muchos de nuestro panorama social actual. Ese es su principal logro, señalar lo común de las coordenadas que nos presenta, pero subrayando lo que lo hace único y que, por tanto, exige adentrarse en ellas sin dogmatismos basados en conocimientos teóricos o experiencias previas. Quizás las única manera de no caer en la arrogancia y la soberbia de quienes ocultan su desconocimiento y su incapacidad para la empatía tras la impostura de su superioridad moral y sus prejuicios excluyentes contra los homosexuales, las mujeres, los magrebíes,…

Un conseguido retrato social que recuerda al que su autor ya dibujó en su anterior novela, Cuando todo era fácil, con la diferencia que la mayoría de los personajes de Nadie nos oye tienen veinte años menos de edad que los de aquella, aunque la psicóloga Emma bien podría provenir de ella. Su narración a dos voces, la de esta profesional recién llegada al centro escolar para trabajar como consejera del equipo de waterpolo, junto con la de Quique, alumno de segundo de Bachillerato y jugador titular, conforman un relato que aúna la incapacidad de los adultos de tratar a los adolescentes como iguales, y la frustración de estos por la continua constatación de la falsedad que esconden buena parte de las promesas con que los nacidos una generación antes les ocultan muchas de las verdades de la realidad en que vivimos.

El único pero a esta hondura está en el muy similar estilo que tienen Quique y Emma en su estilo, en su manera de expresarse. Lo que no sé muy bien si hace de ellos las dos caras de la misma moneda o los convierte en altavoces de los temas, principios y valores que preocupan a Nando (la igualdad, la diversidad, la libertad) y que se pueden encontrar en mayor o menor medida en otros títulos suyos como El sonido de los cuerpos, #Malditos16 o Los nombres del fuego.