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“El amante alemán” de Julián Martínez Gómez

Más que una historia, esta novela corta es un fantástico viaje sensorial y emocional que une dos personas, dos generaciones y dos ciudades, Berlín y La Habana, pasando por Madrid. Con una cálida y enriquecedora precisión, una naturalidad llena de verdad y una plenitud que llega muy hondo, la narración de las vivencias de Julio y Sebastián provocan el deseo y el logro de sentirse en comunión con ellos y partícipe de las conexiones que surgen entre ambos.

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Acostumbramos a definirnos por características como lugar de nacimiento o residencia, profesión y edad, pero en El amante alemán estas son datos superfluos que su autor deja atrás para llegar a lo que está siempre, al margen de etiquetas y códigos identificativos, pero que tanto nos cuesta reconocer como motores de nuestras vidas, las emociones y las sensaciones. Aquellas a las que por su intensidad y hondura las palabras no consiguen llegar en toda su verdad. Así que en lugar de situarse frente a ellas para intentar describirlas, Julián Martínez ha optado por algo más arriesgado, pero también más enriquecedor, como es ponerse a su servicio, dejarse llenar de ellas y hacer de su escritura su mejor representación.

Esta brillante primera novela está también guiada por los sentidos, por los olores y sabores de las recetas que sirven como acertado recurso para iniciar introspectivamente algunos capítulos; por las miradas al exterior que abren el relato a lo social y lo comunitario; y por el tacto de las manos que se rozan, acarician y entrecruzan moldeando lo que no es tangible para materializar aquello que solo los que lo construyen saben qué es. Así es como nos llega la mirada de Julio posándose suave y amablemente por cuanto le llama la atención en las calles y casas de su barrio en La Habana, en los detalles únicos que marcan su rumbo cuando visita Berlín y en todo lo que confirma su cotidianeidad en Madrid. Sitios que quedan marcados por las recetas que cocina en ellos, las canciones que escucha y los abrazos y los besos con Sebastián una vez que este aparece en su vida.

Un viaje entre Europa y el Caribe que comienza en 1981 con unos personajes, hace escala en 1989 para relatarnos una catástrofe aérea y acaba en 2014 con otros. Alejados estos en el tiempo, pero conectados por diversas circunstancias con los primeros en un relato conformado por distintas piezas. Tan diferentes en su forma – escritura narrativa, dramática o teatral y poética a modo de letras musicales, además de recursos visuales como fotografías y palabras utilizadas como potentes pinceladas expresionistas-  como perfectamente conectadas en su fondo.

Desde el primer capítulo, con esa visión profundamente humana del paisaje urbano de la capital cubana, hasta el bien logrado final, todo discurre con una fluidez que resulta de lo más natural, aumentada si cabe por detalles a caballo entre el simbolismo (las ya referidas a la gastronomía) y el realismo mágico (los espejos). Un punto medio en el que se crea una fina, pero sólida y constante atmósfera envolvente, llena de lirismo que hace que El amante alemán sea más que una lectura, una vivencia de lo más sugerente. Notando como lo que nos dirige y conduce por ella es el impulso de nuestro corazón en una constante búsqueda y anhelo no solo por saber, sino por experimentar hasta donde pueden llevarnos las emociones que nos brinda el presente y las conexiones con nuestro pasado que nos hacen ser quienes somos.

“El público”, García Lorca se adueña del Teatro de La Abadía

Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.

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Hay mucho Lorca aun por conocer y mucho más que diseccionar. Mucho Federico al que escuchar, y mucho más al que contemplar sin los cánones que pretenden encasillarle como el poeta y el dramaturgo de la víscera y del deseo, de los campos andaluces y de las costumbres que nos tienen presos en vida. Está el que viajó a Nueva York y supo tomar del surrealismo lo que este tenía de creativo y de estimulante dejando a un lado su ánimo de provocación y pose. Ese otro que comenzó entonces a establecer nexos de unión entre planos de conciencia y de significado como nunca antes nadie se había atrevido o sido capaz de hacer.

¿Quién es “El público”? Para un autor no son solo aquellos que van a ver sus obras. Es también el mecenas que como productor ha de financiarle, con la capacidad que esto le da de intervenir sobre su creación. Pueden ser los que ven en la representación y en la lectura del texto lo que el dramaturgo expone de sí mismo, accediendo así a la intimidad de su persona, a lo sensible y lo delicado, ahí donde se le puede infligir dolor y causar daño. El público es incluso el mismo escritor haciendo frente a los referentes que le construyeron literariamente, a los personajes y las estructuras a las que acudió una y otra vez para labrarse su propio camino creativo, pero de las que necesita deshacerse para trascenderse y evolucionar hacia otro estadio.

Todo esto es lo que exponen tanto el texto de Lorca, pero el de Granada no pretendía tan solo que viéramos y escucháramos. Él quería hacernos experimentar, que nos dejáramos llevar a un lugar en el que se pone en duda la aparente lógica de cuanto ocurre, que alcancemos la autenticidad de cuanto nos motiva, para así hacer de la emoción algo puro y verdadero. Normalmente, un texto comienza con palabras que entendemos y a partir de ahí sentimos. Pues bien, Lorca fue un maestro tras su viaje a Norteamérica en 1929 –escribió este libreto un año después- en ofrecer un recorrido opuesto, primer sentir a través de lo que escuchamos, y desde las sensaciones hacernos llegar a los conceptos que materializamos en palabras.

Un viaje al que Alex Rigola da forma en una propuesta que amplifica el viaje perceptivo y conceptual concebido por el genial granadino hasta cotas que hacen estremecer. Los juegos de luces, los efectos de sonido, la música en directo, la sangre y el firme movedizo, los movimientos perfectamente sincronizados (cuando no danzados) de hombres y mujeres desnudos, las composiciones corporales y la simulación de espacios de perspectiva infinita construidos con el método paranoico-crítico de Dalí,… hacen más brutal la lucha por acabar con mitos como el de Romeo y Julieta, el esfuerzo por no sucumbir a la culpa cristiana, clarificar la dicotomía entre el ser y el parecer o el ser fiel a uno mismo. Y como vehículo de todo ello, la entrega física, anímica e interpretativa de un elenco actoral en un ejercicio sin límites de servicio a un texto que gracias a ellos se hace dueño y señor de los que están del otro lado, de su público.

“El público” de Federico García Lorca, en el Teatro de la Abadía (Madrid).

“La tierra de los abetos puntiagudos” de Sarah Orne Jewett

Los lugares en los que aparentemente no sucede nada tienen el potencial para ser los más interesantes, esos en los que podemos vivir nuestro interior –corazón y mente- de manera más humana y natural, haciendo de él el verdadero protagonista de nuestra existencia al margen de normas o convenciones. Hasta ese espacio de autenticidad es donde nos propone llegar esta obra escrita en 1896 y que Dos Bigotes rescatan en su nueva propuesta editorial.

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Buscar el progreso personal es algo tan natural como el hecho de respirar o alimentarse cada día. Recurrimos para ello a multitud de recursos en los que esperamos encontrar la clave, la pieza o la respuesta que creemos nos falta o que nos haga sentir que hemos dado un paso adelante. Sin embargo, en muchas ocasiones bastaría con que miráramos a nuestro alrededor para encontrar las respuestas que nos den la inspiración que necesitamos para alcanzar la paz y la plenitud que deseamos. Esta pequeña novela de Sara Orne Jewett, bien podría ser esa joya que nos anime a sentir que si queremos, podemos, que el secreto de la satisfacción y la felicidad está en convivir con el lugar que nos rodea, conversar con las personas que lo habitan y conocer el legado de su historia, complementándonos con sus estaciones y su particular discurrir del tiempo.

El siglo XIX es en la literatura el de la sensibilidad a flor de piel, el de dejarse llevar por los impulsos y escuchar al corazón luchando contra las imposiciones de la razón. Es también el del realismo a la hora de mirar al entorno, haciendo de él un personaje con el que se convive y dialoga, dándole así un protagonismo que hasta entonces no había tenido.  Estilos, visiones y objetivos que confluyen haciendo surgir narraciones como la de la protagonista, y narradora en primera persona, de este título. Su búsqueda y sus ganas tranquilas de descubrir los referentes que la rodean invisiblemente en la pequeña localidad costera de Dunnet Landing (lugar de ficción en el estado de Maine, noreste de EE.UU.) se desarrollan con sosiego, las emociones fluyen libremente buscando en la naturaleza su reflejo, el devenir no es algo marcado sino que está por ser construido día a día. Las normas y las convenciones se diluyen y se percibe y disfruta la belleza de lo efímero, la fugacidad del instante.

Un lugar en el tiempo y el espacio creado con una prosa delicada y sensible, que se acerca a cada lugar que visita, a cada persona con la que se encuentra y a cada evento al que acude, con todos los sentidos a pleno rendimiento, pero siempre estableciendo vínculo, creando cercanía y ofreciendo intimidad. La narrativa de Orne Jewett hace de cada momento una experiencia completa eligiendo las palabras precisas, uniéndolas con el ritmo adecuado en sus frases y estructurando su historia en los capítulos necesarios para introducirnos, al igual que hace ella, en ese pequeño universo al que ha ido a parar para, poco a poco, dejar de ser una visitante y convertirse en una más de sus habitantes.

Aunque en ocasiones creamos que el pasado ya nos ha aportado todo lo que tenía, no está de más mirar hacia atrás, de cuando en cuando, en la historia de la literatura universal para llegar a coordenadas en las que no habíamos reparado hasta ahora. Como las de “La tierra de los abetos puntiagudos”, que nos hacen ver que el futuro se construye no solo creando, sino también conociendo y recuperando.

“Reencuentro” de Fred Uhlman

Quizás más un ejercicio de búsqueda interior –aunque sin dejar de ser una asombrosa y lograda creación literaria-, esta novela corta buscar fijar de manera clara y concisa las vivencias de un pasado del que se reniega, aun sabiendo que es el propio, y con el que se desea tener unión desde un presente que, aun queriendo entenderlo como natural, se sabe impostado.

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Hay algo inquietante en las comunidades en las que aparentemente todo está en orden a pesar de los ecos de inestabilidad que llegan de fuera de sus límites. Una sensación de etéreo, imposible y ajeno sobre aquello que aún no se ha hecho visible ni materializado de manera alguna en su cotidianeidad, en sus costumbres, en lo que registran sus sentidos a pesar de lo que puedan leer o escuchar al respecto. Lo que no es tangible no existe, lo que no se toca no se cree. En el fondo todos tenemos algo de Santo Tomás dentro de nosotros. Somos incrédulos y solo actuamos cuando nos vemos directamente afectados, ni siquiera somos capaces de hacer un ejercicio de previsión de futuro.

Quizás sean nuestras creencias religiosas –o sistemas de pensamiento similares a estas- las que nos hagan tener la cabeza en un más allá espiritual en el que se vive bajo unos valores y creencias con los que no podemos hacer frente aquí a la propuesta de (no) diálogo de nuestros convecinos. ¿Fue esto lo que hizo que tardaran en reaccionar los judíos que vivían en la Alemania nazi? ¿Pensaban que aquello no iba a derivar en un casi logrado intento de exterminio? Puede que sean preguntas similares a estas las que se hiciera Fred Uhlman y que, tanto desde un punto de vista personal como creativo, intentara darles respuestas escribiendo “Reencuentro”.

Hay algo profundamente vivencial en la narrativa de esta novela corta. Su autor parece tener la intención de fijar en su mente todos los momentos y detalles que le permitieran tener un recuerdo completo de los aspectos materiales y sensoriales de los que fueron aquellos primeros años de la década de 1930. Las palabras que utiliza son las justas, los términos son los correctos, los adjetivos de una gran precisión. No hay fisura alguna en la propuesta de Uhlman, deja bien claros quiénes eran las personas y cuáles los lugares en los que se desarrollaron en su Stuttgart natal esos pequeños sucesos –intercambios de miradas, diálogos con sutiles cambios de tono, fotografías y símbolos que surgían aquí y allá como de la nada- y que como señales de alarma avisaban de lo que estaba por venir.

Es muy fácil señalar desde nuestro punto de vista de hoy, a posteriori, las etapas y los puntos de inflexión con que fue creciendo y alimentándose la brutalidad nacionalsocialista. Pero, ¿cómo se percibía entonces? ¿Dónde estaban los límites de lo imaginable? ¿De lo soportable? Ese punto de incertidumbre, de falta de contextualización, es el que transmite maestramente Fred Uhlman y que complementa con una tensión similar a la de la literatura epistolar de “En paradero desconocido” (Kressmann Taylor, 1938). Título con el que comparte no solo ambientes y brevedad, sino también la dualidad de protagonista judío y amigo en el lado nazi.

A pesar de haber transcurrido 55 años desde su publicación, “Reencuentro” resulta una obra fresca y cercana por su estilo directo y sobrio, una creación universal por su hablar de necesidades humanas más que de acontecimientos históricos, un título vigente porque aun teniendo un pasado del que poder aprender si nos enfrentamos a él, no hacemos sino obviarlo ciegamente para seguir repitiendo una y otra vez la misma barbarie. Y si no, ¿cuánto hay de común entre el llamado Estado Islámico y el III Reich de Adolf Hitler? ¿Cuántos sirios no acabarán con el tiempo escribiendo su propia versión de “Reencuentro”?

Desnuda “Historia de amor sin título” de Rubén Ochandiano

Cuando sientes que una novela te tiene atrapado antes de haber acabado siquiera su primera página se te abre el corazón y la mente ante lo que tiene que estar por venir. Ese es el caso de este título lleno de creatividad e ingenio en su estilo narrativo y en el retrato psicológico de sus personajes, así como en el desarrollo de las tramas y giros de sus aconteceres. Un brillante debut literario, hace tres años, de un autor más conocido hasta ahora por su faceta como intérprete.

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Fuerza, esta es una de las sensaciones que se tiene en todo momento durante la lectura de esta historia de amor por el modo cinematográfico con que está estructurada y contada (dice la hemeroteca que originalmente fue un guión para la gran pantalla). Una de las claves para causar esta impresión en el lector es prescindir de un narrador en tercera persona y dar toda la voz y el protagonismo a sus personajes. Son ellos los que nos transmiten en primera persona los diálogos que escuchan, lo que piensan o lo que articulan en voz alta. Palabras que albergan espontaneidad –la mayoría de ellos son de decir lo que piensan y no de pensar lo que dicen- en su construcción psicológica, lo que les llenan de matices, de aristas, de múltiples caras en un único rostro. Una complejidad tan auténtica como la de vida real y que aumenta con el entramado relacional en los ámbitos de la familia, la pareja y la amistad en los que se mueve esta historia.

La evolución de los recuerdos de Mario y el trabajo y la proyección de Berta con el sujeto al que ha de retratar navegan constantemente entre sensaciones y sentimientos. Un equilibrado viaje entre la superficie de las primeras impresiones y el poso de las reflexiones una vez que lo inconsciente comienza a tomar forma interior en función de la experiencia que se tenga. Vivencias que no son solo las propias, sino en las que influye y suma –queramos o no- todo lo que aportan –bueno o malo- nuestros progenitores a nuestra propia existencia. Un sutil y profundo puzle emocional en el que el autor hilvana diferentes planos de conciencia, individuales y familiares, tanto aquellos sobre los que tenemos poder de influencia directa como los que nos vienen dados. Ante estos últimos, bucea sin pudor alguno en el dolor, pero con extrema delicadeza, dejando claro que la única opción que tenemos para hacerle frente es buscar la mejor manera de integrarlo en nuestro propio historial.

En ese terreno íntimo, de arenas movedizas y aparentes invisibilidades, Rubén Ochandiano se mueve como pez en el agua. Sabe sobre sus personajes más que ellos mismos, y no por valerse de su papel como creador, sino por su capacidad para diseccionar la naturaleza humana con un enfoque que va desde lo puntual a lo complejo, desde adjetivar con fina precisión un gesto a hacer que cuanto más se lleva leído de su novela, más va creciendo la suma de todas sus piezas.  “Historia de amor sin título” es una lectura lineal y progresiva tan solo en la sucesión de páginas, en las impresiones que produce en su lector es completamente exponencial, formando en su interior un completo y equilibrado universo de expectativas, sueños rotos, deseos, frustraciones, ilusiones, miedos y esperanzas, mentiras y verdades, tristezas y alegrías,…, de amor y desamor.

“La llorona”, Marcela Serrano relata la fuerza de la maternidad

Quizás sea una imposición social, quizás sea la llamada de la naturaleza, pero según Marcela Serrano, una vez que la mujer gesta una vida en su interior, esta forma parte de sí de manera tan visceral e ilógica como racional y sentida a la par. Una novela corta que retrata con delicadeza y sobriedad acontecimientos límites que ponen a prueba las habilidades y capacidades del ser humano.

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Hay personas a las que las desgracias nunca le han venido solas, su vida ha sido una sucesión de acontecimientos torcidos, unas veces atravesados en su camino, otras invocados y en ocasiones hasta generados por ellas mismas. Como ya hiciera en títulos anteriores como en “Nosotras que nos queremos tanto”, la autora plantea su ficción con un reivindicativo punto de vista muy realista: la pobreza genera encierro en vida y la ignorancia incapacidad intelectual. Su narración deja claro que lo que parece tremendo es, en realidad, tristemente anodino, y toda excepción a esta regla es de efectos aún más pérfidos, convirtiendo lo extraordinario en cruel.

Marcela Serrano se introduce a fondo en su personaje y tomando como hilo conductor la afección sobre su corazón de cuanto le ocurre, nos presenta las etapas que se han sucedido en su trayectoria vital. En primer lugar, su inicio en un mundo rural con una restringida dimensión humana, reducida a la familia en primer grado. Esa en la que se quiere por la fuerza del hábito, del instinto animal, de la cercanía y la pertenencia, no por los tactos, miradas o palabras que transmitan cariño, afecto o empatía alguna.

Con un aparente discurso costumbrista, Serrano imprime fuerza, empuje, valor y curiosidad en su protagonista. Así es como esta deja atrás lo único que conoce y se lanza a lo desconocido para lo que comúnmente denominamos “comenzar de cero”. Un punto de inflexión tras el cual está el feminismo de la escritora abriendo las ventanas a preguntas tan obvias que no se llegan nunca a plantear. ¿Qué se había comenzado sino el verse inmerso desde el inicio en una existencia ya acabada? ¿No hay que inventar o crear por primera vez antes que replantearse modificar el diseño conseguido?

Sin embargo, no elude que la realidad del destino de casi toda mujer en Sudamérica –en ningún momento nos dice el país concreto en el que acontece su historia- es el papel de esposa fiel y madre amantísima. Llegan al matrimonio porque se lo piden desde fuera y ella a sí misma desde dentro, presionada por la supuesta urgencia del reloj biológico. Ese mismo que lleva de la seducción del cortejo al altar antes de que caduque la pasión del sexo, hito que generalmente confluye con la llegada de la maternidad. Un acontecimiento que se le presenta y se autosugestiona como la cima, la cumbre, el culmen de la identidad femenina.

Pero, ¿qué ocurre cuando este se ve cortado de raíz, cuando a la madre le dicen que su hijo no ha sobrevivido al parto? ¿Qué se mueve entonces? ¿Qué le dicen sus entrañas? ¿Es el fin definitivo o el inicio de una fuerza que hasta entonces desconocía poseer? La que había sido criada, educada e instruida para procrear, ¿hasta dónde llegará en su papel de progenitora negada?

Esa es “La llorona” que propone descubrir Marcela Serrano. Una mujer que ya antes había conseguido por empeño propio aprender a leer y a algo que podemos compartir con ella en las páginas de esta novela: disfrutar de la belleza del lenguaje, de su capacidad expresiva, de su captación de los matices, del poder multiplicador que tiene de las emociones cuando a estas se le ponen palabras y se pronuncian en voz alta, más aún si es al complemento directo, al tú, que las motiva, las inspira y las alimenta.

“Lo que no se dice”, relatos que leer y comentar en voz alta

Once historias cortas sobre cómo se vive la circunstancia de que a un hombre, a la hora del deseo y del amor la naturaleza, le hace mirar a otro hombre. Bendita homosexualidad, circunstancia natural de la vida, si estimula la creatividad y el saber hacer de nuestros escritores tan bien como en este pequeña colección editada por Dos Bigotes.

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Hubo un tiempo en que lo LGTBI era negado, luego fue proscrito y castigado. De ahí pasó a ser obviado, tolerado, finalmente aceptado y hace bien poco legal. Sin embargo, en nuestro país –y eso que en este tema somos pioneros en el mundo- aún nos falta por llegar a ese momento en que los homosexuales (y demás colectivos de las siglas enunciadas) sean (seamos) visto(s) con la naturalidad y espontaneidad que se merece cualquier característica que toda persona nos hace un ser… humano.

Ahí es donde se sitúa “Lo que no se dice”. Nos trae momentos cotidianos que cualquiera de sus lectores podríamos haber vivido y en los que sentir el impulso de amar a alguien de tu mismo sexo aún era algo fuera de la norma, escondido o rechazado en el entorno en el que sucedía. Situaciones cuyos protagonistas en paz consigo mismo vivían con franqueza, siendo fieles a sí mismo. No así por los que no contaban con la fuerza o las agallas para hacer frente a un entorno limitador e invasivo.

Los once escritores que forman esta recopilación, junto con sus dos editores, practican un ejercicio de visibilidad y de activismo de una de las maneras más claras y sencillas en que se puede realizar, desde aquello que saben hacer y para lo que la genética y/o la experiencia les ha dotado, escribir bien, muy bien incluso en algunos casos.

A Luis G. Martín le salen solas las palabras para dar voz a la irracionalidad del deseo, al impulso de la pasión en “El esplendor en la hierba”. Fernando López parece escribir en un equilibrio entre estómago y corazón para expresar eso que es la verdad, y que desea vivir con honestidad y reciprocidad en “Nunca en septiembre”. Por su parte, José Luis Serranos hace visible en “Hipocampos” a ese ser desapercibido que siempre fue parte de nuestras vidas, es capaz de hacer forma lo que ni siquiera veíamos. El conflicto entre lo que somos y lo que se supone que somos queda expuesto de manera contundente por Oscar G. Esquivias en “Todo un mundo lejano”.

“¿Azul o verde?” es tan crudo y desnudo como delicado resulta Oscar Hernández en su narración sobre ese mundo en el que por mucho que se nos asfixie se puede llegar a ver la luz. Eduardo Mendicutti demuestra con su dominio del verbo, el ritmo, la gracia y la sensualidad en “Canela y oro” porque es una de las mejores plumas de la literatura española actual. Adentrarse en su protagonista hasta hacernos sentir como él, con sus momentos plenos y sus atisbos de duda, es lo que hace con gran soltura Lawrence Schimel  en sus “Estadísticas”. La tensión teatral de obras maestras como “August: Osage County” de Tracy Letts o de “El zoo de cristal” de Tennessee Williams está en el “No te levantes” de Álvaro Domínguez.

Con delicada sensibilidad Luis Cremades cuenta en “Manos mágicas” la esencia del amor, lo que lo hace mágico, dure lo que dure y pase lo que pase. La “Fábula del mirar opaco” de Lluis María Todó refleja los subterfugios que el deseo se busca para, aun oculto, hacerse presente. Y por último, “Un hombre o dos o tres” es una muestra de cómo Luis Antonio de Villena hace presente la pasión, el ardor, las ganas que sigue generando el recuerdo del pasado.

Desconozco en qué medida estaba premeditado, pero el conjunto de historias encargadas ex proceso para este volumen componen un completo caleidoscopio de edades (desde el inicio de la adolescencia hasta el momento de mirar atrás en la madurez consolidada), profesiones (toreros, futbolistas, directores de coro, músicos,…), ciudades (Barcelona, Berlín, Madrid,…), emplazamientos (habitaciones de hotel, iglesias, el comedor o el dormitorio de una domicilio familiar, una caseta de feria,…),… Maneras de percatarse, encontrarse, juntarse, unirse y/o separarse que conforman lo que es la vida y ese cúmulo de sensaciones, emociones, sentimientos y descubrimientos atropellados, irracionales y sosegados mediante la práctica que es la vida.

Un cúmulo de variables que unidas representan la verdad de lo que todos somos al margen de nuestro género y orientación sexual, hombres y mujeres que deseamos vivir compartiendo, sonriendo, sintiendo, dialogando, abrazando, riendo, besando, llorando de alegría y disfrutando de placeres de todo tipo como puede ser el de leer un libro como este “Lo que no se dice”.

“49 goles espectaculares”, Davide Martini sabe mostrarse como adolescente

Con naturalidad, con la sencillez de mostrar las cosas tal y como son, sin dramas ni tragedias, pero sin vanalidades ni ligerezas, así es la realidad que este autor italiano muestra sobre ese momento de la vida en que uno busca poner palabras individuales y coordenadas colectivas a quién es y cómo de diferente o de igual tu circunstancia te hace respecto a los demás.

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Lorenzo, un joven preuniversitario, se prepara para iniciar el curso escolar y volver a un universo formado por chicos con los que se fuma y bebe y chicas a las que se ha de pretender sexualmente. El paquete lo completan un volumen de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust que nuestro protagonista lleva siempre en la mochila y unos padres que son, pero que no están. Pero algo sucede que no responde a la lógica de lo esperado. A pesar de las eternas conversaciones sobre lo de siempre, a Lorenzo el tema del sexo con aquella u otra muchacha compañera de clase o del instituto no le llama, no le motiva, él no se ve. ¿Qué sucede? Primero llega la duda, la incertidumbre de ver lo que no se es, después viene la pregunta, los tanteos con la respuesta y la aceptación de lo que se es.

Un viaje que dura nueve meses, lo que un curso escolar y en el que a través de los ojos, el corazón y el relato en primera persona –sabiendo variar de registro, de la narración literaria a la íntima a modo de diario- del protagonista conoceremos una realidad que aun siendo ficción no deja de ser realista. Con matices localistas, pero con una verdad que puede ser tomada como propia en cualquier lugar occidental. ¿Qué ocurre con aquellos que no tienen a su alrededor referentes? ¿Qué sucede cuando teniendo 17 años sientes que el torrente de la normalización amenaza con arrasar al que no se pliegue a sus gestos y comportamientos?

En esa nebulosa, en esa atmósfera de incertidumbre, en esa semilla deseando surgir, brotar y crecer es donde se desenvuelve como pez en el agua Davide Martini a través de una narrativa sencilla y sin adornos. Pero con una corrección total, sin excesos ni alardes literarios, con las palabras justas en sus descripciones y diálogos, las necesarias para mostrar la posible autenticidad de los hechos que expone y la variedad, convivencia y choque de planos que conforman la vida de un adolescente. Su estilo y técnica están al servicio de los personajes, de los acontecimientos y sensaciones que estos viven, descubren, sienten y aprenden a interpretar.

En “49 goles espectaculares” hay ilusión y dudas, miedo y ganas, también inexperiencia y recelos, pero tantos como voluntad y honestidad en recorrer un camino que está por ser construido. Como anécdota, señalar la curiosa contraposición de auto enseñanza emocional que se han de buscar Lorenzo, Giulia, Gianni y demás amigos y compañeros en el entorno académico –ese donde te enseñan fórmulas, fechas, títulos, autores y vivencias de tiempos pasados- en torno al cual se estructura la formalidad de sus vidas.

La primera novela de este médico también escritor afincado en España se publicó en Italia en 2006 y semanas atrás llegó a España de la mano de un nuevo sello editorial, Dos Bigotes, que promete dar voz y presencia a una manera de contar la circunstancia LGBTI combinando el saber hacer literario con la cercanía y la cotidianeidad de las circunstancias individuales que desde la diferencia nos hacen a todos similares. Bienvenidos sean más títulos tanto de Davide Martini como de Dos Bigotes.

“El precio”, Arthur Miller y su visión de la familia

Un gran texto de uno de los mejores autores americanos del siglo XX experto en retratar como las familias pueden estar unidas por lazos de dependencia insana y no por un verdadero y enriquecedor afecto.

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Arthur Miller nos cuenta que Víctor, un policía pensando ya en su jubilación, acude a un antiguo apartamento repleto de viejos trastos que fue también el espacio en el que vivió su familia y en el que se recluyó su padre tras su fracaso profesional. Donde estuvo una madre que murió por no soportar la pobreza, llega ahora Esther, una mujer que recurre a la bebida.  El triángulo se completa con Walter, un hermano que aparece tras muchos años y que ofrece su propia transformación como muestra de que toda relación tiene la posibilidad de renacer. Para ello propone detrás el dolor causado por tomar por ciertos unos cimientos que no eran tales y pasar a basarse en el duro ejercicio de la honestidad como manera de llegar a la verdadera realidad, esa en la que sí nos podemos encontrar y compartir.

Un encuentro que no es más que un pequeño acontecimiento, un momento determinado en el que encontrarse con objetos del pasado que pueden hacer que confluyan todas las energías necesarias para que lo que parecía iba a ser una nimiedad se convierta en un punto de inflexión en la trayectoria de quienes lo viven. La manera de afrontarlo por los en él inmersos determinará si este hecho será la catarsis que necesitaban sus vidas o si será la última oportunidad para haber puesto al día la cuenta de eternamente pendientes tanto con los suyos como consigo mismos.

Toda una constelación familiar que el autor neoyorquino articula con unos diálogos fluidos que nos dan a conocer sucesos aparentemente pequeños y puntuales, de ayer y de hoy, a través de los cuales mostrar los vínculos que unen a los personajes que la forman. Pero esto no es más que una carta de presentación, un estado de la situación, una superficie bajo la que profundiza de manera sinuosamente ágil y resuelta para llegar hasta la causa de los síntomas, a esas atmósferas generales, a esos día a día enfermos que por su perennidad se nos hacen cotidianos y normales hasta convertirlos en ley de vida. Ahí es donde Miller despliega toda su artillería creativa para mostrar el completo repertorio de emociones que conforman el interior y la expresión de cada persona. Una convivencia entre orden y conflicto, entre presente y pasado, en la que este texto se mueve con un absoluto equilibrio dejando ver como el primero puede estar anclado por el segundo y como este nunca fue como lo recordamos, o peor aún, como queremos recordarlo.

Arthur Miller es uno de los maestros del teatro del siglo XX, con una gran capacidad para diseccionar los lazos emocionales de quienes están unidos por la biología con muestras tan brillantes como “Muerte de un viajante” (1949) o “Panorama desde el puente” (1955), a la que se puede unir este “El precio” de 1968.

«El extranjero» de Albert Camus

Lo que decimos y hacemos nos define, unas veces como miembros de una cultura, de un país, otras sobre una manera de ver la vida y nuestro papel como seres humanos, algo que nos puede hacer aún más foráneos respecto a nuestros congéneres que las coordenadas geográficas.

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Albert Camus nació como francés en un territorio que no lo era, Argelia. Un lugar con dos culturas y dos idiomas en una situación en la que uno se impuso sobre el otro, compartieron espacio, pero no convivieron. Quizás este fuera uno de los influjos externos que llevaron al joven Camus a con tan solo 25 años en 1942 escribir y publicar esta novela.

En ella, un hombre anodino nos cuenta en primera persona algunas circunstancias –la muerte de su madre, la mujer que se le declara, el vecino que le pide ayuda en sus cuestiones mujeriegas- que alteran la cotidianeidad de su vida –su trabajo, sus vecinos, el lugar al que va a comer-. Sin embargo, su manera de actuar y de responder ante todas ellas es la misma, asertivo –en su lenguaje no existen los adjetivos calificativos-, impasible –que no cerebral o calculador- y auténtico –dice lo que piensa, aunque nos quedamos con la duda de si siente lo que piensa, de si hay un corazón más allá de su razón, de si sus sensaciones derivan en emociones.

Un suceso inesperado lleva a nuestro protagonista a juicio. En esta situación, toda su vida, los elementos que la forman, los sucesos vividos, las opiniones emitidas y los sentimientos y emociones expresadas se verán sometidos a un escrutinio público aun mayor que el de sus acciones supuestamente punibles. Parece que se nos valora y califica más por las subjetividades y el cumplimiento de los convencionalismos sociales que por los hechos objetivos.

Albert Camus elige el plano humano como el protagonista de esta ficción: un hombre que no conoció a su padre y que parece nunca ha vivido en un ambiente de afecto familiar, sin apego entre él y su madre, sin demostración clara de afecto hacia la mujer que le pretende. En el lado colectivo deja claro que franco-católicos y argelino-musulmanes se encuentran en un mismo lugar pero sin un entendimiento real como se puede comprobar con las andanzas pseudo amorosas de Raymond, su vecino de rellano.

“El extranjero” es un retrato tanto personal como social sobre el Argel franco-musulmán del inicio de la década de los 40 del siglo XX, que funciona, que resulta verosímil a pesar de su aparente tibieza. Es tan auténtico como precisas las palabras que pone Camus en boca de Meursauilt a modo de diálogos y descripciones con un ritmo y una cadencia en la que relato, personajes, el universo en el que ellos viven y el que nosotros construimos como lectores avanzan al unísono en perfecta sincronía, confluyen en un crecimiento exponencial que se adueña al completo de nuestra atención y de nuestra voluntad. Comenzar esta obra es no poder parar hasta llegar a su punto final.

Con ecos del aparentemente irracional “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville, Camus nos sitúa en un ambiente en el que nos hace reflexionar sobre dónde está la línea roja que separa la autenticidad (la verdad interior, la sentida) de los convencionalismos, de los comportamientos exigidos socialmente. Temas sobre los que el futuro Premio Nobel de Literatura de 1957 seguiría trabajando en su posterior carrera, como en la desmesurada y romana teatralidad de “Calígula” o en la novelada claustrofobia de “La peste”, también ambientada en la Argelia francesa.