«Nadie nos oye» de Nando J. López

La adolescencia no es un mundo aparte o una etapa diferente a la de los adultos, sus circunstancias son similares y solo varían las herramientas con que cuentan los que ya no son niños para hacerle frente a la vida y los impedimentos que les suelen poner sus mayores. Esta es la base sobre la que se desarrolla este entretenido thriller que aúna el misterio y la intriga propia del género con la distancia, el silencio y las sospechas que generan la falta de comunicación y los prejuicios cuando se trata de todo lo que tiene que ver con la diversidad sexual, racial y social.

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No hay nada más grande ni más impactante que la vida, tanto cuando llega como cuando se va, especialmente cuando esto ocurre de manera violenta. La brutalidad asociada a un asesinato o un homicidio sacude los cimientos de cuantos conocen a la víctima o comparten con ella algunas de sus coordenadas (lugar de residencia y de trabajo o de estudio, fundamentalmente). Eso es lo que le ocurre a los alumnos, profesores y trabajadores –además de a sus familias y a los vecinos del barrio- del instituto Zayas cuando aparece muerto Asier, uno de los chicos que cada día acude a sus aulas para escuchar a sus profesores, a sus pasillos para relacionarse con sus compañeros y a su club de waterpolo, el Stark, para entrenarse junto con el resto de integrantes, tanto masculinos como femeninos, de su equipo.

Esas son las claves de un thriller en el que la necesidad de saber quién ha sido el asesino es tan importante como dilucidar sus motivaciones y los condicionantes que le puedan haber influido. Una intriga llena de tensión y zozobra emocional que nos adentra en un universo de silencios forzados, sospechas invisibles y sombras espesas en el que Nando J. López pone el foco en dos personas que desde diferentes puntos de vista perciben los desequilibrios de un micromundo que, aunque tiene sus propias características, comparte también las de otros muchos de nuestro panorama social actual. Ese es su principal logro, señalar lo común de las coordenadas que nos presenta, pero subrayando lo que lo hace único y que, por tanto, exige adentrarse en ellas sin dogmatismos basados en conocimientos teóricos o experiencias previas. Quizás las única manera de no caer en la arrogancia y la soberbia de quienes ocultan su desconocimiento y su incapacidad para la empatía tras la impostura de su superioridad moral y sus prejuicios excluyentes contra los homosexuales, las mujeres, los magrebíes,…

Un conseguido retrato social que recuerda al que su autor ya dibujó en su anterior novela, Cuando todo era fácil, con la diferencia que la mayoría de los personajes de Nadie nos oye tienen veinte años menos de edad que los de aquella, aunque la psicóloga Emma bien podría provenir de ella. Su narración a dos voces, la de esta profesional recién llegada al centro escolar para trabajar como consejera del equipo de waterpolo, junto con la de Quique, alumno de segundo de Bachillerato y jugador titular, conforman un relato que aúna la incapacidad de los adultos de tratar a los adolescentes como iguales, y la frustración de estos por la continua constatación de la falsedad que esconden buena parte de las promesas con que los nacidos una generación antes les ocultan muchas de las verdades de la realidad en que vivimos.

El único pero a esta hondura está en el muy similar estilo que tienen Quique y Emma en su estilo, en su manera de expresarse. Lo que no sé muy bien si hace de ellos las dos caras de la misma moneda o los convierte en altavoces de los temas, principios y valores que preocupan a Nando (la igualdad, la diversidad, la libertad) y que se pueden encontrar en mayor o menor medida en otros títulos suyos como El sonido de los cuerpos, #Malditos16 o Los nombres del fuego.

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