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“Lo nuestro sí que es mundial” de Ramón Martínez

No hemos llegado a la meta ni mucho menos, queda aún por hacer para llegar a la plena normalización de las personas que engloban las siglas LGTB. Pero para saber cómo llegar a ese futuro, lo suyo es hacer como propone este ensayo, mirar hacia atrás y ver qué pasos hemos dado –tanto desde dentro del colectivo como desde el conjunto de la sociedad- para llegar al presente en que vivimos. Un muy didáctico e interesante recorrido con un doble objetivo, consolidar lo logrado –en el plano legislativo y jurídico- y materializar los asuntos pendientes –conseguir la catarsis social que acabe con la LGTBfobia-.

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Desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, los ha habido que se han atraído y relacionado entre ellos, de igual manera que, como hoy, ha habido hombres que han deseado a hombres, mujeres a mujeres e, incluso, tanto ellos como ellas, a ambos sexos. Una naturalidad que, con raras excepciones, se ha encontrado desde tiempos inmemoriales con la oposición y el castigo del entorno. Basta con mirar a la historia de nuestro mundo occidental y su siempre opresora moral cristiana o al mapamundi actual y la pena de muerte a la que cualquier persona se arriesga en determinados países por intimar con alguien de su mismo sexo.

Cierto es que, en términos generales, esa ya no es la situación de España. El matrimonio igualitario es una realidad desde 2005, pero los logros legislativos no implican necesariamente una plena aceptación social. Aún hay barreras que superar y muros por derribar en el ámbito educativo (campo de cultivo del heteropatriarcado), cultural (mostrar otros puntos de vista diferentes al cisgénero androcentrista), médico (apoyo psicológico a los maltratados por su identidad/orientación sexual y soporte clínico a la comunidad transexual) o político (reclamar en el ámbito internacional –tanto en la relaciones bilaterales como desde la organizaciones supranacionales en las que nuestro país es miembro con voz y voto- el fin de toda discriminación por razón de identidad u orientación sexual).

Podría parecer que este es el epílogo del nuevo ensayo de Ramón tras su anterior La cultura de la homofobia y cómo acabar con ella, pero en realidad esas metas han estado siempre en el horizonte a largo plazo que ha tenido como objetivo el activismo LGTB de nuestro país. Sin embargo, décadas atrás la coyuntura era otra y los propósitos en los que hubieron de centrarse fueron los relacionados con la propia supervivencia.

Algo que no nos retrotrae necesariamente a siglos atrás cuando aún no existía el término homosexual, el lesbianismo no se concebía o la transexualidad se contemplaba únicamente como una cuestión de mal gusto en las formas. Nos lleva a ecos como el asesinato de García Lorca por maricón y a tiempos más recientes, como el 4 de agosto de 1970 en que el Gobierno de España aprueba la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social en que la mera sospecha de homosexualidad implicaba la acción represiva de la ley y una mácula penal de por vida.

Comienza entonces, y bajo los ecos de las protestas ante los abusos policiales sobre la clientela del Stonewall Inn en Nueva York el 28 de junio de 1969, un incipiente asociacionismo con unas claras aspiraciones en el ámbito de los Derechos Humanos, pero que el régimen imperante –primero la dictadura, después la convulsa transición y a continuación una incipiente democracia- llevó a que se articularan como reclamaciones políticas, legislativas y sociales. La labor de documentación de Ramón y los muchos testimonios que se encuentran en estas páginas nos muestran cómo la valentía, el empeño y la dedicación de unos incipientes activistas (a los que siguieron muchos más) fue consiguiendo resultados muy poco a poco, no dando nunca nada por sentado y trabajando activamente en múltiples frentes.

Así fue como con mucho esfuerzo se fue consiguiendo la escucha de los partidos políticos y la empatía social que llevó progresivamente de la despenalización (en los 80) a la consideración administrativa (en los 90) y a la igualdad jurídica (modificación del Código Civil en 2005 definiendo el matrimonio como la unión de dos personas del mismo o diferente sexo y no, únicamente, de un hombre y una mujer), aunque aún quede por hacer en ámbitos como la identidad de género o en la erradicación de la violencia (ej. acoso escolar, agresiones físicas y psicológicas hasta llegar al asesinato o el homicidio o avocar al suicidio) con que se manifiestan los delitos de odio por orientación e identidad sexual.

Una evolución en la que el asociacionismo reivindicativo ha vivido una trayectoria paralela. De los difíciles y ocultos inicios a las disyuntivas entre revolución, radicalización y reformismo con la llegada de la democracia. De las confluencias y divergencias entre gays y lesbianas a la consideración de la transexualidad y la bisexualidad. De la homogeneidad de las siglas a las particularidades con que se vive la propia identidad en función de múltiples registros (ej. edad, lugar de residencia,…). De reclamar aceptación y tolerancia a exigir igualdad y normalización. De manifestaciones del Orgullo con apenas unos centenares de manifestantes vigilados por la policía a las jornadas en que miles y miles de personas salieron a la calle a reivindicar. De ser escuchados por gobiernos democráticos a negados por los elegidos en la urnas y al revés. De negociar una Ley de Parejas de Hecho a llamar por las cosas por su nombre y proponer y conseguir el término y la institución del matrimonio. De vivir al margen de otros colectivos a ser un agente social que comparte principios, puntos de vista y objetivos con el feminismo.

Así, hasta llegar a un hoy en el que el movimiento LGTB tiene claras cuáles son las metas aún por conseguir, pero que está en pleno proceso de reinvención y de redefinición del papel que ha de cumplir para hacer que las ciudades, el país y el mundo en que vivimos sea plenamente respetuoso con la diversidad sexual de todos y cada uno de los que lo habitamos.