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«Nadie nos oye» de Nando J. López

La adolescencia no es un mundo aparte o una etapa diferente a la de los adultos, sus circunstancias son similares y solo varían las herramientas con que cuentan los que ya no son niños para hacerle frente a la vida y los impedimentos que les suelen poner sus mayores. Esta es la base sobre la que se desarrolla este entretenido thriller que aúna el misterio y la intriga propia del género con la distancia, el silencio y las sospechas que generan la falta de comunicación y los prejuicios cuando se trata de todo lo que tiene que ver con la diversidad sexual, racial y social.

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No hay nada más grande ni más impactante que la vida, tanto cuando llega como cuando se va, especialmente cuando esto ocurre de manera violenta. La brutalidad asociada a un asesinato o un homicidio sacude los cimientos de cuantos conocen a la víctima o comparten con ella algunas de sus coordenadas (lugar de residencia y de trabajo o de estudio, fundamentalmente). Eso es lo que le ocurre a los alumnos, profesores y trabajadores –además de a sus familias y a los vecinos del barrio- del instituto Zayas cuando aparece muerto Asier, uno de los chicos que cada día acude a sus aulas para escuchar a sus profesores, a sus pasillos para relacionarse con sus compañeros y a su club de waterpolo, el Stark, para entrenarse junto con el resto de integrantes, tanto masculinos como femeninos, de su equipo.

Esas son las claves de un thriller en el que la necesidad de saber quién ha sido el asesino es tan importante como dilucidar sus motivaciones y los condicionantes que le puedan haber influido. Una intriga llena de tensión y zozobra emocional que nos adentra en un universo de silencios forzados, sospechas invisibles y sombras espesas en el que Nando J. López pone el foco en dos personas que desde diferentes puntos de vista perciben los desequilibrios de un micromundo que, aunque tiene sus propias características, comparte también las de otros muchos de nuestro panorama social actual. Ese es su principal logro, señalar lo común de las coordenadas que nos presenta, pero subrayando lo que lo hace único y que, por tanto, exige adentrarse en ellas sin dogmatismos basados en conocimientos teóricos o experiencias previas. Quizás las única manera de no caer en la arrogancia y la soberbia de quienes ocultan su desconocimiento y su incapacidad para la empatía tras la impostura de su superioridad moral y sus prejuicios excluyentes contra los homosexuales, las mujeres, los magrebíes,…

Un conseguido retrato social que recuerda al que su autor ya dibujó en su anterior novela, Cuando todo era fácil, con la diferencia que la mayoría de los personajes de Nadie nos oye tienen veinte años menos de edad que los de aquella, aunque la psicóloga Emma bien podría provenir de ella. Su narración a dos voces, la de esta profesional recién llegada al centro escolar para trabajar como consejera del equipo de waterpolo, junto con la de Quique, alumno de segundo de Bachillerato y jugador titular, conforman un relato que aúna la incapacidad de los adultos de tratar a los adolescentes como iguales, y la frustración de estos por la continua constatación de la falsedad que esconden buena parte de las promesas con que los nacidos una generación antes les ocultan muchas de las verdades de la realidad en que vivimos.

El único pero a esta hondura está en el muy similar estilo que tienen Quique y Emma en su estilo, en su manera de expresarse. Lo que no sé muy bien si hace de ellos las dos caras de la misma moneda o los convierte en altavoces de los temas, principios y valores que preocupan a Nando (la igualdad, la diversidad, la libertad) y que se pueden encontrar en mayor o menor medida en otros títulos suyos como El sonido de los cuerpos, #Malditos16 o Los nombres del fuego.

“#Malditos16” de Fernando J. López

Un texto que no se anda con rodeos ni eufemismos, que deja un eco que reverbera en las conciencias de quien se adentre en él. Diálogos sinceros y honestos que exudan verdad y transmiten realidad en una estructura narrativa que combina con suma precisión la progresión con los paralelismos y las conjunciones temporales. Seis protagonistas auténticos que dan voz a muchos de los silencios que nos rodean, a vergüenzas que escondemos, a incomodidades a las que no queremos hacer frente y a egoísmos a los que no estamos dispuestos a renunciar.

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Lo que no se cuenta no es conocido. A lo que no se le pone palabras no existe. Dos axiomas que Fernando J. López se ha propuesto aniquilar en lo que respecta a su aplicación sobre ese período de la vida tan fundamental como es la adolescencia y a esos coprotagonistas tan ignorados de nuestra sociedad como son los adolescentes. Un objetivo plenamente conseguido con la sacudida moral y la incomodidad política que provoca la lectura de un texto tan eficaz y valiente como es #Malditos16.

Una obra que parte de un hecho objetivo, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los adolescentes. Una realidad ignorada por el mundo adulto, tanto a nivel generalista categorizando despectivamente a esa etapa con el sambenito de edad difícil, como de manera organizada al ignorarla desde las administraciones públicas, especialmente desde el ámbito cultural y educativo. Una situación cuya fuerza opresora se respira en el interlineado de estas páginas y sobre cuyas consecuencias –violencia física, abusos sexuales, lgtbfobia, mobbing, adicciones,…- se combinan en la perfecta trenza de sus diferentes tramas individuales y emocionales.

Sin convertir sus reflexiones y diálogos en mítines o panegíricos políticos, sino en muestras de biografías y situaciones de total credibilidad, Nando J. López traza las vivencias y experiencias de sus cuatro adolescentes protagonistas en un ejercicio de lograda profundidad. La línea narrativa de #Malditos16 combina de manera excelente sus dos momentos temporales, el ahora y el hace cinco años, mostrando –por momentos de manera simultánea- a lo largo de unas horas los elementos de conexión, así como los símiles y diferencias entre ambos. Entre el tiempo inmediatamente posterior al intento de suicidio de todos ellos y su vuelta, un lustro después, al centro en el que se trataron para participar en un programa de ayuda a jóvenes que acaban de pasar por lo que ellos vivieron.

Un relato que va más allá de describir unos acontecimientos para sumergirnos en un torrente de emociones de múltiples planos y niveles. Desde las impostadas a modo de defensa –ya sea de los otros, ya sea de uno mismo- a las más honestas e íntimas. Esas que cuando son admitidas y expresadas en voz alta por primera vez desnudan no solo a quien las expresa desde su profunda soledad, sino que escuecen y duelen también a quien le escucha o le lee, originando un balsámico y enriquecedor proceso de aceptación, descubrimiento y crecimiento.

Pero lo que el autor de novelas como Los nombres del fuego, El sonido de los cuerpos o Cuando todo era fácil expone no es una catarsis redentora a modo de punto y aparte, sino la lucha por alcanzar, y el esfuerzo por consolidar, la integridad personal (física y psicológica) en un entorno, como es el nuestro, lleno de prejuicios sobre cuestiones como la identidad sexual o los cánones estéticos, cuando no directamente torturador y agresivo.

#Malditos16 es un grito de dolor, un golpe de atención y una mirada esperanzadora en una exposición clara y un discurso muy bien presentado y desarrollado de una parte de nuestra sociedad presente y futura a la que no podemos seguir sin escuchar y mandando callar.

10 novelas de 2016

No todas fueron publicadas este año, algunas incluso décadas atrás, pero casi todas ellas tienen el denominador común de contar con protagonistas deseosos de comprender qué está pasando a su alrededor y de buscar ese punto, ya sea un lugar o un tiempo, en el que diferentes maneras de entender la vida puedan convivir pacíficamente.

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«Para acabar con Eddy Bellegueule» de Édouard Louis. De una manera cercana, directa y clara, el joven Édouard supera las expectativas que suscitó la atención crítica y mediática que tuvo su relato cuando se dio a conocer hace algo más de un año. Esta no es tan sólo la historia de un joven homosexual en un entorno que le rechaza por su orientación sexual. Es la exposición de un mundo en el que se lucha por sobrevivir y no verse arrastrado al fondo del pozo de la dignidad humana por la ignorancia intelectual y los prejuicios culturales de aquellos con los que se convive, así como de un entorno social sin opciones de futuro.

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«Los nombres del fuego» de Fernando J. López. Dos mundos separados por quinientos años, dos protagonistas unidas por un mismo deseo vital. Una historia de intriga y misterio en un escenario habitado por personajes sólidos y completos gracias al tratamiento de igual a igual que su creador establece con ellos. Un relato protagonizado por adolescentes llenos de ganas de vivir y de deseos por cumplir, un espejo en el que pueden verse reflejados todos los públicos.

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«Algún día este dolor te será útil» de Peter CameronTener 18 años no ha sido fácil para casi nadie. Y escribir sobre ello con honestidad menos aún. Con Cameron lo primero queda bien claro. De su mano, lo segundo se convierte en una historia llena de respeto y cercanía, sin condescendencia ni juicio alguno. Algún día… resulta una lectura apasionante por su estilo directo y sin adornos y unos diálogos ágiles, frescos y prolíficos con los que nos hace llegar el conflicto que es la vida cuando no se dispone de experiencia ni de conocimientos contrastados para hacer frente ni a las interrogantes ni a las expectativas de los demás.

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«Sudor» de Alberto Fuguet. Un profundo retrato del lado más visceral de las relaciones homosexuales y una disección sin escrúpulos de la cara interior del negocio editorial en una historia contada sin pudor ni vergüenza alguna, con una prosa sin adornos, articulada y plasmada con la misma informalidad, contaminación y suciedad con que nos comunicamos verbalmente.

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«Los besos en el pan» de Almudena Grandes. La vida transcurre por las calles y hogares de esta novela con la misma naturalidad y espontaneidad que en las ciudades y pueblos que habitamos cada uno de sus lectores.  Un relato verosímil sobre la cara humana de la crisis que llevamos viviendo desde hace casi una década. Historias cruzadas que encajan con la misma fluidez con que discurren en un equilibrio perfecto entre la ficción inspirada en la actualidad y el docudrama cinematográfico.

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«A Virginia le gustaba Vita» de Pilar Bellver. El relato con el que se abría Ábreme con cuidado a principios de año crece para convertirse en una excitante novela corta. Un intercambio epistolar lleno de sensibilidad a través del cual conocer cómo vivieron estas dos mujeres el proceso de enamorarse, su materialización carnal y la, similar y a la par tan diferente, vivencia posterior del sentimiento del amor recíproco.

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«Soldados de Salamina» de Javier Cercas. La Guerra Civil que comenzó hace 80 años es un tremendo agujero negro con muchas piezas aún por conocer y conectar tanto a aquel entonces como a nuestro presente. Una de esas, la de la supuesta salvación de morir fusilado del fundador de la Falange, Rafael Sánchez Mazas, es la que despierta la curiosidad de Cercas. Investigación, periodismo y ficción se combinan, se unen y se separan en esta historia que atrae por lo que cuenta y que destaca por haber tan pocas como ella.

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«Matar a un ruiseñor» de Harper Lee. Una historia sobre el artificio y la ilógica de los prejuicios racistas, clasistas y religiosos con los que la población blanca ha hecho de EE.UU. su territorio, a través de la mirada pura y libre de subjetividades de una niña a la que aún le queda para llegar a la adolescencia. Una prosa que discurre fluida, con una naturalidad que resulta aún más grande en su lectura humana que en su valor literario y con la que Lee creó un título que dice mucho, tanto sobre la época en él reflejada, los años 30, como de la del momento de su publicación, 1960.

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«París-Austerlitz» de Rafael Chirbes. Sin pudor alguno, sin nada que esconder, sin miedo ni vergüenza, sin lágrimas ya y sin más dolor que sufrir y padecer. Un relato con el corazón crujido, la mente explotada y el estómago descompuesto por la digestión nunca acabada del vínculo del amor, del fin de una relación imposible y del recuerdo amable y esclavo que siempre quedará dentro. Una joya esculpida con palabras en ese milimétrico punto de equilibrio entre el vómito emocional y el soporte de la razón, sabiéndose preso de las emociones pero también incapaz de ir más allá del vértice del acantilado al que nos llevan.

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«La ciudad de los prodigios» de Eduardo Mendoza. Una ficción que toma como base la historia real para con humor inteligente y sarcasmo incisivo mostrar cómo hemos evolucionado y crecido en lo material, pero siendo igual de desgraciados y canallas según nos toque vivir del lado de la miseria o de la abundancia. Un gran retrato de la ciudad de Barcelona y una aguda disección de los años que entre las Exposiciones Universales de 1888 y 1929 la proyectaron hacia la modernidad en una España empeñada en no evolucionar.

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“El sonido de los cuerpos” de Fernando J. López

Una investigación en la búsqueda de una doble verdad. Por un lado saber qué hay tras el suicidio de la persona con la que se ha convivido durante once años. Por otro qué sucede dentro de cada uno de nosotros a la hora de establecer contacto íntimo, cómo lo vivimos  y cómo actuamos cuando nos damos cuenta de que ya se acabó. Una combinación de intriga policíaca e introspección personal con tintes existencialistas que atrapa de principio a fin.

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¿Qué sucede cuando no somos capaces de darle respuesta a una interrogante? ¿Hay manera de cerrar una relación cuya ruptura nunca se verbalizó? ¿Cómo podemos decirle adiós a alguien de quien es imposible despedirse? Estas son algunas de las preguntas que parecen taladrar sin piedad la mente de Mario, el hombre que un día recibe la noticia de que su pareja desde hace once años, Jorge, se ha suicidado. Un acontecimiento de difícil digestión y causante de una angustia que aspira a superar buscando una clave que le ayude a comprender lo sucedido. Esa ventana de luz surge con Alma, una periodista que cree poseer la pista para conseguirlo, pero esta no parece dirigir el proceso por un camino fácil ya que todo indica que la muerte que ha sacudido los cimientos personales de Mario está relacionada con un doble asesinato cometido apenas un mes antes.

Con este argumento, Fernando J. López construye un único relato con una doble intriga, qué sucedió realmente la noche en que Jorge decidió acabar con su vida y bajo qué principios se rige la intimidad de las personas que están alrededor de esta investigación. Así es como se van dibujando una serie de complejos mapas personales que en determinados puntos y ocasiones parecen acercarse hasta tocarse, pero sin llegar a producirse ese click que los fusione haciendo de su unión –ya sea como pareja, como hermanos o como padres e hijos- algo superior. La inseguridad y el miedo a la soledad marcan el peaje de lo que se está dispuesto a ceder, creyendo que esta es la vía más adecuada para acercarse a la auto aceptación y la estabilidad  No queda claro si lo que se desea es ser realmente feliz o aparentarlo de cara a la galería de seguidores de las redes sociales. Sin embargo, la foto no está tan conseguida como se cree y en ella se producen una serie de grietas tras las que se esconde la verdad de acontecimientos tan insospechados como criminales.

Hasta esos silencios y oscuridades es donde nos lleva El sonido de los cuerpos. A intentar entender por qué los hemos aceptado, convenciéndonos de que eran el lugar en el que debíamos estar. A descifrar qué sórdidos comportamientos podrían haber desarrollado aquellos que teníamos cerca físicamente pero que, emocional y vitalmente, sabíamos que estaban muy lejos. Un encrespado y tormentoso mar narrativo en el que Fernando sabe desenvolverse, haciéndonos entender con una prosa encendida, intensa e inagotable el prolongado desconcierto y el desorden vital en el que desde hace mucho tiempo viven sus personajes.

“Los nombres del fuego” de Fernando J. López

Dos mundos separados por quinientos años, dos protagonistas unidas por un mismo deseo vital. Una historia de intriga y misterio en un escenario habitado por personajes sólidos y completos gracias al tratamiento de igual a igual que su creador establece con ellos. Un relato protagonizado por adolescentes llenos de ganas de vivir y de deseos por cumplir, un espejo en el que pueden verse reflejados todos los públicos.

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El desarrollo de la ciencia empírica en sus múltiples vertientes nos ha hecho creer que tenemos un conocimiento de la realidad tan sumamente exhaustivo que apenas permite margen alguno para proponer puntos de vista o aproximaciones diferentes a los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. Uno de estos es el discurrir del tiempo, ¿y si este no transcurriera linealmente como creemos? Esta es una de las interrogantes de fondo que sobrevuelan de continuo en la doble historia, que acaba siendo una única, de Xalaquia y Abril. Una cuestión entre lo metafísico y lo esotérico en una trama de intriga y misterio que se combina con gran habilidad con la ficción histórica sobre la llegada de los conquistadores españoles, Hernán Cortés a la cabeza, a Technotitlan. Una narración paralela y hábilmente entremezclada con un relato costumbrista del presente de los más jóvenes de nuestra sociedad, con diálogos frescos y naturales enmarcados en situaciones que fluyen tan vivas como auténticas.

La primera clave para este logro son los personajes que habitan y viajan por sus páginas. A la cabeza de todos ellos, dos protagonistas con la osadía que da la falta de experiencia y las expectativas de futuro vírgenes de desilusión, decididas a no aceptar el destino silencioso y sumiso que sus mayores, bajo la excusa del destino, les quieren imponer. Un futuro de negación, ciego de posibilidades, al servicio de una sociedad teocrática en el México azteca de principios del s. XV en el caso de Xalaquia. En el de Abril, un tiempo por escribir en el que sus padres divorciados –inmersos en su sensación de fracaso vital- proyectan un guión concebido únicamente para silenciar su intranquila conciencia, en lugar de dejarle crear su propio y libre relato.

La segunda es la posición que Fernando J. López adopta como narrador de una historia de la que es creador, pero en la que al tiempo –presumo- sabe que es vehículo de todas esas pequeñas anécdotas y confesiones que, en su faceta de profesor y educador, le han contado muchos adolescentes. Y así es como las refleja en Los nombres del fuego, trasladando la empatía que –supongo- puso en práctica con aquellos que se las contaron, no considerándose ni más ni menos, sino tan solo diferente en un mundo de tantas individualidades como personas.  Su estilo no tiene nada que ver con la condescendencia habitual con que en muchas ocasiones los adultos justifican (rehuyendo) las preguntas y situaciones que les plantean sus menores. Un punto de vista lejos del juicio soberano y dogmático de quien se coloca magnánimo para defender su inexistente superioridad.

Fernando J. López se pone en los zapatos, la piel, el corazón y la mente de sus protagonistas y, con prosa fluida, canaliza su frustrante diálogo con el silencio y la imposición de sus mayores, la inseguridad y el proceso de exploración y conocimiento de las nuevas emociones (el amor, el deseo), el esfuerzo de la auto aceptación en un entorno cero amistoso con las diferencias (homosexualidad), el descubrimiento y la natural integración de las posibilidades de las redes sociales y las nuevas tecnologías,… Una completa disección y muestra de la realidad, que despectivamente habrá quien considere juvenil (por ser tales sus personajes), pero que resulta tan o más completa, profunda y sólidamente construida y contada que muchas ficciones y vivencias consideradas adultas.

«El cielo en movimiento», pasado, presente y futuro de Madrid

El tema es Madrid. Los autores son treinta. Y otros treinta los años de historia de la ciudad que se recorren con sus textos e imágenes. Desde el bando de las fiestas de San Isidro de 1985 en que Enrique Tierno Galván pedía a jóvenes y mayores que se entendieran y escucharan, al de hoy en el que las nuevas tecnologías, el cambio político en la alcaldía y los derechos conquistados parecen haber devuelto a la Cibeles las ganas de vivir su presente y construir su futuro a golpe de creatividad y participación ciudadana.

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A los que llegamos a Madrid cuando ya teníamos unos añitos y llevamos aquí más de media vida, tenemos con esta villa una relación muy especial, de igual a igual. Sentimos que hemos crecido a la par, aportándonos mutuamente. Cuando la pequeña ciudad de provincias en la que residíamos anteriormente no respondía a nuestras inquietudes, el “de Madrid al cielo” resultaba ser sinónimo de “allí todo es posible”. Considerábamos a la capital del Reino la tierra de las oportunidades y por eso nos vinimos, como si al cruzar el túnel del Guadarrama o el de Somosierra fuéramos a comenzar nuestra particular conquista del oeste americano con el fin de hacernos sitio personal y profesional en el centro peninsular.

la ciudad de los sueños, el destino de nuestras esperanzas”, Iñaki Echarte

Miramos atrás y quizás hagamos como Iñaki Echarte, recordar los motivos que nos trajeron y las inquietudes que han marcado nuestro camino a lo largo de los años por el trazado de la que es la tercera urbe más grande de Europa. Un hoy en el que José Luis Serrano y María Castrejón ven, cada uno a su manera, que los ciudadanos sienten que lo que ocurre en sus calles puede ser nuevamente producto de sus decisiones y no de los decretos que edicten personas ajenas a sus vidas en despachos supuestamente oficiales. Calles, avenidas y plazas que se apelotonan en un entramado sociológico hábilmente explicado por Luis Cremades y en un callejero en el que destaca por encima de todo la Gran Vía. Transitada de la sensualidad que rezuma el poema de Oscar Espírita, en la que Oscar Esquivias vio por primera vez en su vida a finales de los 80 a dos hombres caminando de la mano, o a la que Abel Azcona homenajeó en una de sus performances recordando que su asfalto y sus aceras fueron durante mucho tiempo escenario de persecución de la dignidad de las personas LGTB.

Y aunque las leyes hayan cambiado, eso no quiere decir que tengamos gobernantes con actitudes tolerantes y demócratas, tal y como explican de manera clara y concisa en sus aportaciones Javier Larrauri y R. Lucas Platero. Políticos a los que hemos sobrevivido como apunta en sus últimos versos Juan Gómez Espinosa (“Nunca nos fuimos los resistentes, los vencedores. Y nunca nos iremos”). Porque hubo un tiempo en que Madrid se convirtió en una ciudad en la que se luchaba por hacer de la creatividad y la expresividad su leit motiv, eran los años 80, los de la ya mítica movida madrileña. Quizás la pátina del tiempo le ha dado un toque mítico y de vitrina de museo a lo que en realidad fue una exitosa eclosión por retirarse de encima la losa gris de muerte y defunción de las cuatro décadas de guerra civil y dictadura. Lo revelan los trazos de las fotografías coloreadas de Ouka Lele, las ilustraciones de Gerardo Amechazurra para El País Semanal y los fotogramas de las primeras películas de Pedro Almodóvar, obras que son más que arte, son identidad. He ahí ese aire socarrón y gamberro que tres décadas después destilan las ilustraciones de Miriampersand y Raúl Lázaro, el cartel de Ana Curra con Manuela Carmena como protagonista, las viñetas de Carla Berrocal o las del cómic de Luisgé Martín y Axier Uzkudun, “Mi novio es un zombie”, que comparte título con aquella divertida canción de Alaska y Dinarama.

En Madrid los caminos se cruzan con mil matices, como en el cómic “Chueca” de Miguel Navia, desprendiendo una magia similar a la del relato de Paco Tomás, o confluyendo de madrugada en una cama, como en la escena teatral cargada de sensibilidad de Fernando J. López. La esperanza rezuma en la letra de las canciones de Algora y de Alicia Ramos. Las ventanas del piso en la planta trece del Edificio España nos recuerdan que, Alberto Marcos mediante, ahí Iván Zulueta concibió “Arrebato”, una película que sin ser excelente, se ha convertido en obra maestra con el paso de los años. Un tiempo aquel cuyo espíritu podemos recordar en los fragmentos de la narrativa de Leopoldo Alas y Eduardo Mendicutti, prosa que discurre tan ágil como los versos de la poesía ácida de Luis Eduardo Aute y de la cargada de posibilidades de Ariadna G. García (“sigue siendo posible lo improbable”).

Todo esto es Madrid. Un caleidoscopio de formatos, lenguajes, puntos de vista, tonos y nombres que le da algo más que encanto turístico. Tras ello está la grandeza de su identidad cultural. Hasta ahí es donde han llegado Dos Bigotes (al igual que hicieron con su acertado enfoque sobre la diversidad de la identidad LGTB en “Lo que no se dice”) en un trabajo que rezuma compromiso de querer ofrecer algo más que un producto editorial. Su logro es ejercer de altavoces de creadores que tienen mucho que contar y compartir y con los que se supera el nivel del entretenimiento y el disfrute para acceder al del enriquecimiento personal. Esto es lo que convierte a “El cielo en movimiento” en un verdadero producto cultural que refleja muy bien el momento de balance y planteamiento de futuro que vive Madrid.

“Lo que no se dice”, relatos que leer y comentar en voz alta

Once historias cortas sobre cómo se vive la circunstancia de que a un hombre, a la hora del deseo y del amor la naturaleza, le hace mirar a otro hombre. Bendita homosexualidad, circunstancia natural de la vida, si estimula la creatividad y el saber hacer de nuestros escritores tan bien como en este pequeña colección editada por Dos Bigotes.

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Hubo un tiempo en que lo LGTBI era negado, luego fue proscrito y castigado. De ahí pasó a ser obviado, tolerado, finalmente aceptado y hace bien poco legal. Sin embargo, en nuestro país –y eso que en este tema somos pioneros en el mundo- aún nos falta por llegar a ese momento en que los homosexuales (y demás colectivos de las siglas enunciadas) sean (seamos) visto(s) con la naturalidad y espontaneidad que se merece cualquier característica que toda persona nos hace un ser… humano.

Ahí es donde se sitúa “Lo que no se dice”. Nos trae momentos cotidianos que cualquiera de sus lectores podríamos haber vivido y en los que sentir el impulso de amar a alguien de tu mismo sexo aún era algo fuera de la norma, escondido o rechazado en el entorno en el que sucedía. Situaciones cuyos protagonistas en paz consigo mismo vivían con franqueza, siendo fieles a sí mismo. No así por los que no contaban con la fuerza o las agallas para hacer frente a un entorno limitador e invasivo.

Los once escritores que forman esta recopilación, junto con sus dos editores, practican un ejercicio de visibilidad y de activismo de una de las maneras más claras y sencillas en que se puede realizar, desde aquello que saben hacer y para lo que la genética y/o la experiencia les ha dotado, escribir bien, muy bien incluso en algunos casos.

A Luis G. Martín le salen solas las palabras para dar voz a la irracionalidad del deseo, al impulso de la pasión en “El esplendor en la hierba”. Fernando López parece escribir en un equilibrio entre estómago y corazón para expresar eso que es la verdad, y que desea vivir con honestidad y reciprocidad en “Nunca en septiembre”. Por su parte, José Luis Serranos hace visible en “Hipocampos” a ese ser desapercibido que siempre fue parte de nuestras vidas, es capaz de hacer forma lo que ni siquiera veíamos. El conflicto entre lo que somos y lo que se supone que somos queda expuesto de manera contundente por Oscar G. Esquivias en “Todo un mundo lejano”.

“¿Azul o verde?” es tan crudo y desnudo como delicado resulta Oscar Hernández en su narración sobre ese mundo en el que por mucho que se nos asfixie se puede llegar a ver la luz. Eduardo Mendicutti demuestra con su dominio del verbo, el ritmo, la gracia y la sensualidad en “Canela y oro” porque es una de las mejores plumas de la literatura española actual. Adentrarse en su protagonista hasta hacernos sentir como él, con sus momentos plenos y sus atisbos de duda, es lo que hace con gran soltura Lawrence Schimel  en sus “Estadísticas”. La tensión teatral de obras maestras como “August: Osage County” de Tracy Letts o de “El zoo de cristal” de Tennessee Williams está en el “No te levantes” de Álvaro Domínguez.

Con delicada sensibilidad Luis Cremades cuenta en “Manos mágicas” la esencia del amor, lo que lo hace mágico, dure lo que dure y pase lo que pase. La “Fábula del mirar opaco” de Lluis María Todó refleja los subterfugios que el deseo se busca para, aun oculto, hacerse presente. Y por último, “Un hombre o dos o tres” es una muestra de cómo Luis Antonio de Villena hace presente la pasión, el ardor, las ganas que sigue generando el recuerdo del pasado.

Desconozco en qué medida estaba premeditado, pero el conjunto de historias encargadas ex proceso para este volumen componen un completo caleidoscopio de edades (desde el inicio de la adolescencia hasta el momento de mirar atrás en la madurez consolidada), profesiones (toreros, futbolistas, directores de coro, músicos,…), ciudades (Barcelona, Berlín, Madrid,…), emplazamientos (habitaciones de hotel, iglesias, el comedor o el dormitorio de una domicilio familiar, una caseta de feria,…),… Maneras de percatarse, encontrarse, juntarse, unirse y/o separarse que conforman lo que es la vida y ese cúmulo de sensaciones, emociones, sentimientos y descubrimientos atropellados, irracionales y sosegados mediante la práctica que es la vida.

Un cúmulo de variables que unidas representan la verdad de lo que todos somos al margen de nuestro género y orientación sexual, hombres y mujeres que deseamos vivir compartiendo, sonriendo, sintiendo, dialogando, abrazando, riendo, besando, llorando de alegría y disfrutando de placeres de todo tipo como puede ser el de leer un libro como este “Lo que no se dice”.

“De mutuo desacuerdo”, largo, demasiado largo

Si un texto funciona en un formato de medio tiempo, ¿por qué estirarlo en una obra que dura justo el doble? Aunque bien planteados y estructurados y con dos buenos actores en escena, los 90 minutos de desencuentros entre estos dos divorciados resultan excesivos.

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Entre la comedia de enredo y los diálogos descarnados, esa es la premisa con la que uno se acerca al Teatro Bellas Artes a ver esta obra escrita por Fernando J. López. Y es lo que te encuentras, pero con un envoltorio que ya avisa en la impresión low cost que te llevas cuando se sube el telón. La escenografía y el jingle musical con el que se inicia parecen sacados del plató de un programa televisivo de entretenimiento de la década de los 90.

Una vez que se presentan los personajes asocias que dicha composición debe haber sido creada por Sandra, la músico interpretada por una resuelta Toni Acosta. Frente a ella el consultor financiero Ignacio, un fantástico Iñaki Miramón que es capaz de sacarle múltiples matices a su personaje a lo largo de toda la función. Un buen trabajo de la pareja, queda evidente la química que hay entre ellos y el vínculo aún presente entre sus personajes, a pesar de que sus diálogos parezcan querer encasillarles en un registro único en cada escena. Porque eso es lo que sucede con “De mutuo desacuerdo”, se va de situación en situación, como si fueran piezas individuales de microteatro tratando las etapas de ese tránsito en el que el divorcio pasa de ser un papel a una realidad en la que las dos personas implicadas sienten ya disuelto el lazo que les unía.

¿Qué le falta a este divorcio? Más tramas, solo tenemos una, el eterno conflicto entre él y ella, su hijo no es más que un recurso verbal y las nuevas –o conatos- parejas de ambos no son más que excusas para generar diálogos. Estos, aunque recurrentes por momentos consiguiendo que se suelten carcajadas, en muchos otros resultan llenos de lugares comunes. Son estos los que hacen pensar que teniendo escenas bien creadas, habiendo elegido los momentos correctos para conocer la evolución de su relación, estas han sido rellenadas de manera fácil para conseguir que el libreto alcanzara una duración con la que ser llevada a escena.

¿La sensación en el cuerpo? Mientras estás en la butaca un “tíos, sois majos, pero ¡qué cansinos!”. Cuando sales a la calle lo haces casi saturado por esos vacíos continuos a los que has tenido que asistir, añadiéndole una interrogante, “teniendo una base inteligente, ¿por qué caer en estos modos y maneras?”. Como en esta vida hay que ser positivo, me quedo con esa parte y aunque no he tenido una experiencia que me hubiera gustado, hay algo en el cuerpo que me pide que me vuelva a acercar a la creación de Fernando J. López  para ver qué me encuentro.

“De mutuo desacuerdo”, en el Teatro Bellas Artes (Madrid) hasta el 31 de mayo.